I

🌙 Creyentes y verdades 🌙

       Como cualquier otro día, el agente Fox Mulder caminaba por los pasillos de las oficinas del FBI, de camino a esa madriguera a la que solía llamar despacho. Mulder era un tipo alto, un veterano respetado ya por todos, famoso entre los federales, un mito en su campo de investigación. Los años pasaban, y se le echaban encima como si fuera un jugador de fútbol americano con el balón entre las manos, pero ni eso era suficiente para echarle atrás.

       Caminaba por inercia, reconociendo con el sentido del oído los recovecos de los bajos fondos de la oficina general del FBI, leyendo un documento archivado, al cual se anexionaba con un clip, la fotografía de una niña que rondaba los 6 años. Era un caso aburrido, deshechado, de una desparición que pasó al olvido. Mulder lo descartó y lo envió a Desaparecidos, pero nunca se dio con la pequeña. Pasada una década ya de eso, mientras revisaba entre los casos archivados por si había alguno de sus "expedientes", Mulder lo encontró. Y el resto fue cosa de magia, pues en el caso que estaba llevando hasta hacía dos días antes, compartían varias similitudes.

       Abrió la puerta y la empujó para cerrarse después de golpe, y él se dirigió a su mesa, una mesa desordenada, cos cáscaras de pipas por todas partes, papeles arrugados, garabatos, un ordenador encendido y una plaquita que llevaba inscrito su nombre. Sin retirar los ojos de las palabras de esos documentos, Mulder cogió un subrayador amarillo fosforito, se lo llevó a la boca y arrancó la tapa con los dientes. Luego resaltó algunos datos en el texto:

"Niña de 6 años desaparecida"
"Extraña luz en la habitación"
"Habitación. Segundo piso. Cerrada desde dentro"
"Adoptada"

       Dejó el rotulador y se acercó el documento para observarlo mejor. Los detalles eran importantes, todos y cada uno. De lo sucedido sacaba un modus operandi, de la descripción detallaba un fetiche. Por eso examinó casi con lupa la fotografía de la niña. Era pequeña, tanto de edad como de estatura. De piel pálida, pecas en las mejillas y ojos azules. Tenía el cabello negro, con trenzas, los labios rosados y finos, una ancha sonrisa infantil, las cejas gruesas, negras, y largas pestañas. Vestía una blusa blanca con algún tipo de estampado repetitivo, y un peto vaquero, pero uno de los tirantes lo tenía caído. Era bonita. Parecía dulce, risueña y algo inquieta. Para empezar, cualquier desgraciado podría ponerla la mano encima, pero Mulder tenía la impresión de que había algo un poco más esotérico tras esa fotografía. Ese esperaba, pues a eso se dedicaba: los Expedientes X. Esos casos extraños de los que nadie quiere hablar por su imposible resolución. Era muy hábil para descubrir la verdad, al fin y al cabo, la verdad se esconde ahí fuera.

       Unos tacones pisando firmes el suelo anunciaron la llegada de su compañera al despacho. Dana Scully, licenciada en medicina, contratada inicialmente para desacreditar a Mulder, pero aquello resultó un experimento fallido, pues Scully se transformó en alguien como Fox. Dentro de su lógica y su ciencia, Scully refutaba la existencia de "cosas" en las que Mulder creyó a ciegas. Y ahí estaba, como su fiel escudera, preparada para lanzarse a una nueva aventura. Dana Scully seguía manteniendo un brillante pelo cobrizo, una ondulada melena que la rejuvenecía unos años, y tenía un par de perlas azules como ojos, que maravillaban al género masculino. Era mucho más baja que Mulder, era delgada, con curvas, bien conservada para su edad; muy al contrario que Mulder.

       —Buenos días, Mulder. —Saludó con una encantadora sonrisa.

       —Ajá...

       Scully se detuvo frente a la mesa donde Mulder estudiaba a fondo, con una mirada de desaprobación. Cuando Mulder contestaba así, significaba que no hacía ni caso a otra cosa que no fuese el misterio que pretendía resolver.

       — ¿Qué has encontrado?

       — ¿Recuerdas el caso de esa cría desaparecida que entregué a Desaparecidos? —Preguntó, retirando los papeles para mirar a la mujer.

       —Es posible... ¿Cómo se llamaba? Daisy, Mason... Bird algo... —Farfulló.

       —Maison Birdwhistle. 6 años, vivía en Dakota del Sur, con sus padres adoptivos, en una especie de rancho. —Leyó Mulder, aclarando las lagunas de Scully. —Desapareció el 3 de marzo de 2007, de una habitación cerrada desde dentro, en un segundo piso. Y el único testimonio que tenemos es el de la señora Birdwhistle, que afirma ver una luz blanca por debajo de la puerta.

       —Estábamos inactivos, Mulder, no intentes arreglarlo. Hace diez años de eso, esa cría no está viva...

       —Yo rechacé ese caso porque no quería volver. Y no me había acordado de él, sinceramente, hasta que lo he vuelto a ver. —Confesó. —Verás, ese último caso... El del bicho de ojos negros, nos dijo que había seres peores, y mencionó a los Ángeles, y "su luz blanca". ¿Me sigues?

       — ¿Un Ángel? Vaya, Mulder, ¿te has vuelto creyente?

       —Buscaron a la niña, Scully, y no dieron con sospechosos, ni rastros ni nada. —Insistió. — ¿Y si algo se la llevó?

       —Se la llevó. —Repitió con ironía. — ¿Volando?

       Mulder rodó los ojos pensativo, se encogió de hombros entre risas. Eso resultaba exasperante para la agente Scully. No lo aguantaba. Mulder arrastró la silla hacia atrás para levantarse e ir a por su chaqueta. Aquél estaba siendo un noviembre muy frío, las calles estaban nevadas como si se tratara de Alaska. Se debía a una ola de frío que había dejado sin habla a toda California.

       — ¿A dónde vas ahora? —Preguntó Scully con los documentos en la mano, viendo a Mulder dirigirse a la puerta.

       —A Dakota del Sur. Hablé con Skinner esta mañana, al preguntarle por el caso, y me consiguió unos billetes para dentro de un rato. —Explicó sin rodeos, a lo que Scully respondió con una mueca de indignación. —Venga, Scully. Encontremos a esa cría. —Dijo con entusiasmo antes de salir por la puerta.

       —Mulder. ¡Mulder!

       Como si fuese su madre, Dana Scully persiguió al impresionable agente Mulder por los pasillos de las oficinas del FBI, llamándole para que se detuviera. ¡¿Quién en su sano juicio haría tal cosa?! Desenterrar un caso al que dio la espalda, informarse en menos de una hora, hablar con el Adjunto Skinner y planear el viaje. Pero cuando Mulder se encaprichaba por algo, no se detendría por nada del mundo hasta llegar al fondo del asunto.

       Ese era Fox Mulder. Aquél quien entregó todo lo que tenía a la búsqueda exhaustiva de OVNIS. Quien creía en extrañas criaturas que se escapaban de los límites de la ciencia. El que deseaba fervientemente encontrar algo extraño ahí fuera. Un hombre que desistía a dejar de creer.

       Hacía al menos un mes desde que no veía la luz del sol, desde que no escuchaba a los pájaros cantar o al viento silbar. Recordaba las palabras del que la retenía en aquel manicomio abandonado, como si se las hubiese dicho en ese instante:

       —No salgas de palacio. Se ha torcido mi plan, escóndete y que nadie te encuentre. Yo vendré a buscarte.

       Cuando pasó un mes sin que Crowley llegara, empezó a pensar que algo muy malo debió pasarle. Y cuando los demonios abandonaron el lugar, ella decidió salir. Crowley podía ser muchas cosas, pero cumplía sus promesas. Siempre.

       Miró a su alrededor. El cielo se había teñido de gris y el frío corrompía el cuerpo. Sí, lo corrompía de una manera metafórica, forzando a su temperatura a ascender de golpe. Hacía mucho frío para ser noviembre.  En la puerta de un manicomio en ruinas, una joven miraba perdida al vacío. Tenía el cabello negro, largo y enmarañado, sucio. Su piel debía de ser blanca, con rosadas mejillas, recubiertas de pecas, pero la suciedad las escondía de los ojos de la gente. Sus labios estaban blancos, y sus fuerzas en la reserva. Tenía que comer algo antes de que se desmayase, pero, ¿dónde darían de comer a una cría sin dinero? Caminó atolondrada por las calles hasta que el tránsito de gente comenzó a aumentar. Era gente que caminaba por inercia, y cuyo pensamiento no tenía tiempo de detenerse a mirar los enormes ojos azules de la chica. A nadie le preocupaba, nadie la veía. ¿Sería invisible?

       Se detuvo confusa en medio de la acera, intentando llamar la atención o esperando que alguno de esos cegatos humanos chocase con ella por accidente, pero en vez de eso, la esquivaban, como mucho chocaban sus hombros, pero no se detenían a mirarla.

       —La invisibilidad no es un privilegio, ¿eh?

       La adolescente se giró de golpe al oír la gruesa y rasgada voz de la única persona con la que había hablado en los últimos seis años. Crowley, ese tipo bajo, de grandes ojos castaños, y cabeza redonda, que siempre vestía elegante, de negro. Ese hombre de encantadora personalidad, e inteligencia abominable que la encontró perdida hacía unos años en la calle. El Rey del Infierno. El Tío Crowley.

       —Hola, Maison. —Saludó con su profunda voz, caminando hacia ella con las manos en los bolsillos de su chaqueta.

       —Crowley. —Pronunció ella como si no lo creyera. El hombre hizo contacto visual con la adolescente cuando pasó por su lado, se detuvo unos segundos.

       —Siempre ese tono de sorpresa. —Siguió caminando de frente obligando a Maison a girar sobre sí misma como una peonza. La chica aligeró el paso, le alcanzó y se interpuso en su camino.

       — ¡¿Dónde coño estabas?!

       —Aquí, allí... —Rodó los ojos. —En todas partes, supongo.

       —Ha pasado un mes, Crowley. ¡Un mes entero sin noticias! —Exclamó con ira. —Me quedé escondida como dijiste, se fueron los demonios, ¡y seguías sin aparecer!

       —Ya... Se complicó un poco la cosa con Lucifer. —Prosiguió caminando.

       — ¿Hasta qué punto? —Ella le siguió.

       Crowley la miró de reojo con la boca entreabierta. Rodó los ojos intentando dar con una explicación coherente y que cerrase el pico a la cría. Pero Crowley conocía a Maison, y sabía lo perseverante que era. Se daría cuenta de que aquello era tan real como el Yeti, y pregunta tras pregunta, hallaría la verdad.

       —La muerte... —Murmuró.

       Maison volvió a adelantarse, esta vez le agarró de los brazos insistentemente, y con pánico en la mirada.

       — ¿Qué estás diciendo, Crowley?

       — ¿Por qué haces siempre todo tan difícil? —Entrecerró los ojos, viendo directamente al iris azul de la chica. —Necesitábamos un hechizo para retener a Lucifer. Y para completarlo, se necesitaba una vida.

       — ¡¿Eres idiota o qué?! ¿De verdad dejaste a Lucifer matarte? —Crowley rió.

       —No tuvo el placer... Miré una última vez a Dean Winchester y a su Alce, y me sacrifiqué por el equipo.

       Maison retiró la mirada pero no soltó al demonio. Sus teorías se habían refutado, esa era la causa de que Crowley no regresara. Porque Crowley nunca faltaba a su palabra. No era típico de él. Pero sacrificarse... Era raro, pero Crowley estaba harto, quería escapar de todo, y odiaba a Lucifer; si hubiese una forma de vencerle, cualquiera, él la aprovecharía. El rostro de Maison de entristeció, sus brazos sin fuerza cayeron rendidos.

       —Sabía que no debí haberlo dicho... —Se lamentó.

       —Yo... Te esperé, tal como dijiste... Pero tú no ibas a volver.

       —Bueno, mira la otra cara de la moneda, Águila: no fui a comprar tabaco.

       Maison le miró con indignación y cierto resentimiento, pero el fondo de la razón, estaba justificado. No la abandonó, fue una de esas cosas que pasan al azar, y de nuevo, obligaban a Maison a vagar sola por las ciudades.

       —Crow... Si estás muerto, ¿qué va a ser ahora del Infierno? —Preguntó.

       —No lo sé. Puede que algún demonio ocupe el trono, tú no te preocupes.

       Imposible. ¿No preocuparse? Con Crowley, el Infierno estaba bien organizado, no había tratos innecesarios, todo se llevaba al día, el rey era odiado y respetado a la vez, y las posesiones demoníacas habían pasado a un cuarto plano. Pero su ausencia había provocado graves daños en su estructura, y con Crowley muerto, el problema sería mayor. Los demonios eran codiciosos, sucios y malos, y Crowley era muchas cosas, pero tenía cuidado, planteaba minuciosamente sus planes, el demonio que se hiciera con el trono, sería bruto, el más malo, y sobrepasaría a todos los demás.

       —Al menos atrapaste a Lucifer, ¿no?

       —Eso creo. —Contestó, esto preocupó mucho más a Maison.

       — ¡¿Cómo que eso crees?! —Maison parecía afectada. Si Lucifer no había sido atrapado, él ocuparía el trono, y eso sería peor que cualquier otro demonio de primera. —Crow, ¿está Lucifer encerrado o no?

       —Me clavé un puñal angelical para algo... —Miró pensativo a la nada. —Eso no ha sonado bien. En fin, no sé qué pasó, morí antes de eso.

       —Vamos a ver, si estás aquí ahora, como espíritu o lo que sea, no pudiste verlo.

       —Ese es el problema, reina. —Agarró sus hombros. —Yo no estoy del todo aquí. Y tú tampoco. —Maison arrugó la frente, mirándole confusa. —Tienes que despertarte, Maison. ¡Despierta!

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