Capítulo 3-Millones de razones


Todos queremos enamorarnos, pero en realidad de lo que nos enamoramos algunas personas es de la idea fantástica de una historia de amor.

Una ilusión donde hay un feliz para siempre esperándote al final del arco iris, pero el verdadero final, en realidad viene después de ese ciclo de tu vida en que tocas con la yema de tus dedos la eternidad de un buen final feliz; sucede después de que has superado los por menores. 

Se puede decir que soy uno de los pocos sobrevivientes a esas ilusiones porque la mayoría solo es feliz al momento, la minoría es la que goza esa miel eterna en la que pocos somos amparados.

Mi azul y yo, fuimos unos de los afortunados. Su perseverancia y mi amor por ella llevó nuestra relación de manera dulce, algo que siempre me mantuvo prendado a su alma. En la mañana cada uno se iba a trabajar y al finalizar la tarde cenábamos en el balcón de nuestra pequeña «caja de fósforos.»

No fuimos infelices, tal vez sí hubo ratos en los que la situación nos ahorcaba al llegar el final de mes, pero
...
¿Qué es la felicidad después de todo si no aceptamos los golpes que vienen con ella?

Disfrutamos como nunca de cada cosa que se nos presentaba porque nunca tuvimos miedo a caer individualmente, el otro siempre estaba ahí intentando ver el lado intermedio de ambos lugares, intentando exitosamente mantener la llama viva que tiene ese toque de deseo, pasión, amor y confianza.

Nunca anhelé tanto como hoy el volver a pelear por tonterías con mi mujer…

Ella era de las que te decía las cosas de frente y sin tapujos. Si estabas equivocado, de acá hasta la Colonia Tovar*, ella te confrontaba hasta que dejaras de porfiarla. Yo siempre trataba de sacarla de sus casillas solo para ver sus mejillas encenderse de cólera.

Fui su enemigo y a la vez su aliado.

Vivimos desde el minuto uno en una continua tregua de amor, amistad, verdad… Y es que cuando prometes frente al altar ayudar siempre a tu pareja no importa si estás enojado. No importa si te estás derrumbando o si te vale una mierda lo que el otro piense de ti, igual vas a sentarte a un costado de tu ser amado para extender tu mano y sentir su corazón palpitando fuerte.
Tal vez sea por ti, por los dos o por tu pareja, pero igual estarás ahí siendo su roca. Luchando contra las adversidades que ambos se propusieron  batallar. Sin embargo, hay cosas que tiran de ti incluso más fuerte de lo que el amor lo hace, hay muros que no son capaces de ser destruidos ni por la grúa más grande del planeta. Se los aseguro.

Azul enfermó cuando nuestra pequeña Lila apenas cumplía un añito de edad. Nuestra nena hermosa había sido una constante alegre desde el momento en que emitió el primer llanto.

Igual de preciosa que su madre e igual de refunfuñona que su padre, recuerdo las miles de veces que recostaba su cabecita llena de rizos castaños sobre el pecho de su mami después de haberse tomado dos teteros completos en el poco tiempo que estuvieron juntas; es ahí donde aprovechaba a escribirle poemas. Poemas para mis dos luceros.

Esa tarde de sábado a las cinco de la tarde durmieron su siesta normal. Azul aún estaba de permiso en el trabajo así que podía darse ese lujo, decidí dejarlas dormir e ir a la farmacia por algunas cosas para Lila, de paso pasé por la panadería por el dulce favorito de mi esposa.

Las responsabilidades paternales no nos habían dado mucho rato para estar juntos, aquella noche debió ser nuestra, pero el mundo tenía ideas distintas.

Para cuando volví a la casa con las cosas en la mano escuché el llanto poderoso de mi dulce niña, para ponerle una cereza al pastel Azul estaba extendida en el suelo a un lado de nuestra biblioteca con la nariz sangrando.

Las cosas que llevaba en mis manos derraparon con suavidad contra el suelo, pero a mis oídos llegó como si un cristal se hubiese quebrado en pedazos, un golpe estrepitoso que me llevó directo al infierno. Traté de mantener la calma para apaciguar a Lila que no dejó de llorar nunca hasta auparla en mis brazos, reaccioné lo más rápido que mis manos torpes me lo permitieron y llamé a una ambulancia.

Aquella vez no supe si estar enojado o asustado.

¿Cómo mi bella y terca Azul pudo haberse desmayado tan descomunalmente?

¿Desde cuándo me ocultaba ese tipo de cosas?

Quise obtener respuestas mientras estuve parado frente a su habitación, pero la única persona capaz de dármelas se estaba muriendo. O eso fue lo que escuché en ese momento por una enfermera, la miré como si obstruyese mi visión.

¿Quién era ella para decirme de aquella forma que mi compañera de vida dejaría de existir de la noche a la mañana?

Así que lo siguiente que hice fue verla con desprecio y le gruñí entre dientes que cuando pudiese entrar a ver a mi esposa, me hablara.

Ahora puedo ser capaz de reírme irónicamente de aquella reacción. No es una noticia normal, ciertamente Azul pudo haber muerto ese sábado a las seis de la tarde dejándome con una pequeña de doce meses.

¿Qué tan loco suena eso para un matrimonio joven de entre veinticuatro y veintiséis años?

Mucho la verdad.

No obstante ese hombre atormentado que fui solo se sentó en la sala de espera anclado al olor de bebé que desprendía su bebita. Ella fue lo único real en toda esa odisea que presencié aquel día.
No saben la magia que una nena como mi Lila tiene, con solo juntar sus diminutas manitas rosadas cerca de mi barba me hacía el padre más feliz del mundo. Con tan solo cerrar los ojos puedo pensar en cuanto aguardé esa tarde por buenas noticias, solo quería verla y saber que volveríamos a nuestra rutina normal; que equivocado estuve porque nada de eso sucedió.

Cuando mi reloj marcó las nueve y media de la noche una señora con bata blanca y anteojos negros se posicionó a un costado de los dos, de mi hija y yo, con una hipócrita sonrisa en su rostro blanquecino como si nada hubiese pasado. 

Arrugué las cejas casi hasta el punto de juntarlas con el inicio de mis pestañas. Todos aquellos que se me acercaron eran unos completos intrusos.

—Señor, Medina. Su esposa lo espera adentro. Está ansiosa por verlos —dijo muy alegre para mi gusto. Moví la cabeza en señal de asentimiento y la dejé ahí sola alejándola de mi niña.

Mis manos sudaban y traté de no derrumbarme en pedazos justo al verla, cosa que fue casi imposible.

¿Cómo logras mantenerte en pie cuando observas una parte fundamental de tu espíritu desfallecer ante tus ojos?

Ella estaba ahí tendida y débil en esa insulsa cama, conectada a aparatos fuera de órbita, aparatos que opacaban todo su brillo celestial, que opacaban ese azul intenso que resplandecía para mi cada mañana al despertar.

—Ahí están… —Habló con tono ronco obsequiándonos su habitual sonrisa.

—Ahí estás tú —murmuré débil por primera vez. No tuve fuerzas para darle ánimos, para ser positivo por los tres.

Algo empezó a desencadenar en mi lo que llaman la fase de rabia, cargué esa rabia por lo que pareció mucho tiempo y mis dos estrellas lo sintieron. Lila me miraba en su inocencia totalmente extrañada así que antes de que la pesadez de mi cuerpo me fallara, la coloqué entre varias almohadas en una camilla cerca de la de su madre.

—Sé lo que estás pensando —dijo ella a mis espaldas. Yo me quedé así como un cobarde que le teme al agua.
—¿Ah, sí?

—Por favor no te alteres, Jon. Sé que no es la forma en la que esperabas enterarte de esto, pero yo creí…

—Ese es el problema, Azul —la interrumpí recuperando la voz y hablándole muy sarcástico—. Que creías poder llevar todo el peso tu sola, te olvidaste de que hay otras dos personas que anhelan tu presencia.

—No lo hice, mi cielo. Claro que no —la escuché sollozar, pero la fuerza con la que cerré mis ojos no me permitía voltearme para resguardarla en mis brazos de todo lo malo.

Ya no más.

—¿Cuándo pensabas decirme que… ¡Oh, mierda! —exclamé sin poder sacarlo de mi sistema.

Contarlo es tan fuerte como vivirlo porque el recuerdo del horrible dolor que me desgarró al sentir sus débiles brazos abrazarme nunca se ira de mi mente.

—No temas, mi Jon —me habló muy bajito sosteniendo mi espalda—. ¿Recuerdas lo que nos dijo el cura? 

No tenía ni que pensarlo para decirlo en voz alta.

— «Siempre juntos, incluso cuando la oscuridad venga por ustedes.»

—Exacto. Estaremos bien, yo sé que sí.

Solo que no ella no lo estaba, no más...

💙💙💙💙
Varios días después...

Dicen que al que madruga Dios lo ayuda. Yo en aquella época me levantaba antes de que el alba resplandeciese en mi cara, bañaba a Lila y le daba de comer para irnos a ver a su madre hasta que acabara la hora de visita.

Escuché cada cosa que los médicos tenían para decir sobre el caso de Azul, pero al ver lo tranquila que ella estaba y que no opinaba nada al respecto, me indicó que ella no lucharía. A pesar de que había un millón de razones para que lo hiciera.

Ella no lucharía para que los pocos latidos de su corazón siguieran a nuestro lado.

Una semana después de aquel susto tremendo dejé a nuestra pequeña a cargo de las enfermeras que cuidaban a Azul.

Mi parte necia y testaruda hizo lo que nadie nunca haría por el ser amado, rebajarse ante personas tan crueles como los padres de mi esposa.

Recuerdo haber llamado a su hermana para saber si sus padres se hallaban en la capital del país o por el contrario estaban en la casa vacacional que una vez al año Azul visitaba. Así que la casa de playa se impuso por encima de mí como si me demostrara lo equivocado que estaba al siquiera pisar la garba recién cortada de su jardín, pero no me amilané ante el hecho y toqué el timbre de la puerta, a la espera de que ellos se apiadaran de su hija.

Sus caras solo demostraron frialdad pura y sus palabras solo me demostraron la maldad que hay en el mundo.

«Nosotros no tenemos ninguna hija»

Como muchas otras veces en mi vida me cerraron la puerta en la cara.

Cosa que me afectó en gran medida, mi cuerpo decayó en medio del pórtico de su casa de playa. Lagrimas gruesas se derramaron en el suelo pintando el asfalto, sentí que llorar solo, era mejor que llorar delante de ella y hacerla sentir peor. Lloré todo lo que pude, grité intentando desahogarme, no quería pagarla con nadie, luego me calmé y me levanté para seguir adelante.

Al volver con mi familia las dos se encontraban dormidas, pero yo ya no podía dormir con tranquilidad. El amor se me iba de las manos en menos tiempo del que tenía planeado.

—La angustia es lo último que debes sentir —me dijo la doctora que atendía a mi Azul.

Ladeé la cabeza en busca de un sentido a sus palabras, la miré con rabia, ella no tenía ni la más mínima idea de lo que yo sentía.

—No sabe de lo que habla.

—Oh, claro que lo sé, señor Medina. Azul es colaboradora de este hospital desde antes de que ustedes se conocieran, todos en los pasillos conocen su difícil situación, debería saber más que nadie que lo que ella hace es darle más tiempo a usted, más tiempo para que lo asimile.

—Yo sé que su corazón resistirá —insistí ignorando lo que decía.

—Es como si escuchase las mismas palabras de la adolescente con cabello celeste que me visitó la primera vez.

—¿Desde cuándo está enferma?

—Desde hace mucho tiempo, pero piensa que nunca lo estuvo. Imagínala como un ángel que llegó a este mundo para regar su alegría. Ella es como los ángeles, siempre te dan la mano hasta que saben que estás listo para ir solo.

—Es extraño que una doctora me diga esa clase de cosas.

—Solo le repito las palabras que Azul le hubiese dicho si no estuviera tan convencida de que usted está listo para irse solo. Los seres humanos nunca estamos listos para nada, siempre lucharemos para llegar al final, pero el final no llega porque hay más cosas que superar.

—Ella no lo superará, ¿Cierto? —Pregunté con los ojos irritados por esas lágrimas que mi alma deseaba sacar.

—Es insuficiencia cardíaca. Su corazón ya no bombea sangre como debería hacerlo un corazón normal, lo cual evita que sus órganos funcionen fácilmente. Esta es su tercera recaída, pero no hubiese habido ninguna si un donador existiese.

—¡Yo puedo ser ese donador! —exclamé levantándome de mi asiento, pero ella negó.

—El tipo de sangre que necesita el organismo de Azul no es compatible con ningún otro cuerpo, es tan extraño que ni siquiera Lila, su hija, podría donarle sangre.

—Tiene que haber algo, doctora.

—Jon. —Nos interrumpió la voz de Azul. La doctora me sonrió como venían haciendo todos en el hospital y se retiró en silencio—, creí que habías ido a casa —habló adormecida.

—Yo… fui en busca de ayuda, pero veo que es imposible eso —le contesté sentándome a su lado.

Al tocar su mejilla estaba fría como un tempano, el color café en sus ojos era inexistente, pero de todos modos ella acercó su mano a la mía y la entrelazó con cuidado de no darme escalofríos.

—Te dije una vez que te arrepentirías, muchachote.

Una risa emergió de mi interior, solo ella me podía hacer reír en los momentos más difíciles.

—¿Por qué irse si hay mil razones para quedarte? —Quise saber acercándome hasta sus labios que aun clamaban por ser besados por los míos. Su mano no se detuvo en las mías y fue reseñando un camino hasta mis rizos castaños, acariciándolos con esa ternura única de ella.

—Mi sueño ya se cumplió, Jon. —Empezó a decir con ese clásico tono de certeza que solo podía desprender de su personalidad—. ¿Recuerdas la promesa que le hice a la virgencita?, ya la cumplí. Fui feliz por todo el tiempo que pude y nada de eso lo cambiaria, pero a pesar de que hay miles de razones para quedarme y créeme que la más importante son ustedes dos, ya viví todo lo que debía.

—Pero yo te quiero aquí a mi lado, ella debería entender que te necesitamos.

—No. No, mi cielo —murmuró sonriéndome llorosa—. Ella sabe que no me necesitan, sabe que tú cuidarás siempre de Lila y yo sé que la amarás con todo tu corazón. Porque eso haces tú, mi Jon… Amas a las personas indicadas para toda la vida sin importar que sean malas contigo, es por eso que me enamoré de ti.

—Te amaré para toda la vida.

—Así es. Ahora dame un beso y vámonos de aquí —me ordenó, pero yo estaba confundido.

—¿A dónde iremos?

—A la playa.


💙💙💙💙💙💙💙


El cielo estaba igual de claro que el día en que nos conocimos, tal vez no era la misma playa, pero servía de escenario para nosotros.

Lila jugaba en la arena divertida, Azul descansaba con los ojos cerrados sobre el chinchorro* que había amarrado una hora antes.
—Tengo el leve presentimiento de que va a caer un palo de agua* —me dijo señalando la nube que de repente se asomaba por sobre el agua cristalina de la playa.

—Ya no importa mucho si llueve o no, señora Medina —le dije besando la punta de su nariz—. Ven, vamos al agua con nuestra pequeña.

—No pudiste tomar una mejor decisión —aceptó parándose con delicadeza.

La cálida arena se colaba entre mis dedos de manera escurridiza recordándome que aun estábamos vivos, al igual que el agua que nos cubría como si Dios desde el cielo bendecía la escena; una familia feliz  que disfrutaba de la sencillez de la naturaleza.

Una última foto, un último beso y una última risa...Eso solía decir mi madre antes de terminar cada viaje con papá, siempre nos íbamos el viernes al amanecer y llegábamos justo al anochecer para ver la luna reflejarse sobre el mar.

Azul no pudo seguir su viaje conmigo a su lado, pero les puedo asegurar algo: que me amó hasta el último respiro. Esa mujer dio cada minuto de su hermosa vida por mí y nunca podré terminar de agradecerle a sus padres por lo sensacional que fue que la trajeran a este mundo, pero si puedo hacer una cosa… escribirles esto para recordarles lo increíble que fue su hija.

Tal vez llegue a sus manos y ni se tomen el tiempo de ver la portada o tal vez si lo hagan y vean lo que hay en su interior, ella lo hubiese querido de esa forma. No los culpo por nada de lo que pasó, más bien hago hincapié en lo siguiente:

¿Recuerdan la primera vez que vieron a Azul?

¿La primera vez que sonrieron de dicha por la bendición de tenerla como su hija?

¿Recuerdan el primer instante en que miraron a sus profundos ojos y cayeron en un dulce y agonizante espiral de amor?

Yo sí.

¿Y ustedes?

Venezuela-Margarita “2015”

-Jon Medina.

Fin

💙💙💙💙💙💙

Y es así como termina esta linda historia. La verdad es que me tomé el tiempo de leer otra vez todo el final y tuve las mismas sensaciones que hace cuatro años cuando la escribí. Jon y Azul tienen ese ángel que no muchas parejas tienen y por 3so conté su historia o bueno, él lo hizo. Está historia va dedicada a todas aquellas parejas que aman con el miedo de saber que algún día el amor de sus vidas y la razón de ser se les irá en el momento menos esperado, haciéndoles recordar que la vida es solo un ratito.

espero sus comentarios con muchas ansias maferianos, que tengan buena tarde 😊

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