Capítulo 2-Aleluya

Tenemos una opción en nuestro paseo por la tierra. Amar cada instante que se nos presente como si fuera el único, pero a veces siento que es imposible, que no queda nada para amar sin ella a mi lado. A veces me quedo sentado frente al papel donde juré cumplir mis sueños y pienso que no hay nada que valga la pena escribir porque nadie sentirá el dolor desgarrador que llevo desde hace tan pocos días; sin embargo de repente llega un recuerdo que eriza el bello de mi piel y hace todo posible.

«Un vestigio de mi propia vida junto a la de ella».

Después de haberla conocido en aquel maravilloso verano traté de seguir mi vida. Mi destino claramente no fue el mismo, pero sin embargo luego de haber transcurrido cuatro años la rutina hizo presencia al saber que nunca más me la cruzaría. Que nunca más sentiría sus labios tocarme con la intensidad característica de su personalidad.

Tal vez y sólo tal vez, ella fue una ilusión. Sin embargo los sueños en los que ella aparece como una sirena en medio del océano me recordaban que sí había existido, que sí había sentido el tacto de su piel sedosa contra la mía aquella vez en la arena…

Pero en fin, un veinte de noviembre del dos mil doce por fin lograría ser leído por una muy prestigiosa editorial. Ese fue mi sueño o en realidad uno de tantos, poder llevar mis letras y mis palabras a cada persona de mi país. Si el cielo me lo permitía también al exterior.

Quise por primera vez que alguien me escuchara ya que no era muy bueno hablando, tal vez plasmar  mis pensamientos en el papel me ayudaría. Así que ese día salí de casa con un gran portafolio donde iba todo impreso, me había costado unos buenos billetes, pero si todo salía bien a la noche estaría celebrando la firma de un buen contrato.

Las palmeras de la avenida donde vivía se batían con fuerza como si en cualquier momento un aguacero fuese a caer sobre mi cabeza, por lo cual apresuré el paso hasta la parada de autobuses rogando que pasara un bus lo más rápido posible, pero de hecho lo que pasó fue diferente. En un nanosegundo mi cuerpo colisionó con el de alguien más haciendo que el portafolio y otro objeto desconocido volara por el aire mojándose instantáneamente.

—No, no por favor… —supliqué rogando que ninguna hoja de papel estuviese malograda. Me agaché sin reparar en la otra persona y abrí el portafolio con cuidado dado que aun llovía a cantaros.

—Oye, ¿Estás bien? —preguntó una voz que pensé que nunca escucharía más en toda mi vida. Por unos segundos me quedé en shock.


El agua corría sin permiso por toda mi ropa, pero gracias al cielo las hojas del portafolio estaban intactas, así que con una lentitud de película recuerdo haberme levantado del suelo y haber mirado anonado aquel indicio de cabello azul celeste.

Aquella sonrisa angelada que nunca faltaba en su rostro, ni hablar de ese perfil delicado que llegaba hasta sus ojos marrón chocolate intenso.

—¿Azul, eres tú? —Le pregunté como si en cualquier momento se fuera a desvanecer de entre las gotas de lluvia, pero aquel tono sarcástico que nunca la abandonó me respondió.

—No creo que sufras de alguna clase de miopía, Jon.

Y solo eso bastó para volver a detener mi corazón y olvidar todo lo demás. Les juro que podía haberme enamorado de cualquier otra mujer, que tal vez incluso podía seguir mi vida como si nada. Pero… ¿Quién en su sano juicio lo haría?

Ella tal vez no fue toda mi vida, pero si fue ese hogar único e inigualable.

Al haberla encontrado por segunda vez me propuse mantenerla cerca y así fue.

Un mes después de salidas y quedadas juntos recuerdo haberla invitado a lo que llamo mi caja de fósforos. Mi humilde morada.

Fue una cosa de locos de principio a fin, si soy sincero fue mejor de aquella forma. Lo nervioso que estaba, ella lo hizo parecer una bobada sin interés.

«Mi Azul fue única…»

—Y ese es todo el recorrido —le dije después de haberle mostrado hasta el mínimo rincón de mi casa.

—Es acogedor, se parece mucho a ti —comentó unos minutos luego.

Mis manos sudaban de sobremanera, al parecer mi cuerpo reaccionaba con una extraña urticaria con su cercanía, no tenía el control de la situación y ella se dio cuenta de inmediato porque sus pies se toparon con los míos y sin previo aviso me estampó un beso.

Uno lleno de toda la ansiedad que me consumía y toda la seducción que la caracterizaba. Para cuando nos separamos no pude más que boquear como un pez en busca de ese anhelado aire.

—Estas inquieto, mi cielo.

«Mi cielo»

—Sueles causar ese tipo de sensación en los hombres —le expliqué ahora más relajado.

—Los halagos no funcionan tan rápido, señorito —me acusó presionando sus manos sobre mi pecho hasta llevarlas al reverso de mi cuello—. Pero aquí entre nos, adoro causar esa sensación en ti.

Mi “yo” joven disfrutó esa noche como muchas de las otras a su lado. Ambos sabíamos lo que queríamos y no nos detuvimos hasta conseguirlo.

💙💙💙💙💙💙

Los días pasan volando cuando estás con la persona correcta, llega un tiempo en el que te detienes a mirar a tu alrededor y ya ha pasado un año.

Así sucedió con los dos, no nos dimos cuenta de la hora y el reloj siguió su curso hasta que ya era muy tarde para volver atrás.

Un día indeterminado me desperté con una sola idea en mente: llevarla al lugar más impactante de la isla y pedirle que se casara conmigo.

Estaba loco y desquiciado de amor. No podía evitar el hecho de que la quería para siempre a mi lado, pero como todo el rato estuve equivocado sobre ella.

Para siempre es poco cuando se ama a alguien con tanta pasión, para siempre puede ser un segundo o una eternidad.

Y en nuestro caso no fue la segunda opción.

—Tienes que estar ahí a las cuatro y media de la mañana, ¿De acuerdo? —le advierto por celular, pero ella está más dormida que otra cosa.

—Solo a ti se te ocurre esta clase de cosas, ¡Estoy muy cansada, Jon! —rezonga al otro lado de la línea. De todas maneras insisto y cuelgo la llamada a la espera del siguiente día.

Me senté frente a la biblioteca de mi casa pensando en la manera de pedírselo. No había un equivalente a la felicidad que sentía y eso que aún no me había dado el sí.

Parecía que mi corazón quería ir a toda mecha, pero mi mente me avisaba, me advertía: «¡Aguanta un poco más!, ¡Conócela más! »

« ¿Pero cuánto más?» Recuerdo haberme preguntado en ese instante ahí sentado en la soledad de mi caja de fósforos.

¿Cuánto hace falta para decidir estar al lado de esa persona que crees especial?

¿Cuánto hay que conocer de la vida y el amor para saber que ella es la elegida?

No lo supe decir en voz alta, no supe pensar en todas las veces en que un hombre se había enamorado y había logrado ser feliz de verdad. Porque desde mi perspectiva nunca sabemos cuánto nos quiere esa chica, esa mujer en especial, pero sin embargo decidimos amarlas sin importar nada.

Decidimos enamorarlas corriendo el riesgo de perder el corazón en el camino.

Es algo de locos, una cosa inexplicable lo que sentí al esperar todo ese día, pero cuando dieron las tres y media de la madrugada me puse mis zapatos deportivos, un mono y una camisa. No me interesó si afuera hacía frío, sólo quería llegar antes que ella para sentirme menos ansioso de lo que ya estaba. El sol aún no salía, las estrellas aún se denotaban en lo alto del cielo morado y el viento helado calaba en mis huesos sin darme oportunidad de sentir algo más.

Miré el reloj incontable veces y giré mi cabeza hasta la entrada de la playa donde la invité, pensando que tal vez se le había hecho tarde, pero Azul estuvo ahí, a la hora indicada y en el momento indicado. El sol empezó a despuntar como una bola de fuego llena de calidez.

—¿Esto es lo que me querías mostrar?
—pregunta anonadada por el bello amarillo en el centro del sol naciente y el anaranjado que pintaba el cielo. Sin esperar más tiempo la veo sacar a su amiga fiel, su cámara—. Es hermoso.

—Más hermosa eres tú. —La elogio sosteniendo su mano con cuidado, estirando mi cuerpo hasta cubrirla en un abrazo y posando mi quijada en su hombro.

Estaba listo. No quise esperar a que dieran las seis de la mañana, solo junté sus dos manos hacia el frente de los dos y dejé entrever la pequeña bolsita de fieltro que contenía la sortija.

—Esto es lo que me querías mostrar —afirmó susurrando muy bajito.

No supe que significó ese tono de voz apagado, pero no me dejó averiguarlo ya que se giró entre mis brazos hasta mirarme de frente sin palabras.

—Solo espero que la respuesta sea un sí —comenté unas octavas más altas de lo normal.

Sus dedos helados acariciaron mi mejilla derecha y sus labios recitaron una pregunta totalmente inesperada.

—¿Alguna vez pensaste en hacer todas estas cosas?, es decir… —Explica aún en mis brazos—. ¿Alguna vez piensas en cómo sería todo si yo no te hubiese conocido?

Fue simple responderle. No por el hecho de que sabía la respuesta, sino más bien porque nunca me hallé siendo de otra manera antes de ella, nunca imaginé algo más que estudiar lo que mi abuelo quiso en su tiempo.

—No pienso en lo que pudo ser sino en lo que fue.

—Pero…

—Pienso en el ahora y en lo que es —la interrumpí colocando un dedo sobre sus sonrosados labios—. No hay nada que quiera hacer si no es juntos. Eres mi refugio, Azul. Eres mi verdad, no hay más nada del otro lado o detrás. Solo soy yo y espero que eso baste para toda la eternidad.

Sus parpados bajaron lentamente hasta cerrarse y privarme de esos ojos color café.

Un segundo.

Un minuto.

Media hora y nada salía de sus labios.

—Una vez le hice una promesa a la Virgen Del Valle —dice con los ojos cerrados aun—, ser feliz sin importar nada. Tú me haces feliz. Claro que basta para toda la eternidad —murmura devolviéndole la vida a mi alma y haciéndome el hombre más orgulloso del mundo.

Ella fue mía de todas las maneras posibles.

Ella fue del mundo y de la Tierra.
Ella hizo vibrar cada parte de mi cuerpo como si fuera la primera vez que me tocaban, ella fue esa persona que me entregó todo de sí frente a los hombres y frente a Dios.

—Azul… ¿Aceptas a este hombre como tu esposo para amarlo y respetarlo, para aconsejarlo y cuidarlo en la salud y en la enfermedad, en las malas y buenas hasta que la muerte los separe? —le pregunta el padre a mi prometida un domingo a las siete de la mañana.
—Yo, Azul. Acepto a este hombre como mi esposo —jura sin apartar la vista de mí—, para amarlo y respetarlo, para aconsejarlo y cuidarlo en la salud y en la enfermedad, en las malas y buenas hasta que la muerte nos separe. —Termina su promesa ofreciéndome una sonrisa genuina y que prometía mucho más.

El padre que nos sonreía orgulloso me dirigió la mirada para hacerme la misma pregunta que a ella, pero me le adelanté haciendo que ambos se echaran a reír.

—Yo, Jon. Claro que acepto a esta fabulosa mujer como mi esposa, como mi mujer, mi novia y amante. Perdone, padre, pero la palabra esposa no encierra todo lo que es ella para mí —comenté logrando amenizar la ceremonia.

—Prosigue, muchacho —asiente el hombrecito canoso con la biblia en mano.

—De acuerdo —Afirmo respirando profundo para seguir hablando—. Prometo amarte, respetarte, aconsejarte y cuidarte en la salud y en la enfermedad, en las malas y buenas hasta que la muerte nos separe.

—¿Por la garrita? —insistió Azul sin darle derecho al padre de decir algo más.

—Por la garrita, mi vida —le contesté acercándome más, pero alguien nos interrumpió.

—Oigan, que aún tengo una boda que oficiar, hijos míos —murmuró como contando un secreto.

Los dos sonreímos nerviosos por lo apurado que estábamos, pero aún con las manos entrelazadas escuchamos lo que el padre tenía para decir.

—Ahora los declaro marido y mujer. Espero que Dios y la Virgen Del Valle los proteja. Recuerden niños, el matrimonio no es algo de juego, son ustedes dos juntos contra el mundo como mejores amigos. Siempre juntos incluso cuando la oscuridad venga por ustedes. —Culminó y acto seguido se persignó.

—¿Podemos besarnos? —interrogó Azul, pero no esperó a que el señor respondiera, solo me atrajo hacia ella y me besó dejándome sin aire de nuevo.
En aquel lejano pasado los dos sellamos un pacto de amor.

De esos que nadie puede romper.
Ambos juramos amarnos incluso cuando nuestros corazones dejaran de latir.

—Es oficial —me dice unas horas después de salir de la iglesia.

Nos encontrábamos frente a la playa Juventud, un pequeño paraíso muy parecido al que habíamos conocido cuando novios. Incluida la botella de champaña que en antaño bebimos bajo la luz de la luna.

—Eres Doña Medina —bromeé al respecto.

—Me vuelves a llamar doña y me divorcio, ¿Eh? —me amenazó muy enfurruñada, pero con una sonrisa divertida.

Alcé mis brazos en señal de rendimiento y la besé. Quise darle una lluvia de besos para memorar con más intensidad el momento.

Quise hacer travesuras en la playa, bailar sin cesar, corretearla por toda la arena hasta atraparla en mis brazos y no dejarla ir más y así fue. Cuando el cielo nos cubrió con sus nubes blancas pude ser consciente de la cercanía de nuestros cuerpos anhelantes, de esa electricidad tan común que nos invitó a más.


Un beso en su cuello, más arriba en el lóbulo de su oreja y todo estalló en un mar de pasión. La adrenalina corría por nuestras venas ya que alguien podía llegar y cacharnos en pleno acto amoroso, pero cuando llegamos a la cúspide… ¡Santo cielo! Fue como ver meteoritos quemar mi piel tan dulcemente que ni dolía, solo me hacía sentir más deseo y cariño por mi Azul.

—Mi Jon —gimió a centímetros de mi boca sin alejar sus pupilas de mí—, mírame, mírame —susurró ansiosa y yo gruñí presionando mis manos en su cintura fina.

—Te miro mi dulce Azul, te miro y te amo como un loco —prometí sin dejar algún lugar de su cuerpo sin mis caricias.

Tal vez una eternidad es muy poco, pero les puedo prometer que un segundo es bastante cuando se quiere a la persona indicada.

Venezuela-Margarita “2015”
-Jon Medina.

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Mis queridos maferianos, aquí en  la oscuridad de mi casita cumpliendoles con el segundo capítulo de Azul y Jon. Besos, muchos votos y comentarios 🌻

En algunos casos hablamos de pasado, pero nada que no se etienda.

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