-Corazón-
Tres días antes de la Conquista.
Las lluvias ya habían llegado dando inicio a su temporada, el joven Tláloc dejaba caer su agua cristalina a todos los pueblos para que los frutos y las demás cosechas tomarán sus nutrientes para crecer. Amaba esos días tan húmedos, lo hacían sentir libre entre las nubes, ver cómo cada flora se llenaba de un hermoso verde vivo. Sin embargo, el menor ha estado extrañado demasiado ver a sus demás hermanos, pues, últimamente las criaturas del Inframundo no han dejado de atacar los pueblos principales que residían cada uno de sus hermanos, era cansado y los hacía alejarse más de lo que estaban.
Tláloc tenía pensado ir a visitar a Quetzalcóatl ya que las batallas cada día lo estaban alejando más, quería saber cómo le ha estado pasando el joven Hiroshi en estas tierras, pues la última vez que lo vió fue cuándo apenas estaba aprendiendo algunas cosas y una que otras palabras. Le agradaba bastante, podía sentir aquella alma tan serena de aquél mortal, entendía porque su hermano mayor se había enamorado de esa cálida presencia.
Pero, cuándo estaba a punto de tomar camino hacía su hermano, se percató de un gran aroma a sangre y entre ellas podía percibir la de un dios. Lo más rápido posible llegó al lugar, no muy lejos de la ciudad regida por Tonatiuh, mientras más y más se acercaba el olor era demasiado penetrante. Sus ojos se abrieron de sorpresa cuándo miró en un gran campo abierto un sin fin de cuerpos bañados en sangre que yacían en el suelo, soldados, campesinos, artesanos y esas criaturas con las que habían estado peleando días. Pero, estás eran más grandes y estaban demasiado diferentes a los que había atacado, estás ya estaban evolucionando en algo más poderosas que no ellos mismos podrían calmar.
- Tláloc...- escuchó una voz débil entre un grupo de cuerpos, bajo lentamente y comenzó a retirar los soldados inertes que tenían cubriendo al responsable de aquél llamado.
-No puede ser...¡Tonatiuh!- el dios levantó con desesperación al moreno que tenía en todo su cuerpo heridas bastantes graves. Había hasta perdido ciertas partes de sus extremidades, pero aún estaba atónito el dios de la lluvia que aún siguiera con vida.- ¿Pero... cómo...?
- Tláloc...escúchame...-dijo el otro dios colocando su mano aún "sana" en la mejilla del contrario para que lo viera. - Debes...decirle a Huitzilopochtli...que se preparen...los dioses ya ...estamos peligrando...
- ¿Son esas criaturas? ¡Estamos haciendo todo lo posible y no nos han derrotado!
-No...no es suficiente- comenzó a toser con fuerza que hizo que mucha sangre saliera de sus boca.- Son más fuertes que nunca...se han convertido en asesinos de dioses...pero...es solo el comienzo...
-¿Qué quieres decir, Tonatiuh? Déjame curarte para que me digas...-el moreno tomó con fuerza la mano de Tláloc, era una señal que su estadía en tierras del hombre del maíz había acabado.
-Tengan...cuidado...de los dioses de metal... díselo a tu hermano ...para que estén preparados...por favor...
-Claro que lo haré. Diste lo mejor de tí Tonatiuh. Nuestros padres están agradecidos.- llevó la mano a su frente para darle una leve señal de respeto, Tonatiuh sólo sonrió levemente y poco a poco una leve luz salió de su boca. Sus ojos se apagaron por completo cuando aquella escencia salía de dios. Tláloc solo agachó la cabeza por la muerte de su igual, las gotas de la lluvia no se hicieron esperar más para hacer su aparición.
El dios solo podía ofrecerle una lluvia llena de tristeza pero también llena de respeto por haber estado con su gente hasta el último aliento. Observó todo el campo de batalla, era toda su población de su reino quién había participado para ayudar a su señor. Desde el más mayor de edad, hasta el más pequeño de sus creyentes. Dejó el cuerpo del joven dios en el suelo para que esté se disolviera, así era cómo un dios terminaba al final, en un pequeño montón de cenizas. Se levantó y alzó su cetro para que un trueno sonará en los cielos, fuerte que logró llegar a oídos de todos los pueblos cercanos.
La visita con Quetzalcóatl iba seguir esperando, tenía que volver y hablar con el mayor por lo que se aproximaba. No solo estaban peleando hasta el cansancio con criaturas del Inframundo sino que también estaban peligrando con aquellos dioses de metal que ya había escuchado días atrás y que hoy Tonatiuh volvió a confirmar. Pero, lejos de aquella masacre, el sonido del trueno hizo despertar al dios emplumado, no tardó en sentarse en el petate dónde ahora dormía con el asiático.
-Tonatiuh...- Quetzalcóatl hablo para si mismo, esas eran las maneras en que su hermano menor se comunicaba para dejar ciertos mensajes. Estaba atónito cuándo pudo sentir la tristeza que su hermano había mandado a través de la lluvia. Se levantó y camino en dirección de la puerta principal de su habitación, la lluvia ya se había intensificado y parecía haber apagado por completo todos los sonidos del ambiente.
- ¿Quetzalcóatl...? ¿Estás bien?- hablo algo adormilado Hiroshi quién comenzó a tallarse sus ojos.
-Lamento despertarte. - sonrió levemente el dios emplumado.
-¿Lluvia?
-Si, Tláloc lo hizo. Un dios ha muerto en batalla. Es un regalo de mi hermano para él, regresará al Mictlán con honores.
-Lo lamento mucho. Esas criaturas no los han dejado en paz, cada vez también llegas más herido contra ellos.
- Pero, jamás me harán daño, porqué no puedo dejarte solo. Prometí protegerte hasta mis últimos días, esos bichos no son nada para mí. ¡Auch!- la serpiente se sorprendió al sentir un golpe en la cabeza gracias a una sandalia que su amado le lanzó desde su lugar.
-Claro, no si quiera pudiste esquivar mi ataque.
-Estaba distraído.
-Si, claro.- el moreno comenzó a reír y no tardó en ir a su encuentro para abrazarle con fuerza. Las rosas no tardaron salir por parte de ambos, sus miradas juguetonas y coquetas los hacían olvidar de todo mal que les rodeaba.- Sabes que me preocupas y verte más herido me hace pensar lo peor.
-Hiroshi, te lo he dicho un sin fin de veces que nada me pasará. No quiero dejarte sólo. Así qué, mientras tú estás aquí, me estás dando muchísimo poder que no te imaginas y no podrán derrotarme tan fácilmente.
- Quetzalcóatl, en serio eres un poco terco. - sonrió mientras dejaba un beso casto en los labios del piel canela. Pero, el sonido de un jaguar hizo que ambos se separaran, pues en la puerta principal yacía un jaguar negro con un papiro en su hocico. Por el collar de obsidiana y plumas en su cuello podía saberse que provenía de Tezcatlipoca. Quetzalcóatl se levantó para ir hacia la criatura quién no tardó en entregarle aquél objeto, no espero más para ver de qué se trataba, mientras más profundizaba su lectura su expresión se hizo tensa en segundos.
-Mis padres están llamando a todos los dioses.
-¿Porqué? - preguntó algo preocupado, pues era la primera vez que su señor hablaba de sus padres. Si le había comentado algo sobre de quienes se trataban, pero de solo recordarlos le hacía sentir un extraño escalofrío recorrer por su cuerpo.
-Al parecer no solo Tonatiuh ha Sido el único dios que ha muerto. Esto es más grave.
- No te preocupes por mí. Ve si necesitas hablar con ellos. Estaré aquí en el templo y no saldré fuera de la ciudad.
-No. No puedo dejarte solo cuándo todos mis soldados están ocupados en las afueras. Irás conmigo.
- Espera, ¡Me descubrirán que soy un extraño!
- No, si usamos algunas ropas de mis sacerdotes y algo de pintura nadie lo notará. Bueno a excepción de Tezcatlipoca y Tláloc, aunque si tengo miedo por los demás. Pero de eso me voy a ocupar yo.- dijo la serpiente que no tardó en buscar en una de las canastas algunas ropas.
-Esto es una locura. Sabes que mi piel no es cómo la tuya y mis rasgos son diferentes.
-Claro que podemos hacer algo. - Tomó su rostro para observarlo. Lo miró fijamente a los ojos, Hiroshi no tardó en sonrojarse por su amado que estaba a unos escasos centímetros de él. Pero, el moreno colocó su dedo índice en su frente y de este empezaba a emanar una tenue luz. El asiático solo cerró sus ojos cuándo vió lo que estaba haciendo, aquella luz envolvía cada parte del cuerpo del joven cambiando lentamente el tono de su piel. Aquella palidez estaba desapareciendo dejando ver una suave piel canela similar a su señor.
La serpiente emplumada quitó su dedo y tomó uno de sus espejos para que el asiático mirara lo que había hecho. Los ojos del asiático se abrieron para ver lo que estaba pasando, pero se quedó sin palabras al ver que su tono de piel había cambiado.
-Esto...¿Soy yo?
-Es lo único que puedo hacer. Intenté también cambiar tus ojos pero, recordé que mis sacerdotes usan una mitad de máscara. Con las ropas y ahora tu piel pasarás sin problemas. Solo serás mi compañía, no te dejarán entrar con nosotros pero, la ciudad de mis padres está completamente rodeada de un campo de energía. Así qué estarás demasiado seguro allí.
-¿Funcionará? ¿Está magia no tiene un límite de tiempo?
-No, todo se disuelve hasta que yo lo rompa. Así que, ¿Listo?- dijo el dios quién ya tenía el conjunto en sus manos. Hiroshi aún no sabía la locura que estaba por cometer pero, en algo tenía razón, si se quedaba no iba estar protegido por alguno de los soldados de su señor. No tardó en quitarse sus ropas y colocarse las nuevas, las joyas y piedras que debían llevar los fieles sacerdotes, no tardó en que Quetzalcóatl también le ayudará con la pintura en su piel. Cuándo ya estaba completo, las máscara hizo su milagro de no mostrar sus rasgados ojos, en verdad parecía a uno de los habitantes de la ciudad.
Cuando estaban listo, el dios tomó su forma de serpiente y subió a su amado en su cabeza dónde podía sostenerse con fuerza. El viento envolvió a ambos y los ayudó a impulsarse para salir a los cielos, las gotas de la lluvia golpeaban con fuerza en la máscara del asiático. Era sorprendente como Quetzalcóatl se perdía entre las grises nubes, parecía nadar entre ellas, el asiático estaba bastante sorprendido por tal imagen tan majestuosa.
Nunca había volado de esta forma junto con el joven dios emplumado, todo era nuevo y aunque tuviera algo de miedo por caerse; sostenerlo le hacía sentir tranquilo. Sin embargo, algo llamó su atención cuándo iban a mitad del camino, también entre las nubes muchos dioses comenzaron aparecer. Otros en forma de mitad humano y mitad animal, otros eran animales por completo; nunca se había imaginado que así serían los demás dioses que regían estas tierras.
-¡Padre!- habló una voz masculina que venía detrás de ellos. Era un joven con apariencia más menor que ellos, podía ver en las costuras de sus vestimentas daban señal que era parte de Quetzalcóatl. No lo había visto antes y le había extrañado que llamara al contrario de esa forma. - ¡Me alegra que hayas venido también!
-Ehécalt, ¿También fuiste llamado a la reunión?
-Si. Mi pueblo también ha sido víctima de estás criaturas, he oído sobre las muertes de otros hermanos dioses. - el joven dejó de hablar y ubicó su vista en el asiático que iba encima de su padre. Hiroshi empezó a sudar de nervios por qué aquél dios lo había notado.- ¿Trajiste uno de tus sacerdotes? - suspiró aliviado.
-Si, es nuevo por lo cuál no los he presentado.Ehécalt, él es...
-¡Axolotl!- respondió de inmediato Hiroshi.- M-mi nombre es Axolotl, mi señor. - hizo una leve reverencia.
-Tranquilo, no debes ponerte nervioso. - sonrió el dios mostrándole el mismo oyuelo que Quetzalcóatl tenía en una de sus mejillas.- Soy dios de los vientos e hijo de su señor. Bueno, técnicamente una creación de una parte de él.
- Oh ya veo.- respondió con algo de curiosidad.- No sabía que los dioses podían hacer eso.
-Claro que podemos pero para eso tenemos que proveer una parte de nosotros. Un hueso, sangre o un trozo de carne. Así que se convierten en nuestros hijos.- terminó de responder Quetzalcóatl.
-Ya hemos llegado.- comentó Ehécalt, Hiroshi no tardó en observar la inmensa ciudad que estaba por debajo de ellos. Era más grande que Tenochtitlán y se podía ver claramente el campo de energía que rodeaba toda la ciudad. Pero, lo que más le sorprendió fué el gran templo que estaba en el centro, imponente y con un par de estatuas de oro de los dioses regidores.
Los gritos y aclamos de los habitantes no sé hicieron esperar al ver la llegada de todos los dioses. Poco a poco fueron descendiendo al templo central, ya en la puerta principal yacían dos dioses, una mujer y un hombre de edad algo avanzada. Sus joyas eran tan brillantes que daban esa autoridad extrema que debías respetar de inmediato. Todos los dioses al llegar su forma humana e hicieron una gran reverencia a aquellas personas. Hiroshi no tardó en imitar a Quetzalcóatl y darles respeto. La mujer señalo para entrar al templo, el cuál todos no tardaron en obedecer.
-Hiroshi - susurró la serpiente.- No te separes de mí en ningún momento. No hables y para todo agacha la cabeza. Cuándo pasemos por lado de ellos no los mires.
-¿Quiénes son esos dioses?...
-Ellos son mis padres: Mixcoatl y Coatlicue. Dioses de la creación.- el corazón del asiático comenzó a latir sin control. Estaba frente a dos deidades poderosas, el miedo lo estaba inundando y sus piernas no podían dejar de temblar. Quetzalcóatl notó el nerviosismo de Hiroshi, pero su hijo no tardó en ir a su costado para no dejarlo tan atrás de su padre.
Coatlicue sólo se limitó a ver a su hijo con una mirada sería. Mientras que Mixcoatl sonreía con alegría por ver a uno de sus hijos mayores. Hiroshi no levantó la mirada tal cómo lo dijo el piel canela. Pero sentir las miradas de ambos dioses, lo estaban apuñalando desesperadamente. Los gritos de los habitantes estaban llenos de alegría por ver a todos sus señores responder a sus ruegos por estás batallas sin responsable alguno. Pero, poco a poco, el sonido de aquella gente iban siendo más y más lejos al entrar al edificio.
Dentro, un camino iluminado por soldados marcaban por dónde ir, el asiático se sentía bastante temeroso de que en algún momento ya no podría salir con vida de ese lugar. El ambiente era sofocante y tenso, ¿Tanto era de temerles a los padres de Quetzalcóatl? Pues era bastante obvio que hasta entre dioses bajarán la mirada y le dieran respeto. Aún no entendía mucho sobre dioses de estás tierras pero de algo si debía tener en cuenta era mantenerse a salvó de todos.
Sin fijarse por dónde iba, chocó a espaldas de la serpiente emplumada quién había detenido su paso, no tardó en tomar distancia para seguir con su rol como sacerdote. Frente de ellos una mujer sacerdotisa les indicó una sala para poder pasar todos los dioses, pero cuándo era el turno de pasar Quetzalcóatl; la mujer detuvo a Hiroshi.
-Los sacerdotes de los dioses no pueden entrar a la sala. Por favor esperé aquí afuera, hasta que nuestros señores terminen.
-Pero...
-Tranquilo, Axolotl.- habló Quetzalcóatl quién sonrió a su amado.- Estarás bien.
Hiroshi hizo una leve sí con su cabeza, los soldados no tardaron en cerrarla hasta que el último dios entro a la sala. La sacerdotisa hizo una leve reverencia a Hiroshi, pues era parte de uno de los hijos de los dioses de la creación, también tenía respeto por servirle a la gran serpiente emplumada y sin más, se retiró dejandolo solo en el pasillo.
Dentro de aquella sala, todos los dioses hablaban sobre lo que estaba sucediendo alrededor de toda la región. Coatlicue golpeó con una pequeña tarra de barro en su asiento para llamar la atención de todos, el silencio de inmediato llenó la habitación.
-He oído los problemas que han surgido en las tierras del hombre del maíz. Muertes de nuestros hijos dioses han incrementado y han sido exterminado por estás criaturas que cada vez se están haciendo más poderosas.
-Mis señora, los sacrificios no nos están ayudando. Se están acabando y el poder no les he suficiente para derrotarlos. - habló un dios.
-¿No es suficiente?- respondió Coatlicue con una mirada fría a quién habló. Este solo agachó la mirada con temor de que su señora se enojara.- Los sacrificios son nuestra fuente de nuestra fuerza y sea poco o mucho. Son lo suficientemente escenciales para la batalla. Si están fracasando es porque se han dejado llevar cómo inútiles de que solo por ser dioses son imparables.
-Nuestra madre tiene razón - habló Huitzilopochtli quién estaba a un costado de ella. - Nosotros no solo somos dioses que solo se deben venerar, también somos guerreros que debemos pelear por nuestra gente y nuestras tierras. Hemos bajado la guardía por nuestro egoísmo. Sacrificar más y más, nos ayudará para llegar a nuestra victoria pero, también debemos saber que esas criaturas saben nuestras debilidades. Propongo que debemos darle fuerza a nuestros soldados para ganarles y descubrir el responsable que los fabrica.
- ¿Y cómo es que lo harás, Colibrí?- habló una hermosa mujer de cabellera negra, tan larga que pasaba de sus caderas.- A lo que sabemos estás bestias son criaturas del Inframundo. Por mí parte, he hecho de todos mis medios para saber quién o que los crea. Pero tanto como yo y los demás dioses que regimos allí, no ha visto anomalías extrañas. Excepto, claro...por los huesos sagrados.
-Tiene razón Xibalba, han intentado sacarlos del Mictlán - habló Mictlantecuhtli.- Mis soldados han atacado criaturas que se han intentado filtrar a mis tierras. Alguien quiere tomarlos para hacer algo mucho peor con ellos. Y lo único que puedo decir que nadie ha podido llegar hasta ellos más que su hijo Quetzalcóatl.
- ¿Quieres decir que mi hijo es un sospechoso? - habló Mixcoatl.
- Mi hermano no sería capaz de ir en contra de sus hermanos.- habló ahora Tezcatlipoca.- Si mi hermano los llevó a tus tierras es para protegerlos.
- ¡Basta! ¡Aquí no estamos para culpar a nadie! Estamos para buscar solución a esta masacre de mortales y dioses. No quiero oír que uno de mis hijos es culpable de algo...bastante tengo con no tener los sacrificios de su parte.- Quetzalcóatl solo suspiró a las palabras de su madre.
-Entonces, mi señora... - habló Xibalba.- No solo debemos preocuparnos de esas misteriosas bestias, hay un rumor de que dioses de metal vienen también a exterminarnos cómo moscas. Eso hay que darle una solución cuánto antes, esas criaturas se irán pronto como las demás que han llegado a atacarnos.
La sala se quedó en silencio con lo que la joven diosa mencionaba, podría decir que tenía en una parte razón, tal vez solo era esas temporadas en que las bestias llegaban a atacar en busca de alimentos y se irían tan fácilmente. Sin embargo, el rumor de aquello los tenía en constante alerta, ¿Dioses queriendo exterminarlos? Era un punto rojo en dónde debían enfocar perfectamente su atención.
Las horas pasaban y pasaban, hasta que la noche llegó para quedarse. Fuera de aquella sala yacía Hiroshi quién esperaba a Quetzalcóatl, la soledad y el miedo lo hacían sentir bastante desprotegido, pues el silencio del templo lo hacía estar en constante paranoia de que aquellas criaturas entrarán y atacarán todo lo que estaba a su paso. Pero, debía mantener la calma, sabía que su amada serpiente no lo dejaría allí.
Se acomodó un poco para al menos dormir un poco, pues es lo menos que podía hacer para esperar a su señor; pero, cuándo iba a cerrar sus ojos notó que en unos pasillos no muy lejos dónde estaba salía un grupo de sacerdotes con algunas jóvenes hermosas a su lado. Llevaban algunos frutos y flores, las antorchas de los que iban cuidando a aquellas doncellas iluminaban su camino para que en ningún momento cayeran. Un leve cantó se puso percibir provenientes de los mismos sacerdotes.
- ¿Qué será eso? ¿Algún ritual espiritual?.- cómo un gato curioso se levantó de dónde estaba. Miró de nuevo las puertas de aquella habitación de la reunión y volvió a mirar a dónde iba esas personas. No quería irse sin avisarle antes a Quetzalcóatl, pero a cómo se veía la situación iban a seguir tardando más allá adentro.
Sin más, caminó en dirección a dónde llevaban aquellas doncellas, afuera del templo estaba bastante solo y oscuro, pero las luces de las antorchas de aquellos le podía percibir fácilmente. Mientras más avanzaba, se dió cuenta que estos iban alejándose del templo central para ir dentro del bosque que aún estaba dentro de la protección del campo de energía. Se escabullía entre los arbustos para que no se dieran cuenta de que los estaban siguiendo, no quería que lo regañaran o peor aún lo encarcelaran por interrumpir alguna tradición importante. Hiroshi aún no conocía del todo las tradiciones y culturas que tenían por estás tierras, además que Quetzalcóatl no le hablaba por completo sobre algunos temas más. Cuándo se dió cuenta que aquél grupo se detuvo en una especie de explanada donde inmensas figuras rodeaban está y en el centro se encontraba una especie de "mesa" de piedra. Los sacerdotes se formaron alrededor de aquella mesa y las doncellas se colocaron en fila frente de esta. Los soldados comenzaron a tocar algunos instrumentos para ambientar el lugar, el asiático supuso que era una especie de ritual. Se acercó un poco más y se oculto detrás de un par de árboles que estaban cerca de él, los cantos aumentaron con más fuerza por parte de los sacerdotes. Las doncellas solo se mantenían calladas y presumiendo unos hermosos vestuarios coloridos. Hiroshi estaba atento a todo lo que estaba pasando, parecía disfrutar de ver algo nuevo para él, pero aquella felicidad se fue en un instante cuándo vió que uno de los sacerdotes sacó una daga de sus ropas.
Los tambores se hicieron más fuertes, tomarón a una doncella y comenzarón a llenarla de incienso por todo su cuerpo. La colocaron en aquella mesa dónde otros sacerdotes se acercaron a ella para tomar sus brazos y piernas. El que tenía la daga comenzó a recitar algo en la lengua nativa y alzó el arma apuntando a los cielos cómo si se tratará de llamar a algo o alguién. Estaba confundido por lo que estaba ocurriendo pero más lo hizo angustiarse cuando la doncella a la que estaban sujetando empezó a pedir clemencia para que la soltaran.
Pero sus gritos se volvieron agonizantes cuándo de golpe incrustaron aquella daga en su pecho sin piedad, desgarrando la piel cómo si de un papel se trataba. Podía ver cómo aquella joven se retorcía de dolor y desesperación para salvarse pero en segundos el sacerdote levantó el corazón de la doncella a los cielos. Con su último aliento la morena miró en dirección a dónde estaba el azabache y levantó su mano pidiendo que le ayudarán. Sin embargo, era demasiado tarde. El cuerpo de aquella jovencita dejó de luchar, Hiroshi estaba a punto de gritar cuándo sintió cómo una mano le tapaba la boca con fuerza impidiendo dejar dar su paradero. El asiático pensó que lo habían descubierto pero cuándo lo hicieron girar para dar la espalda a aquella horrible escena se dió cuenta de que era su propio amado quién lo miraba preocupado.
Quetzalcóatl lo abrazo con fuerza para que no escuchará los demás gritos de las demás doncellas, Hiroshi estaba temblando por lo que había visto. Sus lágrimas corrían por sus mejillas, jamás había visto tal atrocidad, no sabía porqué lo estaban haciendo o cuáles eran esas intenciones. Pero, ahora tenía miedo de que a él también le pasará por ser un extraño para todas las regiones.
-Eso...es lo que odio que mi gente haga para mí.- habló el piel morena.- Los mortales no son solo objetos para alimentar nuestro poder...esto es lo que no quería que supieras. Vámonos...
El azabache solo caminó sin decir ni una palabra, no quería voltear a mirar que estaba ocurriendo. No quería estar más en ese lugar, quería irse y no saber más de ello. Pero aquella imagen de la doncella pidiéndole directamente ayuda no lo dejaría descansar en paz por no haberle ayudado.
Lo que más deseaba en ese instante, era volver a su hogar.
CONTINUARÁ......
HELLO !!! Al fin reportandonos!!! 💕💕😊😊 Ya llevaba tiempo con esto pero me ocupe con algunas comisiones pendientes que tenía por allí nwn 💕 Si gustan alguno pueden preguntar por inbox en mi Facebook Beka San Art 💕😊😊 estoy abierta a dibujos ya sea de la ship o de otras más. 💕💕💕
Pero ya andamos aquí. Espero que les haya gustado el capítulo y tranquis ya pronto volveremos a la época actual. Solo es un capítulo más de relleno de la vida pasada de Hiro y que realmente pasó. 👀✨✨
Así son más, nos vemos en la siguiente!!!!
Los amo!!! 💕💕💕💕
Beka-san~
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