CAPÍTULO I

La oscuridad.

Probablemente, ese era mi más grande miedo desde la infancia. Desde que tengo uso de razón, recuerdo la oscuridad acompañada de mi llanto y gritos por ayuda. Mamá ha hecho su mayor esfuerzo por hacerme entender que nada malo ocurre ahí; no hay monstruos, ni criaturas extrañas saliendo de las sombras, aun así, siempre he preferido el día; la luz del sol deslumbrando mis ojos me recordaba que siempre hay un nuevo inicio, sin importar el desastre que dejó la noche con su paso. Y, aun así, ahí me encontraba yo, a las once de la noche, en el asiento del copiloto mientras Mónica, mi mejor amiga, conducía rumbo a una fiesta que prometía ser tan divertida que nos destruiría completamente.

—Mamá va a matarme —musité con la vista en la ventanilla.

—Le dijiste que te quedarías a dormir en mi casa, ¿cuál es el problema? —resopla la rubia mientras conduce.

—¿Y si me llama por teléfono? Esa fiesta es organizada por los chicos más populares de toda la jodida universidad, ¡será una locura! No podré ocultar el ruido.

—Si te llama por teléfono no le responderás porque se supone que estás dormida, dah. Tranquilízate, Zoe, todo saldrá bien. Esta noche pinta para ser increíble.

Estaba tan perdida en mis pensamientos de culpa e imaginando lo decepcionada que estaría mamá al descubrir mi mentira, que ni siquiera me percaté cuando llegamos al lugar de la fiesta.

Mónica y yo bajamos lentamente del auto, sin poder asimilar lo que nuestros ojos estaban viendo. Una mansión gigante y lujosa con grandes áreas verdes y fuentes coloridas era lo que estaba frente a nosotras. Las paredes eran exageradamente altas y poseían detalles hechos a mano. El jardín era enorme, y podía calcular que cerca de algunos quince autos de lujo estaban estacionados ahí. Ya imaginaba que la mansión Bogdanov luciría elegante, pero, aun así, estar en una casa veinte veces más grande que la mía era algo alucinante.

Desde afuera podía escucharse el escandaloso ruido de decenas de adolescentes divirtiéndose y estaba segura de que la música excedía por mucho los decibeles permitidos en una fiesta. ¿Y a quién le importaría? Los vecinos más cercanos estaban como a medio kilómetro de distancia.

—¿Quién puede vivir en un lugar así? —Escuché a Mónica decir mientras seguía admirando la belleza de la mansión.

—Un mafioso solamente —respondí.

Ella bufó.

—¿Estás bromeando? No creerás que todos esos rumores sobre Matthew son ciertos, ¿o sí?

Comenzamos a avanzar hacia la gran puerta principal, en donde, por supuesto, ya había un montón de personas ebrias. Mi estómago se revolvió de solo pensar en que estábamos a unos cuantos pasos de entrar. Apenas podía creer que realmente asistimos a la fiesta del chico más temido de la universidad.

—Matthew es aterrador retomé la conversación mientras observaba por donde pisaba—. Ni siquiera sé por qué decidí acompañarte.

—El imbécil de tu novio te fue infiel y quieres vengarte metiéndote con uno de los chicos más guapos y populares, por eso estás aquí.

Odiaba la manera en que eso sonaba porque me hacía sentir como una maldita vengativa, pero era verdad. Un par de días atrás, descubrí que mi novio, Nick, llevaba tiempo engañándome. Me hubiera gustado decir que me engañó con una mujer fácil, con alguien que lo sedujo una noche y él cayó por error, pero no fue así. Nick me engañó con una chica común. Ella no era una zorra sin corazón y tampoco era la más popular; era alguien real. La única diferencia era que ella era bonita, o al menos esa fue la única respuesta que Nick pudo darme.

Siempre consideré que mi autoestima era buena, pero que tu novio de cinco años te diga que te engañó porque tú no eres suficientemente bonita, duele y definitivamente arruina el amor propio que puedas tener.

Mónica me dio la «fantástica» idea de jugar al mismo juego que él. A pesar de que yo lo amaba, Nick no era el chico más guapo, así que la idea de Mónica consistía en conquistar a alguno de los chicos de esta fiesta y restregarle en la cara a Nick que, tratándose de belleza, él no era el más indicado para juzgar.

Siendo los amigos de Matthew, era seguro que cualquier chico ahí dentro sería mucho más guapo que cualquiera de mis exnovios.

Acepté hacerlo porque estaba llena de odio y no podía pensar en nada más que no fuera la venganza, luego analicé las cosas y me arrepentí. El problema era que con Mónica no había marcha atrás, así que debía hacerlo.

—¿Qué te hace pensar que alguno de ellos va a fijarse en mí? Quiero decir, tienen a todo el instituto lamiéndoles los pies —hablé yo.

—¿Qué te hace pensar que no lo harán? Somos carne fresca para ellos, correrán hacia nosotras como leones hambrientos.

Finalmente estábamos frente a la puerta, en donde se encontraban tres hombres corpulentos obstruyendo la entrada. Todo en este lugar era tan intimidante que me hacía sentir que estaba metiéndome en la boca del lobo.

—Nombres —dijo uno de los hombres de manera demandante. Sin duda, era la seguridad.

—Venimos con Matthew —le respondió Mónica entre titubeos.

Muy seguramente Matthew ni siquiera sabía de nuestra existencia, así que habría un gran problema si lo llamaban; cosa que luego de unos segundos, hicieron. Mónica y yo intercambiamos miradas de pánico al pensar que esos hombres nos echarían a patadas de ahí en cuanto Matthew les dijera que ni siquiera nos conocía.

Desde afuera, divisé una silueta escabullirse entre la multitud, intentando llegar hasta la puerta. Era un hombre alto, con algunos tatuajes en sus brazos y cuello, tenía un cabello castaño que hacía juego con su piel blanca, y vestía una elegante chaqueta negra. Lo reconocí de inmediato, era Matthew y estaba listo para echarnos de su mansión por mentir usando su nombre.

Sentí como mis manos comenzaron a temblar y a ponerse sudorosas; nunca había estado tan cerca de Matthew, y siendo sincera, nunca quise estarlo. Desde mi punto de vista, él era aterrador, aunque malditamente apuesto. En la universidad era como una leyenda viviente, amado por muchos y odiado por más. Las bocas en los pasillos decían que Matthew era el líder de una de las mafias más grandes de la ciudad, y yo no lo dudaba. Todo en él era tan sospechoso, sus lujos, sus amistades, su actitud, que estaba convencida de que su dinero no era cien por ciento lícito.

—¿Estas dos chicas vienen con usted, señor? —preguntó uno de los hombres en la puerta.

Los ojos grises de Matthew se posaron en nosotras y pude sentir como recorrieron nuestro cuerpo como una máquina de escáner. Mis nervios incrementaron mientras esperábamos su respuesta.

La expresión en su rostro era confusa al inicio, arrugó el entrecejo al darse cuenta de que era la primera vez que nos veía, sin embargo, después la cambió a una un poco más amigable.

—Déjalas pasar, te he dicho que no te pongas tan pesado con la gente que viene —respondió él esbozando una pequeña sonrisa.

Mónica y yo soltamos un gran suspiro de alivio al saber que no nos echarían de la mansión y que, además, Matthew no nos mataría por haber usado su nombre a nuestro favor.

¿Acaso había sido amable con nosotras o solo nos había dejado entrar para tener a más personas en su fiesta?

—¿Qué esperas? —cuestionó Mónica en un susurro—. Ve por él, ya casi es tuyo, vi la manera en la que te miró.

—¿Ligarme a Matthew? Ni loca, me da mucho miedo.

—¿Qué mejor venganza quieres? ¡Es Matthew! Es todo un ícono, podría ser fácilmente el chico más deseado de toda la universidad. No solo le darías su merecido a Nick, sino que serías la chica más suertuda de la escuela.

Bufé ante su comentario.

Ambas notamos como la figura de Matthew regresaba a la multitud y se perdía lentamente entre ella. Entre los chicos y chicas ahí presentes, lo alababan como si fuera un rey. Era increíble la cantidad de personas que asistían a una fiesta organizada por los chicos populares.

Mónica me dio un pequeño golpe en la cabeza como regaño por no aprovechar la "oportunidad".

—¡Auch! Matthew no es el chico más deseado de la universidad —dije en voz baja, casi para mí misma, pero, aun así, logró escucharme.

—¿Ah no? ¿Entonces quién lo es? —soltó ella en un tono de burla.

Dudé un par de segundos sobre si responder o no.

—Auro —dije de golpe—. Auro lo es.

Mónica se quedó boquiabierta al escuchar mi respuesta. Al parecer ese simple y corto nombre la había dejado helada, al igual que lo hacía con todos los que lo escuchaban. Cuatro sencillas letras eran suficiente para paralizar a las personas de la universidad.

—De acuerdo, estás loca —logró decir apenas, sin terminar de asimilar lo que acababa de decirle—. Olvídalo, si piensas que vas a conquistar a Auro, olvídalo.

—¿Por qué? ¿No me crees capaz? ¿O es que yo no soy lo suficientemente bonita para que Auro se fije en mí?

Mónica comenzó a alterarse al igual que yo. El ambiente no era de mucha ayuda, ya que debido a que la música estaba demasiado alta, literalmente teníamos que gritarnos en la cara, creando así aún más tensión entre nosotras.

—Nunca dije que no fueras bonita para él, es solo que —intentó defenderse, pero se enredó en sus palabras—, ¿sabes de quién estás hablando? ¿Siquiera eres consciente? Es Auro, ese hombre no tiene corazón. Él sí es aterrador —mencionó haciendo énfasis.

Lo que Mónica decía podría ser cierto o no. Auro, al igual que Matthew, tenía una fama terrible en la universidad, o incluso una peor. La gente se expresaba mal de él, pero yo no entendía por qué. Lo había visto tan solo dos veces en mi vida: la primera, cuando entré por error a su clase de filosofía pensando que era la mía. Sus ojos fueron los primeros en verme, y fue el único en no burlarse de mi error. La segunda, mientras pedaleaba mi bicicleta por el estacionamiento de la escuela; estaba distraída y accidentalmente lo arrollé, sí, mi bicicleta pasó por encima de su cuerpo. Cayó al suelo y yo intenté ayudarlo, sin embargo, no obtuve ninguna respuesta suya. Se levantó como si nada hubiese pasado, no me dedicó ni una sola mirada, sacudió su ropa y se marchó. Después de eso no volví a verlo y esa era otra de las razones por las que había aceptado venir a la fiesta. La ilusión de toparme con Auro de nuevo.

Una voz masculina a mis espaldas me sacó de mis pensamientos.

—Bien, intentaron colarse a mi fiesta con mentiras y las dejé entrar, ¿al menos puedo saber sus nombres?

Mónica y yo nos dimos la media vuelta para ver a Matthew detrás de nosotras, sosteniendo un vaso rojo.

Matthew estaba enfrente de nosotras, esperando impacientemente que le diéramos una respuesta mientras se cruzaba de brazos —y vaya, qué brazos—. Sus ojos grises trataban de mantener el contacto visual con alguna de las dos por más de dos segundos, sin embargo, ambas evitábamos mirarlo fijamente.

Ahm... Soy Zoe y ella es mi amiga Mónica —respondí nerviosa al ver que ella seguía en shock—. Lamento lo que pasó en la puerta, es solo que en verdad queríamos estar aquí.

Intenté lucir relajada, e incluso traté de convencer a mi cerebro de que estaba conversando con un chico como cualquier otro, pero no funcionó. Era imposible ocultar mi nerviosismo y mis titubeos al hablar solo lo hacían más evidente.

—¿Por qué parece que me tienen miedo? Respiren un poco chicas, se están poniendo moradas exclamó él entre risas y mostró las palmas de sus manos—. Soy inofensivo.

Inconscientemente, llevé las manos a mi rostro, como si pudiera corroborar que estaba poniéndome morada con solo tocarlo.

¿En serio era tan evidente nuestro terror?

—No es miedo —intervino milagrosamente Mónica, saliendo de su trance—, es... Admiración. Eres toda una leyenda.

Matthew dejó ver sus blancos y resplandecientes dientes en una sonrisa egocéntrica al escuchar el comentario de mi amiga. Parecía que le había dado justo en el ego.

—Eres lista —le respondió él—, ahora entiendo por qué le gustaste a mi amigo.

Señaló con su cabeza a un chico a lo lejos. El chico bailaba mientras observaba con una sonrisa coqueta a Mónica. Definitivamente, era uno de los populares, ni siquiera conocía su nombre, pero era igual de atractivo que todos los amigos de Matthew. Desde la distancia, le hizo un ademán a mi amiga para que fuera con él, ella me miró como si estuviera pidiéndome permiso, a lo que yo solo pude asentir con la cabeza.

—Es mi momento, te dejo y por favor haz lo que te dije, ¡lleva a cabo el plan! —dijo susurrando cerca de mi oído.

Ni siquiera lo pensó dos veces y corrió hasta él, dejándome a mí.

Tardé un par de segundos en darme cuenta de que me había quedado a solas con Matthew. ¿Qué se supone que debía de hacer? Ni siquiera me sentía capaz de sostenerle la mirada por más de cinco segundos, además de que me moría de miedo. ¿Y si todos los rumores eran ciertos y era el líder de una banda de mafiosos? ¿Qué pasaría si dijera algo que no le agradara y diera la orden de investigar a toda mi familia? ¿O si me enteraba de algo que no debía y terminaba envuelta en algo horrendo?

En cuestión de segundos, mis manos ya estaban temblando nuevamente. A pesar de que sus ojos eran claros, podía sentir una gran oscuridad en ellos, en todo él. En su mirada estaba mi mayor miedo.

—¿En qué piensas, Zoe? —preguntó trayéndome de nuevo a la realidad.

Inmediatamente, bajé la mirada para no toparme con la suya.

En nada interesante. Solo en que no conozco a nadie en esta fiesta y mi amiga me ha dejado aquí sola... —Su voz me interrumpió.

—No estás sola, yo estoy aquí —dijo en un tono intimidante y seductor que hizo que escalofríos recorrieran mi espalda—, y dado que no conoces a nadie más, supongo que tendré que acompañarte el resto de la noche.

¿Había escuchado bien? ¿Matthew queriendo hacerme compañía a mí? Sin duda, algo muy raro estaba pasando aquí.

—Ven, te invito a tomar algo —dijo y comenzó a caminar pidiéndome con la mano que lo siguiera detrás.

—Yo no tomo.

Escuché su risa.

—¿Ni siquiera refresco? —Dudó y soltó una pequeña risa, pero esta vez no parecía irónico. Por alguna razón, esta vez parecía sincero y amable. Mantuve contacto visual con él por primera vez, y la oscuridad en su mirada, aquella que estaba unos minutos atrás, ya no estaba.

—Supongo que refresco está bien. —Le devolví la sonrisa, aún no muy segura.

—Traeré refresco para ti.

Se dirigió hacia el área de las bebidas; su caminar derrochaba seguridad y un toque de soberbia, como si con su presencia estuviera haciéndole un favor a todo lo que se encontraba a su paso.

Ni siquiera podía entender cómo era posible que Matthew, el chico que tanto miedo causaba en mí, estuviera tratando de mantener una conversación conmigo, mucho menos podía entender que quisiera pasar el resto de la noche haciéndome compañía. Esta era su fiesta, rodeada de sus amigos y chicas bellísimas bailando con poca ropa, ¿por qué querría desperdiciar su tiempo conmigo?

Busqué a Mónica con la mirada entre todas esas personas ebrias. Había tanta gente en la mansión que resultaba casi imposible distinguir a mi amiga. Rebusqué su melena rubia hasta que logré divisarla a lo lejos, platicando y riendo cómodamente con el chico que acababa de conocer.

Segundos después, Matthew llegó con dos vasos rojos hasta el tope, ofreciéndome uno a mí. Lo acepté con una sonrisa, di un trago y saboreé en mis labios el sabor a manzana.

—No sabía cuál era tu favorito.

—Este lo es.

Conversamos por un rato más de cosas de la universidad, tareas, profesores, amigos. Reímos mucho, dándonos cuenta de que teníamos más cosas en común de las que creíamos. Incluso nos dolió el abdomen de tanto reír.

Matthew parecía no ser un mal chico después de todo. Esa noche aprendí que las apariencias eran engañosas y que los prejuicios no eran para nada buenos.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —hablé cuando terminamos de reír.

—No, no soy un mafioso —respondió casi automáticamente, como si se tratase de una contestadora.

—No iba a preguntarte eso, aunque es bueno saberlo –Él sonrió ante mi comentario—. En realidad, quería preguntar ¿de quién es esta mansión?

—De mi padre. Al contrario de lo que todas las personas piensan, mi familia es muy trabajadora. Mi padre tiene una empresa y le va bien con las ventas. Él compró esta mansión.

Vaya, eso tenía mucho sentido.

Lamento haberte juzgado antes. —me disculpé.

—Eso no importa, todo el mundo lo hace. Lo que realmente importa es que ahora me conoces y sabes que todo lo que se dice de mí es mentira.

Nuestras miradas se encontraron por un momento y no pude evitar sumergirme en el color de sus ojos grisáceos. Me perdí admirando cada detalle de sus definidas facciones y cuando me di cuenta, él ya se encontraba a tan solo unos centímetros de mí. Recordé el motivo por el cual había llegado hasta aquí, al igual que las palabras de aliento de mi amiga para llevar a cabo nuestro plan. Los labios de Matthew y los míos estaban demasiado cerca como para poder escapar. Ya era tarde. Él me besó y yo no me aparté. No me negué.

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