Precaución: No leer poemas viejos

Mostré mis heridas pero nunca dije “apiádate de mi alma”. Te mostré lo que quedaba: mis venas fragmentadas, mirada opaca. Voluntad apagada. Me ha costado volver a sentirme, me ha costado reconocerme en el “yo”. Soy incapaz de mantener un personaje y aquí me ven, usando este traje, fingiendo ser algo que ojalá sea yo. ¿Y quién soy? Manifiesto el ego en el cerebro, tengo que apagarme todo el tiempo. Recordar mis propios mandamientos porque yo soy mi dueño, mi pastor y mi dios.

No creo en dios. No creo en jueces. No creo en la justicia. Creo en estas manos capaces de escribir pura inmundicia. Creo en estos dedos capaces de negar cualquier caricia. Creo en el odio y el rencor cuando sé que no debería. Debería creer en el amor. Pero, ¿qué es el amor? ¿El amor es solo devoción? ¿Hacia quién dirijo el amor? ¿Por qué amar al extraño si no puedo amarme yo?

La indiferencia se muestra como respuesta suicida. La indiferencia yace como respuesta afirmativa. Si no siento nada, entonces puedo hacerlo todo. La indiferencia es psicopatía, ha sido tergiversada por la televisión. Pero me atrae más que el amor. No es falta de emoción, indiferencia como sinónimo de autocontrol.

Me cuesta comprender e interpretar el concepto de empatía. Cada día es una nueva lección. ¿Qué es comprender el malestar del prójimo? ¿De qué me sirve probar el sabor de otro dolor? De nada, de todo. Es la sociedad conmoviéndose a sí misma.

A veces debo recordarme que también soy humano. Un animal capaz de razonar y percibir el universo. El mundo está como está por su gran caudal egoísta, que perra emoción. Que orgullo ser humano. Que felicidad ser capaz de pensar y escribir esto, justo esto, estas líneas sin coherencia. Estas líneas sin consciencia, cuyas palabras gritan y me advierten que he perdido el hilo conductor. Y adivina, no hay conductor. Nunca lo hubo.

Odio y rencor.

Odio y rencor, soy una masa amorfa, consumiendo su propia piel, su propia carne. Muerdo y mastico mi propio arte. Siento piedad por lo que fui, pero sigo usando el índice para señalar lo incorrecto, lo que yo identifico como adverso. Sigo siendo una mala persona, una perra avariciosa.

Y si un día no escribo, siento que no me percibo, dejo de ser un escritor. Y si el escrito no es bueno, o legible, o consumible, entonces arden mis ojos de lector.

Anhelo trascendencia porque yo también disfruto dejar un manifiesto de mi consciencia.

¿Y qué clase de consciencia es esta? ¿Qué clase de lección perdurará en mi legado? ¿Qué futuro debo erigir y sostener con estas manos? ¿Qué clase de humano soy? Si es que sigo siendo digno de ser llamado humano. Ya le he echado peste a mis ancestros y su progenie. Me echo pestes yo, no me tolero, no me aguanto. Por eso escribo, para que perdure mi llanto.

Odio y rencor.
Odio y rencor.
Odio y rencor.

¿Por qué sigo atrapado
en este cuerpo?
A veces me dan ganas
de ser solo un concepto
para no lidiar con el dolor.
Ser solo un manifiesto,
un perpetuo pensamiento.
¿Y cómo considerarme poeta?
Si no predico amor.
¿Y cómo considerarme escritor?
Si estoy tan agotado.

No socializo,
me busco y no me hallo.
Me consuelo diciendo
“es por las hormonas”
y reprimo lo que siento.
A veces deseo naufragar
en mis pensamientos,
pero no debo.

Es peligroso,
mi cerebro es propenso
al dolor, al declive,
cualquier tambaleo
y me caeré.

Rodaré por el risco
y me veré otra vez
con el abismo.

Debo permanecer de pies,
debo estar de pie,
debo sostener mis pies.

Estoy aquí e intento seguir. Leo mis versos y me consuelo, sé que no debo caer de nuevo. Y si caigo, escribiré y me levantaré.

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