¶ Café
| Capítulo final|
Sábado 11 de enero
Ahora el frío sí que me afectaba. Mis manos llegaban a dolerme por culpa del frío, apenas era soportable. Pero el vaso de café que seguía desprendiendo vapor hacía un leve balance entre las temperaturas.
Mi mano derecha tenía casi todo el dorso invadido por el catéter y las cintas que lo mantenían en su lugar. Por más que pudiera ver la escasa nieve acumulada en el barandal del balcón, no estaba libre y solo del todo.
Cada inhalación tragaba aire congelado, tanto que sentía los bordes de mi nariz estar a punto de romperse por el frío, la cánula no ayudaba en nada, el oxígeno estaba igual de frío que el ambiente. Acerqué el vaso de café a mi nariz queriendo calentarla durante unos segundos antes de volver a beber de este.
Estaba recargado en un punto casi ciego desde dentro del pasillo pero teniendo a mi lado derecho todo el soporte para los sueros y la máquina de la anestesia. El pequeño concentrador de oxígeno lo llevaba colgado del hombro pero también llegaba a ser un estorbo.
Después de volver a tragar un sorbo del café casi con desesperación, lidié con un ataque de tos promedio en relación con tener vestigios de un tumor cancerígeno y el pulmón lleno de mocos, es decir, algo muy fuerte para condiciones normales. Maldito el momento en que quité la tapa del vaso para beber y que el vapor me calentara un poco más la nariz.
— Ah... ah, mierda... —no podía dejar de toser, pero el insulto se escapó de mi boca cuando la mano canalizada me empezó a arder a causa del café caliente que me cayó en ella.
Me coloqué en cuclillas dejando el vaso en el suelo y aguantando unos segundos más así.
Cuando me intenté levantar, me dolía todo el torso, en mis condiciones actuales no me siento capaz de aguantarlo como siempre, por eso recurrí a la máquina.
Intentando respirar por la nariz lo más tranquilo que pude, apreté el botón del aparato que libera la anestesia directo a uno de los tubos de suero. Los dedos me temblaban y no me sentí suficientemente fuerte como para poder presionar el botón con normalidad. De por sí es un poco difícil de apretar correctamente, por eso ahora tuve que sujetar desde detrás el pequeño aparato.
— No... cállate, cállate... —dije estúpidamente intentando que no sonara más el pitido que hace al avisar que está liberando la medicina.
Pero cualquier súplica fue inútil, Camelia salió a la terraza con una cara como si se le fuera a salir el hígado del coraje.
— ¡Sol, por favor! —furiosa tomó mi concentrador llevándoselo al hombro y tomándome del brazo izquierdo para que la siguiera.
— No, espera... — negué con la cabeza sin querer seguirla.
Se volteó por ver lo que sucedía, creo que no se esperaba lo que pasó.
Nada más verme, me tomó del codo llevándome al pasillo.
— No te muevas —me advirtió dejándome contra una pared antes de irse a la estación de enfermeras de la planta.
Regresó para dejarme en una silla de ruedas con la que me llevó al ascensor aún teniendo que llevar los soportes a mi lado.
— Ahora no soy yo quien te lo dice... te lo está diciendo tu propio cuerpo, ¿por qué no entiendes, Sol? —dijo aún fastidiada pero un notorio tono de preocupación.
— No tiene nada que ver... —murmuré.
Sólo suspiró molesta y nada más abrirse las puertas, fuimos a mi cuarto.
— Vamos, cámbiate la ropa —tomó mi pijama de una estantería y la dejó en la cama.
Pero no hice nada, simplemente me quedé con los antebrazos apoyados en la cama estando de pie y tratando de que calmara el dolor, pero respirar era contraproducente, sólo dolía más...
Ella se me acercó entonces acariciándome la cabeza viéndose algo tranquilizada, ya no... estaba que se la llevaban los demonios.
— Siéntate, te ayudo —dijo una vez me coloqué como dijo y ella empezó por quitarme los zapatos.
Al paso de unos minutos, ya tenía de vuelta mi pantalón negro y algo suelto con una camiseta igualmente amplia de color claro. Mi pantalón vaquero, camiseta negra, chaqueta y bufanda verde estaban ahora sobre una silla. Mi concentrador también lo dejó aislado para conectar la cánula al concentrador de la pared.
— Listo, ya estás —me volvió a acariciar la mejilla dejándome acostado en la camilla—. ¿No se te pasa?
Sólo negué con la cabeza empezando a sentir la desesperación de nuevo, no quería respirar pero eso era imposible, aún más en mi condición; por eso nada más responder, se me deslizaron varias lágrimas.
— ¿Es el del dolor de cabeza? —me preguntó aún con lástima y preocupación.
— Sí... —cerré los ojos llevándome la mano hacia la nariz como queriendo apretar la cánula.
Suspiró acariciándome mi costado lentamente.
— Voy a traerte una mascarilla y... voy a sugerirle a la doctora un shot; estás muy cansado, la morfina te va a calmar y vamos a intentar que te duermas desde ahora y a ver si despiertas hasta mañana, debes recuperarte.
— No creo que sea por eso —negué instintivamente tomándola de la mano.
— No, no te está doliendo por eso. Pero tuviste una cirugía importante hace una semana, has estado con drenajes, ejercicios... tuviste una infección; no has dormido casi. Desde que saliste de la UCI no has dormido bien, ahora ya te podemos poner morfina sin que te afecte, tu cuerpo está agotado... tú ya estás muy cansado y mañana puede que empiece la radioterapia, ya sabes que eso es...
— Es sentir que te desmayas las veinticuatro horas del día —la interrumpí asintiendo.
— Ya ves —asintió dándome la razón—. Vas a dormir también después de la radio, pero aprovecha ahora, ¿sí?
Asentí entonces quedándome sobre la cama absolutamente sin nada de fuerza. Me costó alzar la mano lo suficiente como para secarme los ojos y volverme a acomodar. Respiraba despacio y cada vez que inhalaba sentía como si el oxígeno avivara la hoguera que ardía dentro de mis dos pulmones, pero a la vez, ese oxígeno me hacía poder respirar y no sentir que estos se comprimieran.
Cuando me levanté no pude evitar sentir la imperiosa necesidad de salir a la nieve. Me cambié la ropa como si fuera a salir con mis amigos y, llevándome todo a lo que estoy conectado, fui a uno de los balcones. El barandal estaba lleno de nieve, también parte del suelo y la ciudad se veía increíble al estar cubierta por esa capa de nieve. No fui tan desprotegido: llevé abrigo y bufanda, pero también me di el gusto de sacar un café de la máquina. Esa máquina es ciertamente especial: mis padres han bebido de ella compulsivamente mientras esperan porque yo salga del quirófano en muchas ocasiones, Bai Long empezó a tomar café por esa máquina y yo igual. También, los días como hoy; cuando me siento incapaz de levantarme, esa máquina es mi meta, me propongo poder mejorarme lo suficiente como para poder ir mañana a por un café.
Pasé de sentirme normal en la mañana a ahora sentir cómo cada hueso de mi cuerpo me está doliendo, cómo arde el respirar...
Camelia volvió para colocarme una mascarilla de oxígeno y así recibirlo de una forma más cómoda que con la cánula. Pero salió para hablar con la doctora sobre lo de la morfina. Por ahora, el calmante empezaba a funcionar: mi brazo derecho se estaba adormeciendo incluso, también empezaba a tener náuseas. Por eso, pedí a Camelia que me acercara el muñeco de peluche que me trajo mi madre el día de la operación.
Ese oso panda lo he tenido desde siempre y ha sido mi compañero en el hospital, no sólo por el cariño que le tengo al peluche sino que también me calienta al abrazarlo y en esa misma postura suelo estar cómodo, no siento tanta presión en los pulmones y cuando tengo una herida de operación, esta queda arriba y mis brazos consiguen una postura que no tensa demasiado la zona. No sé si es por el calor que desprende, por lo suave que es o por la comodidad que siento, pero abrazar a ese panda hace que no tarde mucho en dormirme. Por eso, ahora pedí tenerlo.
Odio sentirme el niño con cáncer que siempre presentan. Pero es que ahora soy esa descripción sin error alguno, tal vez lo único que no cuadra es que tengo el cabello revuelto y despeinado, el estereotipo no incluye tener cabello. Pero por lo demás, encajo bien: estar en el hospital con la mascarilla de oxígeno, abrazando el peluche y casi envuelto por completo con las mantas.
Sonó un mensaje de mi teléfono. No tenía ganas de mirarlo, no me quería mover por cómo me empezaba a doler la cabeza pero tal vez era algo importante.
Bai-Bai: Ya vamos para allá, mamá se estaba acabando de bañar
Tú: Okay
Bai-Bai: ¿Estás bien?
Tú: Te diré...
Bai-Bai: Ya casi estamos, no te preocupes
Apagué el teléfono y lo dejé sobre las sábanas sin querer seguir mirando. Tal vez lo único que quería ver era la nieve que caía a través de la ventana. Aún así, me acurruqué volviendo a abrazar el oso y sintiendo de forma agradable el lado frío de la almohada.
No quiero empezar mañana la radioterapia, no quiero moverme más... en realidad sí, pero no en estas condiciones. Quiero salir a pasear en la nieve, jugar al fútbol... simplemente poder caminar tranquilamente en mi casa, pero es que estando así no quiero ni voltear la cabeza. Suspiré entonces empañando la mascarilla.
Debo pensar en... en que ahora debo dormirme, debo dormir para estar mejor en la noche y convencer a mi padre de que compre pizza y la traiga para cenar, y para mañana ir a la máquina y desayunar con un café extra. Así, dentro de unos días, cuando el cansancio de la radiación sea menor, pueda salir a dar una simple vuelta en la nieve. Debo pensar en que hay que seguir a pesar de todo.
Volví a suspirar causándome una tos obviamente indeseada la cual se detuvo al poco tiempo, por suerte. Pero en vez de concentrarme en la punzada de la cabeza al hacer fuerza como para toser, me fijé en cómo se empañaba la mascarilla más de lo normal.
Esa nubecilla que empañó el plástico me arrancó una débil risa.
— Ah... Sólo respira, ¿sabes? Respira...
Fin
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