Capítulo 6: Escenarios imposibles

Capítulo 6:

Sigo aturdida cuando paramos delante de casa.

—Ve tú delante —me pide Álex.

Cruzo el salón con su gigantesca presencia tras de mí. Hace crujir los escalones a mis espaldas. Por un instante se me cruza la imagen de mi padre quitándose el cinturón, diciéndome que lo espere en mi cuarto. Termino de subir las escaleras con prisa y me encierro rápidamente en mi habitación.

Álex no me sigue adentro, se mete en la de mi madre. No los oigo con claridad, solo capto murmullos. Mi madre al parecer estaba despierta. Pongo la oreja contra la pared, lo más seguro es que hablen de mí. La oigo quejarse de algo, quizá de que no volviera sola a casa. Escucho el colchón crujiendo, no sé si Álex acaba de tumbarse junto a ella o si se van a poner a follar.

—Mañana hablo con Laia —la escucho mascullar—, quiero dormir.

Me duele confirmar que mis problemas no le quitan el sueño.

—¿Quieres dormir? —le reprocha su novio.

Respira excitado. La cama se queja cuando se incorpora. Puedo escuchar cómo se echa sobre ella, y aun sin verlo sé que debe de estar dándole besos, quizá en el cuello, quizá en los pechos.

—¡Quiero dormir!

—Como quieras —gruñe.

Oigo la cama, la puerta, los pasos de un extraño saliendo de su habitación en dirección a la mía. Camina decidido, tiene que desahogarse como sea, con lo que sea. Conmigo. Los pasos están cada vez más cerca. Cubro mi cuerpo con la sábana como si creyera que puedo protegerme con ella.

Gracias a dios los pasos siguen de largo, hacia el baño.

***

Estoy como si me acabara de arrollar un camión. He dormido fatal, tengo resaca. Es una sensación horrible, me duele la cabeza y tengo el estómago revuelto, me sabe la boca a bilis.

Pellizco el puente de mi nariz, masajeo mis sienes y me obligo a revisar el móvil. Capullos hipócritas, me dan más ganas de vomitar. Tengo cientos de notificaciones en todas las redes. Compañeros que me citan, que me escriben, que me avisan de posts sobre mí. Bloqueo el móvil; ahora soy incapaz de enfrentarme a lo que está pasando, no soporto la compasión falsa ni el falso apoyo de falsos amigos, personas que me importan tanto como yo a ellas: nada.

Es más importante que primero asimile lo que ha ocurrido. Cuesta creer que pasara de verdad, si no fuera por los moratones que tengo en la cara interior de mis brazos pensaría que todo fue un sueño. Los froto con el pulgares tratando de borrarlos. Bebí de más, al punto que ni siquiera sé qué es lo que hice exactamente, siento que lo de ayer pasó hace mucho tiempo, intentar recordarlo es como desentrañar la imagen de un cuadro frotado con trementina.

Giro sobre mi cuerpo de cadáver, no tengo ánimos ni fuerzas para salir de mi cuarto. Tal como están las cosas, tal vez debería quedarme aquí tumbada el resto de la mañana; puede que también de la tarde. Lo haría si no me cansara tan rápido de mi propia compañía.

Hago acto de presencia en el piso inferior, igual a mi madre le interesa saber que sigo viva. Álex está de pie bebiendo un café con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y el culo apoyado en la encimera. Su pelo ondulado es un desastre, lo tiene revuelto hacia todas partes y lleva puesta la misma camiseta que ayer. Hace como que no me ha visto.

—Buenos días —les digo, con un gran esfuerzo por sonar natural.

Mi madre, que está trabajando en la edición de su siguiente vídeo, aparta los ojos del portátil y al instante me arrepiento de haber saludado, la noto inquieta. Parece que se está guardando algo que podría echarme en cara en cualquier momento, creería que Álex se lo ha contado si no fuera porque se le ve demasiado tranquilo. Mierda, lo estoy mirando más de la cuenta, y el muy capullo en vez de seguir ignorándome levanta las cejas a modo de saludo.

—¿Qué tal? —me pregunta mi madre para atraer mi mirada.

Por su tono, casi parece que espera una confesión. Hundo mis dedos en el brazo amoratado, lo masajeo para que me vuelva a correr la sangre.

—Resacosa —resumo.

—Me refiero a la fiesta. ¿Pasó algo?

—Qué va, nada memorable.

—¿Por qué llamaste, entonces? —pregunta, bajándose los cascos al cuello—. ¿Te sentó mal el alcohol? ¿Las drogas? ¿Un mal viaje?

No es tan inteligente como para que eso último vaya con segundas.

—Solo tenían porros —le digo, agachada frente al armario mientras busco qué desayunar—, y ya sabes que yo solo consumo drogas duras.

Huyo con unas galletas antes de que se ponga a preguntar en serio.

Como siempre desayuno en el sofá, lejos de Álex. No me gusta dejarlo a solas con mi madre, pero tampoco me puedo quedar con ellos, fingir no se me da tan bien como a él. Pienso en la naturalidad con la que le daba sorbitos a la taza de café mientras se quitaba los pelos de Thor de la camiseta. Parece muy cómodo en la mentira, nadie diría que hace unas horas me insultó, me persiguió por la carretera y me salvó la vida. Basta. Tengo que quitármelo de la cabeza, pero no sé cómo hacerlo, ha pasado de ocupar mi casa a invadir también mis pensamientos, todos ellos.

Presiono mi labio con la uña. Laia, tienes que sacarte el beso de la cabeza, me digo, da igual lo bueno que fuera. Necesito despejarme, salir de casa me irá bien.

Cuando vuelvo a la cocina para avisar de que voy a dar una vuelta, Álex me mira descaradamente las piernas, solo que no me mira las piernas, sino que me he puesto mallas cortas.

—¿Corres? —me pregunta.

—Paseo. Voy a sacar al perro.

Deja de mirarme las mallas para fijarse en la correa de Thor.

—No hace falta, lo saqué esta mañana —me dice.

—Voy a sacarlo igualmente, no le vendrá mal hacer ejercicio.

—¿Te importa si te acompaño?

Parpadeo confundida. Con lo que pasó anoche es de locos que quiera quedarse a solas conmigo.

—¿Quieres venir? —digo, tras atragantarme con mi propia saliva.

Preferiría dejar de lado las dudas que me asaltan, como que aquel beso haya supuesto un cambio en la forma en que me ve, si pretende llegar más lejos, o en quién pensaba cuándo se encerró en el baño a hacerse una paja.

—Quiero pasar por el mercado —se explica.

Busco el socorro de mi madre. Lo normal es que se oponga a dejar a su hija con su novio, sobre todo después de lo que pasó con el último. Parece que se acuerda y que hará algo al respecto, pero por cómo nos mira no sé a quién quiere proteger de quién.

—Pídelo online —le sugiere.

—Prefiero ver los ingredientes en persona, además de que a mí tampoco me iría mal hacer ejercicio.

Centra sus ojos azules en los míos, me está poniendo a prueba.

—Voy sola —decido.

De todos modos no me veo aclarando las cosas con él. Lo de ayer se acabará olvidando, basta con hacer como que nunca ocurrió, así que no entiendo para qué querría quedarse a solas conmigo si no es para meterme ideas raras en la cabeza, u otra cosa en otro sitio.

—¿Listo, gordito? —le digo a Thor tras engancharle la correa, rascándole bajo las orejitas caídas—. Prefieres que pasear conmigo, ¿a que sí?

Tras un rato paseando estoy en el barrio más abandonado del pueblo, en zona de montaña. Los pinos crecen torcidos, con sus raíces reventando la calzada. Hay baches por todas partes. Las casas se caen a pedazos, muy pocas siguen habitadas. Una de esas pocas es la de Guillem, mi primer novio. Pasé muchas horas de mi niñez con él, patinando por callejuelas inclinadas, riendo, aprendiendo lo poco que se puede aprender del amor.

Una de las cosas más importantes que aprendí es que con los chicos mayores nunca se trata de amor. Guillem me enseñó nuestro escondite: en lo más profundo del parterre junto al antiguo cementerio hay un banco de hierro forjado de estilo modernista que entonces me parecía lo más romántico del mundo, todo rodeado de flores blancas bajo la luz de una única farola. Era íntimo, y era nuestro. Pásabamos allí el día y la noche, hablando de todo y de nada, besándonos y haciéndonos promesas que no se han cumpido. En cuanto me quité la venda del amor, vi que solo era un banco oxidado cubierto por excrementos de paloma. La boca aún me sabía a kikos cuando accedí a chupársela a Guillem. Lo hice porque era guapo, porque me dijo que confiara en él, porque pensaba que me quería y porque me agachó la cabeza con mi coleta en su puño.

Thor no quiere moverse, opone resistencia con la nariz pegada al suelo. Se detiene constantemente, y es tan grande y pesa tanto que cada vez que lo hace tira de mí hacia atrás, así que tardo más de lo esperado en llegar a mi destino.

—Vamos, gordito, haz caca —le ordeno, sujetándolo justo frente a la puerta de la casa de Guillem—. ¿Quién va a dejar una caquita bien gorda?

Está más pendiente de mí que de hacerle un regalito a mi ex y no puedo esperar a que le vengan las ganas. Puesto que la furgoneta de Guillem está aparcada en la calle, lo más seguro es que esté en casa.

Casi puedo oír su voz llamándome desde la ventana. Mi mente me traiciona imaginando qué pasaría si estuviera aquí conmigo, visualiza todos los escenarios posibles, y también los imposibles. Odio que se me escape una sonrisa, no me apetece nada verlo, no me apetece en absoluto.

Tiro de la correa para ponernos en marcha, se está haciendo tarde.

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