Cap. 12: Viajes



La mañana de ese día, Midoriko se había levantado muy temprano para custodiar a la Líder de Rusia de vuelta a su país natal. Mandó alistar un avión privado para su repentino regreso y estaba en el salón de té cuando Katya ya se encontraba lista para partir. Descubrió que la Yakuza leía un libro impreso al revés y, al parecer, no se había dado cuenta de su presencia. Se sentó del otro lado en uno de los cojines ya colocados y carraspeó. Midoriko volteó distraídamente y sonrió, antes de colocarle un separador de hojas:

--Ohayou Gozai Masu, Katya Sama... --la saludó y le sirvió un poco de té. Katya asintió con la cabeza y recibió la vajilla.

--Buenos días, Midoriko. Antes de irme, quiero pedirte un favor. –pidió con un tono de voz más amigable. Midoriko asintió y la rusa continuó. –voy a dejar a Milo en tu residencia. Deseo que lo vigiles mientras estoy resolviendo mis pendientes, ¿Podrás ocuparte de sus heridas?

--Ya lo hice, señorita. No se preocupe por eso... haré lo que me pide...

--Bien, es hora de irnos. –le dijo terminando su té y levantándose. –Te agradezco tu hospitalidad y las herramientas que nos proporcionaste...

--Fue un placer, querida. –respondió también levantándose. –Cualquier cosa que necesite, estoy a su disposición. –extendió su mano y la otra se la estrechó sonriendo.

--Gracias nuevamente. Sé que no me defraudarás, Midoriko.

Las dos líderes se dirigieron a la entrada donde sus tres escoltas ya estaban listos y la nave preparada. Las dos mujeres volvieron a estrechar sus manos y la rusa ingresó al avión seguido por sus escoltas. Midoriko los observó partir haciendo volar sus ropas por el viento que provocó el avión y en cuanto ya no quedó rastro de ellos, volvió al salón de té a seguir leyendo. Pero un sonido conocido de su celular se lo impidió. Descolgó el teléfono y contestó:

--¿Moshi, Moshi?

--Hola, Midoriko, ¿Cómo estás? –una voz jovial le respondió. La joven sonrió abriendo los ojos y sus pupilas se expandieron al reconocer una conocida voz.

--Konnichiwa, Mu Sama, bien, gracias por preguntar, ¿A qué se debe tu llamado?

--Hablo para decirte que las personas que intentaste asesinar llegarán pronto...

--¿Todavía planean asesinar a Saori? Si es así, no se los permitiré...

--Te equivocas, Midoriko. Van hacia tus brazos. Quiero que los protejas de Saga. Verás, él me va traicionar y ha ordenado que uno de mis hombres muera a manos de su colega. Yo no puedo permitir eso, no después de la muerte de mi padre...

--Es un poco arriesgado lo que me pides, ¿Qué pasará si traicionan mis dominios a pesar de lo que has dicho?

--Siempre tan precavida, Midoriko... Tengo dos pruebas de que no lo harán...

--¿Cuáles son esas pruebas que me dices, Mu?

--No quiero entrar en detalles, pero te adelantaré algo. Uno de ellos es una persona que sirvió muchos años al señor Takeshi Sesshoukawa...

--¿Un hombre que sirvió a mi padre? No... tal vez pueda ser él...

--Dudo mucho que él te haga una treta... así que confía en mí, ¿Puedes hacer eso por mí, Midoriko?

--Confiaré en lo que me dices, Mu, pero no estaré muy tranquila hasta que se presenten. Así que te advierto que si todo resulta una trampa, enviaré sus cabezas a Italia, ¿Me explico?

--Tienes mi palabra, Midoriko. Te puedo asegurar que no hay ningún as bajo la manga como Saga me hace a mí. De hecho, es precisamente que te hablo porque deposito mi apoyo en ti...

--Te lo agradezco. Yo te informaré de nuestro encuentro después...

--Sí y, ¿Midoriko?

--¿Qué pasa, Mu?

--¿Cuándo podremos vernos para pactar una alianza?

--Estoy disponible todo el año, Mu. Supongo que debes arreglar lo que tu padre dejó inconcluso, ¿Cierto?

--Sí, en cuanto acabe con eso, iré a verte, ¿Entendido?

--Sí, estamos en contacto... --colgó. Se quedó pensando largo rato todavía con el teléfono en la mano. Después se levantó de cojín y se dirigió a uno de sus subordinados. Éste se arrodilló a sus pies y bajó la cabeza en son de orden:

--Diga, Sesshoukawa Sama...

--Quiero que les informes a todos mis sublevados que se congreguen en "El Salón de Sakura". Necesito hablar con ellos de un asunto serio...

--Lo que usted ordene, Ojousama... --el hombre se levantó y corrió a las habitaciones.

Midoriko se dirigió al salón principal y cuando estuvo frente a la puerta, la abrió. Caminó lentamente debajo de los tatami (1) por el salón adornado con fuertes columnas que sostenían los pisos de arriba y las ventanas de papel arroz alumbradas por la luz del Sol. Al fondo de la habitación, se encontraba unas puertas adornadas con el paisaje de un árbol de cerezo en acuarela y al lado del paisaje, se erigía una armadura de Samurai color negro. Recordaba que en ese sitio su padre daba instrucciones o recibía visitas importantes. Pero, para esta ocasión, daría grandes sorpresas a los invitados que le darían información.

Sus subordinados llegaron dentro de unos minutos y todos se colocaron rápidamente poniendo una rodilla en el tatami frente a la líder de los Yakuza: Tamashii y Shaka enfrente, Milo detrás de ellos y los demás atrás. Midoriko se sentó colocando su katana al lado de ella y sonrió.

--Los he convocado aquí porque deseo dar instrucciones. Milo, -fijó su vista en el griego y le comentó. –Tu líder me ha pedido que te quedes aquí. Dime, ¿todavía tienes intenciones de seguir a Saga?

--No. Después de la trampa en la que me ha metido, he decidido quedarme al servicio de la alianza de Oriente. Creo que es más prudente el manejo que hacen ustedes con sus hombres, señorita Midoriko...

--Bien. Eso lo respeto, Milo. –sonrió de nueva cuenta. –Vendrá uno de los aliados de mi padre y también unas personas que seguro conocen, Tamashii, Shaka. Ustedes se quedarán en sus posiciones dentro del salón y no quiero que armen mucho alboroto, parece que están de nuestro lado. Se quedarán aquí para charlar conmigo y deseo que, si todo sale mal en ese encuentro, después de que los asesine, ustedes enviarán sus cabezas en un paquete rumbo a Italia, ¿Quedó claro?

--Sí, Ojousama. –contestaron los sublevados. Milo sintió un sudor frío recorrer su espina dorsal. No se había percatado de ello, pero también la Yakuza tenía sus aires crueles. Se preguntaba qué pasaría si todo resultaba mal y a quiénes recibirían. En cuanto Midoriko les dijo que se retiraran, se levantaron y salieron del salón. Tamashii se quedó arrodillada y Midoriko le sonrió para decirle:

--Creo que veremos a un hombre que ambas conocemos y que se apartó de la mafia. No te preocupes, Mu me ha llamado y confío en él...

--Eso espero, Midoriko Chan, él no es como Saga...

***

Esa tarde, Shun Rei se encontraba preocupada, pues cada vez más las heridas de Aphrodite sanaban con rapidez. Sabía que su Shiryu volvería a Japón y la dejaría con el maestro. Pero lo que no sabía era que él también se dirigiría al país nipón. Cada día que había pasado, cuidaba con esmero al suizo sin importarle que ella sufriera su enfermedad. Dohko no podía encontrar una cura y sólo controlaba los ataques de tos que le daban y ya estaba desesperado por no hacerlo.

Sentada junto a la cascada, la encontró Shiryu. Se acercó a Shun Rei lentamente y la abrazó sentándose junto a ella. Los demás observaban la escena desde lo alto del peñasco. Shiryu la tomó de los hombros y ésta sonrió.

--Shun Rei... --le llamó el Dragón. –Sabes que pronto me iré a Japón con el maestro. Me acompañará para arreglar unas cosas...

--Pero, Shiryu, ¿Qué cosas tiene que hacer el maestro? –cuestionó la china. Shiryu la abrazó con más fuerza y meditó sus palabras antes de contestar.

--Un asunto que tiene pendiente... desconozco sus problemas, Shun Rei. –le mintió.

--Pero, ¿Entonces me quedaré sola? –preguntó angustiada.

--No, creo que vendrás con nosotros en esta ocasión, mi linda niña... Quiero que te revise un médico de allá para curar tu enfermedad...

--¿En serio, Shiryu? –sus ojos se volvieron cristalinos de la felicidad.

--¿Crees que te mentiría con eso?

--No, para nada... ¿Y cuándo nos iremos?

--En cuanto Aphrodite se cure, que será pronto...

--Entonces, -se levantó y caminó al peñasco, pero se detuvo volteando a ver a Shiryu. –Hay que preparar todo para el viaje...

--Sí...

La chica corrió hasta llegar a la pagoda y entró para alistar sus cosas. Recogió su ropa y demás pertenencias en una mochila y se miró en el espejo de su habitación. La palidez de sus mejillas se había vuelto sonrojo y su cabello negro, tirando a azulino, brillaba por la luz del Sol que traspasaba la ventana. Poco a poco se destrenzó el cabello, creando una cortina que le tapaba la espalda. Lo cepilló con cuidado y lo volvió a trenzar. Dos pequeño mechones afilaban su rostro y se sonrió. Después salió de la habitación y descubrió que Dohko, Death Mask y Aphrodite se encontraban en la cama sentados platicando.

Corrió a los brazos del maestro y para sorpresa de todos, besó su frente.

--Maestro Roshi, muchas gracias por todo... -le dijo la chica. Dohko la apartó un poco y sonrió.

--Supongo que Shiryu ya te dio la noticia...

--Sí, maestro. Me dijo que iríamos a Japón a encontrar la cura de mi enfermedad y algún asunto que tiene usted... -se dirigió a Aphrodite, que ya había recuperado el color, aunque todavía poseía cierta palidez. -¿Ya te sientes mejor, Aphrodite?

--Sí, Shun Rei. Gracias por preguntar. –contestó el suizo con una sonrisa.

--Entonces, prepara tus cosas porque nos iremos ahora mismo, Shun Rei... --Expresó Dohko sereno. La chica se enderezó y le contestó con dicha:

--Ya está todo listo, maestro.

--Bueno, -se levantó de la cama. –iré a buscar a Shiryu para que nos vayamos pronto. –salió pronto de la habitación.

Encontró a Shiryu en el mismo sitio donde se había sentado. Se aproximó a él y tomó una piedra para después arrojarla al río. El Dragón se volvió hacia él y notó que en el rostro de su maestro denotaba preocupación.

--No sé si será prudente el que nos llevemos a Shun Rei... -inició Dohko. Shiryu lo miraba fijamente. ­–Tal vez la señorita Saori muestre indulgencia hacia ella, pero de lo único que estoy seguro es que Midoriko nos protegerá...

--Maestro... -susurró Shiryu crispando sus puños. –No me importa que me maten, pero si atacan a Shun Rei, no me lo perdonaría. Hablaré con la señorita Midoriko...

--Está bien. –palmeó la espalda de su discípulo y ambos se levantaron. –Es hora de partir, Shiryu...

--Sí, maestro...

Ambos caminaron al peñasco para recoger sus cosas, pero se encontraron a un moreno hombre sumamente alto con una rodilla en el suelo. Los dos sonrieron al reconocerlo y el hombre les dijo:

--Don Mu les ha mandado un jet para que lleguen ilesos a Japón. Espero que les sea de mucha utilidad, maestro Roshi...

--Dale las gracias de mi parte, Aldebarán. –respondió Dohko dirigiéndose a la pagoda. En cuanto ya estuvieron frente al avión, Shun Rei exclamó asombrada:

--¡Está muy grande! ¿Acaso te lo mandaron de la empresa a ti, Shiryu?

--Algo así, Shun Rei. –contestó el Dragón y todos ascendieron. El avión despegó sin contratiempos rumbo a Kyoto, dejando atrás Rozan. Aldebarán le preguntó discretamente a Aphrodite quién era la joven que los acompañaba y el suizo respondió en un susurro:

--Es la prometida de Shiryu. La llevaremos a Japón para buscar un tratamiento de su enfermedad. Tengo que pedirte un favor, Alde. Ella no sabe nada de lo que nos dedicamos, así que no comentes nada, ¿Está bien?

--Claro, Dite. Su secreto está a salvo conmigo. –respondió el brasileño guiñándole un ojo.

***

Shura esa tarde estaba disponible. Se hallaba en un café del centro de Atenas bebiendo un cappuccino helado. No quería acatar las órdenes que su líder le había dado. Tenía miedo de alguna treta producida por Saga. Si mataba a Aioros, la mafia italiana no se lo perdonaría, pero si Saga se daba cuenta de que había pasado información a otras mafias, sin duda, el griego lo aniquilaría a quema ropa. Lo único que estaba seguro era que deseaba vivir y realizar sus sueños frustrados de ser un músico destacado en su madre patria.

La melodía de su celular lo extrajo de sus pensamientos. Sacó el teléfono de su pantalón negro y observó la pantalla. Sus moros ojos se contrajeron y rápidamente descolgó:

--¿Diga?

--Hola, Shura, habla Aioros. Mi jefe quiere que le informes de los movimientos de tu líder...

--¿Eso quiere Mu? Bueno, debes estar alerta. Saga me ha ordenado matarte, pero temo en las consecuencias de lo que ocurrirá...

--Estamos enterados de lo que planea Saga. Haremos esto: le dirás a mi hermano y a Saga que no puedes asesinarnos porque siempre vamos acompañados y ellos podrían dar el pitazo a Don Mu. Eso lo tomaría como un riesgo mayor, ¿Entiendes?

--Está bien. Me has salvado de una muerte segura. Dile a tu líder que le informaré de lo que ocurre aquí contigo, ¿Vale?

--Entonces, estamos en contacto... --colgó.

Shura se quedó más tranquilo al ver que la llamada había concluido. Marcó el número de Aioria y le llamó poniéndolo en alerta. Aioria asintió y quedaron en la conclusión de informarle a Saga su mentira. Después de que colgó por segunda vez, tomó su café a sorbos y salió del lugar después de haber pagado el importe. Caminó por las calles sintiendo la brisa del Mediterráneo. Sus mejillas se tornaban rojizas debido al intenso Sol que des palidecía su piel.

Llegó a la recepción de un aeropuerto para ir a Italia. La recepcionista le entregó los boletos y en unas dos horas, ya abordaba el avión rumbo a la capital italiana. Planeaba quedarse dos días y después regresaría para darle la noticia. Pensaba en cómo había podido caer tan bajo con alguien que sólo tenía la enferma idea de que con dinero, podría comprar su vida. Se encontró con vagos recuerdos de la infancia y deseos acumulados en el subconsciente en uno de los asientos del avión...

...Conocía a Santiago De la Peña desde su niñez. A pesar de que era madrileño y el otro barcelonés, los dos amigos se conocieron en un colegio internado de Toledo. Ambos compartían un mismo sueño: el ser músicos renombrados en su madre Patria y el culto a un grupo natal, Mägo de Oz. Jugaban a dar conciertos en sus habitaciones. Ambos eran dichosos, teniendo conciencia de que los dos eran talentosos. Santiago poseía una voz única con timbres de voz similares a un cantaor del sur, mientras que Shura ostentaba del "Don" de tocar la guitarra como nadie jamás la hacía cantar...

...Sus vidas dieron un giro de 360° al encontrarse con los malos pasos del destino que la sociedad les había marcado: la mafia. Así, tentados por grandes sumas de dinero, vendieron sus almas, aplazaron sus sueños y se unieron para después escapar a otras tierras. La labia que poseía Santiago y el carisma de Shura los hicieron escalar hasta convertirse en la mano derecha de grandes capos de los cuales incluían en la lista Shion Wang, Saga Yannakos, Midoriko Sesshoukawa, Katya Nicolaievna Tokarev y otros tantos...

...El camino en el que ambos criminales se separaron fue cuando Santiago se volvió un mercenario a los servicios de todas las mafias, pero sólo Midoriko le incluyó a su organización. Shura, en cambio, se volvió un relacionista más de la mafia de Grecia, una de las más crueles, para que algún día pudiera lograr su deseo más anhelado. En ese último propósito, su amigo de la infancia lo podría ayudar, pues él, tan bien plantado estaba, había logrado convertirse en un gran cantaor de Flamenco y se había casado con una gitana de nombre Lorena...

El vuelo se le hizo rápido a pesar de dormitar y recordar lo que vivió. El avión arribó a la pista del aeropuerto de Roma para después dejar a los pasajeros en la capital. Shura bajó con tranquilidad hasta llegar a las calles del antiguo imperio y encendió un cigarro. Caminó por aquellas estructuras que les contaban su historia de civilizaciones pasadas. Así llegó al cuartel general de la mafia italiana dispuesto a buscar a Aioros, pero se encontró con una gran sorpresa...

***

(1) Tatami: son esteras de juncos de bambú que se utilizan con alfombras para proteger los pisos de madera pulida.


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