Parte 1: «El avatar ha muerto»

El cuerpo de la noticia que llegó a los templos aire no era más que una síntesis de aquello que los llevaría a meses de trabajo identificando por medio del antiguo ritual al próximo sucesor del espíritu de Raava por medio de juguetes, mantas, bebés, llantos y muchos mocos.

Cuando los niños nacían en las tribus de nómadas aire, sus padres podían acceder a cuidarlos por unos meses hasta que ganaran cierta independencia, pero para evitar sus ataduras terrenales, el niño sería separado antes de tomar noción de lo que significaba una familia y comenzaría a formarse como un monje desde una edad tristemente temprana. Es por esto que los nómadas aire no solían tomar a nadie fuera de sus orígenes como acólito permanente en los templos. Podían darles asilo, cuidar de ellos un tiempo y enseñarles su compleja forma de vida; pero volverlos un miembro más de la comunidad sería una tontería ya que sus ideas contaminadas de vínculos con base al apego y la necesidad del otro serían incompatibles con el modo de existencia que desarrollaban en los templos.

Ocurrió una tarde tormentosa en la cual el grupo de nómadas exploradores salía a la base de la montaña a verificar que nadie se hubiera perdido en la cual oyeron llorar un bebé.

—Viene de los matorrales —observó Kolken, un monje considerado sabio y valiente por su gran disposición a misiones peligrosas y su capacidad de diálogo para que estas terminaran siempre en los mejores términos.

El grupo se dirigió hacia el origen del llanto surfeando en el aire, golpeteados por la brava lluvia hasta dar con una niña envuelta en pañales que parecía morirse de frío.


—Entrará en hipotermia si no la llevamos al templo de inmediato.

—Nuestra respiración, a diferencia de la de los maestros fuego, solo puede calentarnos a nosotros mismos... somos tan egoístas.

—A partir de mañana organizaremos una jornada de ayuno y meditación de tres días para reflexionar sobre eso. Mientras tanto, a andar.

kolken y Shin Tao, los más jóvenes del grupo, subieron la montaña a toda velocidad cargando con la niña hasta llegar al templo, lugar donde las acólitas la recibieron para colocarla en agua caliente y comenzar a verificar su estado de salud.

—El agua sanadora podría ayudarla mucho más que nuestro aire. Propongo extender nuestra jornada a seis días.

—Tú siempre quieres hacer jornada de seis días por no tener agua sanadora.

—Es mi mayor vergüenza.

Mientras los jóvenes debatían sobre cómo debían autoflagelarse por no haber nacido con los poderes de otras tribus —las cuales con frecuencia eran usados para la guerra y no para sanar—, los ancianos se juntaron en el atrio mayor a debatir qué debían hacer con la niña:

—Ya regresaron nuestros exploradores, y uno de ellos divisó desde su bisonte volador un carruaje descarriado con dos cuerpos adentro, y uno más abajo en la colina.

—Deben de ser los padres de la niña. ¿Eran acólitos del templo?

—No. Me temo que eran forasteros que se perdieron y fueron atrapados por el temporal. Según sus ropas, podemos adivinar que se trata de nobles de la resurgida Nación del Fuego.

Un murmullo poco habitual inundó la habitación mientras que los ancianos debatían entre ellos las implicancias de tener a personas de una tierra tan lejana a las orillas de su templo sagrado. Nadie sabía qué esperar de la Nación del Fuego porque, a pesar de que había estado en una depresión que casi culmina con toda su estructura política, era considerada una amante del poder, y el poder es solo miel para las moscas.

—Si la niña es de la Nación del Fuego, entonces que vuelva allí —opinó al fin uno de los sabios—. Ha de tener familia esperándola.

—Tendremos que enviar nómadas viajeros a regresarla a alguna de las familias aristocráticas de esa nación —aceptó el más anciano en tanto buscaba los antiguos pergaminos donde tenía trazados todos los caminos que los nómadas aire habían transitado desde el comienzo de su peregrinar.

—¿Ustedes han estado en la Nación del Fuego últimamente? —intervino Kolken ingresando al atrio en el momento clave—. Desde que el avatar Szeto abrió su economía, su desarrollo ha sido tan grande que los plebeyos más humildes se visten como la realeza. Cualquiera podría ser familiar de la niña, y por ende, nadie lo será.

—¡No podemos enviar a una niña pequeña a una misión demasiado larga sin compañía de sus padres! —advirtió el más anciano, interrumpiendo su búsqueda de los pergaminos—, podría morir por cualquier improvisto.

—Y además, tendríamos que darle de comer carne.

—¡¡Carne no!!

De inmediato los monjes sabios decidieron que la pequeña era lo suficientemente pequeña como para formar parte de su cultura ya que aún no había sido contaminada con las enseñanzas de otras naciones. Tomaría una nodriza, sería criada entre las acólitas y con suerte se convertiría en una miembro más de su nación.

—Pero maestro Deshan, no existen los maestros fuego en este templo —objetó uno de los monjes—. La niña podría crecer acomplejada por ser diferente.

—En lo que a mí concierne —protestó este—, ella no es una maestro fuego, y nada nos asegura que el fuego brotará de sus manos alguna vez.

—¿Y si así fuera?

—Si así fuera, no la podemos reprimir y decirle que es lo que no nació para ser; pero será la niña la que lo decida.

Los sabios estuvieron de acuerdo, y su reunión concluyó luego de decidir el último detalle de aquella nueva integrante.

Kolken se acercó a la pequeña, acarició su frente oyéndola llorar y luego le murmuró.

—Olvídate de todo lo que sabías hasta ahora. Olvida tu nombre, a tus padres, a tu tierra y todo lo que pueda perseguir tu consciencia dormida. De ahora en más, eres Dalaia, y serás una de nosotros.

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