Capítulo 9.
Después del incidente con Martina, Axel comenzó a llevarse mucho mejor con Elizabeth, y todos se dieron cuenta de este hecho. Incluso sus amigos le comenzaron a preguntar.
—¿Cómo van las cosas con Elizabeth? —Indagó Federico un día en que Axel hablaba con ellos.
—Pues bien, ya casi acabamos, nada más nos falta hacer la presentación para exponerle todo a la señora Carvajal.
—No, idiota, cómo van en cuestiones personales.
Axel se quedó pensando.
—Pues ya mejor, al menos parece que ya me soporta.
—¿Ya te soporta? Axel, esa chica babea por ti.
—Claro que no.
—Claro que sí, cuando te mira está toda embobada. —Se metió Amanda.
—No es cierto, aunque ya me lleve mejor con ella, me mira con aires de superioridad —explicó.
Las veces que estaban juntos, Elizabeth lo veía con discreción —según ella, puesto que todos los demás se daban cuenta—, admirándolo y suspirando por él, y más aún cuando se dio cuenta de que sabía acerca de autos, pues nunca lo admitiría de manera abierta pero le encantaban los hombres que supieran de mecánica. Cuando Axel sentía su mirada, volteaba a verla, pero ella de inmediato cambiaba su expresión a una altanera; el joven solo rodaba los ojos y regresaba a lo suyo sin tomarle tanta importancia.
Amanda y Federico se vieron entre ellos y luego volvieron a ver a su amigo.
—¿En serio no te has dado cuenta?
—Vamos, Amanda, no juegues con mis sentimientos, por supuesto que eso no es verdad, ¿por qué se inventan cosas tan raras?
—No es invento —dijo ella.
—Mentir es malo, es un pecado.
—Ya lo sé. —Rodó los ojos.
—Bueno, suponiendo que sea verdad, aún quiere el ascenso. —Se cruzó de brazos.
—Es cierto —concordó Amanda—. Solo dijimos que le gustas, no que va a renunciar a un puesto por ti, ¿quién haría eso? Porque yo no.
—Yo creo que nadie —opinó Federico.
—Efectivamente —dijo Axel—, y eso significa que sigue haciendo lo posible para tratar de hundirme. Digo, no es un secreto que habla mal de todos con la señora Carvajal.
—Pues no es que me conste que haya hablado mal de ti, pero es muy probable —expresó su amiga en lo que comenzaba a teclear una información en su computadora—. Me atrevería a decir que ha hablado mal de todos aquí.
—Pues no le paso que hable mal de mí —dijo el joven—, pero de ustedes sí.
—¿Por qué? —Preguntó Federico.
—Vamos, cuando llegó todos fueron malos con ella, la ponían a hacer su trabajo... Incluso tú la llegaste a tratar mal, Amanda —le recriminó.
Amanda frunció el ceño.
—Pero me arrepentí —se defendió—, y me fui a confesar. Además le pedí disculpas —agregó para justificarse.
—Sí, pero de seguro eso fue nada más porque te lo pusieron de penitencia.
Amanda apretó los dientes.
—Ya me estás haciendo pecar otra vez.
—Ya, ya. —Le restó importancia—. Pero volviendo al tema, Elizabeth no tendría que ser mala conmigo, yo nunca la traté mal, hasta le regalé un chocolate.
—Pues no la trataste mal pero aspira al mismo puesto que tú —dijo el hombre de más edad—. En teoría eso le da un motivo.
—Sí, lo sé... —Se quedó pensando—. Como sea, debo volver con ella antes de que le diga a la señora Carvajal que no estoy haciendo nada. Los veo al rato.
Sus amigos también se despidieron y él fue con Elizabeth.
***
Después del trabajo, Axel se encontró con Kimberly. Se saludaron con amabilidad y él le recordó la boda.
—Ah, sí, la boda, ¿cuándo me dijiste que era?
—El veintiuno de abril.
—¿Tan pronto? ¡Falta menos de un mes!
—Te avisé con anticipación, no se te vaya a olvidar.
—No, no. —Negó con la cabeza—. Iré.
—Está bien, no me vayas a quedar mal.
—Por supuesto que no —sonrió, mostrando sus dientes de forma exagerada.
A Axel le caía bien, pero a veces le daba la impresión de que estaba hablando con una niña pequeña.
—Está bien. Te veo luego.
—Sí, adiós.
Axel entró al departamento y después de saludar a Augusto, que se encontraba terminando de lavar el baño, fue a su habitación. Pensó en la cuestión de la boda y se preguntó si en verdad hacía bien en ir. «Pero ya invité a Kimberly, ahora tendré que ir sí o sí». Comenzó a revisar el traje que consiguió para la ocasión. «Y ya tengo que ponerme, a lo mejor Kimberly ya tiene vestido».
—Axel —Augusto abrió la puerta sin siquiera tocar—, ya está el baño listo por si lo quieres usar.
—¡Gordo! —Le reclamó—. No está bien abrir la puerta sin tocar —lo regañó.
—¿Qué podrías estar haciendo?
—Cambiándome.
—Ay, no es la gran cosa. —Le restó importancia mientras hacía un gesto con la mano.
«Mmm, le tendré que decir otra cosa» pensó.
—O masturbándome.
—Eso es algo que no me molestaría ver —comentó Augusto sin una pizca de incomodidad.
«Hijo de...». Rodó los ojos.
—¡No lo hagas!
—Está bien, está bien, no lo vuelvo a hacer... Para la otra, si quieres usar el baño, no vas a saber.
—Agh, gordo, ya.
—Está bien, ya me voy. —Le cerró la puerta y lo dejó solo.
Axel se quedó pensando en su amigo. A veces sospechaba que Augusto sentía algo por él, por lo menos una atracción, pero no se atrevía a comentarle nada. «Eso explicaría por qué siempre me ayuda con mi trabajo pendiente sin pedir nada a cambio» pensó. «¿Estaré mal en aprovecharme por ello...? Nah» pensó finalmente. Luego siguió cavilando en Kimberly. «¿A ella le gustaré...? Tal vez sí, por eso aceptó ir conmigo a la boda, ¿si no por qué hubiera aceptado...? Mmm, qué difícil». Siguió cavilando tanto en la rubia como en su amigo, sin saber que cierta chica de cabello oscuro se quedó pensando en él el resto de la noche hasta que se fue a dormir.
***
Al siguiente día, en cuanto Elizabeth llegó, Perla se acercó a ella.
—La señora Carvajal quiere hablar contigo.
—Gracias, Perla. En un momento voy.
La chica se preguntó qué querría Diamantina y por qué la llamaba tan temprano. Se dirigió en seguida a la oficina de ella y esperó hasta que esta notara su presencia, aunque en realidad desde que llegaba alguien a verla, se daba cuenta, pero fingía estar ocupada unos minutos hasta que se hacía la sorprendida.
—Ah, buenos días, Elizabeth, ¿tienes rato esperando? —Preguntó después de dos minutos.
—No. —Reprimió una risita sarcástica.
—Me hubieras avisado que ya estabas aquí desde que llegaste.
—No quería interrumpirla. —«Maldita vieja» agregó ella en la mente, pues sabía que cuando alguien la interrumpía, se endemoniaba la muy desgraciada.
—Tú nunca interrumpes, querida —dijo la señora Carvajal con un tono de voz que Elizabeth sintió completamente hipócrita—. Siéntate —le ordenó. Una vez que la chica lo hizo, habló—. ¿Cómo van con el trabajo?
—Sé que nos hemos tardado un poco, pero ya estamos finalizando. Solo nos falta arreglar bien la presentación.
—Tómense su tiempo, quiero las cosas bien hechas. Les doy hasta el final del mes.
—Sí, trataremos de que sea en cuanto antes.
—Que no, dije al final del mes, antes no lo recibiré —masculló con tono enojado porque según ella, la chica no entendió su orden.
—Al final será.
Después de un silencio, incómodo para Elizabeth y entretenido para Diamantina, la mujer se atrevió a preguntar.
—¿Cómo vas con el consejo que te di?
Elizabeth la miró a los ojos.
—Bien. —Se limitó a responder.
—¿Segura?
—Sí —dijo tratando de sonar lo más segura posible.
—¿Seguirás dando lo mejor de ti?
—Por supuesto —contestó sonriendo.
Elizabeth siempre estuvo acostumbrada, desde niña, a ser la mejor. Cuando era pequeña, hacía los dibujos más bonitos que sus primas y les presumía que, a diferencia de ellas, casi no dejaba espacios en blanco al pintarlos, por eso eran los únicos que su abuelita ponía en su refrigerador y ella se sentía orgullosa por eso. En la época de sus estudios de primaria y secundaria, fue educada en casa por un profesor muy estricto y exigente que le enseñó a dar lo mejor de sí misma. En el bachillerato, cuando decidió entrar a una escuela normal junto con otros chicos de su edad, demostró en poco tiempo su superioridad al tener más conocimientos que los demás debido a la educación que recibió con anterioridad, y agregando el hecho de que era la envidia de sus compañeras al tener la atención de todos los chicos, pues su belleza e inteligencia los cautivaba. En la universidad también logró titularse por honores y en el trabajo no se quedaba atrás. Ella sonrió recordando sus logros pero en seguida la señora Carvajal volvió a tener su atención.
—¿Aun sabiendo que tus logros pueden alejarte de ciertas personas? —Comentó con malicia. En seguida supo que se refería a Axel, pues tanto ella como Diamantina imaginaban que si se ganaba el ascenso, el joven se molestaría.
—La persona que quiera estar cerca de mí debe de saber que siempre voy por lo mejor —respondió con voz seria pero segura—, si no aceptan eso, tampoco me aceptarán.
La señora Carvajal alzó una ceja.
—Qué bueno que piensas eso —sonrió—. Aunque, como ya te dije, mi recomendación es que no te cases ni mucho menos que tengas hijos. Si vieras cómo son los chamacos, yo no soporto ni a mis sobrinos, pero es porque son muy canijos, un día te los voy a presentar para que veas cómo son.
—Tomaré en cuenta su consejo —dijo con seriedad aunque en el fondo estaba extrañada por lo que comentaba acerca de los niños. Después su mente se desvió a la idea principal. «Sí, definitivamente si alguien quiere estar conmigo, debe saber que no me conformo».
Solo puedo decir que la señora Carvajal está loca xD
¿Ustedes qué harían en el lugar de Elizabeth? ¿Se acercarían a Axel o mantendrían distancia?
¿Y creen que Axel hace bien en llevar a Kimberly a la boda?
Se agradecen sus votos y comentarios :3 Comento que hay un grupo de Whats de mis historias, si quieren estar digan "yo" en esta sección para que les mande el enlace por privado. Ojo, no pongan aquí sus números porque cualquiera podría verlos.
Nos vemos muy pronto :*
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