Cap. 21: Directo al Cementerio
--Hoy es el día del intercambio, ¿Cierto?
--Así es, señor...
--Perfecto...
Frente a la ventana que daba al calmado Mediterráneo y con el puro entre sus dedos, Saga observaba el atardecer. Detrás de él Aioria se encontraba de pie dispuesto a obedecer las peticiones de su líder. Pero no duraron mucho tiempo en esa posición. Alguien había tocado la puerta de la oficina principal tres veces seguidas y, a continuación, apareció el español sumamente serio. Aioria se volvió inmediatamente a su compañero de armas, pero Shura permaneció detrás del escritorio hasta recibir indicaciones.
--¿Qué sucede? –preguntó el líder aún con el puro en la mano y observando detenidamente el ocaso.
--Señor, el Cardenal Sforza ha venido a visitarlo, ¿Lo hago pasar?
Una mueca maliciosa apareció en los labios del gemelo y asintió para llevarse el habano a la boca. El español no esperó una segunda indicación y salió de la habitación con paso presuroso. Aioria quedó expectante. No tenía idea de que un cardenal fuera conocido de su líder, por lo que preguntó con voz tímida:
--¿De dónde viene el Cardenal, señor?
--Del Vaticano, ¿De dónde más? –volvió a sonreír al exhalar el humo del puro. El castaño ya no preguntó. Su jefe podría sospechar.
Unos minutos después, la puerta fue nuevamente tocada y abierta para que ingresara el pontífice. El sujeto, ya de edad avanzada y ojos azules apagados, observó la habitación reconociéndola al instante. Saga, al verlo, extendió sus palmas y se arrodilló besando su anillo. Esto hizo reír a sobremanera al cardenal y le dio dos palmadas en la espalda. Inmediatamente, Saga ofreció asiento y cuando lo dos hombres estuvieron sentados, el cardenal habló:
--Me has mandado llamar desde hace tiempo, pero sabes que el Vaticano me vigila de cerca...
--Sí, Cardenal Sforza... -Volteó a dónde se encontraba Aioria y le hizo una seña con la cabeza. Aioria entendió esa orden y se retiró cerrando la puerta tras él. Saga se acomodó en el respaldo y continuó hablando. –Me he enterado de buena fuente que tiene un hijo, Cardenal...
--¡¿Cómo?! –fue la respuesta del miembro religioso. Aquella noticia no la esperaba. – ¿Cómo es que tengo un hijo, Saga?
--Pues, usted debe saberlo muy bien, su Eminencia... -Inhaló de su puro una pequeña cantidad para liberarlo después al confesar. – ¿Le recuerda algo el nombre de María Strozi? ¿Un suceso hace más de veinte años? –Al cardenal se le contrajeron las pupilas al reconocer el nombre de aquella monja italiana. –Pues, por órdenes del difunto Shion Wang, les ordenó tener al bebé y...
--Un momento, Saga, ¿Dónde está el, ahora, joven?
--En mis filas, Cardenal, ¿Quiere saber su nombre? Angello Strozi, pero, dígame, ¿Quiere que lo desaparezca? Recuerde que su honor está en juego... -la sonrisa maliciosa del griego creció. El chantaje era su especialidad. Pero el cardenal no reaccionaba. Como si su pasado estuviera latente carcomiéndole las entrañas. Se llevó las dos manos por la cabeza intentando procesar la nueva información. Con la voz en un hilo y desesperado, preguntó:
--¿Qué puedo hacer para remediar el pasado, Saga? Debes tener algún plan al respecto...
--Así es, Su Eminencia... -acercó su rostro al del Cardenal para susurrarle. –Matarlo, desaparecerlo de este mundo... eso es lo que se debe hacer...
--Pero todo tiene un precio, ¿No es así? –dudaba. Sabía que meterse con Saga era jugar con el mismo fuego de los infiernos. El griego esbozó una pequeña sonrisa.
--Por supuesto, pero, como usted es amigo mío, no le cobraré el favor. En lo personal, me conviene que su hijo, bellamente apodado "Death Mask", ya no esté con nosotros... Un trato razonable, ¿Cierto? Si eliminamos a Angello, sus problemas y los míos serán solucionados... No es mala idea...
--Por supuesto que no, Saga. –al fin, la mueca de felicidad salió del rostro del cardenal. -¿Qué tienes en mente? Digo, para orar por su alma, je, je...
--Un intercambio en Portugal. Usted sabe que ese tipo de intercambios son "peligrosos".
--Bien. Hazlo. Tienes mi consentimiento. –finalizó pasando a otro tema. – ¿Y bien? ¿Cómo has estado? En el mundo se rumora que estás perdiendo estabilidad....
--No es eso, Su Eminencia, sino que los demás se están haciendo más fuertes...
--¿Oh? ¿Y qué planeas hacer al respecto, Saga?
--Mataré a todos los líderes de cada Mafia... sabotearé todos sus planes hasta dejarlos en bancarrota y supliquen unirse a mí... -la incredulidad del Cardenal Sforza no se hizo esperar. Quería ver cómo la Mafia griega se elevaba y eso sería divertido. Saga lo notó en seguida. El Cardenal no era una persona que supiera mentir. Se le notaba en las manos sudorosas. Sin esperar un segundo más, Saga se levantó de su asiento y despidió a tan cuantioso elemento:
--Bueno, Su Eminencia, no le quito más su valioso tiempo. Seguramente Su Santidad Benedicto XVI lo espera en Roma para recibir su reporte sobre el Banco del Vaticano...
--Por supuesto, pero, retomando el favor que me harás, ¿No necesitas otra cosa? –Saga quedó pensando largo rato hasta que una idea cruzó por su mente. Sonrió y se llevó el puro a la boca sin dejar de hablar:
--Ahora que lo dice... sí... necesito que les haga una visita a Los Santos de Plata... usted sabe que ellos están, ¿Cómo decirlo? ¡Ah, sí! Obsesionados por la religión. Quiero que les dé su bendición, Su Eminencia...
--Lo haré a su debido tiempo, Saga...
El cardenal se levantó del asiento y sonriendo, dejó la habitación a discreción. Saga volvió a sentarse lamiéndose los labios, dispuesto a esperar la muerte de su subordinado. Uno que le estorbaba a sobremanera. Después de unos segundos de paz mortal, tanto Shura como Aioria entraron a la habitación. A Saga se le había ocurrido una brillante idea, una que no fallaría...
--Shura, vas a llamarle a Death Mask y le vas a decir que nos acaban de informar que nuestros distribuidores se encuentran en el Cementerio Alto de São João, no la bodega B, como habíamos acordado... -ordenó el líder. Shura lo volteó a ver dudoso y asintió. La desobediencia se pagaba cara en la Mafia griega.
--En seguida lo haré, Señor... -caminó a la salida, pero Saga lo detuvo con su voz seria:
--¿A dónde vas, español? Hazlo aquí. Todos te estaremos escuchando, ¿No es así, Aioria?
--Sí, Señor. –respondió el castaño, nervioso por tan maléfico plan.
A Shura no le quedó otra opción y sacó su celular del bolsillo del pantalón. Marcó el número del italiano y esperó. "Algo traman esos hermanos y no estoy muy seguro de lo que es..." recordó las palabras de Santiago abriéndosele los ojos como platos. También estaba la conversación del Cardenal con Saga... ¡Iban a matar al italiano y él iba a ser parte de la trampa! "No contestes, Death... No contestes. Van a asesinarte... ¡No contestes!", pensaba desesperado, pero ocurrió lo inevitable...
--¿Bueno?
--Death, el lugar del intercambio será en el Cementerio Alto de São João... -comenzó a sudar copiosamente y mientras se volteaba, cerraba los ojos con fuerza. Saga reía bajito al oír la voz del español y hacía señas de triunfo. Aioria no podía creer lo que estaba pasando y Shura confirmó sus sospechas con agobio. Había conducido a su compañero a la peor de las traiciones...
***
--Santiago, ¿A dónde vas?
--Por ahí... descuida, no iré lejos...
Salió de la posada en donde se habían hospedado. Estaba harto de oír cosas tan repugnantes como "la palabra de Dios" y otras estupideces similares en boca de Argol. Quería darse un respiro y fumar a gusto lejos de esos locos fanáticos. Esa noche, el viento presagiaba algo siniestro, algo con olor a sangre que lo inquietaba. Portugal era el país que le recordaba a España. Prácticamente colindaban. Le recordaba a su amada familia. Quería, deseaba, anhelaba... tantas cosas... no soportaba la situación. Iría a dónde su esposa, su Lorena y...
--¿Santiago?
Una voz lo hizo salir de su desesperación y levantó la cabeza tratando de reconocer ese timbre tan peculiar. Pero no hizo falta. La dueña de la fría voz se detuvo delante de él y le sonrió. Santiago tuvo que tirar el cigarro y apagarlo con la suela del zapato:
--¿Ya no me conoces, Santiago?
--¡Claro que sí! Mi señora... Tokarev... -finalmente se arrodilló y besó la mano de la rusa. Se dio cuenta al incorporarse que la líder era escoltada por Camus y Hyoga.
--¿Qué haces aquí, Santiago? –preguntó el "Amo del Hielo" con su indiferencia habitual. Santiago sonrió. Aquello era un milagro del Dios que no creía:
--Vamos rumbo a Santiago de Compostela. Me he infiltrado con los Santos de Plata bajo orden de Midoriko, mi señora...
--¿A los Santos de Plata? Esos tipos que sabotearon nuestros planes en Finlandia, ¿Cierto? –preguntó Hyoga interesado. El español asintió.
--Sí. –se dirigió a la líder rusa. –He descubierto cosas interesantes. Me las ha contado su jefe. Datos en los que los máximos líderes están involucrados, incluyendo usted...
--¿Están cerca? –inquirió Katya Nicolaievna mirando de reojo a sus costados. Santiago asintió de nueva cuenta. Comprendiendo el mensaje, la rusa extendió su mano a una limusina negra. –Sube. Me contarás esos detalles tan interesantes...
Sin esperar a que lo descubrieran, Santiago se apresuró a subir por la puerta trasera una vez que Katya Nicolaievna entró. En cuanto las puertas estuvieron selladas, Santiago se cruzó de brazos y comenzó a hablar:
--Lo que los Santos de Plata planean es destruir a todos los líderes que no estén del lado de Saga Yannakos... sabe a quienes me refiero, Midoriko Sesshoukawa, Saori Kido y, por supuesto, usted. Yo le recomiendo que se desaparezca por un tiempo, incluso dese por muerta. No la seguirán...
--¿Así que ellos van por mi cabeza? –preguntó la chica algo perturbada, pero sonrió maliciosamente. –Entiendo perfectamente. –cerró sus ojos y los abrió para soltar una carcajada. –Muy buena tu información, Santiago, ¿Qué deseas a cambio? Pide lo que sea, te lo has ganado...
--Bueno, pues yo... -su celular interrumpió su petición. Lo sacó de su camisa y descolgó. -¿Diga?
--Tío, ¡Qué bueno que te encuentro! ¿Dónde estás?
--En Lisboa, rumbo a Santiago de Compostela, ¿Por qué lo preguntas, Shura? –la voz del madrileño se oía preocupada:
--Tío, ¿Os acordáis de Death Mask, mi colega?
--Claro que sí. Al que salvé junto con Aphrodite en Japón, sí...
--Tío, tenéis que hacer algo y pronto. Saga ha ordenado matarlo en el Cementerio Alto de São João, en Parada do Alto de São João 4b 1900 Lisboa... -Santiago permaneció observando detenidamente a Katya Nicolaievna con las pupilas contraídas.
--Bueno, tío, ya veré cómo me muevo. No te aseguro nada, pero los tendréis vivos y refugiados en un lugar seguro. Para fortuna de ellos, Midoriko está de su parte... los mandaré a Japón tan pronto como pueda rescatarlos...
--Gracias, tío, te debo una... -colgó. Santiago quedó pensando largo rato hasta que la voz fría de la rusa lo hizo entrar en sí:
--¿Qué ha sucedido, Santiago? Te ves preocupado...
--¿Está ocupada, mi señora? –probó con la líder. "Ella puede salvarlos. Si se lo pido como pago, lo hará. Tiene los medios necesarios para hacerlo", pensó y sonrió.
--Tenemos que hacer un trato con la Mafia Española, ¿Por qué lo preguntas?
--Necesito que me pague ahora. –comenzó por convencerla. "Perfecto."
--¿En qué puedo ayudarte. Al parecer, la llamada que recibiste es de suma importancia... -"Es astuta, pero me servirá", se dijo el español.
--Me acaban de informar que dos de los centinelas de Midoriko están en peligro de morir a manos de los hombres de Saga. ¿Los puede cubrir y mandarlos de vuelta a Japón?
--Por supuesto. Sólo espera un momento. –tomó un teléfono y marcó un número desconocido para Santiago. Se llevó el auricular al oído e inició la conversación. – ¿Shun? Soy Katya Nicolaievna... -esperó a que éste contestara y continuó. – ¿Crees que puedas colocar cámaras y micrófonos en Parada do Alto de São João 4b 1900?... Perfecto. Quiero que me informes de los detalles si algo sale mal. Es un favor que tengo que pagar a un querido amigo... Gracias... -le dio el teléfono a Camus y éste colgó. Katya Nicolaievna volteó su mirada a Santiago y sonrió tranquilizándolo. –Nosotros nos haremos cargo de esto. Puedes dormir tranquilo con esos engendros...
--Gracias, mi señora. –el barcelonés se arrodilló para besar la mano blanca de la rusa, pero ésta la quitó y le ofreció la puerta. Camus bajó de la limusina y Santiago salió agradeciéndole en silencio.
Cuando ya "el Amo del Hielo" hubo subido al volante y se alejaban del parque principal, Santiago se dirigió a una de las tiendas con una sonrisa en el rostro. Llegando al local, pidió una cerveza y la bebió para salir después de terminársela. Volvió a la banca donde minutos antes había encontrado a la exótica líder. Podía actuar con libertad frente a esos idiotas sin que nada le preocupase...
--Santiago, ¿Qué haces ahí?
Una voz hizo que entrara en la realidad. Frente a él, se encontraba Argol ya totalmente ebrio. Santiago sonrió y se levantó por segunda ocasión. Negó varias veces con la cabeza y lo abrazó de los hombros para decirle:
--Disculpa la hora, amigo de Dios. He estado mucho tiempo mirando las estrellas que se me ha pasado la hora... -comenzaron a caminar a la posada. Argol preguntó:
--¿Qué sucede, amigo? Te ves preocupado...
--Nada. Es sólo que tuve un Deja Vu... no es nada... -respondió sonriéndose de los hechos pasados con Katya Nicolaievna Tokarev y sus muchachos. Ya no había inquietud. Todo lo arreglaría la Mafia rusa. "¡En qué interesante posición me encuentro ahora!", pensaba el español mientras casi cargaba a su nuevo "compañero".
***
--¿Estás listo, Aphrodite?
--Sí, ¿Y tú?
--También. Esperemos que no pase nada...
Lisboa, capital de Portugal. Un lugar de intercambio entre distintas mafias. Aphrodite anteriormente había recibido instrucciones de Aldebarán para presentarse en la bodega B, desde uno de los hoteles del centro. El brasileño ya había preparado todo, pero una llamada urgente hizo que Death Mask dejara de concentrarse en el plan para acatar los que su compañero le había informado.
--¿Qué te dijo Shura, Angello? –preguntó Dite al ver que el italiano guardaba su celular después de colgar.
--Cambio de planes, Dite. –respondió Death Mask, volteando su rostro a la ventana. –El intercambio se realizará en el Cementerio Alto de São João. Me dio la dirección completa...
--¿Eso significa que...?
--Exacto. Que los compradores son unos bastardos...
Aphrodite ya no habló. En vez de eso, comenzó a idear un plan para arrebatarles el botín y salir ilesos. Ya no se sentía tan seguro como en la última reunión con Mu Wang. No. Su preocupación crecía conforme pasaban los minutos a punto de dar las once. Faltaba una hora y había que pensar bajo presión. En cambio, Angello, no le interesaba cuántos muertos habría en la escena del crimen, lo que quería era el dinero. Si regresaba vivo sin la suma acordada, inmediatamente sería dado de baja como hombre muerto. Tragó saliva al imaginarse su muerte y sacudió la cabeza para quitarse la escena sangrienta. Decidió que actuaría sin pensar. A veces, solía servir el instinto de supervivencia que tener un plan de escape...
Cuando Angello volvió a mirar a la habitación, Aphrodite ya no se encontraba ahí. En vez de preocuparse, optó por servirse un buen trago del pequeño bar. Un vaso de Ron sería suficiente para mantener sus reflejos, a diferencia de otros. No le afectaba el que Aphrodite saliera, sabía a la perfección de sus capacidades criminales y le dejaba tener su espacio. Milo tal vez le hubiera dicho que Death Mask trataba como él quisiera que lo trataran y que se proyectaba en los demás. El único problema era que Milo era hombre muerto para Saga y que no estaba con ellos apoyándolos...
Justamente, dando el último trago a su bebida, Aphrodite entró a la habitación. Dejó el vaso en la mesa del bar y miró al suizo. Su rostro se tornaba serio. Con un tono de voz preocupante, se dirigió a él y le alzó la barbilla para encontrar alguna respuesta en sus ojos:
--¿Qué sucede, Dite?
--Ya le informé a Aldebarán sobre el cambio de lugar. Me dijo que se hiciera como lo habíamos planeado y que cualquier imprevisto, nos apoyaría.
--¿Por qué te preocupas entonces? –inquirió el italiano. Aphrodite negó con la cabeza.
--Debemos tener un plan para salir ilesos si algo sale mal. –fue su contestación. Death Mask sonrió. Parecía que todo lo tenía solucionado:
--Es simple. –sentenció. –Matamos a todos y asunto arreglado. Lo que les importa a nuestros líderes es la suma acordada, ¿No? –posó sus labios en la pálida mejilla del otro haciéndolo sonreír. –Todo será como el atentado del Presidente de Francia, ¿Recuerdas?
--Sí, eso espero. –finalizó Aphrodite más tranquilo.
Fue entonces que Death Mask observó su reloj. 11:15, hora de irse. Se separó un poco de Aphrodite para ir directo a la mesita de centro y cargar sus armas. Les colocó el seguro y las metió a su saco. Aphrodite hizo el mismo procedimiento preparando todo, incluyendo el maletín. Death Mask besó su pendiente en el dije y se lo puso lentamente. Para Aphrodite, era la primera vez que veía ese acto en su compañero de armas. "Supongo que debe ser algún amuleto o algo así." Pensaba apacible. Guardó las pistolas en ambos costados y ambos salieron de la habitación cerrando la puerta tras sí.
Inmediatamente pidieron al botones las llaves del auto y en cuanto Aphrodite las tuvo en sus manos, salieron rumbo al cementerio. Como era de esperarse, ya no había gente en las calles, por lo que manejó sin prisas. La dirección era fácil de encontrar debido a últimas instrucciones del brasileño. 11:45 y ya estaban frente al lugar del intercambio. Aphrodite detuvo el auto y ambos criminales salieron con maletín en brazos para saltar la pequeña barda. Una vez adentro, caminaron sobre la entrada hasta encontrar una capilla de aspecto gótico. Al saber que ese era el punto de encuentro, permanecieron de pié dispuestos a esperar a sus compradores.
Pero no esperaron mucho tiempo. A lo lejos, se oyó el sonido de un auto estacionarse frente a la entrada y diversos tipos salieron de él. Igual que los dos anteriores, éstos saltaron la barda y al percatarse de que eran seis sujetos, Death Mask alertó a Aphrodite:
--Son muchos. Estate alerta.
Aphrodite asintió y se llevó discretamente las manos a los costados. No podía permitirse morir en el enfrentamiento y mucho menos arriesgar a Death Mask. Además se sentía seguro porque en algún sitio oculto se encontraba Aldebarán. No tenía nada qué perder, a menos que...
--Buenas noches, caballeros. –saludó el líder, un sujeto de cabello rosado vestido de negro. Tanto el italiano como el suizo correspondieron al saludo haciendo un gesto con la cabeza. Los cinco tipos resguardaban al líder detrás de él. Con cierto sarcasmo, comentó. –Una buena noche para pactar con el diablo, ¿No les parece?
--La cantidad acordada, señores. –cortó de tajo Aphrodite dejando que Death Mask mostrara la mercancía ilícita. Otro de los hombres levantó el portafolios y lo abrió diciendo:
--Pues la suma acordada. –tanto Death Mask y el sujeto de cabello rosado dieron un paso al frente e intercambiaron los maletines, cerrándolos en el proceso. Viendo seguro el trato, Aphrodite se atrevió a saber la identidad de los demás hombres:
--¿Cuáles son sus nombres?
--Claro que se los diremos. –contestó el líder con sorna. En seguida los cinco se colocaron en fila y el líder se los presentó. –Bian... Kaysa... Krishna... Eo... Isaac... y yo, Sorrento.
--Me nombran Death Mask y éste es Aphrodite. –dio su apodo el italiano. Pero la sonrisa de Sorrento seguía en su rostro. Burla, ¿De qué se burlaba? No había ningún motivo para que actuara de esa forma. En el entrecejo de Death Mask apareció una arruga.
--Me parece que son muchos hombres para un sencillo trato. –opinó Aphrodite algo molesto y escéptico. La mueca de desprecio inundó el rostro del líder y contestándole, levantó el maletín:
--Sí, pero no sólo sirven para eso... -el misterio se albergaba en sus respuestas. Como no se entendió el significado de las palabras, les explicó. –También tenemos otra misión de gran relevancia...
--¿Sí? ¿Y cómo cuál, por ejemplo? –quiso saber Death Mask. Sorrento se lamió los labios lentamente. Al italiano le estaba desesperando ese tipo. Ya quería irse de ese sitio y no precisamente por el miedo, sino por fastidio. No soportaba a gente así. Finalmente, Sorrento habló despacio, pero a la vez venenoso:
--Para asesinarlos... ¿Qué más se podría esperar?
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