El joven, que aún no salía de su impresión, volvió a ver la invitación que tenía enfrente una vez más.
—¿Me están jodiendo?
Su compañero de departamento, un chico gordo y con un poco de acné, le quitó la invitación de la mano.
—Yo creo que sí. No les prestes mucha importancia, Axel, no debes dejar que te afecte.
—No es que me afecte —se defendió, poniendo una posición recta—, es solo que aún no salgo de la impresión.
—Definitivamente lo hacen para molestarte, no encuentro otro motivo más.
—Estúpida gente sin consideración —apretó los puños—, todavía que hacen su descaro, tienen la «gentileza» de invitarme.
—¿Irás?
—¡¿Qué?! Por supuesto que no. —Se cruzó de brazos.
—Yo digo que vayas, si no vas, les demostrarás que todavía te afecta.
—No es que me afecte —hizo un ademán, repitiendo lo que dijo con anterioridad—, solo no creo que sea lo correcto.
—Tienes que ir. Además el pase dice para dos personas, podrías llevarme a mí.
—¿Y yo para qué te voy a llevar a ti?, ¿quieres que me digan homo, o qué?
—No... Aunque...
—¡Qué asco! —Bromeó Axel interrumpiéndolo, fingiendo meterse el dedo a la boca para vomitar.
—No es por eso. Lo decía porque me gustan las bodas.
—¿Y eso? —Axel alzó una ceja.
—Hay mucha comida y así. —Se excusó—. Sabes que amo la comida. En una boda siempre debe haber una mesa de golosinas, si no, no es boda.
—Hay comida en otros lugares. Y ya se me hizo tarde para ir al trabajo. —Miró el reloj—. Debo irme.
—Antes de que regreses pasa a comprar leche, ¿sí?
—Pero si ayer había dos cajas en el refrigerador.
—Ya me las tomé.
—Mmm, está bien, gordo.
—Gracias.
El chico agarró su maletín y se dispuso a esperar el autobús para ir a su trabajo. A veces sentía un poco de envidia por su amigo, cuyo nombre era Augusto, ya que era diseñador gráfico y la empresa donde laboraba le daba permiso de trabajar en casa hasta que tuviera el proyecto terminado, una vez que cumpliera con ello, lo presentaba y si les gustaba, le encargaban algún otro diseño. Axel, en cambio, muchas veces se aburría en su trabajo; laboraba en una oficina y tenía actividades de Godínez, como se denominaban él y sus compañeros.
Una vez que tomó el autobús, se puso los audífonos para tratar de distraerse, aunque no pudo hacerlo, su mente seguía en aquella invitación para asistir al «hermoso matrimonio» de Virginia Montenegro y Héctor Alegría. Según él, no le afectaba hablar del tema, pero el hecho de que lo invitaran a la boda sin, aparentemente, una mala intención lo ponía muy incómodo.
—Qué hijos de puta —murmuró.
Virginia fue su novia durante casi cuatro años, empezaron siendo pareja en la preparatoria y terminaron casi al finalizar la universidad. Héctor, en cambio, era su mejor amigo de la infancia; se conocían desde que ambos tenían cinco años, época en la que disfrutaban salir a la calle a jugar con tierra o globos de agua con los demás niños de la cuadra. Por eso, cuando se enteró de que Virginia lo engañaba con Héctor, se sintió más traicionado por su «mejor amigo» que por la chica.
Al principio, Virginia se quiso disculpar con él para regresar, pero Axel la mandó a volar. La chica, fastidiada, al final aceptó que Héctor era mucho más cariñoso y mejor partido que él. Axel se molestó tanto, en parte por la infidelidad y porque se arruinó su amistad de la infancia, que decidió vengarse, pues un día en que la chica estaba con sus amigas en una cafetería, llegó como si nada y le dijo enfrente de todas que era una traicionera y que esperaba que Héctor no le hubiera contagiado el papiloma humano que tenía. Las amigas, entre risas y miradas socarronas, se alejaron por completo de Virginia, viéndola con una mezcla de asco y pena ajena. Héctor no tenía esa enfermedad —no que él supiera—, pero en ese momento le salió el invento y le quedó de maravilla.
Con Héctor la venganza fue diferente, les dijo a todo su grupo de amigos lo que pasó y los chicos se apartaron de él, dejaron de invitarlo a las reuniones y lo hicieron a un lado. Prácticamente lo alejó de su círculo de amigos.
«La venganza es buena» pensó Axel sonriendo un poco. Pero al final se la regresaron, invitándolo de «buena manera» a su boda. «Están locos si creen que iré a su sucio matrimonio» caviló. «Pero Augusto tiene razón, si no voy van a creer que me sigue afectando, y no les quiero dar esa satisfacción a esas ratas... Todavía tengo como dos meses para pensarlo» suspiró con pesadez.
Al final, llegó al trabajo más pronto de lo que creyó. Una vez dentro, saludó a sus únicos amigos de la oficina: Amanda y Federico.
—Hola. —Saludó Amanda. Era una mujer joven, como de unos treinta y cinco, muy delgada, que siempre se vestía con faldas largas. La chica se dedicaba por completo a la iglesia y era muy espantada cuando hablaban acerca de sexo y alcohol.
—¿Cómo estás? —Preguntó Federico en lo que caminaban a sus escritorios; lo bueno era que estaban cerca para poder platicar cuando su jefa no los mirara—. Te ves un poco afectado —dijo con ligera preocupación. Era un señor de cincuenta años que, además de trabajar, se encargaba de salir con chicas de entre dieciocho y veintiséis años para ser su Sugar Daddy.
—Justo hoy me enteré de algo que me cayó de sorpresa.
—¿Qué es? —Preguntó Amanda.
—Virginia y Héctor se van a casar.
—¡Oh! —Amanda puso las manos sobre su boca.
—¿Quiénes? —Preguntó Federico. Era muy olvidadizo, Axel siempre lo molestaba diciendo que ya estaba viejo, pero él se defendía con recelo indicando que la edad no tenía nada que ver, él siempre fue así.
—Mi exnovia y mi examigo —le recordó.
—Ah, ¿y cómo te enteraste?
—Me invitaron —respondió Axel con molestia.
—¡Qué descaro! —Exclamó Amanda.
—Sí... Pero no tengo ganas de hablar de eso... Cuéntame, Fede —dijo una vez que se acomodaron en sus respectivos asientos. Podían platicar a gusto porque los escritorios de sus demás compañeros se encontraban lejos—, ¿cómo vas con aquella muchacha?
—La Tina... —murmuró. Era la muchacha de diecinueve con la que salía en la actualidad, llevaba unos tres meses con ella—. Voy bien, ayer la invité a cenar y después fuimos a... Ya sabes.
Amanda puso cara de espanto.
—Pinches chamacas —dijo Axel burlón—, lo que hacen con tal de que las inviten y les regalen unas cuantas porquerías. Si tú no tienes tanto dinero ni propiedades.
—Ya quisieras estar así a mi edad.
—¿Así de panzón? —Se rio—. No, gracias. Además de seguro esa mocosa está esperando que la pongas en el testamento y te mueras.
—Si esas son sus intenciones, no le van a salir. Todavía voy pa' largo. De seguro yo voy a enterrar a todas mis conquistas.
—Lo dirás de broma. —Se metió Amanda mientras tecleaba en su computadora.
En ese momento los tres callaron, pues vieron que su jefa, la señora Carvajal, una mujer muy alta, de unos cincuenta años, con expresiones duras y carácter como el demonio, se acercaba a ellos.
—Dejen de holgazanear y pónganse a hacer su trabajo... En especial tú, Federico.
—Mi máquina se está actualizando —se defendió—, no ha terminado de encender.
No le pudo responder nada porque en ese momento se acercó Elizabeth, una chica alta y delgada, con un hermoso cabello negro, vestida con un elegante traje gris.
—Jefa, ya tengo todos los papeles que me dio organizados. —Le extendió el bonche de hojas que llevaba—. Los nombres de los socios están por orden alfabético y anexé los números de contacto que estuve investigando por mi parte —sonrió.
La señora Carvajal hojeó los papeles y todos pudieron notar que hasta estaban clasificados por colores. Los más importantes iban en rojo.
—Bien hecho, Elizabeth, ojalá todos tus compañeros fueran como tú. —Miró de reojo a Axel y sus dos amigos, echándoles la indirecta.
Elizabeth puso una sonrisa de suficiencia y les dirigió una mirada altanera.
—Si me disculpan —dijo la mujer de repente—, me retiro. Elizabeth, tú ven conmigo, necesito encargarte algo de suma importancia.
—Sí.
Los tres volvieron a su trabajo.
—Maldita Elizabeth —murmuró el joven con molestia una vez que la susodicha y la señora Carvajal desaparecieron—, con sus veintitrés años cumplidos y ni un año en la empresa ya se siente la más importante.
—Aspira a tu ascenso, Axel —comentó Amanda.
—Y por como va, se lo van a dar —comentó Federico—. Axel, no quiero echar la sal pero debes apurarte.
—Sí, ya lo sé —masculló con creciente molestia—. Maldita Elizabeth... Maldito Héctor... Maldita Virginia.
—No maldigas —lo regañó Amanda.
—Está bien —suspiró—. Víbora Elizabeth... Asno Héctor... Zorra Virginia...
—¡Axel!
—Ya, ya, me callo...
—¿Qué dijo? —Lo defendió Federico—. Solo está mencionando animales.
—Pero les está diciendo a ellos.
—Sí, deberían estar en un zoológico todos juntos. Y es que no entiendo, de verdad, no entiendo cómo Virginia me dejó por Héctor.
—Ahí va a sacar sus traumas —canturreó Federico, pero Axel lo ignoró.
—¡Si yo era más guapo que él! Todas en la secundaria lo afirmaban... ¡Incluso llegue a pensar en casarme con ella...! ¿Qué tiene él que no tenga yo? —Se volvió a Amanda y la miró con atención.
—Ammm... Tal vez es que no tenga él que tú sí.
—¿A qué te refieres? —Preguntó su amigo.
—Lo que dice Fede —siguió Axel—, ya sé que me quieres y todo pero hay veces que cuando hablas de mí, se te sale lo malvada y no puedes referirte a algo bueno así que, ¿como qué cosas puedo tener que él no...? Aparte de guapura e inteligencia, claro —agregó a modo de broma para tratar de bajar su amargura.
—Pues... Antecedentes penales.
Federico se aguantó para no carcajearse. Solo pudo lanzar una risa débil, no quería que la señora Carvajal fuera de nuevo a llamarle la atención.
—¡Oye! —Exclamó Axel—. Solo estuve una vez en prisión, ¡y fue una noche!
—Para qué conduces en estado de ebriedad.
—No estaba del todo ebrio, ¿sí? Solo un poco, pero la policía exagera todo... Si yo era el más sobrio del grupo, nada más tenía el aliento con un poquito de alcohol.
—Chocaste contra un árbol. Tuviste suerte de que la señora Carvajal aceptara darte el empleo —siguió la mujer.
—¡Ya, Amanda! —Se quejó—. Con amigas como tú, ¿para qué quiero enemigos?
¡Espero que les haya gustado el primer capítulo!
Esta historia me gusta bastante, así que espero que la disfruten tanto como yo lo hice al escribirla.
¡Los quiero!
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