67.
Todos habían sido separados luego de quedar inconscientes, o al menos incapaces de moverse.
—¿Es la chica Wood?
—Sí, no sabemos que hacer con ella.
—Dejenla ir. No nos traerá problemas, tenemos a su hermano, que él la convenza.
—Hablando de él, ¿Por qué no la reclutan de igual manera?
—Ella no sirve, no funcionaría. Es muy débil para esto.
—¿Entonces tú crees que enviándola de vuelta con su familia no dirá nada sobre lo que pasó aquí?
—No lo hará, te lo aseguro.
—No confío Stephan. Es muy arriesgado.
—Que hable con ella, si no, que vaya a juicio con los otros, usenla como quieran.
Y sonidos de pasos empezaron a dispersarse.
Jane se sentía tan triste y decepcionada de su hermano que el hecho de que estuviera en una celda fría y sucia no lograba hacerle sentir nada.
—¿Acaso hablaran de mí ahí afuera con el propósito de hacerme sentir algo? —dijo Jane en apenas un susurro. Estaba tumbada en el suelo mirando las rocas mugrosas y deterioradas.
—Levantate niña. —Jane tuvo que cubrirse los ojos con las manos. Había estado tanto tiempo en la oscuridad que sus ojos de lobo se habían acostumbrado.
Se levantó, miró al hombre que hace más de una semana la había traído ahí y le extendió las manos. El hombre le puso unas esposas y la amordazó.
Ambos empezaron a caminar por pasillos de piedra. Ahora habían tomado una ruta diferente del que habían utilizado la primera vez.
Jane intentaba mirar cada detalle del camino, repasando con cuidado cualquier cosa que pudiera tomar o utilizar para crear una oportunidad. Ya sabía que mientras estuviera bajo tierra y no tuviera un broche que abriera alguna puerta no podría escapar de ahí; ya lo había intentado y no había logrado nada más que una quemadura de gravedad en su pierna por parte de aquellos hombres, al tratar de borrar el tatuaje que Calel le había hecho meses atrás.
Al parecer éste le permitía abrir las puertas de ese lugar como si de algún Lycan se tratara; ellos eran los únicos capaces de atravesar todo el lugar con su mera presencia.
Después de muchos intentos, y con el uso de químicos y pociones lograron que el tatuaje se vifuminara un poco y ya no tuviera esa capacidad.
La metieron en otra habitación, esta ya no era oscura ni parecía un calabozo. Era una salita con dos sillas y una pequeña mesa en la que Jane pensó eran dos vasos con café.
—Sientate ahí, tu hermano ya viene. —Jane obedeció y se sentó en la silla junto a un ropero viejo.
En la habitación no había mucho, la sillas y la mesa que había visto desde la puerta, el armario a su derecha y una cama individual pulcramente doblada.
La habitación era iluminada por una ventana artificial. Había un hermoso día soleado donde se vislumbraba la fachada de una iglesia con un entorno medieval, eso afirmó la sospecha de Jane de que estaban bajo tierra.
¿Estaremos debajo del Louvre o cuando estuve inconsciente me trasladaron a otra parte?
—Hola hermanita. -Jane giró su cabeza y una flama de enojo venía llenandola por dentro.
—Eres un idiota, me dejaste inconsciente. -Jacob, con una sonrisa forzada se sentó en la silla frente a Jane.
—Lo siento, debía hacerlo. -dijo él con normalidad. Se veía más bronceado de lo normal y su cabello estaba más largo. A pesar de eso era el mismo Jacob de siempre, su hermano de toda la vida.
Jane giró de nuevo su cabeza y siguió mirando por la ventana, creía haber visto ese mismo escenario en alguna parte.
—Es la Iglesia con el péndulo gigante. —dijo Jane mirando por la ventana.
—¿Tú lo recuerdas? Estabamos muy chicos. —Jane frunció el ceño y miró a su hermano.
Ambos se miraban sin decir nada, con la mirada fija en el otro.
—Una cacería en las montañas. —dijo Jane apretando los labios —Y hay que llevar naipes. Siempre son importantes.
Tenía la esperanza de equivocarse pero decidió utilizar su único recurso.
Ella y su hermano tenían un complicado juego de anagramas lleno de frases que debías usar en caso de emergencia.
Jacob se quedó mirandola y ladeó la cabeza. Jane respiró hondo y relajó los hombros, algo estaba mal en él.
—Ese día eso fue lo que mamá nos dijo antes de ir. Deberías recordarlo.
—Lo siento, parece que yo lo había olvidado.
—¿Por qué? -preguntó ella con dolor en la voz. Quizo hacer esa pregunta desde que sintió la presión y la deshonra de verlo aparecer junto al hombre llamado Sorrentino. Jacob entendió que no hablaba de cuando eran niños.
—Tenía que hacerlo -levantó la muñeca para mostrarle el pequeño brazalete que lucía en ella —Hilary me la dio por una razón. Desde ese día lo pensé mucho y bueno, cuando me los encontré en Durstain no pude decirles que no. Soy el primogénito de la familia Wood, mamá estaba muy triste y no lo soporté más.
—Entendido. -dijo Jane cortante. No podía creer las palabras de la persona que tenía en frente. A pesar de que tenía la misma apariencia que su hermano, sus palabras no concordaban con el Jacob que ella conocía. Ni siquiera recordaba algo tan importante como el entrenamiento secreto que habían llevado con su madre.
—¿Te quedarás conmigo? -preguntó él con una sonrisa cargada de dulzura. Trataba de convencerla de traicionar a su familia.
—No —Jacob arrugó el ceño —Los hombres que hablaban fuera de mi calabozo dijeron que no me necesitan, que me convencerías para que no dijera nada de lo que sucedió aquí.
La expresión de Jacob cambió por unos instantes pero Jane lo captó, era la misma expresión petulante que ponía Fabián cuando él creía saber algo que los demás no.
—Siempre fuiste muy perceptiva y directa. —dijo su hermano cerrando los ojos y recostandose en el respaldar de su asiento.
—Lo sé, y prefiero morir que... -Jane se puso en pie, aún estaba esposada pero se acercó lentamente hasta Jacob, pateando la silla en el proceso —Traicionar a mí familia. Incluso mi verdadero hermano lo sabía.
Jacob no se inmutó, tomó del cuello a Jane sin hacerle mucho daño, ésta empezó a dar patadas sin tener mucho éxito.
—¿Tu verdadero hermano? —como lo hacían antes, Jacob cambió sus ojos al Naranja brillante que los identificaba a ambos como parte de la familia Wood —Esto es una maldición que tuve que aceptar para que fueras feliz. Maldita mal agradecida.
Jane tenía los ojos abiertos. Miraba los de su hermano y entía la conexión entre ellos, lo hacía, pero también sabía que ese no era su hermano.
—¡Reacciona, éramos felices con mamá! Ella nos educó a su manera y siempre nos dijo que debíamos estar el uno para el otro. -Jane hablaba con rabia mientras de sus ojos salían lágrimas de tristeza y de la falta de oxígeno.
Jacob abrió los ojos y soltó a Jane quien apenas pudo se alejó de él.
—Hermanita...
Abrieron la puerta de golpe y los mismos hombres que Jane ya conocía vinieron a recogerla.
La levantaron y cuando ya estaba en el marco de la puerta Jane decidió decirle sus últimas palabras a su hermano gemelo:
—Nunca me había llamado "hermanita".
Jane sintió un fuego en su estomago y miró que en su pierna volvía a aparecer el tatuaje para luego desparecer del todo. Miró a Jacob quien se sostenía la cabeza con las manos y unos hombres lo levantaban del suelo.
—Cuídalo más a él, Talia. -susurró Jane mientras caminaba rumbo a su celda.
***
—¡Malditos demonios! ¡No los voy a ayudar ni en un millón de años!
Talia gritaba y se revolvía frenéticamente mientras dos hombres trataban de meterla de nuevo a su celda. La habían soltado creyendo que ella coperaria con los Lycan.
—Por favor chica. Es tu destino. —le dijo uno de los hombres. Él tenía miedo de ella, su reacción frenética lo había desconcertado.
—¡Claro que no! Déjennos ir. Mueranse todos.
Los hombres no lograban acercarse de ninguna forma, estaban en el pasillo tratando de que no saliera corriendo. Estaba lastimada, pero nada de gravedad; el hombre Lycan no permitía que le hicieran daño. Ella era Kluvazy, su reina, no debían tocarle ni un cabello.
—Metanla ahí, esperaremos hasta la próxima luna llena. Ahí nuestra reina volverá con nosotros, quieras o no.
Esteban apareció por detrás, y de un empujón envió a Talia dentro de su celda.
—¡Mierda! —Talia golpeaba las paredes, ya llevaba una semana encerrada ahí. Había estado sin comer, no quería recibir lo que ellos le llevaban. Se rehusaba a aceptar cualquier cosa de aquellos seres que la tenían presa.
Recordar a sus amigos la hacía sufrir, ella los había metido en esto. Lo sabía. No debió traerlos y ahora quien sabe que les estarían haciendo en estos momentos; si no es que todos ya estaban muertos.
Ellos la mantenían con vida porque la necesitaban, de sus amigos no estaba segura.
En momentos como esos, encerrada en una celda de piedra, sola con sus lamentos, recordaba el día en que todos, cada uno de sus amigos, sin contar los que conoció antes de la locura Lycan, se encontraron y hablaron gracias a ella.
***
Había sido un día después de su primer aniversario con Nayan. Aún había parchones de rosa en su piel a causa del polvo de hada.
Estaba en su casa, tumbada boca arriba sobre el césped recién cortado. Una chica poco empática con los demás le hablaba muy animada mente sobre una nueva serie que estaba viendo. Además claro de seguirle recriminando por haber permitido que la llenaran de polvo de hada.
Como si hubiera sido coincidencia.
Jhonny y Vannesa tocaban la puerta, Ketai y los hermanos Wood llegaban desde el bosque, Zoé y Edi salían de la bodega del padre de Talia y Nayan abría la puerta.
Todos se reunieron en torno a Hilary y Talía.
—Ella es Hilary Cartter, es mi compañera de clase. Nos hicimos muy buenas amigas. -la presentó Talia a sus otros amigos.
Todos miraban a Hilary con asombro, todos la conocían, incluso Jhonny y Vannesa.
Zoé le volvió el rostro y se metió de nuevo en la casa, Edi la siguió en silencio pero luego volvió con ellos.
—Bienvenida al grupo de raritos que Talia reunió.
Hilary se río del comentario de Edi.
—Sé que todos me conocen. Se lo dije muchas veces a Talia...
—¿La conoces, no? Si Talia te trajo a su casa es por una razón, da igual lo sucedido en el pasado si tu estás conforme con ello. —dijo Jacob mientras Nayan le golpeaba la espalda.
—Ahora no estaré nunca solo en clases. -dijo Ketai mientras abrazaba a Talia y Hilary, ésta última lo empujó.
Jacob se rió de su amigo mientras le extendía la mano a Hilary pero ella la rechazó de igual forma.
—Auch. -dijo Ketai frotándose la espalda.
—Los conozco a todos, no me preocupa lo que hayan o no hecho, solo déjenme tranquila.
—No seas así Hilary. -Talia la zarandeó mientras de reía —No son tan malos como crees.
Hilary sonrió y la dejó zarandearla.
Esa había sido la primera vez que todos se encontraban reunidos en un solo lugar. Sin luchas a muerte o algún intento de broma pesada. Solo como adolescentes que quieren pasar un día feliz.
***
Talia nunca tuvo malos momentos con sus amigos, ellos la querían tanto como ella los apreciaba a ellos.
Eran unos jóvenes fuera de lo común, un grupo único en su tipo. Unidos por una chica que poco sabia de lo que le rodeaba y aún así hacia todo lo posible por vivir en él.
Ahora cada uno de ellos estaba separado, temiendo por sus vidas sin saber si tendrán un mañana.
***
En una espeluznante y fría sala se encontraba Hilary mientras tres hombres quienes por edad podrían ser sus padres, la tenían en una mesa giratoria lanzándole cuchillos para ver quien le atinaba.
Ella lloraba en silencio. Tenía cortadas y heridas infectadas en todo su cuerpo, estaba practicamente desnuda, indefensa ante aquellos crueles hombres que se divertían haciéndola sufrir, no le decían nada, solo se reían mientras tomaban cerveza.
"Que destino más cruel"
Pensó ella mientra sentía como el pedacito de pan que había recibido esta mañana iba a ser expulsado por los mareos que le provocaban las vueltas que daba la mesa en la que la tenían sujeta.
—No te atrevas a vomitar de nuevo, ayer no pudimos volver a usar el gira gira por tu culpa, maldita zorra. —le dijo uno de los hombres con desprecio.
En esos momentos Hilary pensó que haber elegido la muerte hubiera sido la mejor opción, pero ahora, ni ganas de dejar el mundo por cuenta propia le daban. Se sentía sin motivo de vida, no sabia que había pasado con los demás, no los había visto desde hace ya varias semanas. Su familia no debía de estar esperándola. Si Cherokee había sido bondadoso les habría dicho que había muerto, era lo mejor, de por sí no los veía mucho.
—En el blanco, Miguel. Esos son 200 puntos. —dijo uno de los hombres al atinarle a la pierna derecha de Hilary, ahora ésta sangraba no solo en su mano izquierda donde desde hace más de una hora el otro hombre le había clavado un cuchillo que aún seguían en su lugar; la herida incluso se había cerrado al rededor del cuchillo. Cuando la soltaran el mismo hombre lo sacaría de golpe abriendo de nuevo la herida.
—Ya me aburrí Javier, mejor vayamos a otra parte, está haciendo demasiado calor hoy ¿No crees?
—Tienes razón, se siente como estar en un puto sauna.
El hombre llamado Javier se acercó a la chica de ojos negros y soltó sus ataduras, dejándola caer en el suelo. Ella estaba tan débil que apenas y pudo apoyar las manos.
—Hoy te toca cargarla.
--¿Yo? Pero la última lo hice.
—Dejate de queja y la cargas.
Javier tomó a Hilary del piso y se la echó al hombro tal saco de papas.
—Cada vez estás más liviana ¿No, querida?
Hilary no contestó, era mejor no hacerlo. Su vida ya no merecía de sus palabras, se había convertido en un juego, una distracción de hombres que la torturaban solo para pasar el tiempo mientras permanecían en ese lugar, encarcelados al igual que ella.
La dejaron en su celda y se marcharon. Hilary recostó su espalda marcada contra la pared de arena lisa e intentó sacar el cuchillo de su pierna, el hombre había olvidado sacárselo.
Cuando lo hizo lo levantó hasta donde lo alcanzaban sus ojos. Pasó sus dedos por el filo, limpiando la sangre que había quedado. Luego dejó caer sus brazos a cada lado, tomándose un descanso. Cada esfuerzo requería todo lo que le quedaba de aliento y siempre necesitaba un buen descanso antes de continuar.
Luego de unos minutos que se volvieron eternos Hilary volvió a levantar el cuchillo, se puso en pie y con mucha fuerza de voluntad y paciencia sacó una piedra suelta en las paredes que estaban cubiertas con rocas falsas. Metió el cuchillo en el espacio que había hecho entre la pared donde escondía otras navajas y cuchillas que los hombres que la maltrataban olvidaban en ella.
Sentía que no le servían de nada, jamás saldría de ahí, mucho menos con vida. Pero al menos esto le recordaba lo tontos que podían llegar a ser esos hombres, si no es que eran tan inteligentes que dejaban los cuchillos a propósito con la intención de decirle que a pesar de tenerlos y ocultarlos jamás saldría de ahí.
Hilary volvió a dejar la piedra en donde estaba y cerró los ojos. Faltaban unas horas para que la mujer de la comida llegara y le trajera otro pedazo de pan.
—Levantate niña. Hoy tienes trabajo por hacer.
Hilary se sorprendió al ver una mujer tan huesuda y blanca que casi parecía un esqueleto. No movió ni un músculo, la miraba desde el piso sin comprender sus palabras. Desde que había estado ahí no había hecho nada más que ser una diana.
La mujer chasqueó sus dedos y un hombre de hombros anchos la levantó como una pluma. No la levantó con la misma rudeza que sus anteriores dueños. Este hombre la trató con delicadeza. La llevaba como una recién casada.
—No te prometo nada, querida. Pero al menos no vivirás como perro. —le dijo la mujer mientras caminaban por los pasillos con prisa.
Hilary miró al hombre que la cargaba, pero este no le devolvió la mirada.
—Si haces lo que la señora Pienar quiere podrás vivir plenamente. Después de todo tienes sangre de cazador.
Un frío recorrió la espina dorsal de Hilary al escuchar esas palabras.
Ahí mismo, y sin pensarlo mucho recordó haber escuchado ese apellido antes.
"Dolores Pienar, esa mujer dirigía una empresa clandestina de prostitutas"
***
Hemos llegado al final.
Solo nos queda un epílogo para este libro y lo más pronto posible empezaré a publicar la segunda parte.
Gracias por leer.
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