Capítulo 25: Polilla
Capítulo 25
Canto alargando las vocales, canto como el culo y lo hago como si me fuera la vida en ello. Canto lo que me sé y me invento lo que no. Baby girl, you so fine. Nananá, blow my mind. Boobie one, boobie two, bouncing like a Looney Tune. Canto mientras muevo la cabeza y los hombros, canto sin escucharme y sin complejos, con el pintauñas cerrado de micro.
Baby boy, you so cool, how can I stay mad at you? I love you and that's the truth. Las viejas almohadillas cuarteadas de mis cascos me aíslan de todo, en esta habitación no cabe nada más que Die Antwood y su Banana Brain, apenas dejan espacio para mí y mis gallos. Banana brains, you're the apple of my eyeee... stay with me tonight, 'cause I'm having the best time of my lifeee...
Un poco de la fea realidad se filtra hasta mi mundo. Hora de cambiar de cascos. Tendría que comprarme unos lo bastante buenos como para no escuchar la explosión de una bomba en la habitación continua. Estoy hasta los ovarios de sus discusiones. Resoplo separando un auricular de mi oreja.
—¡¿Pero qué hablas?! —está chillando mi madre con voz estridente.
Hace tiempo que no tiene una pelea a grito pelado. Con mi padre eran el pan de cada día y con Raúl también tuvo alguna, pero con Álex no. Con él es más pasivo-agresiva, le suelta la ponzoña poco a poco, como hacía conmigo.
—¡No te atrevas a culparme a mí, no te atrevas! —le advierte.
Bajo los cascos a mi cuello. Encojo las piernas contra mi pecho y aplico otra capa de pintauñas azul oscuro a los dedos de mis pies.
—Cálmate, escúchame un segundo —responde Álex, tranquilo.
—No me toques. O sea, no. No me toques.
—Te pido que me escuches un momento, por favor.
—No. No quiero escucharte, ¿no lo entiendes? Estoy harta. ¡Harta! ¡Estoy harta de ti y de ella! ¿Te piensas que no me doy cuenta, joder? ¡Está pirada, es una chiflada que no puede verme con novio, y tú riéndole las gracias!
—No, claro, qué vas a escuchar tú, si no escuchas a nadie.
Banana Brains sigue sonando en los cascos en mi cuello. Es sospechoso que no cante. Empiezo a desafinar el estribillo mientras me abanico las uñas.
...stay with me tonight...
...'cause I'm having the best time of my life...
—¿Es que no te das cuenta de lo que está intentando? —le grita.
I love it that you're there for me!
Everything is meant to be!
Baby, you were sent to me!
—La dejaron tirada y me quedé con ella a tomar un batido —le dice, irritándose—. Tú la ibas a llevar a la cita. Tendrías que haber estado tú con ella.
—Claro, claro. Batidos. Os vieron, ¿lo sabes?
—¿Qué han visto? ¿Qué te han contado? —la enfrenta.
—¿Te estás riendo? —le espeta, ofendida e incrédula—. ¡Una mierda que no! Pero mírate la puta cara, capullo. ¡¡Te estás riendo!!
—Es que es ridículo que te creas cualquier cotilleo.
Oigo pasos. Él la sigue, o se interpone en su camino.
—Espera, ¿adónde vas ahora? —le pregunta, autoritario.
—Álex, suéltame.
—Por favor, vamos a sentarnos, hablemos.
—O me sueltas o te juro que...
Puedo imaginarla alzándole un dedo con cara de loca, como aquella vez que se atrevió a esgrimir un cuchillo frente a mi padre.
—Susana, escúchame un puto segundo, ¿vale?
—¡¡Que me sueltees!! —chilla histérica.
—¿Pero me vas a dejar hablar o no? —grita también.
Una parte de mí quiere detenerlos mientras que la otra, la que ha crecido entre discusiones, se niega a mover un músculo, recordándome que no vale la pena, que solo lo empeoraré, que después la tomarán conmigo; además de que tampoco se me ocurre cómo podría intervenir. No hay terrenos neutrales en su campo de batalla: si me pongo del lado de ella estaría validando una acusación para la que no tiene pruebas, y si me pongo del lado de su novio solo reforzaría sus sospechas. Para colmo, me vería ridícula si apareciera así, caminando como un pingüino por los algodones entre los dedos de mis pies.
—Podrías escuchar por una puta vez, joder. Ella quería que fueras tú la del batido. Que fueras tú la que la recogiera unas noches atrás, cuando lo de la fiesta. Es tu hija, joder. Tendrías que hacer los putos vídeos de cocina con ella, no conmigo. Pero no, tú no. Que le jodan, ¿no? Te está pidiendo ayuda y no te das cuenta, tú solo miras para otro lado —sigue machacándola Álex.
—¡¿Que te crees, que no lo he intentado?!
—No. No lo intentas, no lo suficiente —responde sin alzar la voz.
—Estoy cansada de intentarlo. Tú no sabes las cosas que me ha hecho.
—¿Otra vez con lo de tu ex? —la interrumpe, harto.
—¿Te piensas que eso es todo? ¡No te puedes ni imaginar lo que fue vivir con ella, ¿me escuchas?! —ruge, fuera de sí—. No tienes ni puta idea. Es una mentirosa compulsiva, una manipuladora y una maltratadora. Es una grandísima hija de puta que me culpaba de todo, que se reía de mí y me humillaba. Laia me robaba dinero, y si no lo encontraba me chantajeaba escondiéndome la medicación. Huía de casa cada dos por tres y no volvía hasta varios días más tarde, a veces acompañada de la policía. No, no me voy a callar, déjame que te cuente a qué clase de persona defiendes. Tiene una mente tan retorcida que fingía embarazos para asustarme con la carga de ser abuela, insinuándome que lo tendría y que me haría cuidarlo, que no podía obligarla a abortar porque yo no lo había hecho, y por descontado también amenazaba con suicidarse, claro. —dice, riendo de rabia—. En una ocasión rellenó mi bote de medicamentos con placebos y se los tomó de una sentada frente a mí. En vez de decirme que era una broma, forcejeó para evitar que la obligara a vomitar. Nos peleamos, tuve que agarrarla por la fuerza y meterle los dedos en la garganta mientras la doblaba sobre el retrete. Era todo mentira y aun así se resistía. Es ridículo. ¡Es de locos, joder! Por poco no me abre la cabeza del empujón que me dio contra el lavamanos. Tendrías que haber visto cómo se reía cuando me dijo que era mentira, cuando me vio llorando. ¿Tú te crees que me quedan fuerzas para intentar hacer de madre? ¿Crees que me apetece?
—Era tan mala hija que una parte de ti deseaba que las pastillas fueran de verdad, ¿no? —asume Álex, en un tono sombrío.
Un bofetón, solo uno. Uno de esos que te hacen tambalearte.
—Estás a tiempo de hacer las cosas bien —se lamenta él.
—Lárgate. Lárgate de aquí.
—Haz lo que te dé la puta gana.
Un portazo. Pasos bajando la escalera.
Empieza a sonar Summertime Sadness de Lana del Rey por los auriculares en mi cuello. La ventana está abierta de par en par y se escucha el grillo que se esconde en algún lugar de nuestro patio. Entra una brisa agradable que me pone la piel de gallina. Puede que en otras circunstancias hubiera disfrutado del canto del grillo y de la brisa fresca y de Lana del Rey mientras doy una última capa a mis uñas; al fin y al cabo, es una buena noche.
Detengo el reproductor de música e inspiro profundamente reuniendo las agallas para salir de mi cuarto. Me quito los algodones, salgo descalza al pasillo y cierro la puerta a mis espaldas, muy muy lentamente, en silencio. La oigo sollozando desconsolada en su habitación. El suelo está frío bajo mis pies. Doy un paso hacia su puerta y antes de abrirla la imagino sentada en el filo de la cama, levantando esos ojos rabiosos y húmedos, clavándolos en mí.
No puedo enfrentarme a eso.
En su lugar, bajo al salón sin hacer ruido. La casa se siente hostil por su tamaño. Es la boca de una criatura marina abriéndose para tragárselo todo.
—Deberías volver a la cama, es tarde —me dice una sombra.
Por un instante no lo reconozco, es una figura negra en la oscuridad que lo rodea, y no puedo evitar proyectar recuerdos sobre esta escena. El suelo estaba igual de frío, él hablaba en el mismo tono adormilado.
Es Álex. Bebe de la lata que tiene en la mano. Es refresco, no cerveza.
—No tengo sueño, me cuesta dormir —respondo, abriendo la nevera.
Todo es tan parecido a como era entonces que me sorprende encontrarla llena. Por un tiempo, nuestra despensa fue peor que la de Dani y Gina. Teníamos mucho alcohol, comida precocinada y sopas instantáneas, al menos mientras mi madre vivía en casa. Cuando me quedé sola, fue todavía peor. Por lo visto, a mi madre no le pareció mala idea mudarse con Raúl, su ex, después de que este la convenciera de que necesitaban intimidad y que yo, con diecisiete años, era lo suficientemente madura para valerme por mí misma.
Como despedida, mi madre me dejó setenta euros y el sabor amargo de un abrazo poco afectivo. Tras eso, solo pasó por casa para darme más dinero. En más de una ocasión, cuando me sentía sola, pensé en llamar a los servicios sociales para castigarla, a ver si me añoraba después de perderme.
—¿Tú tampoco puedes dormir? —me burlo, sirviéndome horchata.
—Bueno, supongo que tenemos eso en común, nos da insomnio cuando alguien grita —suspira, masajeándose el puente de la nariz.
—Premio al chiste del año. Te aplaudiría si no tuviera las manos ocupadas —contesto, haciéndole notar el móvil y el vaso.
Con el codo cierro la nevera. La puerta chasquea a mi espalda, engullendo el tajo de luz que me unía con el presente. En la oscuridad, el sentido del oído se agudiza. Los cimientos de la casa lamentándose. El goteo en la cerámica del baño. Los rasguños de la cortinilla de cuentas contra la puerta mosquitera. El escurridizo grillo del patio. El llanto contenido de mi madre.
—Podríais haber discutido a otra hora, ¿no? —refunfuño.
—Intenté que hablara más bajo. Créeme, no quería despertarte.
—Ya estaba despierta, es lo que tiene sufrir insomnio de verdad.
—Ojalá no hubieras tenido que escucharlo. —Álex se agarra el codo a la altura del vientre, recostándose en la encimera—. ¿Con tu padre era igual?
—Casi. Os han faltado los golpes.
Álex no sabe qué decir, así que da un trago a su refresco para ganar unos segundos. Me gusta verlo incómodo, su inseguridad nos iguala.
—Tuvo que ser horrible —murmura.
—Por lo visto mi madre no escuchaba ni a hostias.
—Laia, espero que no estés insinuando lo que creo.
—Por tu bien, más vale que no le hayas hecho daño.
Álex deja la lata a un lado, ofendido.
—Ojalá te protegiera como tú la proteges a ella —dice con pesar.
—¿Entonces no te crees lo que te ha contado?
Apoyo mi espalda en la pared opuesta de la cocina, bien lejos de él.
—¿Es cierto? —titubea, con una nota de decepción en la voz.
—No te dijo ninguna mentira —admito tras un instante de duda.
—Pero no me dijo toda la verdad. —Necesita creer que no soy el monstruo que mi madre describe, que soy mejor que ella—. Cuéntame tu versión.
—¿Qué te hace pensar que mi versión será distinta?
—La forma en la que te trata. Estoy casi seguro de que tu comportamiento, las cosas que me ha contado, fue una respuesta a lo que sea que ella te hizo —murmura, agarrándose los codos con la vista clavada en sus pies—. Por experiencia sé que una mujer maltratada puede ser también una maltratadora, y con lo que he visto me cuesta creer que tu padre fuera el único culpable.
—Todos lo éramos. Pero él el que más.
—Claro, y gracias a dios forma parte del pasado. El problema es que ella no lo ve del mismo modo, todavía está resentida por lo que él provocó. ¿Has oído cómo se ha puesto porque he insinuado que no te quiere? —me pregunta, indignado y dolido—. Laia, en serio, no me extraña que no la soportes.
—Cállate antes de que digas algo de lo que te arrepientas —lo detengo, sin saber cómo sentirme frente a las fisuras que he abierto en su relación.
Álex asiente, o quizá me lo parece. Las cuencas vacías de sus ojos apuntan hacia mí. La oscuridad es un manto palpitante de gusanos negros y grises.
—Perdona, bastante tienes con lo tuyo como para que tengas que cargar con mis problemas —murmura, haciendo rotar la lata en la encimera.
—Pues sí, bastante tengo ya, así que no pongas las cosas más difíciles.
Gracias a la oscilante luz que se cuela a través de la puerta mosquitera se intuye el círculo que ha sudado la lata en el mármol, más o menos donde me senté días atrás, dejando una huella que no tenía que significar nada.
—Puedes desahogarte conmigo, si quieres —me sugiere.
Reviso la hora. El microondas marca las 02:40. El horno las 02:46, siempre un poco adelantado, como la Laia de trece años. Podría volver a la cama a seguir durmiendo, a intentarlo. Querría soñar cosas bonitas.
—Sé escuchar —me promete.
—¿Qué te puedo decir que no sepas ya?
—¿Cómo te sientes?
—Pues como una mierda —admito, vaciándome como un globo.
Álex me anima a continuar con un gesto amable y frío, casi calculado.
—Es mejor que vaya a dormir...
—Laia, no, por favor. Habla conmigo.
—¿Para qué? —me quejo.
—Laia, dime qué ha pasado entre vosotras. Cuéntame todo lo que no puedes contarle a ella. Tú necesitas desahogarte y yo necesito que lo hagas.
—¿Que tú lo necesitas? —me burlo con una risa quebrada.
—Tengo derecho a saber si mi novia está loca, ¿no crees?
—Las dos lo estamos —le digo, llorando y riendo, patética.
—¿Qué te hizo?
Me encojo de hombros, no sé cómo venderle esta historia.
—Culparme de todo. O sea, siempre me ha culpado de todo lo malo que le pasa, así que no puedes romper con ella —intento bromear.
—¿Te culpó de lo de tu padre?
—Y de lo de su ex, de todo. Literalmente de todo. Decía que la dejó por mi culpa, y que era una borde con sus amigas, y... —comienzo a hablar atropelladamente, cada palabra es una grieta en la presa que contiene mi llanto— se fue de casa con él y no se lo eché en cara, me abandonó, y no hizo nada para protegerme, nunca, de nadie, ella nunca estuvo ahí para mí, nunca, ella...
Álex me da unos segundos para que me sosiegue.
—Perdón, esto es penoso... —me disculpo medio riendo.
Hago un esfuerzo para conectar mis pensamientos con todo lo que me transmite calma, acompaso mi respiración con el canto del grillo.
—¿Qué pasó con Raúl? —me pregunta Álex.
Niego con la cabeza. No quiero ni pensar qué le habrá contado mi madre, qué le contó Raúl a ella. Estoy segura de que no fue del todo sincero.
—Él... ¿abusó de ti? —titubea.
No, no lo hizo. Estaba mal que me mirara de esa manera, que propusiera el sábado de película y que después de varias noches me tocara el pecho como quien toca un hombro, y más aún que empezara a masturbarse bajo la manta y que me ofreciera mostrármelo cuando le pregunté qué hacía con la esperanza de que parara. Pero no cuenta como abuso si después fantaseé con eso.
—No, solo era un poco raro, igual que tú —contesto.
Álex deja caer la cabeza y la sacude con una risita.
—Entonces no querrás aceptar un abrazo.
—¿Uno tuyo? —me burlo, incapaz de ocultar mi tristeza.
—¿De quién si no?
Como no me atrevo a acortar los pocos metros que nos separan, es él quien lo hace apartándose de la encimera con un empujoncito.
—No seas tonta, ven —me anima con los brazos abiertos.
—Podrías disimular un poco.
—¿Cuánto hace que no te dan un buen abrazo?
—Qué cabrón —mascullo, arañando el papel de la pared a mi espalda.
No sé qué me molesta más, que me conozca tan bien y lo use en mi contra o que a una parte de mí le guste eso y estar sonriendo como una idiota.
—Te prometo que será uno de esos abrazos que lo curan todo.
—Tú no puedes curarme.
—¿Puedo intentarlo? —insiste, moviendo los dedos.
Resoplo dejando caer los hombros y me acerco fingiendo desgana.
—Creo que tú lo necesitas más que yo —refunfuño, una vez me sitúo frente a él, lista para ser atrapada por el cepo de sus brazos.
—Me gustaría abrazarte —admite.
—Pues hazlo —gruño, rodando los ojos.
Más que abrazarme, me engulle. Es mullido y musculoso y me constriñe como si tratara de sacarme todo lo malo que guardo adentro.
—Te mereces que te quieran —dice muy bajito, devolviéndome las ganas de llorar mientras acuna mi cabeza dulcemente y me besa la coronilla con el mimo que hasta ahora nunca me han dado.
Cierro los ojos y me acurruco contra su pecho, dejándome querer.
—Puedes llorar tanto como quieras —susurra, respirando en el nacimiento de mi cabello, estrechándome como si quisiera absorberme.
Trato de que el abrazo sea recíproco, que él sienta ni que sea una pequeña parte del alud de sensaciones que me transmite. Pero Álex es tan grande que no alcanzo a rodear su cuerpo entero y me asusta un poco que eso me convierta en una de esas chicas de las que él se enamora, esas que están encantadas de recibir todo el amor que a él le sobra, y le sobra tanto... tanto...
Pongo los puños en su torso, incapaz de abandonarme del todo. No puedo seguir pasando por alto el bulto que desde hace rato presiona en mi vientre.
—Bueno, ya está, que te estoy llenando de mocos —murmuro, frotando mi nariz contra su camiseta con una risita avergonzada.
—Podría abrazarte toda la noche —confiesa, antes de comenzar a masajearme la nuca hundiendo los dedos en mi cabello, a lo que agacho la cabeza y suspiro a merced de sus caricias, que electrifican la pelusilla en mi cuello.
Un ruido hace que nos apartemos sobresaltados.
Ha sido la cortinilla de cuentas chocando contra la puerta mosquitera.
—Voy a la cama —musito, con los ojos pegados al suelo y una sonrisa tonta incrustada en mi cara—. ¿Tú qué harás? —pregunto, hecha un flan.
Álex también es consciente de lo que ha estado a punto de pasar. Regresa a la encimera para poner distancia entre nosotros y adopta pose de guardaespaldas, con la lata frente a su entrepierna para disimular la erección.
—Pues hoy me tocará dormir en el sofá, supongo. Había pensado ver una película hasta que me entrara sueño —me informa, un poco cortado.
El frío en el suelo es como pegamento en mis pies.
—¿Cuál verás? —pregunto, no sé por qué.
—Puedes elegirla tú, si quieres. ¿Te animas o miss insomnio tiene demasiado sueño? —Hace gesto con la cabeza en dirección al pasillo.
Esto está mal. Es enfermizo que quiera seguirlo después de lo que acaba de ocurrir, que lo vaya a hacer después de lo que pasó con Raúl.
—Miss insomnio puede aguantar un poco más —contesto.
Inevitablemente voy tras él como una polilla hacia la luz.
Más de 3000 palabras de capítulo. ¡Espero que se os haga corto!
Por fin se desvelan algunos secretos. Laia no tuvo una adolescencia fácil, y mucho menos se lo puso fácil a Susana. ¿Os esperabais que fuera tan problemática? Sabiendo eso, ¿está justificado que Susana se fuera a vivir con Raúl? ¿Por qué creéis que se mudó con él? ¿Os sorprendió lo que pasó entre Laia y Raúl? ¿Qué creéis que pasará entre Laia y Álex?
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