Capítulo I
Londres, Inglaterra.
Minutos después.
La pequeña Heli Potter estaba recostada en su cama, arropada, porque era hora de dormir, pese a que las energías de la niña, de ondulantes rizos castaños, parecían no agotarse jamás y sus inquietos ojos permanecían abiertos hasta altas horas de la noche, observando las figuras de los falsos astros que sus padres habían colocado en el techo del cuarto para que la iluminaran en la oscuridad.
—Abuelita, ¿me cuentas una historia antes de dormir?
La cantarina voz de la menor resonó en la habitación y capturó la atención de la anciana, que destinó una amorosa mirada a su nieta consentida desde el sillón en el que se encontraba.
Heli había logrado librarse del abrigo aprensionaste de las mantas y se había incorporado en el lecho, a la expectativa de la historia.
—Está bien, pero solo una —advirtió la vetusta mujer—. ¿Qué historia te gustaría oír?—preguntó, a sabiendas de la respuesta.
—¡La historia de mi nacimiento! Me gusta como tú la relatas porque es diferente a como la cuentan mis papis —solicitó la infante, adulante.
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de la octogenaria, que se acercó a la cama, dispuesta a narrar la conocida historia una vez más.
—Resulta que mi historia tiene un ingrediente especial. ¿Recuerdas cuál?
—Sí, ¡la fantasía!—exclamó Heli, entusiasmada.
—Exacto y, por eso, debes oírla con los ojos cerrados. Para que puedas imaginarla mejor y no pierdas detalles de lo que sucedió aquella noche mágica—manifestó la abuela con astucia, pues sabía que así el sueño llegaría más fácil.
La infante obedeció al instante y la narración no tardó en comenzar.
››Hace cinco años, llegó al mundo una niña milagrosa. Era especial porque, antes de que naciera, los doctores le habían dicho a su madre que no podría quedar embarazada. Pero, a pesar del triste panorama, la mujer no había perdido la esperanza y elevaba plegarias al cielo cada noche, para que Dios hiciera realidad su sueño de ser madre...
››Sucedió entonces que un día, sus ruegos fueron escuchados y en su vientre comenzó a germinar aquella anhelada semilla. Pero, cuando llegó la fecha de dar a luz, los doctores se preocuparon porque el bebé había dejado de moverse y tuvieron que apresurar las cosas para que naciera cuanto antes...
››Después de largas horas de trabajo de parto, llegó al mundo una niña. Tenía los ojos cerrados y se encontraba fría. Los médicos dijeron que no respiraba y que sus latidos tampoco se escuchan...
››Pero, la valiente madre que nunca había perdido la fe, les dijo que no se preocuparan, que su pequeña pronto despertaría, que Dios la mantenía dormida mientras la Muerte y la Vida debatían entre ellas. La Vida deseaba que la pequeña creciera en este mundo junto a sus seres queridos, pero la Muerte pretendía llevársela a sus dominios, pues la quería solo para para ella...
››Por fortuna, el Destino intervino en favor de la Vida y la criatura abrió los ojos, tan resplandecientes como los mismos astros. Finalmente, la madre, ya con su pequeña en brazos, agradeció a la Vida y a Dios por aquel regalo.
—¡Y por eso me llamo Heli! ¿Verdad abuelita? —expresó la infante abriendo los ojos que brillaban como dos luceros.
La mujer suspiró, algo frustrada, pues su plan de hacerla dormir no había funcionado.
—Así es, te llamas Heli porque tu nombre significa que vienes de Dios —confirmó y, tras depositar un beso en la frente de su nieta, añadió—: Y ahora chiquilla favorecida, es hora de dormir.
Después de algunas quejas y pucheros y, tras varias volteretas en la cama, la niña accedió a que su abuela se marchara. No sin antes prometerle que darían un paseo juntas al día siguiente.
—¿Dejo la luz prendida?—inquirió, antes de partir.
—No es necesario. Las estrellas me cuidan —aseguró Heli, a modo de despedida.
—¡¿Pueden creer que me llamó egoísta?! —se quejó la deidad de la muerte. Estaba sentado en el sofá que la anciana había dejado y desde allí la contemplaba, receloso—. Y además, ¿qué le hace pensar qué soy ella? —meditó.
Destiny blanqueó sus ojos al oír a su compañero. "¿En verdad le preocupan esas nimiedades? ¡A veces la muerte es tan melodramática!" Pensó.
—Eso no es nada comparado con mi papel en la historia. Quedé como una heroína, cuando fui la responsable del desastre —se lamentó Vitae, alicaída.
"A esta mujer le hace falta un buen shock de adrenalina. Ha de ser hipoenergética". Reflexionó Mortem, sin comprender el motivo del disgusto de la entidad a su lado.
Destiny se acercó a la cama y examinó a la infante para comprobar si dormía. Se sentía más seguro si la menor mantenía sus ojos cerrados, aunque lo cierto era que ninguna de las deidades tenía que preocuparse por ser descubierta, pues eran seres invisibles a los mortales. Nadie había podido verlos cuando se materializaron en el cuarto a tiempo para oír el relato, como tampoco nadie podía escucharlos.
Al menos eso creyeron...
—Acérquense —solicitó Destiny mirando a los interpelados, con sus tres ojos completamente abiertos—. Ya es hora —aseguró el ente de los sucesos, que era hermano del tiempo.
Mortem y Vitae avanzaron y fusionaron sus mentes, para contemplar las imágenes que el Destino les mostraba. Así pudieron vislumbrar los diferentes momentos del ciclo vital de Heli, desde ese punto temporal hasta su deceso, exceptuando los cinco años que se habían perdido y que eran un misterio.
Las escenas acontecían como una película futurista a la que le faltaban partes. La información parecía ser negada a las deidades por fuerzas superiores, e incluso el mismo Destino, que conocía todo lo referido a la vida de los mortales, ignoraba el motivo. No obstante, el ente imaginó que su don era sesgado a priori, como una especie de castigo por los errores cometidos.
Por otra parte, era bien sabido que al Supremo le gustaba acaparar el conocimiento.
—¿Por qué tiene que morir a los diecisiete? —cuestionó Vitae.
Jamás entendería por qué Mortem debía llevárselos desde tan jóvenes.
—¡A mí no me veas, Vigorosa! Yo no hago las reglas —se excusó la deidad de la muerte—. Tú te encargas de los alumbramientos, Destiny teje y desteje el ciclo vital, y yo me los llevo al final, porque así lo dictó el Supremo —puntualizó, en un tono más afilado que lo usual.
Pero solo Mortem conocía la verdadera naturaleza de aquel profundo malestar. Estaba harto de ser visto como villano, cansado de que los mortales lo repudiaran por hacer su trabajo. ¡Cómo si lo disfrutara!
Eran pocos los que imploraban por él y, en general, cuando llegaba la hora del deceso no le agradecian por responder las plegarias, ni por el cuidado que tenía al trasladarlos hacia el portal de la otra vida, ni la energía empleada para mantenerlos íntegros y en paz durante el viaje, pues cuando los recogía eran almas, luz en estado puro, no simples esferas brillantes que podía botar en el contenedor celestial sin el menor reparo.
—¡Suficiente! No es momento de discutir —bramó el ejecutor del hado y hablaba con conocimiento de causa.
Heli despertaría muy pronto. Podía sentirlo.
Tras el imperativo, Muerte y Vida entrelazaron sus manos, bajo la mirada vigilante del Destino, y al unísono clamaron:
—Porque todo lo que nace perece del mismo modo y todo lo que se otorga un día debe ser restituido, la vida que te fue concedida deberá ser devuelta, para transmutar en una nueva vida. En doce años tu vitalidad se acabará, Hali Potter, el equilibrio universal será restaurado y el ciclo vital continuará su curso con normalidad hasta el fin mismo de los tiempos y para toda la eternidad.
—Que así sea —proclamó Destiny sellando aquella profecía.
Instantes después, los tres seres se marcharon a su dimensión de origen.
Heli abrió sus ojos apenas advirtió que se encontraba sola en el cuarto. Su mente infantil no podía procesar la totalidad de los eventos vivenciados. Había visto a las deidades cuando se manifestaron mágicamente en el cuarto, pero se había limitado a ignorarlas, como al resto de las manifestaciones que la rodeaban y, que los adultos aseguraban, eran parte de su frondosa imaginación.
También había escuchado el ritual, pero no entendía su significado y, con el tiempo, prefirió olvidar el hecho, tratarlo como parte de un sueño.
Sin embargo, desde su concepción, la infante había transgredido muchas reglas sin quererlo y por ello el antifaz que cubría los frágiles ojos mortales y amparaba a los hombres de los peligros del más allá, velando el mundo místico y sobrenatural, le había sido negado para siempre.
Claro que ese, pasaría a ser el menor de sus males.
Londres, Inglaterra.
Doce años después.
Heli terminó de trazar las puntas del pentagrama de tiza, con magistral cuidado, tal como se indicaba en el libro que había tomado prestado del área restringida de la Biblioteca del Instituto.
Tal vez los vestidores de damas de la planta baja del edificio no eran el sitio ideal para realizar un ritual pero eran prácticos, y estaban en desuso desde que un alumno bromista de último año había obstruido las cañerías con, vaya a saber qué elementos fétidos, y desde entonces todo el sitio se inundaba y apestaba a aguas residuales cada vez que se abrían los duchadores.
Por fortuna, dentro de los parámetros de invocación, no estaba el de darse un baño antes.
Después de encender el último cirio, la jovencita tomó asiento en el suelo, en cruce de piernas, frente al símbolo.
Su corazón latió apresurado. ¿Estaba segura de lo que haría?
Invocar a la muerte, o cualquier otra entidad espiritual, podría traer atroces consecuencias si las instrucciones no se seguían al pie de la letra. Pero, si la ceremonia se hacía con cuidado, la recompensa sería grande.
Desde que su abuela había fallecido, cuando Heli tenía cinco años, había deseado volver a verla, así fuera como a esas manifestaciones que percibía. Pero la anciana parecía haber desaparecido por completo, pues no podía hallarla en ningún plano.
¡Cómo la extrañaba! Su vida no era la misma sin ella ya que, aunque sus padres la amaban con el alma, solo su abuela había llegado a comprender y aceptar sus rarezas sin juzgarla.
Sus progenitores, en cambio, habían catalogado sus visiones, primero como una fantasía infantil y luego como un trastorno psicológico.
Por eso le urgía verla, hablar con ella, porque tenía la esperanza de que su abuela conociera el motivo de la maldición que la aquejaba y si era así podía ayudarla a terminar con esta antes de que sus procreadores optaran por encerrarla.
Aunque era probable que, si llegaban a descubrirla practicando ritos místicos en ese anto (que además formaba parte de la escuela), la llevarían a un loquero de todas maneras.
Con actitud ceremonial, la adolescente tomó el libro de "brujerías, ritos y hechizos" y comenzó a recitar la oración para convocar a la parca deidad.
Al poco tiempo de iniciar el llamado, sintió que la atmósfera se tornaba más fría, aunque no sabía si era efecto de la muerte que se aproximaba o si se había descompuesto la calefacción central.
Entonces, la flama de los gruesos velones comenzó a parpadear y un aroma pútrido se esparció por el aire.
Heli sintió los vellos de la nuca erizarse y oyó golpeteos huecos a sus espaldas, pero no se atrevió a mirar. Sin embargo, advirtió que algunos jirones de niebla reptaban a su alrededor.
"¡Carajo! Se supone que el ente aparecería dentro del pentagrama y que no podría escapar hasta que cumpla mi deseo y decida liberarlo" Pensó. Pero, todo parecía indicar que algo había salido mal.
—Azrael...¿Eres... tú? —titubeó, citando uno de los nombres de la muerte.
Si esta aparecía, mejor que lo hiciera en su forma angelical cristiana.
Un vaho blanquecino se escapó de sus labios, al momento que el peso de una pálida mano se descargaba en su hombro.
—Depende de quién me busque — Escuchó murmurar, antes de perder el conocimiento.
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