10. Teach me

Enseñar | SUHO

Este one shot es continuacion del drabble «Taste Me» (lo encuentran en mi obra, Palabras Otoñales).

Dedicado a ValeKkaebsong.  


So Ah aún no podía procesarlo. Había besado a Jun Myeon. Su primo político, específicamente.

Se suponía que So Ah era una residente temporal en la mansión de su tío abuelo para alejarse de sus problemas, no para encontrar nuevos. Todo había sido culpa de aquel libro, 100 poems of lust and flesh; si no lo hubiera llevado consigo esa noche de insomnio, él no se hubiera insinuado y ella no hubiera caído en sus provocaciones. No, nada de eso hubiera pasado en primer lugar si ella no hubiera abandonado la comodidad de su ostentosa habitación.

Pero ya no había vuelta atrás. No servía de nada pensar en el «hubiera», era imposible regresar en el tiempo, así como lo era borrar las imágenes de aquella noche que se reproducían una y otra vez en su mente: la manera en la que Jun Myeon se abalanzó sobre su cuerpo cuando ella se recostó en el sofá, explícitamente disponiendo su cuerpo a lo que él quisiera; la forma en que sus labios y su lengua recorrieron desde su barbilla hasta su pecho, dejando un rastro de calidez insoportable que se extendió a cada extremo de su cuerpo; el poder de sus palabras que la habían convencido de caer en ese interminable precipicio y la tenían rogando por más. Por fortuna (y ¿lamentablemente?) las cosas no habían ido más allá de besos y caricias sobre la ropa. En el momento en que Jun Myeon desprendió el último botón de la camisa de franela de So Ah para descubrir por completo su torso, ella empujó por accidente el libro de tapa dura y cayó del sofá, haciendo un ruido lo suficientemente fuerte como para interrumpir sus acciones y traerlos de vuelta a la horrible realidad. Ella salió corriendo de ahí, su blusa desabrochada debajo de su bata para dormir, de la cual intentaba aferrarse con manos temblorosas.

La realidad pesó tanto en So Ah que comenzó a evitar a Jun Myeon. La mañana siguiente (y las posteriores) prefirió no bajar a desayunar con su tía política y el tío abuelo por si su «primo» decidía acompañarlos a la mesa. Cuando So Ah salía de su habitación miraba a su alrededor cada cinco pasos y estaba atenta a cualquier sonido, temiendo encontrárselo de improviso. Nunca se acercó al ala de la mansión donde se encontraba la habitación de Jun Myeon. So Ah estaba en un constante estado de ansiedad que habitaba su cuerpo junto con algo que no quería admitir: deseo y añoranza.

Una mañana, después de una semana del evento, su tía le llevó el almuerzo y le comentó que Jun Myeon había salido de viaje y que no tenía una fecha de regreso próxima. Su reacción inicial ante las noticias fue alivio, pero no fue tan grande como el descontento de que él no estuviera. Los primeros días, So Ah anduvo por los pasillos de la mansión con menos precaución y volvió a tomar sus comidas en el comedor. La presencia de Jun Myeon en la casa disminuyó, pero So Ah aún sentía cierta tensión: él seguía habitando el espacio de su mente, invadiendo sus fantasías y sueños. A veces tenía tantas ganas de que regresara y otras de que nunca volviera; algunas ocasiones estaba segura de que en el momento en que él pusiera un pie en la casa, ella se ofrecería de nuevo y no pararía hasta tenerlo todo, pero inmediatamente se regañaba por tener ese tipo de pensamientos. La batalla constante entre el deseo y la auto-represión dio paso a la frustración. So Ah intentó distraerse con nuevas (y decentes) lecturas, de pensar en otras cosas o en obsesionarse con alguien más, pero era en vano.

Una madrugada, dos semanas y media después de la partida de Jun Myeon, So Ah no podía dormir y salió de su cuarto. Sus pies marcaron su propio camino y, cuando se dio cuenta, estaba en el umbral de la sala de estar donde todo había empezado. En vez de alejarse de ahí, So Ah se internó más en la habitación iluminada escasamente por la luz lunar que entraba por el ventanal. Todo parecía normal, pero ella no se sentía así. Las imágenes volvieron a su mente con una fuerza arrebatadora. Su vista comenzó a nublarse y no tuvo más opción que sentarse en el sofá hasta que la niebla se disipara. El roce del tejido del asiento contra su piel disparó aún más los recuerdos y su cuerpo se estremeció para llenarse de una calidez que la obligó a arquearse contra el respaldo del sofá y cerrar los ojos. Necesitaba deshacerse de esas sensaciones que estaban consumiendo su cordura, pero no sabía cómo, era muy difícil pensar cuando su cabeza estaba habitada por una sola cosa, o más bien, una sola persona y todo lo que tenía que ver con ella: su voz, su cuerpo, su toque, su olor.

—So Ah...

En cuanto escuchó su voz llamando su nombre, creyó que era un truco de su mente disociada. No obstante, una presencia cerca de su cuerpo le dijo que no era su imaginación. Abrió los ojos de golpe y se incorporó. Él estaba ahí, frente a ella, mirándola detenidamente con su típica expresión curiosa, pero con una intensidad que agujereó su existencia completa. Pasaron unos segundos en los que se miraron mutuamente, y So Ah se puso de pie en un salto, como si hubiera despertado de un trance.

—¿Qué haces aquí? —Fue lo primero que salieron de los labios femeninos.

—Lo mismo que tú —respondió él, como si fuera algo obvio.

—No creo que estemos aquí por las mismas razones —dijo So Ah, abrazándose a sí misma para evitar el impulso de extender su brazo y tocarlo—. Además, hablaba de la mansión en general. ¿Cuándo volviste?

—Oh, es muy evidente que ambos queremos lo mismo si estamos aquí, a estás horas de la noche, en esta habitación en particular —mencionó él, con confianza en cada una de sus palabras, e ignorando los intentos de ella de desviar la conversación.

Jun Myeon dio un paso hacia el frente, acortando el espacio entre ambos. So Ah intentó retroceder, pero el sofá se lo impidió. La cercanía hizo que su cuerpo se tensara más, pero no había temor en ningún poro de su piel, sino anticipación pura.

—Jun Myeon, no hagas esto —imploró So Ah. A pesar de que sus palabras eran para él, también iban dirigidas a sí misma: por favor no hagas algo de lo que te arrepentirás después (aunque secretamente estaba segura de que no se arrepentiría de sucumbir a sus deseos).

Él soltó un bufido de incredulidad, como si la petición de So Ah le pareciera falsa.

—Por casi cuatro semanas he intentado no hacer esto, he tratado de alejarme y no aparecer frente a ti a pesar de tus esfuerzos por evitarme. No importa cuánta distancia ponga entre nosotros, no puedo dejar de pensar en lo que pasó esa noche: en el sabor dulce de tu piel, en tu cuerpo inexperto, pero responsivo a mí. No tienes idea de todo lo que quiero enseñarte, de cuánto deseo que aprendas a tomar lo que quieres... Estoy dispuesto a dártelo todo, desde esa noche mi cuerpo y mi alma están a tu disposición para que hagas lo que quieras.

Él se acercó más y, como reacción involuntaria, So Ah alzó la mano y la apoyó en el plano pecho masculino. Se asombró en el momento en que sintió la calidez de su piel y el latido apresurado de su corazón a través de la camisa.

—Por favor... —susurró So Ah, inconsciente de que se estaba inclinando más hacia él, buscando mitigar la gran necesidad que comenzaba a nublar su mente.

—¿Quieres que me detenga? —preguntó él. Contempló su rostro en búsqueda de cualquier gesto de duda, pero ella estaba segura de que eso era lo último que reflejaban sus facciones.

—No... —susurró, y no terminó completamente de decirle que no quería que se detuviera jamás, cuando él cubrió su boca con la suya.

La calidez que burbujeaba en su cuerpo desde hace casi cuatro semanas, por fin rompió en hervor cuando sus cuerpos entraron en contacto. So Ah creía recordar a la perfección la sensación de los labios de Jun Myeon sobre su piel, pero al tenerlos sobre ella de nuevo, sintió como si lo estuviera experimentando todo por primera vez. Tan consumida estaba en su toque que cuando volvió a ser consciente del escenario, Jun Myeon estaba sentado en el sofá, con ella sentada a horcadas sobre su regazo. Estaban una vez más en una situación comprometedora, pero el desarrollo y el final serían distintos, pues ambos estaban seguros de que no querían detenerse.

—Jun Myeon, por favor... —susurró So Ah, mientras pasaba sus brazos sobre sus hombros y lo acercaba aún más a su cuerpo—. Por favor, enséñame.

Él volvió a besarla con tal ímpetu que casi eliminó cualquier rastro de conciencia en ella. Antes de perderse por completo en la abrasiva espiral de calidez, So Ah entendió que nunca más habría punto de regreso y, aunque lo hubiera, jamás desearía volver al tiempo en el que su ser entero desconocía ese tipo de sensaciones abrumadoras.

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