IV

El tercer día no difirió mucho en la rutina diplomática de la familia real. Empezó muy temprano por la mañana con una calurosa despedida de la jefa del norte, le siguieron horas continuas de traslado en el carruaje por los caminos de la isla Kyoshi, para posteriormente ser recibidos por un nuevo representante de aldea que les ofreció todo lo que tenía y mantuvo una larga sesión de negociaciones con el señor del fuego.

Todo fue normal, al menos hasta el momento en que Zuko se coló en la habitación de Suki poco antes del anochecer.

—¿Tú quieres que?

—Me escuchaste —respondió el maestro fuego en voz baja haciendo un gesto para que ella también disminuyera su tono de voz—. Me gustaría dar una vuelta por el pueblo.

—¿Sin ningún tipo de escolta o guardias? Zuko eso no es posible, es demasiado arriesgado.

—Por eso quiero que me acompañes. Todo estará bien si estás conmigo —Le aseguró intentando trasmitir confianza al ver a la guerrera Kyoshi cruzarse de brazos—. Me disfrazaré con las túnicas de este lugar y cubriré mi rostro con una capucha. Nadie sabrá quién soy.

—No entiendo por qué quieres hacer esto ahora —indicó ella frunciendo el ceño. Él soltó un suspiro, dispuesto a confesar.

—Durante el traslado de hoy, estuve escuchando a mi madre y a Norem hablar sobre la agradable tarde que tuvieron ayer en el teatro y de lo mucho que aprendieron de la isla. Estaba pensando en hacer algo similar, solo quiero una noche tranquila como ellos, Suki. Como cualquier persona.

La joven castaña al escucharlo, aflojó un poco su postura y relajó su rostro. Lo entendía. Todos sus seres cercanos eran libres de ir a donde quisieran, en cualquier momento. Aang, Sokka, Toph, Katara, Ty Lee e incluso ella no estaban atados a nada en ningún lugar. Pero con Zuko era diferente. El pobre estaba condenado a quedarse la mayor parte de su vida encerrado en un palacio con la enorme responsabilidad de liderar una nación.

—Ve a cambiarte —cedió con un suspiro de derrota mientras se pellizcaba la nariz—. Nos vemos en quince minutos en el jardín, saldremos por detrás para que las otras guerreras Kyoshi no se den cuenta.

—Gracias, Suki.

—Para que conste, todavía no me agrada esto —comentó tocando el pecho del señor del fuego con un dedo. El aludido solo asintió con una pequeña sonrisa saliendo de la habitación.

Una hora más tarde los dos ya se encontraban caminando por las abarrotadas calles de la ciudad con atuendos simples y típicos de la región del oeste. La cual era un enorme contraste con las anteriores aldeas visitadas. Cada parte de ese pueblo gritaba desarrollo, recursos y riqueza. Contrastaba sobre todo con la situación que se vivía en el norte.

Suki no pudo evitar sentirse mucho más cómoda conforme el tiempo seguía su curso, al punto en que comenzó a arrastrar a Zuko a ciertos puntos de su interés. No obstante, siempre se mantenía alerta con un abanico sujeto a su cintura por cualquier situación imprevista.

—Parece que conoces muy bien este lugar —comentó el maestro fuego de repente, dejándose guiar por las diferentes calles del pueblo.

—Lo visitaba mucho de niña —explicó Suki simplemente, encogiéndose de hombros—. Mi madre me traía para comerciar el pescado que mi padre y sus amigos conseguían. Si tenía suerte y sobraba alguna moneda de cobre regresaba a nuestra aldea con algo para mí.

—¿En serio? —Una inusual curiosidad se reflejó en el rostro de Zuko—. ¿Cómo qué?

—No lo sé —contestó ella mirando al suelo, llenándose de repente de un sentimiento de nostalgia. Durante un instante su voz la traicionó al recordar su infancia y a sus difuntos padres—. D-dulces, o quizá algún juguete si realmente teníamos un buen día.

—Oye —dijo el chico de forma suave colocando con cuidado una mano en el hombro de la chica. Cuando obtuvo la repentina atención de los grandes ojos azules de la joven se puso nervioso—. Uh, bueno...si tú, tú deseas algo como antes puedes pedírmelo Yo pagare.

Sorprendentemente la guerrera Kyoshi se echó a reír. Acción que dejó sorprendido al señor del fuego.

—Zuko, no tengo ocho —susurró, mostrando una sonrisa—. No necesito que me compres chucherías o juguetes.

—Tienes razón. Fue tonto de mi parte sugerir eso.

—Fue dulce. Lo estas siendo más estos días, ¿sabes? Me agrada. No siempre tienes que ser un señor del fuego gruñón —dijo con picardía y un giño de ojo. Él solo rodó los ojos fingiendo molestia—. ¡Ven, vamos, todavía hay sitios a los que podemos ir!

Ninguno de los dos fue consiente de cuánto tiempo siguieron caminando por las calles de la aldea del oeste. Cuando abandonaron su hospedaje de ese día la luna era apenas un pequeño punto que se asomaba por el horizonte, y ahora podían apreciarla en la parte más alta del cielo brillando con toda su magnificencia.

Tras varias paradas en distintas partes del pueblo, al final se detuvieron enfrente de un restaurante. Tuvieron algunos problemas para poder ingresar sin revelar la identidad de Zuko. Al parecer las capuchas eran mal vistas y se necesitaba de una reservación previa. No obstante después de ser terriblemente insistentes y de ofrecer un par de monedas extras de oro al encargado de la recepción consiguieron buenos asientos en el interior.

—Este lugar es bastante elegante —comentó Zuko tiempo después mientras esperaban la comida. Suki sentada frente a él, estuvo de acuerdo—. ¿También lo conocías desde niña?

—No, en realidad —El maestro fuego se arrepintió al momento al ver su repentina incomodidad. Se hizo una nota mental que debía dejar de preguntar por hechos pasados tan siquiera por esa noche—. Este sitio es bastante más nuevo. Hice una reservación una vez para venir con Sokka, pero tenía asuntos que resolver en casa con su padre y tuvimos que cancelar. Cuando por fin tuvo oportunidad, ya estaba en tu guardia. No hubo tiempo para reprogramar.

—Oh.

—Sí...

La relación de Suki y Sokka había terminado hace más de medio año. Los motivos no eran difíciles de adivinar. La unión a distancia no estaba funcionando para ellos. Los dos tenían importantes responsabilidades en lugares distintos, y debido a ello no se veían casi nunca. La última vez que estuvieron juntos durante una reunión diplomática con la tribu agua del sur parecían dos conocidos en vez de una pareja formal.

Zuko sentía tener una gran responsabilidad por lo sucedido. El único motivo por el que creía que su amiga no se iba de la nación del fuego era por su trabajo en el palacio. Sabía que pudo haberla motivado en ese entonces para que arreglara su relación, ofrecerle vacaciones para que viajara. Pero simplemente no pudo, su corazón no se lo permitió. La líder de las guerreras Kyoshi ya era demasiado importante en su vida para pensar en incentivarla a irse y quedarse solo. En su lugar prefirió mantenerse en silencio y acercarse a ella para consolarla durante horas. Fue egoísta de su parte, sin embargo tenía la sensación de que volvería a tomar la misma decisión si tuviese que hacerlo.

—Yo, lamento que las cosas no funcionaran entre ustedes—dijo el señor del fuego en voz baja, soltando un suspiro—. No puedo evitar sentir que fue mi culpa lo que sucedió.

—¡Que! No Zuko, nada de lo que paso entre nosotros es tu culpa. Cada uno tuvo sus prioridades y lo aceptamos.

—Pero, tal vez...

De improviso, un camarero se acercó a ellos con un carrito de servicio, interrumpiendo la conversación. El hombre abrió las dos bandejas que transportaba, colocando enfrente de los adolescentes los alimentos que pidieron soltando un sencillo 'Que lo disfruten' en el proceso. Cuando se retiró, Suki se concentró en su comida y Zuko intentó imitarla. Sin embargo en el fondo no pudo evitar seguir cavilando en el asunto.

—Deja de hacer esa cara Zuko —comentó Suki de repente, sobresaltando al aludido que tenía su atención puesta en su plato ya casi vacío.

—Q-que —cuestionó levantando el rostro para verla a los ojos—. ¿A qué cara te refieres?

—A esa cara—dijo señalando con un dedo su rostro—. La que pones cuando estás pensando en algo seriamente por mucho tiempo. La has tenido desde que llegamos aquí.

—No tengo una cara así.

—Mentiroso.

—Uh, yo...

—Zuko debes dejar de culparte por todo, está bien —Le interrumpió con una sonrisa y aprovechando que tenía una mano descansando encima de la mesa la tomó con una de las suyas—. Es un error arruinar el presente recordando un pasado que ya no tiene futuro.

—Acabas de sonar como mi tío.

—Tal vez memoricé alguna de sus frases. Nunca se sabe cuándo pueden ser de utilidad.

Zukó asintió observando la pequeña sonrisa juguetona que se escapó de los labios de la chica.

—Pero hablo en serio —dijo Suki tomando una actitud más recia—. Sería incluso muy egocéntrico de tu parte pensar que todo lo malo que pasa a tu alrededor es tu culpa.

—Tienes razón, no es correcto —concordó—. Intentare hacer algo al respecto.

—Bien —dijo triunfante, volviendo a una actitud más tranquila—. Ahora, será mejor que regresemos a la casa, no quiero que piensen que te secuestraron, o que yo misma secuestré al señor del fuego.

—Sería un gran titular —declaró Zuko sin pensarlo mucho. Ella no pudo evitar reír por el comentario.

—Oh, vaya que lo seria —concordó, levantándose—. Líder de guerreras Kyoshi roba al señor del fuego.

Zuko esta vez no pudo evitar reír y Suki no pudo evitar sentirse orgullosa al verlo feliz.

Más tarde, durante el trayecto de vuelta. Las calles ya estaban casi vacías y en un intermitente silencio. La joven castaña estaba segura que las guerreras Kyoshi del oeste ya habrían notado su ausencia y seguramente los estarían buscando. Ya imaginaba el interrogatorio que le caería tan pronto pusiera un pie en la casa.

En algún punto, Suki comenzó a temblar y sus dientes castañearon. El ambiente era ahora más frio y hacia un poco de aire que solo empeoraba la situación. Su compañero volteó a verla, preocupado.

—¿Frio?

—Un poco —contestó ella abrazándose a sí misma —. No tuve mucho tiempo para prepararme para esto, Zuko.

—Oh, es cierto. Lo siento por eso, en verdad.

—No te preocupes, no deberíamos tardar mucho en llegar.

Unos segundos más tarde, una segunda brisa de viento frio pasó junto a ellos haciendo temblar un poco más a la chica. Zuko al verla, no lo pensó dos veces y levantó su mano a la altura de su pecho entre el espacio de ambos, generando una pequeña llama de fuego que de inmediato comenzó a calentarlos.

—¡¿Qué estás haciendo?! —cuestionó ella escandalizada, volteando en todas direcciones para saber si alguien lo había visto—. Te pueden descubrir.

—No me importa —contestó tajante. Su tono más parecido al que usaba cuando era el señor del fuego—. No dejaré que te congeles cuando puedo hacer algo al respecto.

Ella se quedó callada durante un momento, disfrutando de la sensación de calor que les proveía la llama.

—Gracias Zuko.

—En cualquier momento.

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