¿Por qué?
Que egoísta de tu parte fingir amor por el arte cuando solo deseas volverlo producto monetizable.
Vivís en las aristas de una tierra que no te conviene, la incomodidad de una avaricia que nunca cierra la boca porque la boca es solo un tumulto sobre el tórax.
Tocar la catarsis con manos desnudas,
cuerpo completo carente de carisma,
de rimas,
de síntomas.
Digamos que tenés razón, ¿entonces qué sigue?
Digamos que tenés razón y el mundo es en sí mismo una utopía incomprendida. Digamos que la tierra extiende su esférica planicie solo para ser interpretada por un intelecto limitado por los fragmentos de vida recorridos. Digamos que la vida no existe, es un instante, es un suspiro. ¿Qué sigue?
Navegar contracorriente por el simple placer de sentir palpitando el viento en la cara, agonía inconstante de tus venas heladas por la brisa salada que se aglomera y sale de tus costillas.
¿Qué sigue?
Morir en el instante.
Resucitar a los tres días.
Extirpar el feto de tu cuerpo
y fingir que no has tenido nunca
nunca nunca nunca
un ataque suicida.
Supongamos que la madre tierra posa sus manos sobre tu entrepierna, te muestra en acto incorrecto las maravillas de haber nacido humano. Humano para vivir, humano para morir. Humano para percibir toda muestra de cariño y placer como cucharaditas inconclusas del paladar limitado.
Entonces, ¿qué sigue?
¿Cómo saciar la codicia?
¿Cómo extirpar la malicia?
Si tus dedos son átomos
y tus moléculas son dedos.
Toca el cielo entre flagelos.
Extirpa el clítoris de la mitocondria.
Extirpa la próstata, el foco de la noria.
Extirpa el placer, la libertad.
¿Qué te queda?
Mira tus manos palpar
tu carne extinta.
¿Qué te queda?
Es un dilema que se reduce a una simple solución: no tener respuesta.
No importa lo que hagas ni las personas que hieras a lo largo del camino que irá siendo marcado por tus piernas. No importa, somos finitos. No importa el daño o la reparación a las emociones autoconclusivas. No importa, somos finitos. No importa si me apuñalas o estrangulas mi garganta. No importa, habré muerto
porque todos morimos. Somos finitos,
ramitas deshojadas incapaces de durar
para siempre (el para siempre no existe,
es un invento del miedo para huir
del impacto de la naturaleza
en la mortalidad implantada
en tu ADN,
en tu garganta ahorcada,
en la costilla de Adán).
Tomo el cuchillo,
corto mis dedos.
Tomo la daga
para clavarla en tu espalda.
Tomo la cuchara y la sopa
la como con tenedor.
¿Cuál es el sentido de todo esto
si ya no siento que me estoy muriendo?
¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué sigo viviendo?
Si no puedo producirme dolor por el bien de un arte que nunca me dará de comer pero me hará comprender el mundo. Pero
el mundo no
existe.
Solo son mis ojos quienes miran el reflejo del espejo que se deja ver durante la madrugada.
Solo existen mis pies llenos de polvo, mis rodillas moradas, el indomable cabello que nunca cubre mi rostro. Solo existe la vagina que sangra entre mis piernas durante siete días seguidos (estaré creando algún mundo, seré el dios de algún ser desconocido) una vez al mes.
Entonces me pregunto:
nosotros, ¿qué somos?
Pero nunca me respondés la pregunta
con oración satisfactoria para mis oídos.
Si me decís una vez más
que eres poesía
voy a llorar
porque yo no soy poesía,
soy el escritor de mi propia historia.
Veo mi vida esculpida entre letras
y mi vida no es bella.
Es vida y ya.
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