I. TEJIENDO ALIANZAS


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I. tejiendo alianzas

DESEMBARCO DEL REY📍

Ceryse, tomada de la mano de su padre, entró en la sala donde el rey tenía los consejos. Con su juguete de cabello en la mano libre, se apartó de él y corrió a colocarse junto a Rhaenyra, la dulce pelirroja de 9 días del nombre . Desde siempre había estado unida a Rhaenyra, casi como si fuera una hermana, al igual que lo era con Alicent. Aquella mañana, su padre le había mencionado que pronto se haría el esperado anuncio sobre quién sería la futura Reina consorte del rey Viserys.

—Hola, princesa —saludó Ceryse con cortesía.

—Ya sabes que odio cuando tú y Alicent me llaman así —respondió Rhaenyra, acariciando suavemente la mejilla de la pelirroja, sonriendo al ver cómo esta se sonrojaba levemente.

El ambiente se tornó tenso cuando Alicent hizo su entrada, luciendo un vestido azul marino. Ceryse sonrió al reconocer que su hermana llevaba puesto aquel vestido que había pertenecido a su madre, pero pronto su expresión cambió al ver que Alicent no se acercaba a Rhaenyra como solía hacer, sino que se ponía junto a su padre.

—Como sabéis, he tomado una decisión sobre mi futuro, sobre quién será mi esposa... —anunció Viserys.

Los ojos de Rhaenyra, Ceryse y Corlys se posaron en el rey, expectantes, aunque ninguno esperaba lo que estaba a punto de decir.

—Planeo casarme con Lady Alicent Hightower —dijo Viserys.

Rhaenyra fue la primera en mirar a Alicent, cuyos ojos estaban rojos por las lágrimas que no terminaban de caer, mientras su rostro reflejaba una rabia contenida.

Ceryse, con el corazón apesadumbrado, observó a su hermana con decepción. No podía entender por qué Alicent se casaba con el padre de Rhaenyra, la misma princesa que les había brindado su amistad sincera y su afecto. Rhaenyra, hecha una furia, soltó la mano de Ceryse y salió de la sala sin mediar palabra. Ceryse odiaba verla así, pero no podía hacer nada más que agachar la cabeza. Se encaminó hacia su habitación, perdida en sus pensamientos, cuando de repente, alguien la hizo tropezar.

Al alzar la vista, se encontró con un hombre de cabellera larga y rubia, cuya gran barba resaltaba junto a las joyas que adornaban su vestimenta roja y elegante.

—Mi Lady —dijo, sonriéndole mientras tomaba su mano y la besaba con suavidad—. Es un placer verla de nuevo, Lady Ceryse. Soy Jason Lannister.

—Mi Lord —respondió Ceryse, haciendo una reverencia—. Es un placer verlo de nuevo.

—Lord Jason —saludó Otto, sonriendo con cierta reserva. Observó la interacción entre su hija y el hombre, estudiando sus intenciones con cautela, lo mismo que hizo Alicent, que acababa de llegar al lado de su padre.

—Igualmente, Lord Mano —dijo Jason, con una sonrisa afable. Luego se alejó un paso, y con tono ligeramente serio añadió—: Me gustaría tener una charla con usted, para proponerle algo.

—Aún no ha tenido su primer sangrado y ya anda buscando la mano de Ceryse —comentó Alicent, visiblemente molesta, antes de dar media vuelta y marcharse en busca de Rhaenyra.

Otto observó cómo su hija mayor se alejaba furiosa y, con una mirada grave, tomó la mano de la menor, guiándola fuera de la sala del consejo.

( . . . )

DESEMBARCO DEL REY📍

Ceryse caminaba por los oscuros pasillos del castillo, apresurándose hacia sus lecciones, cuando la dama de compañía que Rhaenyra había insistido en que compartiera, Elinda, la alcanzó.

—Mi Lady, su padre y hermana me han enviado a buscarla —dijo con tono respetuoso.

Ceryse frunció el ceño, sin comprender del todo. No deseaba ser interrumpida, pero al ver la expresión de Elinda, decidió seguirla. Se dirigió a la torre de la Mano del Rey, sintiendo un nudo en el estómago al pensar en lo que podría esperarla. Ya temía que su padre la regañara por sus escapatorias nocturnas junto a Rhaenyra, recorriendo las calles de Desembarco del Rey.

—Padre, hermana, ¿me buscaban? —preguntó al entrar en la sala, tomando asiento en una silla cercana.

—Toma un poco de té, hermana —dijo Alicent, ofreciéndole una taza con un gesto que parecía más bien una orden que un acto de cortesía.

Ceryse aceptó el té, bebiendo una pequeña cantidad mientras sus ojos recorrían el rostro serio de su hermana y el implacable de su padre.

—Como sabes —comenzó Alicent, caminando nerviosa de un lado a otro, acariciando su vientre—, estoy esperando un hijo. Si este bebé es varón, lo más probable es que mi esposo decida hacerlo su heredero, al fin el varón que tanto ha esperado.

Ceryse observaba en silencio, sin poder procesar del todo las palabras que su hermana dejaba caer, como si un peso cada vez mayor cayera sobre ella.

—Padre y yo sabemos que Rhaenyra jamás abandonará el trono. Si ella llega al poder, podría deshacerse de tu sobrino para apartarlo del camino, y probablemente, a nosotros también —prosiguió Alicent, su tono más bajo, pero lleno de una determinación fría.

Ceryse se quedó muda, su mirada fija en la figura de su hermana, incapaz de creer lo que escuchaba. No podía ser su hermana quien hablaba, sino su padre, quien, a través de ella, parecía dictar su voluntad.

—Ali... ¿Qué estás diciendo? —musitó Ceryse, sorprendida por la dureza de sus palabras.

—Voy directo al punto —respondió Alicent con voz firme—. Si esta situación desata una guerra civil, necesitaremos aliados. Y tú ya has tenido tu primer sangrado hace una luna, lo que significa que ya es el momento perfecto para que te comprometas con algún lord de una casa poderosa.

Ceryse negó con la cabeza, como si al hacerlo pudiera rechazar la idea. Miró a su padre y a su hermana, intentando asimilar la cruel mentira que le presentaban.

—No... no puedes hacerme esto —balbuceó.

—No tienes opción. Has sido preparada para esto, hasta ahora —dijo Otto, sus ojos fijos en la menor de sus hijas, con una severidad que solo él sabía mostrar.

—Tengo diez días del nombre... —protestó Ceryse, buscando en vano algún resquicio de esperanza.

—Eso no importa —interrumpió Alicent, su tono despectivo lleno de frustración.

Ceryse tragó saliva, sus ojos comenzando a arder de rabia y tristeza.

—Está bien... acepto —murmuró finalmente, sin poder evitar que las lágrimas amenazaran con escapar.

Otto asintió con aprobación, pero sin un atisbo de empatía en su rostro.

—Perfecto. Jason Lannister llegará esta noche para iniciar el cortejo de siete días. El día que cumples once días del nombre, se celebrará la boda —declaró Otto con frialdad, sin dudar un momento.

Alicent, a duras penas controlando la ira y el dolor que la invadían, miró a su hermana con una frialdad implacable.

—Es una nueva etapa, hermana, pero traerá frutos en los años venideros.

Ceryse bajó la mirada, buscando algún rastro de compasión en su hermana, pero solo encontró indiferencia. Alicent salió de la habitación con paso decidido, dejando a Ceryse sola en su desesperación.

—Puedes irte, querida —dijo Otto con tono distante—. Esta noche arréglate bien. Llamaré a la modista para que ajuste un vestido de tu madre a tu medida, para que recibas a Jason.

Ceryse asintió, pero sus manos temblaban con impotencia. Salió de la habitación, su corazón pesado, el alma desgarrada. Un nudo se formaba en su garganta mientras recorría los pasillos, el sudor frío empapando su espalda.

Justo cuando salió al vestíbulo, vio a Rhaenyra a lo lejos, su cabellera plateada resplandeciendo. Al verla, Ceryse sintió una punzada en el pecho, una mezcla de tristeza y alivio.

—Ceryse —llamó Rhaenyra al llegar a su lado, su expresión preocupada al instante—. ¿Qué te ocurre?

—No... no es nada —respondió Ceryse, pero su voz traicionaba la mentira. —Solo que... pronto recibiré propuestas de matrimonio...

—¿Tan pronto? —preguntó Rhaenyra, sorprendida. —Eso es imposible...

—Ya está hecho, Nyra. Pero tengo que aceptarlo... Debo ser responsable... y encontrar un buen... esposo.

Rhaenyra la abrazó con fuerza, aspirando el aroma de su cabello, y comenzó a acariciar su cabeza con suavidad, como si intentara transmitirle un consuelo que no podía hallar.

—Siempre estaré para ti, mi Ceryse —susurró, apretándola contra su pecho con la promesa de un lazo inquebrantable.

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