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-¡Goldie, no dejes que pase! - gritó Arion, el capitán.
-¿Eh? - dudó la pequeña, notando como uno de sus compañeros pasaba por su lado con el balón en los pies - Oh no.
Ella le siguió, pero no pudo detenerle, y terminó lanzando el balón a puerta. Ella bajó la cabeza, y notó un ligero agarre en el hombro. Miró hacia arriba, cruzándose con su capitán.
-¿Qué ha sido eso? - le preguntó él con gran naturalidad.
-No lo sé, lo siento capitán, prometo que no volverá a pasar - se disculpó.
-¿Y si descansas un poco? No se te ve muy atenta, relájate - le sonrió el castaño.
-Esta bien - ella le devolvió el gesto con amabilidad, y salió del campo de entrenamiento.
Caminó hacia unos árboles cercanos que había, donde justo al otro lado se encontraba un enorme precipicio. Se sentó allí, dejando que sus piernas colgaran ante el abismo. Pero por muy abajo y lejano que se viera el suelo, a ella no le asustaba, pues le gustaba sentirse tan alta respecto a todo lo demás. Se sentía más cerca de las nubes y del sol, y eso le ayudaba a calmarse.
La brisa sopló, removiendo las hojas de los árboles a la par que los largos mechones dorados que formaban el cuero cabelludo de la muchacha. Cuando el soplido cesó, una hoja de desprendió de uno de los árboles, cayendo lenta y delicadamente, dando tumbos y piruetas en el aire por culpa de la fricción del mismo, hasta que finalmente se acomodó en el regazo de Goldie.
Ella la tomó con suma delicadeza entre sus manos, y observó su color naranja apagado. Se parecía al de su pelo, y con eso, una idea le recorrió la cabeza. Ella observó su alrededor. En el suelo había decenas de hojas como la que mantenía en sus manos. Bajó la cabeza.
Ella era una entre esas hojas. Había tenido una buena vida hasta entonces, todo le había ido muy bien siempre. Pero desde esa mañana sentía que, como las hojas otoñales, se iba marchitando, y poco a poco se caía del árbol.
Aún no sabía qué hacer respecto a lo que le había contado Aslei, y cada vez le afectaba más, hasta el punto de no estar concentrada con el balón. Miró entre sus manos. «¿Qué tengo que hacer?» pensó, observando cada detalle que la planta ya muerta.
Extendió los brazos, y los separó. La hoja cayó, girando sobre sí misma, danzando alegremente con la brisa matutina. Ella la vio caer, y no le quitó el ojo de encima hasta que no desapareció ante la inmensidad del precipicio.
Escuchó un crujido detrás de ella, y giró la vista algo alarmada. Pero relajó la postura al darse cuenta de que era Fei. Este observó algo asustado la situación.
-¿Crees que deberías estar tan cerca de la caída? - le preguntó el peliverde.
-No pasa nada - le sonrió ella - ¿Tú también descansas? ¿Por qué no te sientas un rato conmigo? - dio pequeños toquecitos a su lado.
-Está bien, pero no me parece muy seguro - accedió el chico.
Se acercó al abismo con cuidado, y se sentó, al igual que su compañera, dejando que sus piernas colgaran ante la caída.
-Oye, hay algo que hace tiempo que me pregunto - habló Fei, observando algo asustado hacia abajo.
-¿Y qué es? - respondió Goldie, mostrándole a su amigo que todo estaba bien.
-¿Cuándo entraste en el Raimon? - preguntó, causando cierta impresión en la niña.
-Ah, yo... - desvió la mirada - Me interesé por ellos cuando se terminó el torneo Fútbol Frontier, así que mis padres me cambiaron de instituto.
La niña sonrió en un intento de convencer al chico. Ciertamente sus dudas eran algo sospechosas, pero lo más probable es que Fei no se preocupara por eso. Él asintió, y miró al horizonte. El cielo se encontraba nublado, era una tarde gris, a diferencia de lo despejado que había estado esa mañana. Parecía que fuera a llover, y hacía frío.
Se escuchó de nuevo un ruido detrás de ambos jóvenes. Estos decantaron hacia allí su mirada, expectantes. Apareció Big, el pequeño dinosaurio azul del que cuidaba el Raimon en esos instantes. Se acercó rapidamente a Fei, con quien era muy cercano. Este le recibió con risas y caricias.
Goldie contempló con ternura la escena. Le entró un fuerte sentimiento de nostalgia al ver a Fei reír, lo cual era extraño, pues hasta ese momento nunca antes le había visto. De todas formas, saber que era su hijo le hacía sentirse unida a él, como si siempre hubiera estado presente en su vida.
-¡Oye! - rió la niña al recibir un lenguetazo de parte del animal.
La tarde pasó tranquilamente. Los dos adolescente charlaron de todo tipo de cosas sin importancia, como cuando dos amigos de toda la vida se reunen sin ningún propósito en concreto. Big estuvo todo el rato con ellos, tumbado cerca y recibiendo de vez en cuando alguna carícia por su parte.
A Goldie le gustaba pasar tiempo con Fei, se sentía muy cómoda y era divertido hablar con él. Los dos mantenían una relación bonita. A pesar de su personalidad tan característica, la chica se sentía algo decaída por no poder ser sincera con el peliverde. Le hubiera gustado mucho contarle que ella era su madre, que había viajado en el tiempo para cuidarle y ayudarle, pero no podía. Le había prometido a Aslei que mantendría el secreto.
El Aslei que Goldie conocía, y el que le había pedido su ayuda para todo lo que estaba ocurriendo, formaba parte de la misma línea temporal que Fei. Ellos en el futuro estaban casados, así que el hombre era el padre de Fei. A la niña le costaba imaginarse que así era su vida en el futuro, pero no le desagradaba del todo. El hombre era muy amable con ella, y aunque resultaba alguien un poco frío y distante estaba segura de que tenía muy buen corazón.
-¿Te ocurre algo? - preguntó con algo de preocupación el peliverde.
-No... - respondió ella - ¿Por qué lo dices?
-Es extraño verte sola - él se levantó - ¿Te angustia algo?
-He estado pensando, nada más - ella agarró la mano del chico, que le había tendido para ayudarla a levantarse.
-Sé de algo que seguro te animará - Fei comenzó a caminar sin dejar de sujetar la mano de la menor.
Goldie no preguntó nada. Caminaron en silencio algunos metros, alejándose del lugar donde sus compañeros ahora descansaban del entrenamiento. Traspasaron unos arbustos algo altos, y al llegar al otro lado se encontraron con algunos dinosaurios herbívoros.
-Fíjate - Fei señaló a los pies de uno de ellos.
Un pequeño animal sacó la cabeza, y correteó alegremente por el blando y verde césped. Goldie sonrió, y sintió sus mejillas arder. Nada más ver al pequeño dinosaurio le hubiera gustado ir hacia él y rodearle entre sus brazos, pero sabía que eso enfurecería a su progenitora, así que simplemente se limitó a observarle con las comisuras de sus labios completamente levantadas.
Por un momento sintió que sus dudas se evaporaban por completo sin dejar rastro.
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