III
🌙 Pide tres deseos 🌙
—Tienes que despertarte, Maison —dijo Crowley, confundiendo a la adolescente —. ¡Despierta!
La última vez que vio a Crowley en ese espeluznante sueño, daba una palmada frente a ella. Tras unos segundos de incomprensión, en el limbo, Maison logró abrir los ojos, pero esta vez, en un lugar muy diferente. Se encontraba tumbada en el suelo, ensuciándose con la tierra de un bosque de secuoyas, árboles centenarios enormes, gigantes, colosales... Titánicos, que crecían en algunas zonas californianas. Eso le resultó bastante chocante a Maison. ¿Cómo había llegado hasta allí?
Se incorporó para observar más detenidamente el lugar, con una cara que decía a gritos: ¿Dónde coño estoy?
Sí. Maison era muy mal hablada, pero era algo imprudente, de inercia, casi ni lo pensaba antes de que esas palabras salieran de su boca. No podía evitarlo; Crowley la había criado, al fin y al cabo. Y algo que adoraba del Rey del Infierno, era su forma de hablar y de gritar. Maison solía ocultarse de los demonios, pero siempre se mantenía próxima al monarca, y cada vez que éste reñía a alguno de los llorones, ella lo disfrutaba como la que más. Durante los seis primeros años de su vida, fue criada con ternura, mimo y cariño, pero Crowley la llamó tanto la atención por sus inocentes meteduras de pata, que finalmente, aprendió por las malas. Maison se convirtió en una tipa dura, de esas que van por la calle y azotan a cada obrero que las silba. Era una cría, educada por un demonio, y con el alma casi más podrida que su maestro. Pero no era mala.
Maison se levantó aturdida. Le pesaban los ojos mientras se tambaleaba en el sitio, como si tuviera sueño, y éste la abrazase de tal forma que sucumbiera a él. Ancló bien los pies al suelo y sacudió la cabeza. Era de noche, y no hacía precisamente calor; necesitaba encontrar comida, mantas, agua. Buscó una carretera, caminando entre hierbajos, arbustos, árboles más pequeños y matorrales que entorpecían sus pasos. Dio con una vieja carretera, agrietada y con las líneas borradas, era más bien un camino de asfalto que se perdía entre los altos hombres de madera y hoja.
Se detuvo en medio de la carretera. Miró hacia un lado, miró al otro, pero no vio vehículos durante los, aproximadamente, veinte minutos que estuvo anclada al suelo. Suspiró, con los ojos húmedos, asustada.
— ¿Sabes? Creo recordar que estabas en un lugar así cuando te vi por primera vez. —Comentó Crowley, apareciendo a unos metros de ella.
—Hola, Crowley. —Saludó alicaída.
Crowley, con las manos en los bolsillos, entrecerró los ojos y la miró con curiosidad. Ella siempre había sido como un faro en la oscuridad, que iluminaba el camino cuando hacía falta, y a su vez, atraía a toda clase de enemigos. Pero siempre había sabido donde quería o debía estar, solo una vez en su vida estuvo perdida, y logró encontrarse, al toparse con un demonio de encrucijada.
— ¿Qué está pasando, Crowley?
—Pues, antes, un genio se estaba alimentando de ti con un estúpido sueño, pero, ya sabes, tú no tienes deseos... Así que, deduzco que no ha tenido nada de bonito. —Parloteó. —Y ahora, teniendo en cuenta dónde estamos. Yo diría que estás muerta.... Otra vez. —Rodó los ojos.
—No he muerto. —Negó rotundamente.
—Pues déjame decirte, querida, que esto tiene toda la pinta de que estás muerta. Porque uno recuerda los mejores momentos. ¡Y qué mejor momento, que cuando nos conocimos!
—Sé que no estoy muerta, Crowley, sé cómo es la experiencia, y no es así.
Crowley resopló.
—A ver, entonces, ¿cuál es tu teoría? Porque los genios hacen que te sientas bien mientras te matan, y esto... Es una putada.
Maison comenzó a andar, siguiendo la carretera. Puede que hubiera una situación intermedia; un genio, es cierto, no haría algo como eso, y si hubiera muerto, ella se habría dado cuenta, porque no era la primera vez.
— ¿Y si estoy en el tránsito?
— ¿Qué tránsito? —Preguntó Crowley, que caminaba con lentitud a su lado.
—Entre la vida y la muerte. ¡Ya sabes! Que una parca me esté persiguiendo.
—Ah... Sí, es posible. ¿Sabes cómo salir?
—Profundizando. —Respondió. —Debo encontrar el recuerdo más oscuro que tenga.
Caminaron juntos por la vieja carretera, durante un largo rato y en silencio. Maison le iba dando vueltas, intentando averiguar cuál era ese recuerdo que siempre había tratado de esquivar. Cuando vivió con aquella pareja, los Birdwhistle, fue feliz, se perdió, encontró a Crowley, y volvió a ser feliz. No recordaba nada que tuviera tanta mierda como para sacarla de allí, pero tenía que encontrarla.
—Un momento. —Crowley se detuvo en seco, mirando a su alrededor. Maison le dedicó una mirada de confusión. — ¿No hay algo extraño aquí?
— ¿El qué? —Maison agitó los brazos.
—Usa el olfato, Sabueso.
— ¿Ahora soy un sabueso?
—Y un águila. Y la reina. Tienes varios nombres, querida.
—Bueno es saberlo. —Tal como dijo Crowley, Maison olfateó.
Sí que había algo raro ahí. Era un olor determinado, como a fuego, madera quemada, puede que hojas también, pero no veía humo, así que descartó el incendio. Crowley también observó el sitio, llevó a un nivel superior sus sentidos, para dar con el origen del olor a ceniza.
—Sígueme. —Indicó.
Abandonaron el asfalto para adentrarse de nuevo en el bosque, a oscuras. No tenían nada, tan solo al otro, y Maison no estaba muy segura de Crowley estuviera realmente allí.
Antes, esa confianza extrema que se tenían, era odio. Maison le odiaba por no devolverla a sus padres cuando se perdió y se encontró con el demonio por el bosque. Y Crowley la cogió una manía tremenda al cabo de las semanas, pero un día, pasó algo que los unió. Un buen día, Crowley desapareció, y en su lugar, otro demonio, de nombre Abadón, ocupó el trono. Abadón dio con Maison y la convirtió en su esclava; ella, como Crowley, percibieron la extraña energía que circulaba bajo la piel de la niña, y ambos quisieron aprovecharlo. Maison escapó, algo que se la daba muy bien, y por alguna razón, el destino quiso que se reencontrara con Crowley, después de que Abadón fuera asesinada. Poco a poco, los dos se fueron convirtiendo en la mano derecha del otro, en los mejores amigos casi. Crowley encontró alguien con quien no ser tan borde, y Maison, una figura paterna.
Crowley se detuvo en seco, próximo a la luz que emanaba una hoguera. Maison vio con lujo de detalle la escena, y finalmente, lo recordó. Dio un paso al frente con la boca enteabierta, deseando encontrarse a la misma persona que sus recuerdos retenían. Y allí, sentado frente al fuego, había un muchacho, abrigado, y manteniendo el calor de su cuerpo. Maison sonrió al diferenciar el azul en sus ojos.
—Gavin. —Llamó.
— ¿Gavin? —Preguntó Crowley, dada la impactante noticia.
—No tu Gavin. —Le dijo Maison. —Este es otro.
El chico no pareció oírla. Era igual que en la otra calle. Ella estaba ahí, pero la ignoraban. Gavin era un muchacho un poco mayor que Maison, con quien ella compartió una extraña aventura en el bosque. Pocos la comprendían como aquel niño de cabello dorado hacía. Él poseía una piel de porcelana, blanca, y sus labios, dado el contraste, resaltaban, de un rosado, rojizo, color. Tenía largas pestañas y ojos azules, que maravillaban a todo el mundo. Parecía un ángel, aunque no como los ángeles que Maison había llegado a conocer.
—Oh, ya estás aquí. —Dijo, viéndola por primera vez. —Ven, siéntate.
Maison se acercó a su lado y se sentó sobre una roca.
— ¿Cómo te llamas? —Preguntó. Eso la sonó raro. Miró a Crowley, que observaba entre los matorrales, y se encogió de hombros. — ¿Mason? —Preguntó sin que nadie hubiera respondido. — ¿Ese no es un nombre de chico? —De nuevo guardaron silencio, pero era como si Gavin respondiera automáticamente, como si tuviera respuestas predeterminadas. — ¡Vale, vale! Lo siento. Entonces, Maison, ¿no? ¿Y qué haces aquí, Maison?
—Gavin. —Le llamó. Chasqueó los dedos frente a él, y entonces, la miró, mejor dicho, la vio.
— ¿Qué pasa?
— ¿Me escuchas?
—Sí. —Respondió confundido.
— ¡Bien! Necesito tu ayuda.
— ¿Mi ayuda?
—Gavin, ¿crees en las experiencias post-mortem?
El rubio arrugó la frente, miró a cualquier parte excepto a la chica, y entonces se topó con Crowley. Padeció, y el rey, con una pícara sonrisa, le saludó.
— ¡¿Qué hace ese demonio allí?!
— ¡Gavin, contesta!
—Sí. He oído hablar de ellas. ¿Y él?
—Está conmigo. —Respondió. —Escucha. Esto no es real. Estoy muriendo, creo, y debo salir de aquí antes de morir del todo, y tú vas a ayudarme.
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