II
El traslado de la familia real se llevó a cabo tal como se tenía planeado poco después de que el sol llegara a su punto más alto. Para sorpresa de Zuko, la mayoría de los residentes del área salieron de sus casas y se amontonaron en las diferentes calles por las que pasaba para verlo. Algunos de ellos incluso se atrevieron a lanzar flores y corear su nombre.
Durante el viaje, también pudo notar como el pueblo sufrió un gran crecimiento. El número de casas en la zona se había multiplicado, los campos de cultivos y las zonas de ganado eran mucho más significativas, y la población parecía ir en aumento. El término de la guerra en definitiva estaba favoreciendo el desarrollo de la isla.
El carruaje de los visitantes de la nación del fuego se detuvo cuando arribaron a una finca encima de la montaña. La casa de acogida no era tan grande o imponente como el palacio real, aunque si tenía una apariencia bastante hogareña y cómoda. Una estructura de dos pisos, pintada de color marrón con techo hecho de paja y un hermoso jardín.
—Señor del fuego Zuko, es un placer poder conocerlo a usted y a su familia finalmente —Le dio la bienvenida el líder de la aldea haciendo una reverencia en el momento que la familia real y su escolta entraron al hogar.
—El honor es mío, Oyaji —aseguró el aludido devolviendo el gesto al igual que sus acompañantes—. Gracias por permitirnos pisar sus tierras y por darnos hospedaje pese a todo el sufrimiento que les he causado.
—No se inquiete por el pasado joven señor del fuego. El apoyo que nos ha brindado es más que suficiente para enmendarlo —afirmó con una mirada de aprobación reluciendo en sus ojos —. Si le soy franco, nunca nadie se había preocupado tanto por nuestro pueblo. Alimentos, mantas, medicinas artesanales y recursos monetarios para reparar la estatua y crear otro grupo de guerreras que protejan la aldea.
»En todo caso, nosotros somos los que estamos en deuda con usted.
—No es ningún problema, me complace ayudar —comentó Zuko, mostrando una pequeña sonrisa—. Sobre todo cuando sus guerreras cuidan tan bien de mi familia y de mí.
—No tengo duda que las chicas le han dado un buen nombre a las guerreras Kyoshi —expresó Oyaji con tono orgulloso, desviando su atención a las jóvenes que montaban guardia por todo el perímetro.
—Lo han hecho —testificó Zuko —. Me han salvado la vida en más ocasiones de las que me gustaría decir.
—Me alegra escucharlo —Se detuvo un momento, pareciendo avergonzado—. Donde están mis modales. Por favor, por favor, pónganse cómodos. Las habitaciones están en la parte superior por si desean instalarse. También tenemos un bonito jardín en el patio trasero y un comedor al final del pasillo. Pueden ir a donde quieran con toda confianza, este es su hogar. Lamento que no sea tan grande como el palacio real.
—No se preocupe, es muy acogedor —intervino la madre del rey con su tono dulce y cariñoso al notar como la parte diplomática parecía terminada, caminando un par de pasos para examinar una hermosa pintura del avatar Kyoshi de una de las paredes.
—Se lo agradezco señora Ursa.
—¡Vamos papi, quiero explorar! —exclamó Kiyi emocionada, tomando la mano de su progenitor para llevárselo por un pasillo adyacente antes de que tuviese tiempo de replicar.
—Tendremos una comida de bienvenida más tarde —informó Oyaji al grupo, centrándose posteriormente en Zuko—. Así podremos discutir los acuerdos entre ambas partes ahora y estar libres para ese momento. Desearía que nuestro horario no fuera tan apretado.
—Me habría gustado también —concordó—. Quizá hubiera tenido la oportunidad de disfrutar más de todo el pueblo.
—Siempre puede volver a visitarnos señor del fuego, nos sentiríamos honrados con tenerlos de vuelta.
—Se lo agradezco —dijo haciendo una reverencia por la invitación—. Y por favor, si no es mucha molestia solo llámeme Zuko. Apreciaría mucho que no hubiese tantas formalidades entre nosotros.
—Así será —prometió el viejo hombre regordete con una enorme sonrisa, correspondiendo al gesto —. Entonces, Zuko ¿Me acompañas a mi despacho para poder iniciar con las negociaciones?
—Lo sigo, Oyaji.
Una vez los dos líderes abandonaron la sala principal y la familia real se adentró en la casa. El resto de las guerreras Kyoshi como estaba previsto, se les dio el permiso para retirarse y visitar a sus seres queridos durante el resto de su estancia, prestando servicio durante solo unas pocas horas ya asignadas con anterioridad. La única excepción fue Suki, la cual rechazó de forma tajante la propuesta dejando en claro que no pensaba dejarlos totalmente desprotegidos.
Al atardecer, la comida de bienvenida dio comienzo. El banquete tenía una gran variedad de platillos típicos tanto de la nación del fuego y la isla Kyoshi. Se invitó a mucha gente, algo poco usual y que rompía con la clásica imagen de la realeza, pero que fue aprobada por la misma. Hubo música y baile. La gente río y sonrió, gestos que ayudaron al señor del fuego a sentirse aliviado luego de haberles causado dolor en el pasado.
Cuando el evento terminó, los presentes comenzaron a retirarse. Los huéspedes de la nación del fuego fueron conducidos a sus respectivos aposentos. Ursa, Norem y Kiyi tomaron un mismo cuarto en la parte baja de la casa y se fueron a dormir casi de inmediato, sin molestarse por desempacar más del equipaje estrictamente necesario. Zuko, por otro lado, se quedó despierto un rato más en una alcoba ubicada en la parte superior, realizando papeleo pendiente para la visita del día de mañana.
En algún punto de la noche, un par de golpes en la entrada rompieron el silencio de la habitación del señor del fuego. El aludido levantó la mirada de la pequeña mesa redonda donde residía un documento abierto, y una enorme pila de pergaminos revisados y enrollados para ser entregados a quien correspondiese durante los días siguientes.
—Zuko —Escuchó un susurro desde el otro lado de la puerta—. ¿Sigues despierto?
—¿Suki? —preguntó sorprendido al reconocer su voz—. ¿Qué haces aquí? ¿Sucede algo malo?
—No, es solo que yo... ¿Puedo entrar? Preferiría no hablar con una puerta.
—Uh, sí. Claro —accedió todavía desconcertado—. Está abierto.
—Hey —saludó la castaña tímidamente poco después desde el umbral con una bandeja plateada en sus manos, portando un vestido rojo típico de la nación del fuego—. Acababa de terminar mi última ronda de guardia y fui a la cocina por algo de comer. Cuando regresaba note la luz de las velas, y bueno, creí que quizá también podrías tener hambre.
—¿Me trajiste algo de cenar?
—Podría decirse que es más como un pequeño aperitivo de media noche —comentó un tanto avergonzada, mordiéndose el labio inferior—. Es solo que noté que apenas tuviste tiempo de probar algo durante la fiesta.
—Oh, gracias. En realidad tienes razón, tengo un poco de hambre —aceptó con una pequeña sonrisa, recordando cómo pasó gran parte del evento saludando y conociendo familias del pueblo—. Entonces ven y siéntate, por favor. Estaba por terminar.
La líder de las guerreras Kyoshi aceptó. Caminó por la habitación y dejó la bandeja con varios antojos, dos copas y un vino en una sencilla cómoda al costado de donde el señor del fuego había estado trabajando. Se colocó frente a él, sentándose en unos suaves cojines, no sin antes ayudarlo a despejar la mesa de los diferentes documentos.
—Huele bien —mencionó Zuko cuando por fin pudieron colocar la reluciente bandeja de plata en la mesilla redonda.
—Y sabe mejor.
—¿Qué es?
—Son panecillos glaseados, pepitas y un poco de vino —le informó Suki—. Todo hecho aquí en Kyoshi.
—Deliciosa comida y servicio a la habitación. Me estás mimando capitán.
—¿Qué puedo decir? —Le siguió el juego con notoria diversión—. Soy tu guardaespaldas, debo evitar que mueras de hambre.
—Y haces un buen trabajo.
—¿Y bien? —cuestionó Suki al verlo tragar una pepita—. ¿Qué te parece?
—Es agradable.
—¡Oh! No imaginaba que el señor del fuego fuera tan quisquilloso con la comida.
—N-no, no era eso lo que quería decir Suki —explicó con rapidez al verla cruzarse de brazos. Su tranquilidad se convirtió en pánico en un abrir y cerrar de ojos—. Es buena, realmente buena.
Después de unos segundos de incomodo silencio, Suki se hecho a reír con una sonrisa en toda su cara.
—¿Disfrutas haciendo eso ¿verdad?
—Un poco —admitió la guerrera Kyoshi calmándose, aprovechando la oportunidad para comer una pepita—. Debes relajarte Zuko. Parece que siempre estas destinado a pensar lo peor.
—Tal vez tengas razón.
—¿Lo crees?
—Está bien, está bien. La tienes —cedió con facilidad tomando un panecillo. Suki dio un pequeño giro de cabeza sin perder la sonrisa para concentrarse en los alimentos.
Los dos pasaron un largo rato comiendo y platicando. A Zuko le encantaban estos pequeños momentos con ella, lejos de las etiquetas de rey y guerrera. Atesoraba en su mente cientos de noches en el palacio donde estuvo en vela trabajando o aprendiendo de comportamiento, política, tradiciones y finanzas. Suki todo el tiempo a su lado. No como una guardiana que velaba por su seguridad, sino como una amiga que lo apoyaba.
—Por cierto ¿Qué hay del destino de mañana? ¿Es tan frio como muestran los mapas?
—Así es —respondió la castaña bebiendo de su copa de vino—. Por lo regular cae nevadas casi a diario, sobre todo en esta época del año. Sugiero que todos lleven abrigos y los mantengan a la mano. Créeme, no querrán regresar al palacio con un enorme resfriado.
El señor del fuego asintió.
—Avisaré a los demás.
—Agradezco mucho todos los apoyos a la isla, Zuko —comentó Suki de repente—. Es un bonito gesto visitar los cuatro pueblos principales. El norte todavía pasa por momentos difíciles.
—No hay nada que agradecer —declaró con un pequeño gesto de mano—. No es que sea un alma tan caritativa como Aang de todos modos. La nación del fuego también obtiene beneficios políticos y comerciales.
—Lo sé, de todas formas quería que supieras lo mucho que significa para mí.
El señor del fuego al escucharla no pudo evitar observarla a sus profundos ojos azules en silencio, aturdido por sus palabras y con el corazón latiendo con más fuerza. Ella en respuesta le sonrió cálidamente, manteniéndose de esta forma por un largo momento.
—Creo que debería irme —Logró reunir fuerzas la líder de las guerreras Kyoshi para hablar en un susurro, al notar lo mucho que se estaba prolongando su intercambio de miradas—. Mañana será otro día ajetreado.
Ella se levantó, desviando su atención a la mesa. Tomó la bandeja y comenzó a recoger los platos y la botella ahora vacíos. Su compañero después de un instante de vacilación también se reincorporó, caminando en silencio a su lado para ayudarla.
Cuando terminaron de recoger y limpiar el área donde estuvieron cenando, se dirigieron a la entrada. Zuko abrió la puerta y se hizo a un lado en un pequeño acto caballeroso. Suki volvió a sonreírle, saliendo a los pasillos donde se detuvo y se dio la vuelta para volver a mirarlo.
—Buenas noches, Zuko.
—Buenas noches, Suki —contestó con una pequeña sonrisa brotando de sus labios —. Gracias por haber venido. Habría pasado una noche aburrida sin ti.
—Que harías sin mi señor del fuego —bromeó con un giño de ojo.
El chico rodó los ojos por el comentario, sonrojándose ligeramente. La guerrera Kyoshi se alejó riendo con la bandeja en las manos.
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