E

Sabía lo deprimida que se encontraba. Pues parecía que el mundo no estaba conforme con primero hacerles ver que su vida era una mentira, que eran comida, que realmente no tenían propósito en la vida, que su mejor amigo Norman se fuera y lo más seguro, estuviese muerto y ahora... Personas trataron de matarlos por ser niños ganado, por ser niños que no querían ser comidos y que querían vivir como cualquier ser humano normal.

Les quitaban a las personas más importantes de su vida. No era justo.

Pero en sí, ¿Cuándo la vida era justa?

Se sentó a su lado, haciendo que recostara su cabeza en su hombro, viendo por el rabillo del ojo como ella se negaba a llorar.

Acarició su cabeza, reconfortándola. Y al final, Emma derramó sus lágrimas, esas que delante de sus hermanos no podía derramar.

Porque era una de las mayores, debía mostrarse fuerte. Tenía que ser su soporte para poder así, avanzar a un futuro donde no tuvieran que estar huyendo de nadie y pudieran vivir tranquilos sin miedos y si hubiera preocupaciones, serían meramente triviales.

Además, apenas tenían 13 años. No podías pedirle a un niño a esa edad que madurara e hiciera todo bien, porque sabes que no podría soportarlo del todo, porque apenas están creciendo, aprendiendo y tropezando.

Y ellos no eran la excepción, pero, debían esforzarse. Por ellos y su familia.

— Emma. — la llamó con suavidad, siendo la respuesta un pujido, él sonrió levemente. - ¿Quieres hacer aviones de papel?

Ella alzó la cabeza, mirándolo, confundido.

— Pero no tenemos papel para eso, Ray.

— Tenemos. — respondió, arrancando las últimas hojas de un libro que llevaba con ellos. Emma no pudo evitar mirarlo sorprendida, sabiendo que él nunca haría algo así.

Pero Ray quería verla bien, siendo la misma tontita de siempre. Animada, positiva y luchadora.

— ¿Recuerdas cómo hacerlo? — le preguntó con una sonrisa, tendiéndole una hoja del libro. Emma le sonrió.

— Tuve al mejor maestro, por supuesto que sí.

He hicieron sus aviones de papel, saliendo por un momento de donde estaban con tal de no molestar a su familia, y de paso, vigilando que nadie les estuviera viendo o siguiendo. Se posicionaron para arrojar sus aviones de papel.

— ¿Lista?

— Sí.

— Uno.

— Dos.

— Tres. — dijeron a la vez, lanzando lejos sus aviones, haciéndolos sonreír y sentir nostálgicos.

Un pequeño momento de paz, calidez y recuerdos de la infancia.

Gracias, Ray.

-Traumada Taisho

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