03. Deuda




La camioneta de Dogo freno justo en la dirección que Eme nos envió por mensaje. No teníamos ni idea de porque nos pidió reunirnos ahí, pero no cuestionamos nada. Algo avergonzada, apenas leer el mensaje, le escribí a Dogo para preguntarle si podía llevarme al lugar, porque no tenía idea de cómo llegar. Por esa razón, actualmente me encontraba con Dogo y Camila.

— Mira al negro cabeza este, ya se compró un auto — se quejó Dogo apenas ver a Giovani parado al lado de un coche nuevo, de un color bastante llamativo.

— Déjalo que haga lo que quiera con la plata, ya fue — murmure, sacándome el cinturón de seguridad.

— Te juro que no me lo banco.

— No se te nota nada — Cami sonrió, sarcásticamente.

Me baje de la camioneta apenas la conversación entre los enamorados se volvió más personal, dirigiéndome a cierto chico.

— Mira vos, se nota que ya tenías en mente lo que ibas a hacer con la plata — detalle el auto a sus espaldas, asintiendo varias veces.

— ¿Y qué onda? ¿te gusta? 

— El auto parece un cable pelado y ese pijama que tenes un budín marmolado — se entrometió Dogo mientras bajaba de la camioneta, burlándose de la vestimenta del contrario. Giovani se rio —. ¿Te gusto el versito?

— Hermoso — miro a Camila —, poeta tu novio.

Contuve una risa y me centre en el tema importante.

— ¿Es acá? — gire a ver la casa.

— Si, marca acá — asintió Camila.

El portón negro de la casa se abrió repentinamente. Los cuatro nos miramos entre nosotros sin saber que hacer. 

 — ¿Entramos? — Cami preguntó en general y Giovani le hizo un gesto despreocupado antes de entrar primero —. Bueno, vamos.

 — Si, anda yendo, tengo que hablar con Malena — Diego habló, después de agarrarme la muñeca cuando quise seguirlos.

Camila simplemente asintió y se fue. Dogo me solto y dio dos pasos atras hasta apoyarse en su camioneta, me cruce de brazos y lo mire.

 — ¿Qué te pasa? — pregunté.

 — ¿A vos qué te pasa?

 — ¿A mi? nada — mentí.

 — Dale — sonrió suavemente, como hacia cada vez que se la mandaba —. Ya se que te hice enojar con todo lo de la plata y te dije pelotudeces — me acordé de sus comentarios malafortunados y miré al piso —. No te gusta que me invente excusas, ya se, pero posta estoy re cagado y mas nervioso que nunca. Perdóname, dale.

Respire hondo y lo mire. Desde hace meses Dogo y yo no éramos los mismos amigos que éramos antes, de mas chicos éramos como carne y uña. No sabia que nos paso, pero que de cierta manera esta situación horrible consiguiera acercarnos un poco de nuevo no me desagradaba. Diego era el único con quien, además del Chino, hablaba sobre mi papá sin tapujos, sin vergüenza. Quizás también era el único que me entendía por completo, porque aunque nuestras vidas eran diferentes, eran demasiado iguales.

Por eso, el último tiempo sin hablar diariamente con el Chino y Diego fue horrible. Ahora que el Chino volvió, esperaba que el Diego que yo conocía también.

 — Dale, vamos a entrar — le tendí la mano. Diego sonrió otra vez y aceptó, me apretó la mano fuerte a propósito, para molestarme. Los dos sabíamos que en silencio lo acababa de perdonar.

Al llegar a la puerta principal, Angie nos abrió, con la misma incertidumbre que nosotros.

— ¿Angie, de donde carajo salió esta casa? — cuestiono Dogo apenas verla.

— No tengo ni puta idea.

Nos adentramos y no pude evitar entreabrir los labios con sorpresa, la casa era hermosa. Solté a Dogo para recorrer la casa.

— Perro, alta casa — Gio se acercó a Eme —. ¿Qué onda, la compraste o la alquilaste?

— Arrancamos bárbaro, eh. Veo que empezaron a gastar la plata. El cabeza este llego con un auto nuevo — Dogo señalo a Gio, para después fijar su atención en Eme —, vos alquilaste esta casa.

— No, yo no alquile nada.

— ¿Entonces? ¿Qué hacemos acá? — deje de inspeccionar el lugar para concentrarme en la conversación.

— Los cite porque me fue a buscar la cana al instituto — explicó Eme y al toque todos se le acercaron, confundidos —. Me llevaron a la comisaria e hicimos una ronda de reconocimiento.

— ¿Pero no te reconocieron? — quiso saber Camila.

— No.

— ¡La puta madre! ¡Vieron! — gritó Diego.

— ¡Para, cálmate, ya está! — lo freno Yoni —. No la reconocieron, la largaron y ya esta. No pasa nada.

— Pero no seas ingenuo, ¿vos pensas que la cana va a hacer una ronda de reconocimiento por las dudas?

— La cana te larga, la cana te larga si no tenes nada — aclaró Zeta.

— Yo opino igual, si la dejaron ir no pasa nada — coincidió Angie.

— ¡Mira, una cosa había que hacer, no mover la guita para no levantar sospechas, y ni eso pueden hacer! — Dogo siguió gritando.

— Yo hoy a la mañana hable con el hospital de Boston para que mi viejo empiece el tratamiento — informó el Chino.

— Chino, anda haciéndote la idea de que capaz tengas que ir para atrás con el tema del tratamiento — advirtió Dogo.

Alce la vista automáticamente.

¿Qué tenia Diego en la cabeza? Estábamos hablando del padre del Chino, el cual necesitaba ese tratamiento lo más pronto posible. No entendía como podía hablar de ese tema como si se tratara sobre un juguete que se compro por capricho, este era un problema grave.

— No ni en pedo — el Chino respondió lo mas coherente.

Dogo volvió a gritar, esta vez logrando ponerme nerviosa.

— Ya estamos con los gritos — pedí —. Lo del tratamiento es un tema sensible, Dogo.

— ¿Preferís que nos agarren por usar la guita así nomas? — espetó.

— Bueno, loco, aguanta. Baja el tono un toque — Giovani se acercó unos cuantos pasos —. ¿Qué pasa con vos? Ayer eras el más picante del condado y ahora tenes todo el pañal lleno de caca, pedazo de gil.

Dogo soltó una carcajada antes de tirarse encima de Giovani, buscando golpearlo. El resto los separo al toque.

— ¡Córtala con la violencia! — el Chino le exigió a Dogo.

— Y vos deja de provocarlo — empujé a Giovani por los hombros, obligándolo a dejar de mirar a Dogo. 

El chico intentó hablar, pero el llanto de Eme lo interrumpió. Rápidamente me acerque a la chica, al igual que Angie y Cami. Intentamos consolarla, al menos hasta que un desconocido entro a la casa, sorprendiéndonos a todos.

Retrocedí varios pasos a causa de la desconfianza que aquel hombre me generaba.

— Buenas — se sacó los lentes de sol y los guardó en un bolsillo de su campera de cuero.

— ¿Y este tipo quién es? — el Chino preguntó lo que todos teníamos en mente.

— Abel Guzmán soy. Es un gusto conocerlos a todos — dirigió su mirada a Eme, esta vez sacándose unos guantes de cuero —. ¿No les contaste?

— ¿Qué nos tenes que contar? — Zeta se acercó a nuestra amiga.

— Vos sos Grenón Cardone, ¿no? — el hombre se acercó a Zeta. Después se dirigió a Dogo, golpeándole el hombro —, vos sos Kavanagh, el hijo del perro — dejo de prestarle atención para centrarse en Camila —, vos sos Forte —. Nos observó a todos detenidamente hasta reparar en Angie y yo —, Paz y Lombardo, las hijas de los borrachitos —. Siguió por Giovani —, vos no sos nadie —. Señaló a Yoni y Eme —, Córdoba uno y Córdoba dos, los hijos del comisario. ¿Dije bien?

Finalmente se alejó, permitiéndome tomar una gran bocanada de aire. ¿Por qué nos conocía tan bien a todos?

— ¿Y vos quien mierda sos? — Dogo no tardó en preguntar.

— Él es el tipo que intento abusar de mi — reveló Eme.

La puta madre. Entonces era el dueño de la casa a la que nos metimos.

— No, no. Yo no lo pondría en esos términos, a vos no te paso absolutamente nada y ustedes me reventaron la casa y me robaron ochenta mil dólares. Ese es el cuadro de situación — soltó una risa que solo consiguió generarme asco —. Igual reconozco que estuvieron bien, sobre todo el pene que me pintaron en la pared. Me causo mucha gracia — Giovani sonrió y automáticamente todos giramos a verlo, por lo que el chico volvió a ponerse serio —. Lo que sí es una lástima, es que se hayan metido en la casa equivocada, porque a partir de ahora, ustedes van a trabajar para mí. Mejor dicho, a partir de ahora, ustedes son míos.

Sentí mis piernas temblar y decidí sentarme mientras Guzmán explicaba lo que quería que hiciéramos. Cada palabra me parecía más irreal que la anterior, ¿con quién nos habíamos metido? Ese tipo estaba mal de la cabeza, y todavía no descifraba si era un sicario, un mafioso, o un chorro. Seguramente era todas esas cosas juntas y ahora nos estaba obligando a trabajar para él.

— No, flaco, vos estas totalmente limado — el Chino fue el primero en interferir —. Nosotros no vamos a reventar ninguna casa para vos.

— A ver, que quede claro, yo a ustedes no los conocía. Ustedes empezaron esto, no yo.

— Vos quisiste abusar de Eme — Camila encaró al mayor.

— No, yo no le hice absolutamente nada — se excusó —. Hasta quise sacar a mis amigos. ¿Fue así o no, Eme? — apretó el hombro de la chica, obligándola a responder. Eme se mantuvo callada —. ¿Fue así o no? — Dogo avanzó rápidamente, con intención de alejarlo de la chica, pero Guzmán se llevó una mano a la cintura y le mostro un arma, haciéndolo retroceder asustado —. ¿Qué pasa, perrito? Tranquilo, tranquilos. Todos cometemos errores, todos metemos la pata alguna vez. De hecho los tengo en una cámara grabados, donde se les ve muy bien las caritas, que todavía no le di a la policía. Entonces, llego la hora de saldar deudas.

Habían más cámaras, ¿cómo no nos dimos cuenta? Somos unos pelotudos. Ahora este tipo nos tenia re agarrados.

— Guzmán, nosotros tenemos la guita, eh — lo detuvo el Chino —. Te la devolvemos en este mismo instante, ¿o no?

— No, vos le vas a pagar la internación a tu papá, porque para eso me robaste — lo señaló —. Les pido por favor que no se enojen con Eme por haberme contado quienes son, porque ella es la más perjudicada de todos acá ¿o no, Eme?

— Perdón, chicos — murmuró la chica, afligida.

— Tranquila, no pasa nada — la calmó Zeta.

Asentí y alargue una mano para sostener la de Eme, ambas temblando.

— Eh, yo la plata ya me la gaste, loco — Giovani levantó la mano, como si pidiera permiso para hablar en el jardín —. Así que..

— Me decís "Loco" de vuelta y te arranco la piel de la cara — Guzmán le espetó, con la bronca impregnada en sus facciones.

— Disculpe, señor — murmuró. Giovani estaba a mis espaldas, por lo que no podía verlo, pero su tono de voz delato que se comió alto susto.

— Bien. Igual me gusta esa actitud — Guzmán suspiro, acomodándose la campera de cuero y volviendo a ocultar el arma debajo de ella —. Cuando se pongan de acuerdo les voy a pasar las coordenadas para que revienten una casa en el barrio Los Aromos, así me pagan lo que es mío, que no es solamente la plata, sino también todo el disgusto que me hicieron pasar. Y después cada uno para su casa, sino ya saben cómo termina esto.

Volvió a mostrarnos el arma para reafirmar su amenaza y sentí un escalofrío recorrerme entera. Nos dio una mirada a todos, hasta detenerse en Zeta, el cual alzó la cabeza con temor.

>> Ayer conocí a tu mama, es una hermosa mujer, dice que está muy segura de resolver el caso. Lo único que tengo que hacer es mostrarle la camarita para que vea lo que hizo su hijito querido — sonrió cínicamente y nos señaló —, vos te vas a encargar de convencerlos, ¿estamos? — por fin se alejó, solo para acercarse a Eme —. Cuando se pongan de acuerdo, vos me llamas. Sos la única que puede comunicarse conmigo, nadie más — camino en dirección a la puerta y señaló los alrededores —. Mientras tanto, disfruten la casa.

Tan pronto se fue, nos vimos capaces de destensar nuestros cuerpos y desquitarnos.

— ¡Es un loco de mierda! — gritó Zeta —. ¡Es una locura lo que nos está pidiendo!

— ¡Nos tiene hasta los huevos! ¿no se dan cuenta que este tipo es pesado de verdad? — Dogo le devolvió el grito.

— ¿No eras vos el que tiene un viejo que nos saca en veinticuatro horas, loco? ¿Cómo es? — se quejó Giovani.

— Ahora, vos también sos boluda, ¿no podes dar otros nombres? — Dogo culpó a Eme y Angie no tardo en arrastrarlo al patio.

Los gritos prosiguieron, nublándome los pensamientos, lo único que fui capaz de hacer fue levantarme y encerrarme en uno de los cuartos.

¿Teníamos mucho que pensar? No.

Afanar una casa, me parecía una locura. Pero, si no hacíamos lo que nos pedía, ese tipo nos iba a mandar en cana, o nos iba a matar. Una de dos. No habían chances de que nos dejara en paz, así que solamente teníamos una opción, y era hacerle caso en todo lo que nos dijera.

¿Cómo algo que empezó como una joda pudo terminar así? Ahora estábamos amenazados, con una pistola apuntándonos directamente a la cabeza.

Cuando volví a salir del cuarto, esta vez con mis pensamientos en orden, los chicos se encontraban reunidos en la cocina.

— No se que van a decidir ustedes, pero yo estoy adentro y ustedes también deberían — declaré, sin dudar.

— Es difícil, Male — murmuró el Chino.

— Ya sé — asentí —. Pero, ¿preferís ir preso? ¿O que te maten? Este tipo no nos está dando opciones, tenemos que hacer lo que nos dice o nos va a cagar la vida.

Saqué mi celular y mire la hora, ya iba a ser momento del almuerzo y mi papá hoy trabajaba turno mañana en la comisaría, así que tenía que ir a cocinarle.

— ¿Pasó algo? — me preguntó Angie.

— No, pero me tengo que ir — anuncie, moviéndome en dirección a la puerta —. Si llama Guzmán, díganle que yo lo voy a hacer y después me avisan si ustedes también.

 — ¿Queres que te lleve? — se ofreció Dogo.

 — No, tranqui. Nos vemos después. 

Apenas cruce la salida, el aire fresco me pego en la cara con fuerza y no pude hacer nada más que respirar hondo, disfrutando de esos segundos de tranquilidad.

Di varios pasos hasta llegar al portón que separaba la casa de la calle y espere a que se abriera. Cuando lo hizo, salí sin dudarlo, encontrándome completamente con la vida cotidiana.



Por la tarde, el grupo se volvió a reunir en el local de tatuajes del Chino, debido a un mensaje de Eme en el que informaba que Zeta se había arrepentido del robo y que no planeaba hacerlo. Esto nos alteró a todos, porque para hacer lo que Guzmán nos pedía, teníamos que estar todos de acuerdo.

— Vas, venís — espetó Dogo en dirección a Zeta —. Dale, decidite, loco.

— ¿Vas, venís? Nunca dije que me bajaba — se quejó Zeta.

Sintiéndome más tranquila al saber que todos continuábamos en el plan, me deje caer sobre una silla.

— Bueno, perdón. Entendí mal yo — se entrometió Eme —. Pasa que Zeta tardo en contestar y no sé... 

— ¿Y cómo sabemos que no te vas a cagar en el medio del quilombo? — preguntó Yoni, mirando fijamente a Zeta.

— ¿Y cómo sé que vos no te vas a cagar y vas a ir corriendo a avisarle a tu papito?

— Porque yo me la banco.

— Bueno, ojo que confianzudo y cagón es igual de peligroso, eh — opinó el Chino, el cual se mantenía parado a un lado de Zeta.

— A ver cómo es ese dicho, ¿confianzudo y qué? — alzo la voz, Dogo.

— Solo digo que no hay que presionar a nadie. El que quiere se sube, el que no, no.

— ¿Y para vos quien se debería subir? Camila seguro que no — supuso y el contrario asintió —. ¿Se puede saber porqué no?

Puse los ojos en blanco. Todos en el grupo conocíamos la tensión en ese triangulo amoroso, por lo que ya ni siquiera interveníamos.

— Si, porque ella desde el principio que no quiere saber nada. Por eso.

— Bueno, yo estoy adentro — Camila detuvo la disputa entre ambos chicos —. Y cualquier cosa, yo hablo por mí. Gracias.

— Ves, esta adentro. ¿O que te da culpa porque te dio su parte de la plata? — inquirió Dogo y debido a la expresión del Chino, pareció dar en el clavo.

Volví a pararme y me acerque a los chicos.

— A ver si la cortan. Dogo, yo también le di mi parte de la plata al Chino, así que deja de hacerte la cabeza — pedí, casi rogando.

— ¿Vos también? — abrió mas los ojos —. No, que me diga que carajo le pasa. Porque lo razonable es que estemos todos juntos en esto — Dogo siguió insistiendo. Y no me pareció una idea totalmente errada.

— Loco, porque si tienen bondi entre ustedes no van y lo arreglan en otro lado que acá vinimos a otra cosa, hermano — Giovani habló con un tono que demostraba aburrimiento. Lo mismo que sentíamos todos frente a la discusión del Chino y Dogo.

Los dos chicos compartieron una mirada, como si quisieran matarse simplemente con eso.

— ¿Ya está? — quise saber, cruzándome de brazos. Asintieron, rendidos como dos nenes. Gire a ver a Zeta —. Vamos a aclarar las cosas ¿al final, estas o no estás?

— Si, yo estoy. Pero si Guzmán viene con otra propuesta, no la pienso hacer. Me voy a correr, eh  — aclaró.

A ninguno pareció molestarle aquella decisión. Así que dimos ese tema por terminado.

— Bueno, ¿entonces le escribo y le digo que estamos todos? — Eme preguntó y todos aceptamos. Le mandó un mensaje a Guzmán y todos esperamos impacientemente una respuesta —. Esta contestando.

— Se viene un re laburo, perro. Así nomás te digo — festejó Giovani y me fue imposible no suspirar con fastidio.

Guzmán contestó y nos dio la dirección a la que teníamos que ir. Ya teniendo esa información, tratamos de organizar un buen plan, pero se volvió algo difícil de comprender.

— No entendí. ¿Quién hace qué? — quiso saber Eme, desorientada.

— Vos, Yoni y Malena se quedan en la casa por si todo se complica — le explicó Angie.

— Pero, ¿yo no iba a estar con vos y Camila haciendo campana? — fruncí el ceño, sin entender porque ahora me dejaban afuera.

— Cambio de planes — zanjó, Dogo —. Solamente Camila y Angie se van a quedar haciendo campana mientras los demás entramos a la casa del country.

— ¿Y quién decide eso?

— Todos, Malena. Quédate en el molde y listo.

Pero la puta...

— Joya, listo. Hagan lo que quieran — levanté mis dos dedos pulgares.

Mientras todos entraban a esa casa y se ponían en peligro, yo me tenía que quedar sentada esperando que todo saliera bien. Básicamente me sacaron del plan inicial, al igual que a los hermanos Córdoba. Por eso mi cara de orto.

— Pensar que yo todo este tiempo me alucinaba que íbamos a tener que robar maxikioscos, meter caño en supermercados chinos. Re groso el chabón, eh — Giovani volvió a hablar, pero esta vez Dogo no lo soporto más y salió del local. En otra circunstancia me habría reído —. Lo que sí, deberíamos usar todos mascaras iguales.

— ¿Qué decís? — gritó Zeta, perdiendo toda paciencia —. ¿Qué es como una película?

— Capaz tiene razón, si alguien los ve o algo de eso... — razonó, Angie.

Asentí, era lo más sensato.

Al siguiente minuto, el grupo se dispersó. Todos necesitábamos pensar un poco. Por mi parte, me apoye contra la barra y deje que mi mirada vagara, tratando de distraerme. Giovani me imito y se paró al lado mío.

— ¿En qué pensas tanto?

— En que la vamos a pudrir feo — contesté sin mirarlo.

— No tiremos la mala. Capaz que sale bien y nos sacamos al tipo de encima, que sabes — contradijo, muy convencido.

— Nos tiene re agarrados — finalmente, gire mi cuerpo y lo mire —. ¿Te pensas que nos va a dejar tranquilos así nomás? Ni a palo.

— Yo no tengo nada que perder, así que si ganamos algo de guita para mi mejor — sonrió desganado.

Casi siento lastima por él, pero al toque me di cuenta que yo estaba igual. Y eso me pego como una patada en el estómago. ¿Qué podía perder? ¿una familia? ¿un hogar? No, yo no tenía eso. Las únicas personas importantes en mi vida se encontraban metidas en el mismo bardo que yo, mis amigos. Así que no, no tenía nada que perder.

Me mantuve callada, y Giovani pareció entender perfectamente el porqué, ya que no insistió con el tema.

Angie y Dogo entraron nuevamente al local, captando la atención del resto del grupo. La chica puso en discusión que el chico liderara el robo de esa noche. A todos nos pareció raro, pero terminamos aceptando por cansancio. 

— Loco, si alguno está a pata, yo vine en el maleducado. Los llevo — Giovani hizo movimientos, simulando que manejaba.

— Yo — levanté la mano —, si no te jode.

Tenía que llegar rápido a mi casa, para asegurarme de que mi papa no faltara al grupo de rehabilitación.

— Vamos — el chico me hizo una seña. 

Nos despedimos del resto y no tardamos en subirnos a su auto. Le indiqué que quería ir a mi casa y como el ya conocía la dirección, arrancó sin preguntar nada.

Disimuladamente fije mi vista en él, mientras manejaba distraído. Desde que lo conocí, nunca había destacado lo atractivo que era y ahora me parecía imposible ignorarlo. Mis ojos descendieron a sus brazos, inspeccionando detenidamente sus tatuajes, y pronto volvieron a ascender hasta su rostro. Giovani pareció sentir mi mirada sobre él, ya que giro para verme por unos segundos, antes de volver a concentrarse en la calle. En mi mente quedaron registradas sus facciones, las cuales aparentaban dureza, pero en cuanto sonreía y sus ojos adquirían aquel peculiar brillo, desbordaban dulzura.

Sacudí la cabeza y salí del embobamiento, dándome cuenta de que parecía una desquiciada mirándolo así.

Intente distraerme a mí misma al sacar un tema de conversación:

— ¿Estas nervioso? — pregunté y Giovani no entendió a que me refería —. Por el robo.

— No — hablo sin rodeos, pero rápidamente se arrepintió y lo pensó un poco más —. No sé.

— Yo estoy re nerviosa y eso que no voy a participar — suspiré con fastidio.

— Mira, no sé qué te jode — habló en un tono tranquilo, pero que resaltaba su confusión —. Mejor que no vayas, es peligroso, loca.

El auto frenó justo enfrente de mi casa. 

— No me parece que todos vayan a poner el pecho menos Yoni, Eme y yo. No da — enfrente a Giovani, aprovechando que ya habíamos llegado.

— Na, ustedes van a estar ahí por si se complican las cosas — intentó explicar —. Si llega a salir algo mal, ustedes van a hacer más que nosotros.

— Tampoco me reconforta mucho la verdad — me mordí el labio inferior con fuerza, sintiéndome nerviosa.

Giovani me sorprendió llevando una mano a mi hombro.

— No te pongas así, no va a pasar nada — sonrió mínimamente.

— Si vos decís — alce un hombro, con dudas. Note como tuvo la intención de seguir hablando, pero en ese momento no necesitaba palabras vacías, así que lo interrumpí rápidamente —. Me tengo que ir, gracias por traerme. Nos vemos a la noche.

Forcé una sonrisa y antes de que pudiera replicar, me baje del auto. 

Entre a mi casa sin tardar, casi tropezando con el escalón de la entrada y apurando el paso en busca de mi papá. Descubriendo que la casa estaba vacía.

Saqué el celular y le mandé un mensaje preguntándole en donde estaba. En unos cuantos minutos la respuesta llego en forma de un audio, en donde se escuchaba su voz como la principal y de fondo muchas más, entre ellas reconocí la de Juan Paz, quien era el padre de Angie y a la vez quien dirigía el grupo de rehabilitación.

Solo entonces pude respirar tranquila.

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