2. Regresión
Antes de que Anya pudiera pensar en algo que decir o que las propias preguntas vinieran a su cabeza ante esa súbita aparición, Damian se acercó hasta llegar a un lado de Becky, quien reaccionó a su presencia antes de que Anya pudiera abrir la boca.
―¿Damian Desmond? ―La chica lo miró desde abajo.
Al inicio Anya no lo había reconocido, a pesar de que solo había dejado de verlo durante un año, el cambio que tenia era radical. Más específicamente con su estatura, era mucho más alto de lo que recordaba ¿solo se había ido un año o el tiempo había sido más de lo que ella recordaba?
Fácilmente le llevaba una cabeza de altura, por lo que debía verlo desde arriba. Y tal altura la hacia sentir más pequeña y aún más por tener la mirada castaña encima. No había despegado la mirada ni cuando Becky le había hablado. Había tanta intensidad que su estomago se retorció.
―Forger
La voz gruesa masculina sacudió su pecho y ella abrió los labios con intensión de decir algo, pero nada salió de ella. Ni siquiera pudo pensar en un pensamiento irónico, de ese tipo de los cuales ella siempre solía decir para aligerar el ambiente.
―Segundo. ―El apodo que siempre le decía salió de sus labios en un hilo de voz.
La campana de la escuela resonó por todos las pasillos haciendo que el contacto visual entre ambos se rompiera. Anya desvió la mirada sintiendo su pecho presionarse ¿Por qué se encontraba tan alterada? ¿Acaso era por el regreso de Damian o por la sorpresa de tenerlo ahí? Becky la tomó del brazo y tiró de ella para dirigirse al salón donde tomarían clases. La Forger miró hacia atrás un par de veces de forma fugaz, contemplando con Damian las seguía.
En algún momento escuchó a Emile y Ewen llegando junto a Damian, hablando ruidosamente entre ellos y sollozando ante la llegada de su antiguo amigo. Había sido evidente que la ausencia del Desmond había sido un golpe fuerte entre ambos chicos. A fin de cuentas se había ido el líder de su secta.
Anya ingresó al salón de clase tomando su lugar junto a Becky que no dejaba de hablar sobre lo que había hecho en vacaciones. Había ido a algún país extraño del cual la Forger no había entendido su nombre y no entendía, tampoco es que le importara en ese momento. Su atención iba y venia hacia la parte de atrás, donde Damian había tomado asiento junto con sus amigos, escuchándolo reír con esa nueva voz más profunda y expresiones faciales más amables. Sin darse cuenta se encontraba mirándolo con cierta fijación hasta que el Desmond se daba cuenta de su mirada y se la sostenía, haciéndola sentir nerviosa al instante y regresar su atención a su amiga que no dejaba de hablar a su lado sin detenerse a darse cuenta de que no estaba siendo escuchada.
Su presencia significaba que su madre ¿estaba mejor o acaso había sido un destino peor de lo que pensaba? Quería creer que su presencia significaban buenas noticias. Pero aun asi se decidió a hablar con él apenas tuviera tiempo y claro, si podía deshacerse de sus seguidores.
La cercanía que ambos tenían o al menos habían tenido en el pasado era algo que... no era evidente para sus amigos. Solían encontrarse en el salón de clases cuando ambos casualmente llegaban a la misma hora o se habían encontrado en el patio trasero de la escuela para tomar el aire y pasar el tiempo libre que tenían entre clases o si ambos habían salido antes de tiempo de algún examen.
Su prioridad ni la de Damian era que su amistad se convirtiera en una clase des especulaciones. Además que solo pasaban el tiempo a solas, juntos. Hablando de cualquier cosa sin sentido o si haba algo que lo afligiera lo suficiente para no poder contarlo a sus otros amigos, Anya lo escuchaba.
De esa forma era que se había enterado de la enfermedad de Melinda Desmond, que Damian pensaba que se había visto influenciada por la partida de su padre. Un hecho que dejo ver muchas especulaciones por parte de la prensa. Por eso no se lo habían pensado en ningún momento al irse para buscar una mejor atención para su madre.
La mano de Becky moviendola la hizo salir de su ensoñación, mejor dicho, del sueño profundo que tenia y que esperaba que el profesor no lo hubiera notado. Se había quedado bastaste tarde viendo un programa en la televisión a escondidas de sus padres.
Por eso el día se le hizo eterno, con clases tras clases, los maestros deberían entender que al ser inicio de clases no deberían ser tan severos. Al finalizar la jornada ya tenia varias tareas pendientes para la semana, si ningunas ganas para hacerlas. Aún tenia tiempo. Se dirigió junto con Becky a la entrada principal y vio a su amiga yéndose cuando vinieron a recogerla.
Anya se quedo de pie esperando el autobús que la llevaría a su casa. Tenia hambre y esperaba que su papá hubiera hecho algo rico de comer. Por suerte no le había dolido el estomago por el desayuno de su mamá, pero no quería tentar a la suerte.
―Forger
La chica de cabellera rosada se sobresaltó al ver a Desmond a su lado, no lo había visto llegar. Aun le parecía extraño verlo ahí, se había acostumbrado a su ausencia. No se le ocurrió que decirle y más porque él simplemente se quedó a su lado, como si estuviera esperando ¿acaso ya no se quedaría en la escuela? Posiblemente al estar su madre enferma iría a casa todos los días.
― ¿Tu madre está mejor?
―Sí, el tratamiento le ha ayudado bastante.
―Son buenas noticias, así no tendrás que irte de nuevo. ―Anya consideró sus palabras una vez que habían salido y se arrepintió, sin tener el valor de mirar al chico a su lado.
Imaginó que en cualquier momento podría burlarse de sus palabras pero él se quedó en silencio. Le alegró saber que posiblemente no la había escuchado. No quería ni pensar que pudo decirle algo tan vergonzoso como eso. No sabía ni porque lo había dicho.
―Estaré aquí hasta graduarme, supongo que tendré que ver tu cara en todo este tiempo. ―Damian soltó con esa voz tan grosera como en el pasado.
Sin contenerse Anya sonrió, volteando a verlo, lista para sacar un comentario sarcástico.
Una bolsa se aproximó con rapidez a su rostro, la Forger apenas y había logrado reaccionar por las lecciones que su madre le había dado, tomándola con su mano más próxima. Miró la envoltura, leyendo las palabras que había en ellas.
― ¿Maní? ―Leyó la palabra que reconocería en cualquier lugar.
Los ojos verdes buscaron la figura del Desmond que tenía a un lado, que miraba a un punto fijo de enfrente, con las manos metidas en la bolsa de sus pantalones.
―Lo vi en mi estadía en el extranjero y pensé que te gustarían, son una variante de los que sueles comer.
"No es como si hubiera estado pensando demasiado en ti, ni preguntándome que era lo que estarías haciendo en ese momento ni mucho menos extrañando su cara fea y piernas cortas, ni que ahora estuviera más linda de lo que recuerdo"
Anya sonrió sin poder contenerse y más por escuchar los pensamientos ruidosos del segundo que siempre iban contrarios a la forma en la que se comportaba. Era divertido verse contrariándose a sí mismo. Leer la mente ya no era algo que hiciera con tanta regularidad como antes. Solo la usaba cuando había exámenes pero el resto del tiempo, suprimía su habilidad, al no serle de utilidad. En su vida cotidiana no era necesario, además que sus padres le prohibían que se metiera a sus cabezas.
A pesar de la negativa de su padre de tener a su hija en su cabeza todo el tiempo y su intento de ocultar ciertos pensamientos vergonzosos que tenía sobre su esposa, Anya había perfeccionado su habilidad. Apagándola cuando no era necesaria, algo que en su infancia había sido algo complicado. Aun recordaba los episodios donde se había aturdido por el exceso de ruido mental. La encendía cuando era necesaria o cuando buscaba algún punto débil para quebrar a alguno de sus padres.
Conocer que necesitaba para que le dieran permiso para salir o la respuesta que esperaban de ella.
Pero escuchar en su cabeza nuevamente los pensamientos de Damian, tan ruidosos, contradictorios y divertidos siempre era interesante.
El autobús se detuvo enfrente y Anya se dirigió sin esperar más, con la bolsa de maní en las manos. Cuando subió el primer escalón del vehículo, giró su rostro viendo como el Desmond la observaba subir el autobús.
―Gracias por el maní, segundo.
El simplemente alcanzó a abrir los labios y cerrarlos con el ceño frunció y desviando la mirada, con los pensamientos tan ruidosos que ella no pudo descifrar más que una sola palabra "lindo" ¿Acaso se había referido al cambio que había recibido la escuela?
Pero Anya podía jurar que al tomar asiento en el autobús y mirar por la ventana había visto las mejillas del segundo coloradas, tal vez estaba por enfermarse.
La chica descendió del autobús con las ganas de haber abierto la bolsa de maní ahí, pero sabía que si su madre se enteraba que había comido antes, se enojaría. Por lo que las guardó en su mochila para comerlas en secreto en su habitación.
Abrió la puerta con gesto ausente, esperaba que comieran hamburguesas ese día.
―Anya está en casa.
Vio a su padre pasando con rapidez, con el teléfono en las manos y la expresión más severa y frustrada en el rostro. Una cara que no había visto desde que se había retirado de ser espía. Aunque lo correcto era decir que se había retirado forzadamente cuando atacaron el cuartel de WISE y todos sus elementos habían desaparecido sin dejar rastros, por no decir que habían muerto en la explosión.
Intentó decirle algo pero fue ignorada y Loid se adentró a su habitación, mientras cerraba la puerta. Anya buscó con la mirada a su madre que estaba sirviendo la comida para que pudiera comer y a su hermano corriendo a su alrededor, era demasiado energético. Con el rostro tan preocupado como su padre, por lo que no podían ser buenas noticias.
Cuando Anya se sentó en la mesa para comer, su padre regresó suspirando profundamente y dejándose caer en su silla del comedor, junto al pequeño Alain que siempre lo esperaba para imitar sus acciones al comer. Ya no tenía el teléfono en la mano, pero parecía tan ofuscado como cuando lo tenía.
― ¿Qué sucedió Loid-san?
―Me ha contactado Silvya, el cuartel ha estado reconstruyéndose en silencio todos estos años, consiguiendo nuevos agentes e recuperando las conexiones, están listos para volver a operar.
Anya comprendió que eso significaba que su padre posiblemente seria reclutado, si no es que ya lo había sido. Él jamás había dejado ese trabajo, solo había mantenido un bajo perfil mientras esperaba que los agentes regresaran.
― ¿Van a asignarte alguna misión?
Anya dio una mordida a su hamburguesa, le encantaba que pareciera que le hubiera leído la mente su papá y le daba lo que quería.
―Jamás terminé la que tenía a mi cargo antes del ataque de la agencia. ―Pasó una mano por su rostro, estaba oxidado. ―Se rumorea que Donovan podría estar en la ciudad.
Anya tragó el gran bocado que tenía en la boca y tomó un poco de agua antes de que se ahogara con su propia comida, mientras veía a sus padres hablando sin tocar su comida. Con algo de suerte podría repetir.
―El segundo volvió al Edén.
Loid la miró a ver rápidamente, al igual que su madre ante lo que había dicho.
― ¿Qué? ¿Cuándo pasó eso Anya?
―Hoy, en la mañana, está en el mismo salón que Anya. ―Comió una papa frita que tenía cerca. ―No hablé demasiado con él, solo sé que su madre está mejor.
Cuando Damian le había dicho un año atrás que su madre estaba enferma, ella se lo había contado a su padre, quien se había preocupado de que los Desmond desaparecieran definitivamente de Ostania. No se lo había dicho en voz alta, pero sus pensamientos fueron tan claros que Anya los captó.
Podía ser que Loid se había "retirado" años atrás, pero había aprovechado todo ese tiempo para seguir los pasos de Donovan, adquiriendo información sobre él, con la esperanza de que en algún momento cuando WISE se levantara, terminar lo que le habían encargado tantos años atrás.
Pero en ese entonces Anya se aferró a la idea de que Damian no sería como su padre y se iría con la intención de escaparse y ocultarse. Sabía que volvería en algún momento. Además que el segundo hijo Desmond no estaba al tanto de los planes ni decisiones de su padre, por lo que no tendría sentido que se esfumara. A menos que estuviera en contacto con Donovan, algo que el mismo le había confesado que no estaba sucediendo.
Loid al ser un espía durante gran parte de su vida, infiltrándose entre las peores personas de la sociedad, era normal que desconfiara de toda la familia Desmond. Sin embargo, Anya confiaba en el segundo, sabía que a pesar de ser algo grosero con ella o que se mostrara rudo gran parte del tiempo, tenía buenas intenciones. Y había acciones que lo demostraban, como el hecho de haberle traído ese maní extraño desde el otro lado del mundo.
― ¿Y te habló sobre su Donovan?
Anya salió de sus ensoñaciones viendo como sus dos padres la miraban con gran intensidad, como si ellos desearan tener la habilidad de leer su mente como ella podía. Yor más que nada estaba preocupada de lo que todo esto podría significar y como podría afectar a su familia.
―No, no mencionó nada, pero como te dije, apenas crucé algunas palabras mientras esperaba el autobús.
Loid se inclinó hacia ella, colocando su mano encima de la de su hija para llamar su completa atención.
―Necesito que le preguntes al respecto, de forma casual, lo que menos queremos es, si Donovan está en el país, ponerlo sobre aviso.
Anya asintió y los Forger se relajaron un poco, mientras comían la comida que el padre de la casa había hecho. Loid tenía sus pensamientos corriendo con rapidez sobre todas las cosas que necesitaba hacer y arreglar y Yor estaba comprometida a ayudarle pasara lo que pasara.
Pero la misión más importante era la de Anya, tendría que obtener la información que determinaría la dirección y éxito del operativo.
Anya abrió la bolsa de cacahuates una vez que pudo ocultarse en su habitación con la excusa de hacer los deberes. Emocionada metió la mano en la bolsa y sin esperar más se llevó la semilla a la boca.
El sabor no era demasiado diferente al maní que ella conocía, pero al final se apreciaba un sabor entre amargo y dulce, una combinación extraña pero que le gustó. Intentó contenerse de comer solamente un poco para que le durara el mayor tiempo posible, pero le costó detenerse antes de llegar a la mitad de la bolsa.
Lo guardó debajo de su cama y salió por un poco de agua, no encontró a sus padres en la cocina o en la sala, lo cual le resultó extraño. Aún era muy temprano para que se hubieran ido a dormir. Tomó el vaso de agua y regresó por el pasillo. Cuando su mano tomó el pomo de su puerta, escuchó la voz baja y contenida de su madre.
―Loid-san ¿qué es lo que te preocupa?
EL silencio siguiente fue tan seco y contundente que impulsaron a Anya a caminar de puntas y posicionarse lo más cerca posible a la puerta de la habitación de sus padres.
―Sabes que a pesar de la suspensión de la operación Strix, nunca detuve mi investigación contra Donovan, tengo mucha información que podría enviarlo a prisión....
Nuevamente el silencio llenó todo el departamento y Anya se preguntó si ellos se habían percatado que estaba fuera de la habitación o que se hubieran dormido. La adrenalina de ser encontrada por su padre espía y su madre asesina provocaron que varias gotas de sudor corrieran por su rostro, le encantaba jugar al espía. A veces Alain solía jugar con ella de vez en cuando, ella era la espía y él su aprendiz.
― ¿Qué es lo que averiguaste? ―La voz de su madre fue casi un susurro.
―Se rumorea que a pesar de desaparecer, Donovan jamás detuvo sus movimientos, aunque no hay evidencia de en qué ha estado trabajando todo este tiempo.
Casi pudo imaginar a su madre reconfortando a su padre de alguna forma, era algo que solían hacer entre ellos en momentos difíciles.
―Entre mis investigaciones siguiendo los pasos de Donovan tiempo atrás, mucho atrás, se descubrió que... ―Escuchó como dudaba ¿Loid Forger dudando? ―Él estuvo muy involucrando en una investigación gubernamental clandestina que experimentaba con humanos, más específicamente con niños.
― ¿Estás diciendo que...?
―Sí, él estuvo involucrado en el experimento donde Anya adquirió sus poderes.
Anya retrocedió un par de pasos y sus manos temblaron al escuchar las últimas palabras de su padre. Abrió por completo los ojos y un sonido chirriante llenó sus orejas, impulsivamente corrió hacia su cuarto y cerró la puerta con más fuerza de la que quería. Dejó el vaso de agua en el lugar más cercano y se quedó de pie mirando un punto inexistente en la pared.
¿Donovan Desmond había dirigido aquella organización que había experimentado con ella cuando era una niña? Se dejó caer boca abajo en su cama, sintió náuseas y giró sobre ella para quedar de lado, mientras las imágenes de un pasado que hubiera querido olvidar comenzaron a llegar a su cabeza.
Las blancas paredes y el olor a químicos que recordaba desde que había tenido uso de razón, sin ninguna imagen, ningún color. Siempre insípido y burdo blanco. Sus propias ropas eran grises y las de los demás niños de su edad que la rodeaban.
Niños con los cuales había interactuado un poco, por un corto lapso del día, pero que eran vigilados por varios científicos en la periferia del área de juegos. Pero eso había cambiado cuando ella fue diferente al resto. Le prometían que si estudiaba ese día, podría salir a jugar con ellos más tarde. Si sus pruebas eran lo suficiente altas, podría tener un día libre. Siempre promesas vacías, pero había mantenido la esperanza.
Suplicando para jugar, pero siempre salían con aquellas palabrerías de que no había momento de jugar cuando la paz mundial dependía de ella. Palabras que ella a su corta edad no podría entender.
Los días largos donde su horario estaba tan ajustado que solo llegaba a su habitación a dormir, esperando el mismo martirio cada día.
Desayunos insípidos, ropas grises, pruebas y mil pruebas de condicionamiento.
Aún recordaba la primera vez que habían descubierto que podía leer la mente. Había habido un revuelto en todo el laboratorio, ella misma ni siquiera se había dado cuenta de lo que había hecho, al responder en voz alta una pregunta que no había hecho. Posteriormente le hicieron otra y otra más, ella respondía sin más, sin entender de qué se trataba todo eso.
Jamás pensó que el repetir lo que alguien pensara la llevarían a las pruebas interminables, muchísimos cables conectados a su cabeza y las ordenes de que se quedara quieta mientras analizaban algo en las computadoras.
A tan corta edad la habían aislado de todos los demás niños del laboratorio, controlando cada uno de sus movimientos, que era lo que hacía, comía y con quien se relacionaba. La mantuvieron encerrada y vigilada en todo momento.
Luego de comprobar que habían logrado lo impensable en un niño, las pruebas interminables de condicionamiento. Colocándola enfrente de varias personas y repetir lo que podía escuchar en su cabeza. Y como hacían prueba y error un millón de veces, tanto que terminaba llorando y pidiendo ir a su cuarto, pero siempre negándoselo, prometiéndole que si lo hacía bien podría irse pronto.
Luego aquellas pruebas habían incrementado para evaluar su nivel de alcance de su telepatía, colocando a sujetos de prueba a cierta distancia. Para después poner a varios sujetos de prueba y evaluar cuantas mentes podía leer o si podría elegir una en particular, analizando su dominio en su poder.
Las pruebas más difíciles habían sido con una multitud de gente, todas en un cuarto y ella en medio, escuchando una lluvia de pensamientos que taladraban su cabeza, sin posibilidad de silenciarlas y haciendo que la sangre saliera de su nariz. Los dolores de cabeza habían sido tan fuertes que no había podido levantarse el resto del día.
Y si aquello no había sido suficiente, las mismas pruebas con varios cables pegados a su cabeza.
Además de presionarla gran parte del día para que su rango de lectura fuera más amplio y enfrentándose a su dificultad más grande, contra una multitud. Era una niña que no entendía muchas cosas pero que esperaban que su poder transcendiera tan alto para salvar el mundo, o eso era lo que repetían cuando lloraba luego de las interminables pruebas.
En alguna ocasión la habían presionado tanto que varias noches no había podido dormir por no poder callar las voces alrededor. La habían tenido que encerrar en un cuarto oscuro sin nadie cerca al cual leer su mente. Sus poderes se habían desatado y había llorado mucho para callarlos.
Por lo que la habían dejado tranquila un tiempo, esperando que se relajara y con esos sus poderes se estabilizaran. Para después volver a someterla a las mismas pruebas que la habían alterado. Ella no quería nada de eso, solo quería ir a su habitación.
Hasta que una idea vino a su cabeza, creciendo con el tiempo y siendo alimentada con los pensamientos que leía día con día. Por lo que un día, luego de un extenuante prueba de condicionamiento, había sollozado una vez que estaba harta, suplicando que la dejaran ir a jugar con el resto de los niños, a lo que se habían negado.
―Quiero a mi mamá y mi papá. ―Soltó, mientras cubría sus ojos llorosos con sus manos.
Había leído en la mente de otras personas que los padres te daban cariño, amor, compresión y compañía. Anya se sentía tan sola e indefensa que deseó tanto tener aquello que la gente normal tenía-
― ¿Tus padres? ―Le había preguntado uno de aquellos hombres con una bata blanca.
―Si ¿Dónde están? ―Sollozó mientras miraba hacia todos lados.
Con algo de suerte podría verlos detrás del cristal donde el resto de los científicos la veían con interés.
―Tú no tienes padres
Una pequeña Anya de tres años había negado, incapaz de creer lo que le decían. Todos tenían padres, ella debería tenerlos, solo que no los había conocido porque no cumplía con los estándares del laboratorio.
―Yo los tengo, como todos. ―Los sollozos no se controlaban.
―Tú fuiste creada aquí.
Anya había sentido su pecho presionarle con fuerza y como algo parecía arder, generándole dolor. Sentimiento que le impidió seguir con esa prueba, llorando y negándose ante lo que aquel hombre calvo con vestido blanco había dicho. Anya no podía estar sola en el mundo, sus padres debían estar en algún lado esperándola.
Había estado tan sola y triste en ese lugar, por lo que había decidido escapar de ahí. No quería seguir con aquellas pruebas, con la responsabilidad de salvar el mundo sea lo que sea que eso significaba y sobretodo quería ver a sus padres.
Por lo que se había valido de su poder de telepatía para escapar del laboratorio y sobrevivir en la calle hasta que fue llevada a un lugar donde había muchos niños. Un orfanato habían dicho, lugar donde había entendido que ella era huérfana, que no tenía padres o que sus padres la habían abandonado.
Pero que en ese lugar podría conseguir unos padres adoptivos que la querían y le darían el cariño que jamás había tenido. Y cuando había sucedido, cuando unas personas se habían interesado en ella y se la habían llevado a su casa, Anya estaba tan feliz. Y su efusividad fue su perdición, porque había dejado ver sus habilidades. Pensando que sus padres lo verían como algo grandioso, como los científicos en el laboratorio. Pero que realmente los asustó y la devolvieron.
Tal situación se había repetido tres veces más y entendió que aquellos poderes que los hombres con vestido blanco adoraban, era su maldición. Y que nadie la querría si se enteraba que podía leer la mente. Había tenido la suerte de tener una familia y lo había arruinado.
La habían devuelto tantas veces que el hombre gordo que se quedaba con el dinero del orfanato le dijo que a este paso nadie más la adoptaría. Que debía haber algo malo con ella. Y Anya se lo creyó, por lo que había decidido mantenerse callada y sin llamar la atención.
Su destino no era tener una familia o eso era lo que empezaba a creer a su corta edad.
Hasta que un hombre alto, rubio y que resultó ser un espía había llegado al orfanato, necesitando un niño para su próxima misión. Anya se había aferrado a él ante lo fascinante de tener un padre espía y todas las cosas que podría vivir junto a él si la adoptaban. Ella se aferró a él, esperando que si lo ayudaba lo suficiente con su misión, al finalizar podrían ser una verdadera familia.
Y fue en ese momento que su vida había cambiado.
Anya recordó aquel pasado amargo con desagrado, intentando recordar en todos sus recuerdos si había visto a Donovan en el laboratorio. Pero su singular cara no se le hacía familiar.
Estaba en clara desventaja, porque eso había pasado hace mucho tiempo. Era eso y el hecho de que cuando le hacían pruebas, había mucha gente detrás del espejo en la pared, gente que jamás vio de frente y que solamente había logrado leer su mente.
Las caras que recordaba vagamente eran de otros niños que veía al pasar a su lado y de los tres científicos que eran los encargados de monitorearla cada determinado tiempo. Dos hombres, uno bajito y con cara de tonto, otro regordete y calvo y una mujer con lentes negros. A eso se reducían sus memorias.
Si tan solo hubiera visto a Donovan de frente y hubiera leído su mente actualmente, sabría si lo habría escuchado en su cabeza.
Fue cuando comprendió que la mejor forma de ayudar a su padre era adentrarse a la casa Desmond para comprobar que Donovan se encontraba en la ciudad. Tenía que hacerlo si quería ayudar a su padre a detener a ese hombre que había condenado su infancia.
Según había entendido su padre tenía suficientes pruebas en contra de Donovan Desmond, solo restaba encontrarlo para poder enfrentarlo. Todo estaba a favor de Loid, el presidente del Partido de Unión Nacional estaba siendo acorralado y ella podría ser la clave para arrestarlo por una vez por todas. Y asegurar la paz mundial.
Aunque eso significara que tuviera que enfrentarse a su amargo pasado.
Dejar ver lo que Anya vivió fue duro pero, necesario.
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