CAPÍTULO II
Poco a poco sus cálidos labios fueron adueñándose de los míos. Su cuerpo me envolvió, aumentando el tono de nuestro beso. Parecía que su boca estaba en una guerra a muerte con la mía, aunque internamente, yo ni siquiera podía asimilar el hecho de que Matthew estuviera besándome.
Su brazo rodeó mi cintura y de inmediato sentí un calor abrumador recorrer lentamente mi cuerpo. Al inicio creí que era normal, que era una sensación provocada por su tacto, pero después supe que no era así. Me di cuenta porque, un par de segundos después, comencé a sentirme terriblemente mareada e incapaz de sostenerme por mí misma. De pronto, todo a mi alrededor daba mil vueltas.
—Matthew... —Intenté hablar, pero él seguía besándome.
—Es mejor si no dices nada.
Mi vista empezó a nublarse y mi mareo se agravaba cada segundo. Incluso llegué al punto de ver la imagen de Matthew doble. Podía sentir como mis piernas flaqueaban mientras yo intentaba sujetarme de lo que estuviera cerca de mí, apoyando mi peso en las paredes. Me solté del agarre de Matthew como pude y entonces mi cuerpo cayó al suelo por completo.
Logré darme cuenta de que ni siquiera había personas a mi alrededor para pedir ayuda, pues estábamos en un corredor.
¿En qué momento había llegado a ese lugar? Ni siquiera lo sabía.
—¿Qué fue lo que me diste? —Apenas pude balbucear desde el suelo.
Matthew me miró sin ningún tipo de asombro en su rostro. Se acercó a mí y se puso en cuclillas para estar a mi altura.
—No pensaste que en verdad era refresco, ¿o sí?
Claro, había sido una estúpida al caer. Matthew había puesto algo en mi bebida y yo como una tonta había confiado en él. Ese había sido su plan desde el inicio, aprovecharse de una chica sin compañía que nunca había estado en una de sus fiestas.
—¿Me drogaste?
—Solo está un poco adulterado, querida. Parece que nunca habías tomado ni sola una gota de alcohol en tu vida, ¿verdad? Mírate, estás a punto de desvanecerte.
Y era verdad. Nunca en mi vida había probado el alcohol y al parecer él había puesto demasiado en mi «refresco de manzana». ¿Cómo pude no darme cuenta?
Intenté mantenerme consciente pero, realmente era muy difícil.
—Mentiste. Si eres un mafioso —hice mi mayor esfuerzo por decir antes de perder la consciencia.
—¡Eureka! Te has dado cuenta. Lo soy.
Y entonces no supe qué pasó conmigo. Mis ojos se sentían tan pesados que simplemente los cerré.
Después de todo, los rumores en la universidad resultaron ser ciertos y la oscuridad que en un principio vi en su mirada seguía ahí. Nunca se fue.
No supe cuánto tiempo estuve inconsciente, pero mis ojos comenzaron a abrirse poco a poco. Seguían sintiéndose pesados y lo único que podía ver eran las paredes de la habitación en la que me encontraba. Mi cabeza dolía insoportablemente y pude darme cuenta de que estaba acostada en una cama increíblemente grande. Me alarmé y me levanté tan rápido como pude. Era una de las habitaciones de la mansión, sin duda, pues era gigante y lujosa. En las paredes había finas pinturas sin forma alguna y jarrones que parecían tener más valor que mi casa entera. ¿Cómo había llegado a esa habitación? ¿Qué había hecho Matthew conmigo mientras estaba inconsciente?
—¿Te sientes bien? —Me sobresalté al escuchar una voz masculina proveniente de una de las esquinas de la habitación.
No alcanzaba a ver su rostro debido a que todo estaba muy oscuro, había una sola luz alumbrando todo el lugar y definitivamente no era suficiente para permitirme ver su rostro.
—¿Matthew? —pregunté con miedo, pero no obtuve respuesta.
Observé con mayor detalle la habitación, buscando alguna manera de huir o por lo menos, de defenderme de él. Me percaté de que a un costado de la cama en la que me encontraba, estaba Matthew tirado en el suelo, golpeado y con algo de sangre escurriendo de su nariz. Solté un grito inconscientemente y me llevé la mano a la boca. Si Matthew estaba herido en el suelo, ¿quién era la persona que estaba en la habitación conmigo?
Me levanté de la cama con miedo para intentar ver el rostro de la persona o si era necesario, huir. Mis piernas y manos temblaban y, a decir verdad, no sabía bien lo que estaba haciendo. Me acerqué lentamente, pero no vi que él moviera ni un solo pelo para tratar de detenerme. No lo dudé y tomé uno de los jarrones que estaban ahí para usarlo en caso de que necesitara defenderme. Estaba lista para enfrentarlo, pero entonces habló.
—Deja eso en su lugar —ordenó.
—¿Y qué si no lo hago?
—No vas a lastimarme y lo sabes muy bien.
Parecía estar burlándose de mí, o estar retándome. Sentía que peligraba en ese lugar y la oscuridad en la habitación no me tranquilizaba mucho. Sin embargo, el lugar no era lo único oscuro ahí; aquel hombre también lo era y podía sentirlo a kilómetros.
En un segundo vi que intentó acercarse a mí y arrebatarme el jarrón de las manos. Luché contra su fuerza para poder estrellárselo en la cabeza y tener la oportunidad de huir, pero él era demasiado fuerte. Terminó por quitármelo de las manos y arrojarlo al suelo, lo que causó que se hiciera añicos. Me inmovilizó contra la pared, apoyando todo su peso sobre mi cuerpo. Fue entonces cuando la luz por fin iluminó su rostro. Cabello negro totalmente despeinado a causa de la pelea que acabábamos de tener, sus ojos eran un color indefinido entre azul claro y verde, su iris parecía un sol resplandeciendo grandes y luminosos destellos de colores. Su mandíbula marcada y sus facciones y cuerpo que parecían una hermosa escultura tallada por los mejores artistas de la historia; sabía que solo una persona podía ser así de perfecta.
—Auro —titubeé entre mi respiración agitada.
¿Estaba soñando? ¿Realmente tenía a Auro a escasos centímetros de mí? Su cuerpo estaba totalmente pegado al mío, impidiéndome realizar cualquier tipo de movimiento, y su pecho se movía a causa de los ligeros jadeos que escapaban de su boca. A pesar de que la iluminación no era perfecta, el celeste de sus ojos resaltaba, lo que causó que me perdiera en su mirada.
—¿Cómo sabes mi nombre? —inquirió sin despegarse de mí. Parecía que escucharme llamarlo solamente lo había alarmado más.
—Tomé una clase contigo —respondí nerviosa, tratando de que mi mentira no fuera muy evidente.
¿Qué se supone que debía responderle? ¿"Te he visto dos veces en mi vida y me pareces el humano más bello de este mundo, así que vine a buscarte"?
—¿Qué clase?
—Ya sabes... ¿Historia? —dudé de mis propias palabras.
—Yo no llevo historia —pronunció con seguridad. Se acercó más a mi cuerpo en un intento de ser intimidante, y vaya que lo estaba logrando—. Lo volveré a preguntar y esta vez vas a responder con la verdad porque acabo de salvarte el trasero. ¿Cómo sabes mi nombre?
Tragué saliva. Comencé a balbucear pensando en una excusa que sonara creíble, pero ninguna llegaba a mi mente. Sabía que no me dejaría ir si no le daba una respuesta concreta, así que opté por la salida fácil.
—¿Quién no sabe tu nombre? Por Dios, ¡eres Auro! Estamos en la misma escuela, todo el mundo habla de ti. He escuchado tanto de ti que siento que te conozco.
Mi discurso pareció convincente, o por lo menos lo suficiente para que me liberara de su encierro. Se separó de mí un poco más relajado, tratando de regular su respiración. Sus ojos buscaron hacer contacto con los míos y después se dio la media vuelta, dispuesto a marcharse. Justo cuando estaba a punto de llegar a la puerta, se detuvo en seco y sin voltear a verme, habló.
—Si yo fuera tú, me iría de este lugar antes de que intentaran matarme.
Salió de la habitación, pero antes de que desapareciera de mi campo de visión, lo detuve.
—¡Auro! Espera, por lo menos dime qué pasó, por favor. Tan solo desperté sin saber nada. ¿Qué me pasó? ¿Tú me trajiste a esta habitación?
Giró un poco su torso al escucharme.
—Lo único que debes saber es que te salvé el pellejo. Deberías estar agradecida por eso y no intentar matarme con un jarrón viejo.
—Lo siento, no sabía que eras tú.
Bufó como si ya hubiera tenido suficiente de mi presencia, y sin siquiera permitirme terminar de hablar, Auro salió de la habitación. Me quedé con la palabra en la boca, observando como su figura se alejaba de mí.
Mónica me había advertido que él era frío y que «no tenía corazón» como tanto se repetía en la universidad. Yo no quise creerle y preferí quedarme con la versión de Auro que creé en mi mente. Quiso advertirme sobre tratar de conquistarlo y ni siquiera la escuché.
Al carajo, ella también me aconsejó ligarme a un tipo que me emborrachó para muy probablemente abusar de mí.
Un par de segundos después, al igual que Auro, salí de la habitación. Me llevé una gran sorpresa al darme cuenta de que la mansión estaba hecha un total desastre. Todo estaba patas arriba y la mayoría de las personas ya se había ido, a excepción de unos cuantos chicos inconscientes en el suelo por la cantidad de alcohol que habían ingerido. Un desastre había ocurrido, estaba segura.
—Me alegro de que estés bien —escuché a Mónica decir mientras corría hacia mí, por el tono de su voz, podía suponer que ya llevaba tiempo buscándome.
—Vámonos de aquí —fue lo único que pude decirle.
Apoyó mi idea y pronto regresamos a su auto. Durante el recorrido a su casa, le conté todo lo que había ocurrido con Matthew y mi extraño encuentro con Auro. Sus respuestas estaban llenas de incredulidad y yo podía entenderla, pues no era para menos.
¿Estás segura de que era él? —me preguntó como si se tratara de un interrogatorio.
—¿Auro? No hay duda.
—Así que, resumiendo, ¿estás diciéndome que Matthew, el chico más deseado de toda la universidad, te embriagó, pero en eso llegó el mismísimo Auro y te salvó? Zoe, ¿te das cuenta de que nadie va a creerte eso? ¿Estás segura de que sucedió de verdad? Tal vez tomaste demasiado.
¿Qué? ¿Acaso mi mejor amiga creía que estaba inventándome todo eso? Era evidente que su comentario me había molestado, y prácticamente me tragué las ganas de gritarle en la cara que gran parte de lo que había pasado había sido por su estúpida recomendación de ligarme a Matthew.
Cuando el camino terminó y volvimos a su casa, lo único que hice fue dormir. No quería hablar con nadie, ni siquiera con ella. Saber que desconfiaba de mí ante un tema tan delicado me partía el corazón.
Al día siguiente, regresé sola a mi casa. No le di muchas explicaciones a Mónica, solo que necesitaba volver pronto o mamá notaría que algo extraño estaba ocurriendo.
Antes de irme a clases, traté de darle un poco de orden a mi cabello enredado, haciéndome una coleta larga. Los grandes círculos oscuros debajo de mis ojos demostraban que la noche anterior no había sido una noche común. Era imposible ocultar mi rostro demacrado, incluso con el maquillaje que llevaba puesto.
Observé la hora en el reloj para darme cuenta de que, de nuevo, iba tarde a clases. Salí rápidamente de mi casa y tomé mi bicicleta rosada para comenzar a pedalear a alta velocidad; ya sentía mis pies arder y, aun así, trataba de ir más rápido. El profesor de leyes me había advertido que, si llegaba tarde una vez más, me prohibiría la entrada y carajo, ya habían pasado treinta minutos desde la hora de entrada.
Cuando finalmente llegué a mi salón, toqué temerosa la puerta esperando la respuesta del profesor.
—¿Qué fue lo que mencioné sobre las llegadas tarde a mi clase? Sobre todo a usted, Young.
—Lo sé, lo sé, pero puedo explicarlo —Ni siquiera me dejó terminar porque comenzó a hablar él.
—Fuera de mi clase.
Acto seguido azotó la puerta en mi cara, dejándome sentir el aire que el golpe provocó. Sentí como mis mejillas comenzaban a arder ante tal humillación.
Mientras pensaba en qué hacer con el tiempo que tenía libre hasta mi próxima clase, mis ojos pudieron divisar a Auro caminar entre las personas de los pasillos.
No dudé ni un segundo en acercarme a él.
La mirada de Auro estaba distraída, observando la pantalla de su celular. Con su vista fija en el aparato, ni siquiera cuidaba por dónde caminaba —tal vez por esa razón lo arrollé con mi bicicleta la otra vez—.
Me coloqué frente a él, esperando que sus ojos notaran mi presencia, cosa que no hizo. Ni siquiera alzó la vista, por lo que su cuerpo siguió avanzando hasta chocar con el mío, causando que esta vez fuera yo la que casi terminaba en el suelo. Al percatarse de esto, me miró totalmente apenado, pero sin arrepentimiento alguno.
—Lo siento, debí haber dicho hola, ¿verdad? —dije yo, reincorporándome en mi mismo lugar.
Sus fríos ojos recorrieron mi rostro por unos cuantos segundos sin decir nada. Después recogió su libro del suelo, ya que por el choque que tuvimos unos segundos atrás, había caído. Al darse cuenta de que era yo, soltó un gran suspiro.
—No —respondió sin expresión—. Ni siquiera deberías estar dirigiéndome la palabra, en realidad.
—Quería agradecerte por lo que hiciste ayer y pedirte disculpas por lo que hice yo. Anoche no pude decírtelo porque te marchaste, y bueno, me dejaste hablando sola.
Estar ahí frente a él y sentir el color de sus ojos observándome fijamente era una situación más intimidante de lo que parecía, tanto que sentía que en cualquier momento perdería la cordura y olvidaría las palabras para comenzar a tartamudear.
—No lo hagas. No me agradezcas, solo deja de intentar acercarte a mí.
Escuchar eso había sido como recibir un fuerte golpe directo a mi corazón.
Noté como Auro comenzó a seguir su camino, dejándome a mí detrás. Acababa de recibir una gran humillación por el profesor de leyes, no soportaría una más.
—¿Por qué? —Me atreví a preguntar mientras trataba de alcanzarlo.
Su cabeza volteó a verme con una notoria expresión de fastidio.
—¿Por qué? —repitió después de mí, y soltó una leve carcajada mirando hacia el techo—. Estás con la gente de Matthew. Yo no me relaciono con la gente de Matthew.
—Oh, no, no. Te equivocas, yo no estoy con la gente de Matthew. Me alcoholizó, ¿por qué estaría de su lado?
Rio irónicamente, y de forma inconsciente mordió su labio.
Me perdí en lo bien que se veía haciendo tal gesto.
—¿Así que fuiste a una fiesta de mafiosos en la mansión de Matthew, pero no estás con su gente? —preguntó lleno de sarcasmo—. No sé si piensas que soy estúpido, pero por favor, solo deja las cosas así.
—También estabas ahí —le respondí, esta vez un poco más a la defensiva.
—Sí, y te salvé. Tú no sabes qué tipo de cosas iba a hacer Matthew contigo.
Nuestras actitudes hacían lucir a esta discusión como una tonta pelea de niños pequeños por un juguete nuevo. Una discusión en la cual ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.
—¿Entonces por qué te causa tanto conflicto que yo estuviera ahí? Si no te relacionas con la gente de Matthew, ¿qué hacías tú ahí?
Pensé que su mirada se encontraba perdida mientras me escuchaba, pero me equivoqué. Tardé un par de segundos en darme cuenta de que ni siquiera había prestado atención a lo que acababa de decirle. Su mirada no estaba perdida como lo creía, por el contrario, estaba totalmente pendiente, viendo algo que al parecer se encontraba detrás de mí.
—Ponte el gorro —susurró en un tono demandante, pero sin apartar su vista del objetivo.
—¿Qué?
—Ponte el gorro de tu suéter, rápido.
No estaba entendiendo nada de lo que pasaba, y sinceramente, tenía miedo de voltear hacia atrás y descubrir por qué Auro estaba actuando tan raro. ¿El gorro de mi suéter? Oh, me lo pondría si tan solo tuviera uno.
—¿De qué hablas? M-mi suéter no tiene gorro —respondí entre titubeos. Así es, el nerviosismo estaba acabando con la poca valentía que tuve al principio para acercarme a él.
Auro bufó al notar que lo que decía era verdad. Mi suéter no tenía un gorro, aunque ni siquiera sabía para qué necesitaba que me lo pusiera. Comenzó a mirar preocupado a su al rededor, como si estuviera buscando algo, pero intentando no llamar la atención.
—Tu cabello —habló como si se le acabara de ocurrir una genial idea—. Suelta tu cabello y esconde tu cara con él.
—¿Q-qué? ¿Quieres explicarme qué rayos hay detrás de mí y por qué te tiene tan preocupado?
—Hazlo —ordenó.
Intenté voltear hacia atrás para averiguarlo por mí misma, pero no pude. Antes de que mi rostro pudiera voltear a ver lo que había detrás de mí, sentí como rápidamente una de las manos de Auro tomó mi rostro con fuerza para acercarme al de él, seguido de un inesperado beso en mis labios. Con la otra mano tomó mi cabello, soltando de una manera discreta la cola de caballo que llevaba hecha y ocultó totalmente mi cara entre mis mechones. Nuestros labios se conocían mientras sus dos manos estaban ahora en mis mejillas, presionando su rostro fuertemente contra el mío. No fue un beso corto, pero aun así, no tuve el suficiente tiempo para asimilar lo que estaba pasando.
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