CAPÍTULO III
El beso de Auro me había dejado completamente sin aliento, por lo que, cuando nos separamos, comencé a respirar más rápido de lo normal. Incluso viéndolo frente a mí, no podía procesar que nuestros labios se hubieran unido unos instantes atrás.
¿Qué demonios? ¿Eso había sido real siquiera o tan solo era otro de mis sueños con Auro?
Mis mejillas comenzaron a ruborizarse, por más que yo quisiera evitarlo. Mis ojos y mi boca estaban tan abiertos como era posible debido al gran asombro. Me quedé paralizada por un momento, luego bajé mi mirada para intentar ocultar mi sonrojo.
—Se fue —lo escuché decir entre un jadeo.
Por lo menos era bueno saber que yo no había sido la única en quedarse sin aire dentro de sus pulmones.
Levanté la vista lentamente y llena de pena. No tenía idea de cómo actuar, jamás había llegado tan lejos con un amor platónico. Por suerte, me topé con sus hermosos ojos verdosos viéndome de la misma manera.
—Era Matthew —dijo al ver que yo no le respondí nada—, está buscándote como loco y estaba a punto de encontrarte. Eres demasiado lenta, tuve que salvarte de nuevo. Cuídate de él, es peor de lo que parece —Pasó por un lado de mí y comenzó a caminar, pero un par de pasos más adelante se detuvo y giró su torso hacia mí—. Ah, y me debes una, de nuevo.
Mi cerebro aún no podía digerir lo que acababa de suceder. Los labios de Auro habían besado los míos repentinamente, sin previo aviso. Sin darme cuenta, solté una risa nerviosa y llevé mi mano hasta ellos, recordando la sensación. Por mucho tiempo me había preguntado cómo sería probar los labios de Auro, jamás pensé que tendría la oportunidad de conocer la respuesta. Desde que lo vi por primera vez me hechizó con esos malditos ojos azulados. ¿Cómo se supone que iba a asimilar de que la nada me diera un beso así?
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando una voz ya bien conocida se acercó a mí, buscando obtener mi atención.
—Nada mal, Zoe.
Di media vuelta para encontrarme con Nick. Sí, mi exnovio infiel.
—¿Necesitas algo?
—No, solo... ¿Auro? De verdad, ¿Auro?
Aparentemente, él también había presenciado la escena y estaba igual de sorprendido que yo. En sus ojos había un ligero toque de decepción, y guiada por mis impulsos, le respondí.
—Sí, Nick. Auro. El chico más hablado de toda la universidad. ¿Tienes algún problema con eso?
—Jamás pensé que fueras tan superficial.
No pude evitar reír ante su comentario. Tenía que estar bromeando.
—¿Superficial? Disculpa, no fui yo quien tiró a la basura cinco años de relación solo porque no era bonita.
—Meterte con Auro es jugar con fuego, Zoe —respondió ignorando lo que acababa de decirle—. Tú sabes todo lo que se dice de él. Él y Matthew... Mierda, sí que dan miedo.
—¿Sabes? Es ridículo que quieras venir a advertirme sobre Auro. Perdí cinco años de mi vida contigo, ¿qué podría ser peor? Encárgate de tu actual novia, Nick. Ah... Y ¿qué crees? También estuve a punto de meterme con Matthew. Loco, ¿no?
Comencé a caminar en dirección contraria a Nick. Jamás había sido tan directa con alguien y en mi camino no pude evitar pensar si mis palabras habían sido demasiado.
Divagué por los pasillos, buscando perder el tiempo hasta que la clase de leyes se terminara para entrar a la siguiente. Opté por ir a la cafetería de la escuela, busqué una mesa disponible para mí sola y comencé a leer un libro que mi padre me había regalado. Intentaba concentrarme, pero honestamente, no podía dejar de pensar en el beso de Auro.
Saqué mi jugo de manzana y comencé a beberlo mientras una sonrisa de lado se dibujaba en mi boca.
—Te encontré. No sabes cuánto llevo buscándote. Deja el jugo en la mesa y levántate sin llamar la atención. Vas a venir conmigo —dijo una sospechosa voz a mis espaldas.
¿Acaso era verdad que Matthew había estado buscándome con tanta insistencia? Porque si era así, entonces temía que ya me había encontrado.
Volteé con miedo esperando encontrarme esos ojos grises detrás de mí, pero, para mi fortuna, en su lugar me topé con los rizos oscuros de mi mejor amigo Kian.
—Por Dios —solté un gran respiro de alivio—. Voy a matarte, Kian.
Él comenzó a reír desenfrenadamente, como si acabara de realizar la broma del siglo.
—Lo siento, es que... ¿Qué demonios, Zoe? Recién salgo de clases y todo el mundo ya está hablando de cómo casi te comes a Auro en el pasillo.
Su comentario me causó risa, di un gran sorbo de mi botella, pensando nuevamente en Auro. No fue hasta un par de segundos después que caí en cuenta de lo que había dicho. Entonces escupí mi jugo.
—Espera... ¿Qué yo qué?
Kian me arrebató el jugo de las manos y al igual que yo, dio un sorbo.
—Lo sé, es tan loco como la gente inventa cada cosa, ¿verdad? ¿Tú y Auro? Entiendo que lleves tiempo flechada con él, pero por favor...
—¿Quién te dijo eso, Kian? —lo interrumpí.
—Tranquila, son rumores de pasillo. No creo que lleguen a oídos de Auro, ya sabes, todos le tienen miedo.
—Kian. No son rumores —confesé con algo de miedo.
El rostro de mi amigo cambió drásticamente. Él estaba tan sorprendido e incrédulo como lo estaba yo al principio. Yo no podía dejar de pensar en cuál sería la reacción de Auro al saber que toda la escuela hablaba de su beso con una chica totalmente desconocida. Porque, aunque dolía, para Auro yo aún era una desconocida.
Los rizos castaños de mi mejor amigo adornaban su notoria expresión de asombro. Sentado frente a mí, Kian permanecía incrédulo, sin terminar de entender la confesión que acababa de salir de mi boca.
—Entonces, tú... ¿Besaste a Auro?
Sonaba como una completa locura, lo sabía. Mónica se había encargado de decírmelo desde el inicio. De hecho, sonaba como una fantasía que no podía estar en otro lugar que no fuera mi perturbada imaginación.
Auro y Matthew eran sin duda dos de los chicos más controversiales de toda la universidad, ¿por qué de pronto me besarían? No me conocían en lo absoluto, y a lo que mis ojos habían visto, yo no era el tipo de chica en el que ellos se fijarían.
—Algo así —intenté explicar mientras veía como Kian continuaba bebiéndose mi jugo—. En realidad, él me besó a mí.
Al parecer, escucharme decir eso fue como un balde de agua fría para mi amigo. Su gran sorpresa causó que escupiera todo el jugo de su boca directo en mi cara. Instintivamente, mis ojos se cerraron para evitar que el néctar entrara en ellos, tan solo pude sentir las frías gotas con olor a manzana empapar mi rostro.
Estaba a punto de reclamarle cuando divisé la silueta de Matthew entrar a la cafetería. Su llegada era llamativa; la ropa lujosa que vestía resaltaba entre la de todos nosotros y la vanidad que desprendía al caminar era inigualable. Su chaqueta negra tenía un brillo despampanante que te obligaba a mirarlo sin importar lo que estuvieras haciendo.
Me alarmé al recordar las advertencias de Auro, sin embargo, ni siquiera tuve tiempo de escapar. Para cuando reaccioné, Matthew ya estaba acercándose peligrosamente a mí, junto a otros tres chicos con muy mala pinta.
—Muévete, rizos. Quiero hablar con ella —demandó Matthew, en un tono de autoridad dirigiéndose a Kian. Este giró el torso para poder verlo.
—Eh... Claro —masculló no muy convencido mientras se levantaba de la mesa. Conocía a mi mejor amigo y sabía que por dentro estaba muriéndose de miedo. Por alguna razón, Kian siempre había tenido un inmenso terror hacia los chicos malos de la escuela—, pero estaré aquí, ya sabes, vigilando que... no te robes a mi amiga.
Su nerviosismo era más que evidente y sus gestos solo lo confirmaban. Aun así, le dediqué una mirada de agradecimiento por intentar dar la cara ante a Matthew por mí. Finalmente, Kian tomó su mochila y se alejó de nosotros sin apartar su mirada de la mesa, hasta llegar a una de las solitarias esquinas de la cafetería.
—¿Para qué me buscas? —Me atreví a preguntar mientras secaba mi cara del escupitajo de Kian, aunque honestamente, yo también tenía miedo.
Matthew tomó asiento en la silla delante de mí, en donde antes estaba sentado mi amigo, luego hizo una señal a sus gruñones acompañantes para que nos dejaran solos. La arrogancia se desbordaba de su rostro, él sabía perfectamente que tenía a toda la escuela bajo su control.
Apoyó los codos sobre la mesa en un intento de acercarse más a mí e intimidarme, sin embargo, yo solo podía concentrarme en lo destrozado que había quedado su rostro luego de la golpiza que Auro le había dado la noche anterior. En sus ojos, nariz, pómulos y labios había moretones y heridas que aún no sanaban.
—Necesitaba advertirte. Como sabrás, ese tipo de fiestas son privadas y es mejor que no reveles detalles de nada de lo que pasó ahí dentro. Hice una obra de caridad al permitirte entrar a mi casa. Si llegas a hablar de más, Zoe, estarás metiéndote en problemas graves en serio, ¿me entiendes, linda? —preguntó esto último esbozando una engañosa inocente sonrisa y tomando ligeramente mi mentón con las yemas de sus dedos.
—¿Estás amenazándome? ¿Después de que me embriagaste?
—Vamos, Zoe. No iba a hacerte nada realmente. Solo agregué algo de alcohol a tu bebida, no fue culpa mía que nunca en tu vida hubieras probado ni una gota y te desvanecieras en el pasillo.
—Eres asqueroso, Matthew.
Sí, como sea. Lo único que me interesa es que no hables nada de lo que ocurrió ayer en mi fiesta. ¿Queda claro? Estoy vigilándote, Zoe, y cualquier movimiento que intentes hacer en mi contra, lo sabré. Tengo ojos y oídos en todos lados —Me guiñó un ojo antes de levantarse de la mesa y comenzar a alejarse entre arrogantes caminados. De inmediato los chicos que lo acompañaban al inicio lo alcanzaron, como si se trataran de sus perros falderos.
Al pasar por un lado de la esquina en donde se encontraba Kian, Matthew alzó sus manos y soltó un «¡Bu!» que hizo que mi mejor amigo pegara un brinco. Se asustó tanto que casi terminó en el suelo, lo que provocó las risas descontroladas de Matthew y sus amigos problemáticos. Kian en verdad le tenía pavor, ni siquiera era necesario que le tocara un pelo para tirarlo al suelo y la prueba de ello estaba frente a mí.
Permití que el día transcurriera con normalidad, entrando a tiempo a mis demás clases y manteniéndome al margen con mis deberes. No podía pasar más tiempo pensando en Auro o terminaría afectándome en todos los sentidos.
Al día siguiente, pedaleando mi bicicleta en el estacionamiento de la escuela, noté como Auro bajaba de su coche. Se veía tan malditamente bien haciendo nada, que quería acercarme de nuevo, sin embargo, sabía que sería muy incómodo después de lo que había pasado el día anterior.
Pero... ¿Y qué si se trataba de un accidente justo como la vez que lo arrollé? Así tendría una excusa para hablar con él sin parecer insistente y por supuesto, esta vez no habría heridos —o al menos esa era la intención—.
Comencé a pedalear a velocidad hasta donde estaba él, con el propósito de que hubiera un encuentro más entre nosotros y así, poder tener una charla un poco más larga que la última. Mis cálculos eran atinados, y todo habría salido bien de no ser porque mi bicicleta y mis nervios me traicionaron. Las ruedas no giraron como deberían, causando que mi trayecto fuera totalmente recto y que en lugar de chocar con el cálido cuerpo de Auro, me estrellara con el áspero tronco de un árbol a lado de él.
No pude evitar soltar un quejido en cuanto mi cuerpo hizo contacto con el duro asfalto, y como si mi mala suerte no fuera suficiente, encima de mí caía mi pesada bicicleta, aplastándome por completo.
Sentí los ojos claros de Auro posados sobre mí, analizando la situación que acababa de suceder frente a él, y muy posiblemente, burlándose mentalmente de lo ridícula que me veía tirada en el suelo a un costado de él, con una enorme bicicleta encima.
Mis ojos permanecían cerrados para intentar ignorar la mirada de todos sobre mí en el estacionamiento. Podía sentir como la piel de mis brazos ardía, así que eché una mirada rápida a esa zona para descubrir que la mitad de mi brazo había sido tallado por la fricción de mi caída al suelo.
—Creo que, si intentabas arrollarme de nuevo, debiste haber girado un poco más —escuché la voz de Auro en un tono relajado.
Me veía realmente patética, y eso incluso yo lo sabía. Estaba en el suelo, con mi ridícula bicicleta rosada sobre mi cuerpo y mis brazos sangrando debido a mi fallida maniobra; por si eso fuera poco, también tenía al chico de mis sueños riéndose de mí a un metro de distancia. Él no quería demostrarlo para no hacerme sentir peor, pero sabía que Auro se burlaba internamente de mí y podía notarlo en su mirada.
Varios quejidos salieron de mi boca al tratar de quitarme la bicicleta de encima, sin embargo, mis intentos fueron en vano. Ese viejo pedazo de metal era demasiado pesado para poder levantarlo por mi cuenta y, además, mi pie se había atascado en la cadena.
Me resigné a seguir tirada y ser la burla de la escuela completa por al menos toda la semana, así que dejé de intentar.
Mis ojos se abrieron con sorpresa cuando noté que Auro se ponía en cuclillas para alcanzarme y comenzaba a liberar mi pie atascado sin dificultades. Seguido de eso, me ayudó a mí a librarme del peso de la bicicleta, levantándola fácilmente y apoyándola en el árbol con el que había chocado antes.
Soltó un suspiro de cansancio.
—¿Realmente tengo que salvarte cada vez que te pones tú misma en peligro?
Me levanté como pude y comencé a sacudir con mis manos mi blusa blanca, la cual estaba llena de suciedad e incluso tenía marcada una llanta de la bicicleta como recordatorio para todo el mundo de la pena que acababa de protagonizar.
—No es necesario que lo hagas —le respondí avergonzada e intentando evadir su mirada—. Y, aparte, mi intención no era arrollarte de nuevo, fue tan solo un accidente.
—Claro, ¿y por eso te dirigiste justamente hacia mí? Yo no veo camino libre por aquí, así que si no intentabas arrollarme entonces intentabas atravesar mágicamente ese arbusto. Claramente no te funcionó.
Sus ojos celestes me analizaban cautelosamente de pies a cabeza, poniendo mis nervios de punta. Suponía que con su mirada estaba buscando algún tipo de herida en mi cuerpo, ya que se detuvo por completo en mi brazo sangrando. Pensé que me recordaría inmediatamente lo estúpida que era al hacerme daño yo misma, pero para mi sorpresa, no fue así. De la nada se giró hacia su auto, abrió la puerta y asomó su cabeza hacia los asientos traseros para comenzar a buscar algo con tranquilidad. Luego de algunos segundos, pareció encontrar su objetivo. Tomó entre sus manos algo que no logré ver con claridad y volvió a salir del coche para dirigirse hacia mí.
—Toma. —Me dijo, ofreciéndome agua oxigenada y gasas limpias.
Dudé un poco sobre si tomarlas o no, pero al final lo terminé haciendo. Siempre había sido cobarde para curar heridas, sobre todo si se trataba de las mías, así que no sabía cómo haría para no gritar en medio del estacionamiento al sentir el agua oxigenada hacer contacto con mi piel raspada.
—Gracias —balbuceé no muy segura.
Tomé asiento en el macetero que rodeaba la raíz del árbol y observé mis heridas más a detalle. Tal como lo había visto antes, la mitad de mi brazo derecho estaba totalmente tallada, y el izquierdo tenía uno que otro pequeño raspón, sin embargo, eso no era todo. Estaba tan preocupada por mi vergüenza que no había notado que la parte externa de mi muslo también estaba sangrando, y encima, mi pantalón se había rasgado por completo de esa parte.
De algún modo, reuní valentía y mojé una de las gasas con el agua oxigenada. Me detuve un momento y tomé una profunda respiración, repitiéndome a mí misma que no podía ser más cobarde.
—¿Tienes miedo? —preguntó Auro entre risas al ver mi actitud. Él permanecía en frente de mí, con los brazos cruzados y sin dejar de mirarme.
—Tal vez.
Resopló y echó su cabeza hacia atrás, como si estuviera intentando abstenerse de decir algo. Después, tomó el agua oxigenada y las gasas de mis manos para comenzar a caminar lejos de mí.
—Sígueme —me gritó al ver que yo no iba detrás de él.
Me levanté apresurada y tomé mi bicicleta. Comencé a avanzar con cuidado hasta lograr alcanzarlo e ir a su ritmo. Estaba muy confundida y sin entender qué era lo que Auro pretendía realmente, pero, aun así, lo seguiría sin dudar a donde fuese.
Llegamos al campo del colegio, en el cual solamente se encontraba el equipo de soccer entrenando para su torneo. Sin saber aún a dónde me dirigía Auro exactamente, bajé de mi bicicleta y la encadené en el anclaje junto a las demás. Giró su torso para confirmar que yo iba detrás y comenzó a subir las gradas hasta llegar a la parte más alta. Yo hice lo mismo.
—¿Por qué me trajiste aquí? —Le cuestioné ignorando el ardor de mis heridas.
—Quiero que escuches bien esto: esta será la última vez que voy a hacer algo por ti, pececito. Será la última vez que voy a salvarte de algo, y será la última vez que vas a buscarme para intentar tener una conversación conmigo.
¿Qué? ¿Pececito? ¿Acababa de llamarme pececito?
—Espera —dije tratando de procesar sus palabras—. ¿Qué dijiste? ¿Pececito? ¿Me llamaste pececito?
—Vamos, eres como un maldito pez indefenso en un mar lleno de tiburones. No pareces percatarte del peligro en el que estás metida, tan solo vas por ahí nadando sin preocupaciones —pausó—. Y bueno, ni siquiera sé cómo te llamas.
—Me llamo... antes de poder decir mi nombre, me interrumpió.
—No me lo digas. No somos amigos.
Su manera tan abrupta y fría de decir las cosas me confundía terriblemente.
—Entonces, ¿para qué me trajiste hasta aquí? ¿Qué se supone que vas a hacer por mí además de llamarme pez?
—Siéntate —me indicó con la cabeza que tomara asiento en la grada delante de él—, voy a curarte. Cada una de tus heridas.
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