-El final de la era. parte 2-
A unas horas de la conquista.
La noche era tan pacífica y silenciosa, para muchos podría ser la noche perfecta para poder descansar pero, para las tierras de los dioses era una en que los había hecho presa fáciles.
Los inmensos barcos de aquellos soldados de españoles comandados por el gran Cortés llegaban con un estruendo. La arena había Sido un buen aliado para detener aquellos inmensos navíos, dejándole así el camino fácil para que los nuevos extraños comenzarán su travesía por la amplia selva y poder encontrarse con las grandes riquezas.
Xibalba había hecho un buen trabajo por mostrarle al capitán los grandes tesoros que podrían adquirir. Su objetivo había cambiado y está vez irían sin dudar por lo que les prometió aquél "pensamiento". Cortés con una mirada seria levanto su espada para preparar a sus hombres, cuándo estos estaban listos no dudo en señalar la direccion a dónde debían caminar. Era preferible aprovechar la obscuridad para no levantar sospechas alguno de los residentes. Pero lo que no sabían que una bella mujer los protegía desde las sombras con una amplia sonrisa de gran satisfacción.
Pero, en la ciudad de la serpiente emplumada estaba ya preparada para terminar sus actividades e ir a dormir. El Sol ya se había ocultado momentos antes y a los comerciantes les era una clara señal para terminar sus negocios. Hiroshi miraba desde arriba del templo como el pueblo se movía de un lado a otro para resguardar sus productos. Quetzalpétlatl solo observaba en silencio como el joven asiático estaba tan perdido en sus pensamientos, pues su hermano estaba tardando más de lo que había prometido.
- Parece que estás muy preocupado por tu señor...- Aquellas palabras hizo sorprender al azabache y mirar a la piel canela quién la sonreía de una manera cálida.
-No, yo entiendo que a veces tiene muchas que hacer. Solo estaba viendo a su gente.
- No debes preocuparte. Se nota perfectamente que está muy enamorado de ti.- dijo la joven quien se levantó para ya irse a sus aposentos en otro templo cercano de su hermano. - En verdad, te haz convertido en su todo. Así que, nunca dudes de su casto corazón. Cuídalo mucho, su bondad puede ser un blanco fácil para otros dioses que envidian de su poder.
-Lo entiendo...- suspiró el joven volviendo a ver en su anterior dirección.
-Bien, me retiro a descansar. Descansa lo que puedas, esas ojeras en tu rostro notan mucho cansancio. Duerme bien, joven Hiroshi.
-Igualmente usted, mi señora. - hizo una leve reverencia a la joven quién no dudo en responderle y seguir su camino. El asiático estaba de nuevo solo en aquella habitación, esperando a su amado para poder descansar de todos aquellos pensamientos que lo habían atormentado. Pero, las palabras de que era una presa fácil lo hizo preocuparse más. Sin embargo, cuándo estaba dispuesto a irse a acomodar su cama para dormir, se dió cuenta que el pequeño can no estaba en la habitación.
- ¿Momo? - miró a su alrededor y buscando en los posibles rincones del lugar. - Hey, Momo...¿Dónde estás pequeño amigo?.
Busco entre las cestas, los papiros, las armas de su señor y no había rastro de su fiel compañero. Estaba algo desconcertado porque estaba seguro que estaba junto con ellos desde la tarde que habían estado comiendo junto a la bella Quetzalpétlatl. Miró en dirección a la ciudad y pensó que el can salió sin que se diera cuenta yendo hacia las amplias calles del lugar. Tenía miedo de que esté saliera de la ciudad y una criatura lo haya herido fuera del alcance de los soldados.
Tomó una antorcha de la habitación y no dudo en bajar en busca del can. Los habitantes del pueblo notaron que el joven había bajado del templo, nunca era usual que este bajara a altas horas de la noche, pero, muchos imaginaron que iría en busca de su señor, lo cuál, le dieron poca importancia.
- ¡Momo!- gritaba el azabache entre las calles que poco a poco estaban siendo deshabitadas. Pero, no al llamado respondía su compañero. - ¿Dónde te metiste, amigo mío?
Siguió recorriendo sus calles pero no había señal alguna, estaba a punto de ir a buscar a Quetzalcóatl cuándo un sonido entre los arbustos que estaban en las orillas de la ciudad hicieron llamarle la atención. Se dió cuenta que justo daba al camino que lo llevaba al río que solía ir cuando iba a hacer costura. Observó a su alrededor de que nadie del ejército de la serpiente lo viera, no quiera hacerle preocupación alguna y lo metiera en problemas. Al notar que nadie lo miraba, se adentro sin dudar en aquel camino que solo su antorcha le ayudaba a iluminar.
Parecía que el camino era tan largo y no podía llegar rápidamente a su lugar de trabajo, pero, el sonido del río le hizo entender que ya no estaba tan lejos de donde el caminaba. Siguió su paso hasta que llegó a la orilla, camino a aquél árbol donde solía estar y notó una silueta que estaba sentada en él.
Una bella mujer estaba acariciando al cachorro con una sonrisa en su rostro. Momo parecía temblar por el tacto que le daba aquella mujer. Hiroshi notó que a ella nunca le había visto, sus vestidos eran muy diferentes a los fieles de Quetzalcóatl. Así que descarto por completo que sea alguien de la ciudad.
- Veo, que estabas buscando a este pequeño cachorro. ¿Me equivoco? - dijo aquella extraña mujer de gran cabellera larga y negra.
-Es mi amigo...lamento que le haya dado molestias. - dijo el asiático aún sin bajar la guardia, pues la mujer no le estaba dando mucha confianza al ver que tenía temblando a Momo.
-El pobre estaba a punto de ser arrastrado por el río, si no fuera por mí. No habría conocido al inesperado...dueño.- sonrió. Hiroshi se dió cuenta que era un extraño y solo los habitantes de Tenochtitlán sabía que no era de estas tierras. Estaba a punto de dar unos pasos atrás cuándo aquella mujer apareció detrás suyo e hizo caer su antorcha y está se apagará dejándole en la oscuridad. El can no tardó en ponerse detrás del azabache intentando buscar un refugio.
-Tranquilo, yo no te haré nada. No puedo matar a nadie en tierras de otro dios.
- ¿Tú quién eres...?
- Pero, que modales. - con delicadeza tomó la antorcha y volvió a encenderla. - Mi nombre es Xibalba, diosa del Inframundo y dueña de los panteones del subterráneo.
-Eres una diosa...
-Así es. Pero no soy una enemiga. De hecho, soy una gran conocida de tu señor Quetzalcóatl. Así que estoy al tanto de quién eres.
- Si ya sabe entonces, debo retirarme y agradezco el cuidar de mi amigo.- Hiroshi le hizo una leve reverencia para poder dar camino de regreso.
-No te gustaría escuchar lo que debo decirte de ti. Ya qué, eres el amante directo de tu señor. - el paso del asiático hizo detenerle de golpe, Xibalba sonrió y camino hacía él. - Tu corazón está completamente en duda de muchas cosas, lo puedo presentir. Dudas de Quetzalcóatl, si puede llegar a hacerte daño. Dudas de su pueblo y dudas de ti mismo. Dime Hiroshi, ¿En verdad crees en las palabras de tu señor?.
El joven asiático comenzaba a sentir una extraña tensión en las palabras que le decía aquella diosa. Pero, el sabía perfectamente que su señor nunca le haría daño. Respiro profundamente y la miró con gran determinación. Xibalba solo río un poco al ver que en verdad estaba con alguien que no era tan ingenuo para caer en sus planes.
-Supongo, que así será. - habló interrumpiendo su silencio, pero, de pronto el sonido de fuertes golpes y gritos provenientes de la ciudad hizo alertar a Hiroshi. Cuándo estaba a punto de despedirse de Xibalba, está había desaparecido. Así que sin más corrió en dirección a la ciudad junto al can que ya lo seguía sin despegarse de su lado.
Escuchaba como se escuchaba mucho murmullo de las calles del mercado, así que decidió apresar su paso para saber lo que ocurría. Sus ojos se abrieron de golpe al ver lo que estaba pasando, todos los puestos de los comerciantes estaban completamente destruidos. Algunos estaban heridos levemente, como si una gran bestia había pasado arrojando todo a su paso.
- ¡¿Qué fue lo que ocurrió?!- dijo el joven sacerdote quién no dudo en ayudar a un hombre mayor que hacia abajo de su tienda.
-Fue...nuestro señor... él hizo todo esto...- respondió una mujer que también se acercó a dónde estaba.
-¿Qué?, ¡¿Cómo que Quetzalcóatl hizo esto?!
-Si, venía todo extraño. Se tambaleaba de un lado a otro. Decía muchas incoherencias, intentamos hablarle pero este comenzó a arrojar y destruir todos nuestros puestos. Reía y hasta en momentos estaba molesto.
- Joven Hiroshi... busqué a nuestro señor...debe de estar enfermo. - comentó el hombre mayor con mucha preocupación. Hiroshi miró a su alrededor y todos los habitantes estaba completamente preocupados y extrañados por su señor. ¿Porqué haría tal atrocidad?
-Estas bien, iré a buscarlo para ayudarle. Estén tranquilos, cuándo lo encuentre vendré para ayudarles a recoger todo esto. - los habitantes asintierón y Hiroshi emprendió camino para buscar a la serpiente emplumada. Estaba completamente preocupado por el repentino cambio de su dios. Seguía todo rastro de destrucción que dejaba a su paso, muchos le decían que dirección había tomado Quetzalcóatl. Pero solo las direcciones e indicaciones que le daban lo hacían dar vueltas y vueltas sin llegar a un lugar en concreto.
- Maldición...en dónde...- estaba a punto de rendirse cuándo recordó que su hermana estaba aquí. Tal vez ella le ayudaría a buscarle con más facilidad con sus poderes. Así que sin dudar más fue en dirección al templo donde estaría descansando. Corrió con todas sus fuerzas para poder llegar al lugar, notó que sus sacerdotes no se encontraban resguardando y eso le hizo extrañarse más.
Subió las escaleras con rapidez para poder encontrar a Quetzalpétlatl, pero, cuándo llegó y levantó aquella cortina su corazón se detuvo por la sorpresiva escena que estaba viendo. Llevó sus manos a su boca para evitar gritar, sus piernas tambalearon y lo hicieron caer al suelo de sentón.
Las lágrimas del asiático no tardaron en caer repentinamente por sus mejillas, tomaba con fuerza su pecho con un inmenso dolor. Parecía que le habían atravesado con una daga en su pecho, todo lo que amaba se había derrumbado en un solo segundo.
Miraba con tanto dolor aquella habitación donde el viento dejaba verle a través de aquella leve cortina. Estaba tan claro aquella escena que no el mismo Hiroshi podía entender el porqué estaba ocurriendo. El cómo su amor más preciado y correspondido, tomaba con deseo a su propia hermana en cuerpo y alma.
El llanto del asiático era tal letal y silencioso, dejándolo completamente fuera de sus cinco sentidos. Cómo pudo, camino hasta las escaleras del templo para poder bajar, pero su tristeza era tan pesada que solo lo dejo sentarse a llorar a grito abierto. Nadie se había dado cuenta de que alguien estuviera llorando por el lugar, estaba en completa soledad, aquella soledad que había dejado en su hogar.
Allí yacía un joven sacerdote destrozado, al que le habían arrebatado por completo su todo sin tener piedad.
"¿En verdad crees en la palabra de Quetzalcóatl?"
Aquella voz de Xibalba resonó en su mente, la tristeza poco a poco se convertía en rabia. Era cierto, era igual que todos los dioses, igual que los mortales que solo se dejaban sucumbir en los placeres. Y al final, dejaban a alguien inocente muerto por dentro. Con furia limpio sus lágrimas y se levantó para seguir su camino, miró por última vez a aquellos aposentos y bajo sin llorar más.
Sin embargo, la noche paso por desapercibida dejando paso a un nuevo amanecer, amargo con un sabor completamente agridulce. Quetzalcóatl con algo de pesadez y un inmenso dolor de cabeza se sentó para poder despertar completamente. Le pulsaba fuertemente las vienes y sentía pequeños ardores por su pecho. Pero cuándo estaba a punto de reponerse, un trapo húmedo y frío lo golpeó con fuerza en su rostro.
- Vístete que es demasiado tarde.
-¿Hiroshi...?...pero...que ...- con algo confundido miro el rostro molesto de su amado, quién solo estaba con una cesta con ropas de su señor y lo miraba desde la puerta.
Estaba completamente adolorido y no podía ponerse en sus sentidos, pero cuando notó que no estaba en sus aposentos notó que a su lado yacía su hermana completamente desnuda. De igual manera se dió cuenta que no tenía nada encima y tomo lo que podía taparle. Pero miraba con terror a ver a Hiroshi que lo había encontrado de esta manera.
-Hiroshi...no, no...es...
-Eso ya no importa. Ahora date prisa antes de los sacerdotes vengan por mi señora. Y usted, debe prepararse. Su pueblo está esperando que le dé una explicación por su comportamiento de ayer. Lo esperaré afuera.
-Espera...Hiroshi...- el asiático no dijo más y colocó las ropas de la serpiente y lo dejo a solas en esa habitación. El piel canela se levantó como pudo y vistió sus ropas para poder alcanzarle, tomó sus pertenencias y salió de allí. La cabeza aún le palpitaba y la luz era una completa molestia pero no quería dejar a Hiroshi con el gran mal entendido. Los recuerdos de la noche eran bastante vagos, pero juraba que aquella noche había tomado a su amado y no a su propia hermana.
Pero cuándo estaba a punto de alcanzar al azabache subiendo las escaleras, sus fieles fueron a su alcance.
-¡Mi señor! ¿Cómo se encuentra? - dijo una mujer con sus hijos en mano.
- ¿Qué le ocurrió, señor? ¿Fue un castigo por un mal comportamiento?
-¿Necesitaba más tributos?
- No...esperen...yo...- la serpiente estaba avergonzado por las cosas que había llegado a hacer bajo aquella medicina que su hermano gemelo le había entregado. No encontraba las palabras correctas para decirles la verdad. Pero, la silueta de Hiroshi a su costado hizo que todos posaran su atención en él.
-Disculpen a su señor. Ayer estaba teniendo una pequeña enfermedad que hizo comportarse de esa forma. No fue castigo a ustedes, solo fue parte de su problema de salud. - Hiroshi sonrió levemente para los habitantes dejándolos en un silencio incómodo. Sin embargo, Quetzalcóatl se quedó perplejo a lo que estaba a punto de hacer el asiático. Lentamente el joven asiático hizo una reverencia de disculpa en el suelo hacia el pueblo de Tenochtitlán.
Todos los fieles miraban asombrados por lo que estaba haciendo el invitado de su señor. Una pequeña se acercó a Hiroshi tomando su rostro para que la mirara, ambos se miraron por unos segundos y el piel pálida se levantó para volverles a sonreír.
Todo mundo estaba atónito a lo que había ocurrido, pero la serpiente les pidió que más tarde les daría una explicación sobre lo ocurrido, pero aquella enfermedad ya había acabado y no debían preocuparse. Sus fieles asintierón y aceptaron las palabras de sus señor y continuaron con sus actividades. Hiroshi solo suspiró y subió aquellas escaleras sin decirle nada al moreno. Quetzalcóatl también no dijo nada y siguió detrás de él con demasiada culpabilidad, se odiaba a si mismo por herir a su amado. Estaba avergonzado de no ser fiel a sus propias palabras. Pero ahora, parecía que había perdido todo lo que tenía, se sentía débil e inútil ante él.
-Hiroshi...por favor...déjame hablarte...
-No tiene nada que mencionar, mi señor. - dijo mientras entraba en los aposentos y acariciaba al joven can quién no tardo en recibirlo con emoción.- Yo...está noche no dormiré aquí.
-¿Qué...? ¿De que estás hablando...?
- Iré a vivir a una de las casas que está en el pueblo cerca del mercado. No puede estar aquí un humano durmiendo en los aposentos de su señor. - Lo miró con gran seriedad, no había más aquél brillo en los ojos del azabache que hacían perder a la serpiente con locura. Quetzalcóatl se sentía estar frente a un completo Hiroshi diferente, pareciera que todo lo hermoso que habían creado se había esfumado por completo.
-Si no hay nada que decir. Me retiro, mi señor. - Hiroshi tomo unas pequeñas bolsas de tela dónde había pertenencias de él, pero cuándo estaba a punto de salir por los aposentos un sacerdote llegó para darle un mensaje. Su hermana se había retirado de la ciudad, sin decirle un mensaje en concreto a su hermano. Hiroshi solo se quedó en silencio por lo que había dicho aquel sacerdote, pero aún así la serpiente emplumada no dijo más y pidió que se retirará su mensajero.
El silencio era bastante tenso en aquella habitación, ambos jóvenes no decían nada para solucionar las cosas pero, el azabache solo lo miró por unos segundos al piel canela y continuo su salida del templo. Quetzalcóatl cayó al suelo llorando de vergüenza, había tomado a su hermana, había herido a Hiroshi y alejado de él por completo. Había destrozado cada una de sus palabras, sus promesas solo fueron simples mentiras con sus actos que había hecho. Su pecho se sentía completamente vacío.
El mediodía llegó y todo el pueblo se había reunido para escuchar el mensaje de su señor. Había mandado a llamar a toda la población para aclarar todo lo ocurrido y poder decirles una noticia que podría percutir el futuro de su Tenochtitlán. Hiroshi estaba indeciso de estar presente en aquél momento, pero solo iría escuchar como todo fiel las palabras de sus señor. Cómo pudo, encontró un lugar cercano a las casas del alrededor del templo, había mucho murmullo en todos los habitantes de que se trataría está nueva noticia.
Otros miraban al azabache confundidos de no estar allá arriba con la serpiente emplumada, pero cuando iban a preguntarle al sacerdote; los gritos de emoción no se hicieron esperar. Lentamente apareció Quetzalcóatl con sus grandes vestuarios de dios y levantó sus brazos para que todos hicieran atención a él.
-Pueblo, mi gran pueblo Tenochtitlán.- hablo con fuerza el piel canela.- Lo que ocurrió la noche anterior no tiene una explicación, pero estoy completamente arrepentido por haberles causado destrozos e inconvenientes. Mis actos no son dignos de su perdón, ya que rompí mis propias reglas que yo mismo les dí. Por lo cual, gente, mi hermosa gente. No merecen tenerme como su líder desde este momento.
Todo el pueblo exclamó con preocupación por lo que su propio señor había dicho, Hiroshi lo miraba con asombro, como era capaz de renunciar a su pueblo. En verdad, ¿Estaba demasiado arrepentido? Los ojos de Quetzalcóatl se posaron en las de su amado, podía verse la gran tristeza por haberle defraudado. Todos los gritos comenzaron a ser fuertes de la decisión de su dios, sacerdotes salieron también para discutir con él, reclamaron y supieron lo que había ocurrido con su hermana. Seguían gritando explicaciones de lo que estaba ocurriendo, pero Quetzalcóatl solo mencionó una y otra vez su arrepentimiento pero, dándoles una última esperanza de que no sería para siempre. El azabache estaba a punto de acercarse cuando una pequeña serpiente emplumada comenzó a subir por su pierna, se dió cuenta que era un mensajero de su señor.
Con sumo cuidado se alejó del lugar, la serpiente le indicaba ir a un cerro lejos de la ciudad ya que Quetzalcóatl le pedía verle allí en la cima. Cómo pudo subió con cuidado y el sol calaba un poco, pero debía de llegar con bien a la cima. A mitad de ello un camino había aparecido mostrándole que debía tomarlo. Pasaron un par de horas para llegar al lugar indicado, allí ya estaba el piel canela con sus pertenencias a un lado.
-Decidiste venir...
-Tenía que hacerlo. Eres mi señor después de todo.
-Tu señor...- río tristemente y se acercó a él para tomar a su serpiente mensajera. - Supongo que terminó todo. ¿Me escucharás por última vez?
-Te escucharé. Pero, dudo que pueda perdonarte.
-Sabía que iba pasar. Solo quiero decirte, que tú eres y seguirás siendo mi mundo. Al único que amaba con todo mi ser. Sin embargo, no tengo palabras para remediar esta acción vergonzosa. Debo irme para poder regresar y derrotar a los traidores que me dieron la espalda poniéndome en esta situación.
-¿Traidores?
-Eso, te lo mostraré cuándo regrese. Y puedas ver qué jamás mentí con lo que siempre te dije de lo que sentía por tí. Pero, quiero que me prometas algo. ¿Podrás cuidar a mi pueblo mientras yo no esté?- el asiático solo se quedó en silencio por unos momentos, Quetzalcóatl tomo su rostro para que lo viera directamente, pero él tomo su mano por unos segundos y lo quitó de su rostro.
-Lo haré, pero porque ahora es mi hogar y se ha convertido en mi familia. Es lo único que podré hacer por tí. - el piel morena comenzó a llorar con una sonrisa leve en su rostro y tomo su camino para continuar con su ida. Sin embargo, jamás volvió a mirar atrás.
Cuándo Hiroshi se quedó sólo, dejó caerse al suelo y comenzó a llorar con gran dolor. Su maldito coraje no dejo decirle que aún su corazón le pertenecía a la gran serpiente emplumada y ahora no solo él era el que sentía culpabilidad. Gritaba con fuerza su nombre, pero ahora ya no iba a regresar. Hiroshi estaba completamente adolorido de no haber estado allí para escucharle con más atención, pero si furia y amargura no lo dejo, lo cegó por completo. Golpeaba el suelo pidiendo a los vientos que regresará, pero era demasiado tarde para ello.
Se quedó en aquel lugar llorando hasta que el sol comenzará a ponerse, aún no podía encontrar consuelo para calmarse, sin embargo, algo llamo su atención en dirección de la ciudad. Un gran humo obscuro daba una gran señal de que algo estaba ocurriendo. Se levantó y no dudo en correr con sus únicas fuerzas en aquella dirección, pero solo pedía poder llegar para saber que es lo que estaba pasando a la gran Tenochtitlán.
- ¡Hiroshi!- grito una voz masculina detrás de él, que hizo detenerle de golpe, era nada más y menos que el hermano mayor Huitzilopochtli que traía un grupo de soldados. Tomó con fuerza al asiático para llevarlo lo más rápido a su ciudad. - ¿Estás bien ?
- Si, aunque no se ocurre en la ciudad.
-Me han estado llamado los soldados de mi hermano, están atacando dioses extraños y estan matando a su gente.
-¡¿Qué?!
-No te preocupes, Tláloc y Tezcatlipoca ya están llegando. Cuándo lleguemos lleva a mujeres y niños a un lugar seguro. ¡Los que puedas encontrar! ¡Ahora el pueblo está en tus manos!
- ¡Si, mi señor!.- Huitzilopochtli solo sonrió con orgullo el saber que no era un cualquier mortal. Tenía todas las agallas de un guerrero. Pero al llegar a la ciudad, se quedaron en completo asombro al ver tal escena. Sangre derramada yacía por cada rincón del suelo de la ciudad, gritos de inocentes pidiendo clemencia. Huitzilopochtli no dudo en dejar a Hiroshi para ir en contra del enemigo que peleaba a sangre fría con los soldados de Quetzalcóatl.
El joven sacerdote corrió en busca de la mujeres y niños, pero cada vez iba viendo menos niños de lo que podía imaginar. Tomó los que pudo y los llevó a refugiarse en el lugar que Quetzalcóatl usaba para sus meditaciones. Los niños estaban aterrados por ver cómo perdían a sus padres y madres con los extraños. Hiroshi intento calmarlos y los dejó con Momo que no tardó en aparecer al ver a su compañero regresar. Al salir tomó algunas armas para ir a pelear y buscar más sobrevivientes de su pueblo, pero de pronto uno de los extraños se topó con él y comenzaron a luchar.
Pero, cuándo Hiroshi golpeó con fuerza el casco de aquél soldado se dió cuenta que tenían rasgos extranjeros. El soldado estaba atónito tambien de ver a alguien de diferentes rasgos que los pobladores que se estaban enfrentando.
-Tú...¿Quién eres?... Tenéis rasgos de extranjero...- pero cuándo estaba a punto de preguntarle más cosas, un inmenso jaguar llegó para ayudarle aniquilando al enemigo.
-¡¿Qué haces allí parado?! ¡Busca a tu gente! - gruñó Tezcatlipoca quién parecía tener problemas con sus poderes. Hiroshi asintío y continúo luchando para salvar a su pueblo. Pero cuándo estaba a punto de llegar a buscar alguien del palacio, un grupo de sacerdotes lo tomaron por sorpresa. No podía moverse, ya que lo estaban comenzando a tarr de sus pies y manos.
- ¡Lo tenemos! ¡Rápido al templo!- Hiroshi pataleaba con fuerza para que lo soltaran, pero sus ojos se abrieron al ver que llevaban una daga similar como aquella ocasión del sacrificio de las doncellas. Su corazón comenzó a latir con fuerza ya que no quería imaginarse lo que estaban a punto de hacer. Cuando llegaron a la cima tenían todo preparado para colocar al asiático, tomarón con más fuerza de sus manos y pies para que esté no se pudiera escapar.
- ¡Por favor! ¡Déjenme ir! ¡Por favor! ¡No me maten!
-Nuestro dios regresará si le damos al fin un sacrificio tan poderoso...¡El corazón de su amado será nuestra salvación de estos dioses!
-¡No! ¡Por favor, no!- grito desgarradamente el azabache para poderse safar. La lluvia no se hizo esperar más, las gotas frías caían en su rostro combinándose con sus lágrimas. Parecía que el mismo cielo le estaba dando su última despedida, las oraciones en náhuatl comenzarón a escucharse, todo parecía volverse más lento. Sus fuerzas estaba acabándose y su cuerpo pedía ya detenerse. Miraba a su costado y podía ver cómo su pueblo moría lentamente por aquellos extraños. Los hermanos de Quetzalcóatl estaban siendo débiles ante los enemigos y estos acaban sus poderes dejándoles como unos simples humanos.
"Con que es así, ¿La muerte me da su bienvenida?"
-Oh no...Hiroshi...- Tláloc miró a lo lejos cómo tenían preparando para un sacrificio en plena guerra.-¡Hiroshi!-.grito con fuerza dejando a sus hermanos para poder ir a rescatarle.
Hiroshi volvió su vista enfrente mirando aquella daga puesta y lista para hacer su cometido. Las memorias de su felicidad pasaban frente a él, tan momentáneo como un débil suspiro de cansancio. Los ojos de Quetzalcóatl se habían quedado como su último recuerdo que llevaría al más allá.
-¡Mi señor, toma tu corazón y ven a salvarnos!-gritó el sacerdote empuñando la daga con fuerza ya lista para atravesar su pecho. Las lágrimas del asiático no paraba de salir de sus ojos, sus labios se movieron por última vez diciendo el único nombre que era su consolación y que ahora estaba lejos.
-¡No!- gritó Tláloc desde la mitad de las escaleras cuándo vio como aquella daga perforó el pecho del asiático y su sangre comenzaba a bajar lentamente del pedestal. Los relámpago no se hicieron esperar para dar la noticia de que aquel joven que alguna vez fue amado por un dios, había Sido arrebatado de este mundo. El sacerdote levantó con orgullo aquel corazón y gritando el nombre de su señor, Huitzilopochtli y Tezcatlipoca veían aterrados por lo que había ocurrido. Tláloc gritaba con fuerza el nombre del asiático, lloraba con tanto dolor que la lluvia no tardó en empeorar. Lentamente el rostro de Hiroshi cayó en dirección a dónde estaba el dios de la lluvia mirando, sus ojos ya habían perdido su color y su sangre había pintado por completo el camino del templo.
Sin embargo, un grupo de fieles del dios de la lluvia lo tomó para que se fuera de allí, ya que un grupo de soldados llegaron para aniquilar a los sacerdotes por hacer tal atrocidad. La guerra continuo para ver quién iba ser el nuevo gobernante de Tenochtitlán. Los jóvenes dioses se retiraron del lugar derrotados y débiles, pues habían perdido a sus fieles en esta masacre.
Tláloc no quería irse sin antes llevarse el cuerpo del amado de su hermano mayor. Envolvieron con telas el cuerpo del azabache y se lo llevaron lejos de esas tierras, en la que alguna vez lo habían llamado hogar. Esperando de nuevo el regreso de su dios.
Continuará.....
No me maten, aquí tengo pañuelos ❤️❤️❤️
Sin más nos vemos en el siguiente capítulo.❤️❤️❤️✨👌
Pdt: ya estaré más activa por el momento. ❤️❤️
Los amo!
Beka-san~
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