Capítulo 17: Solo sexo

Capítulo 17

Mantengo el silencio por tanto tiempo como me es posible. Dani me mira súper atento. Gina se rasca los padrastros de la uña.

—¡Suéltalo ya! —me suplica ella.

Subo las cejas, haciéndome la interesante.

—¡Laia!

Hago mímica de un redoble de tambor.

—Creo que le gusto a un tío de treinta y pico —confieso, con una sonrisa traviesa y los hombros tan encogidos que me tocan las orejas.

—¿De treinta y pico?

Gina lo procesa con el ceño fruncido, tan concentrada que no se da cuenta de que la porción de pizza se le está doblando en la mano. Reacciona cuando la salsa de tomate cae en su regazo, sobre el papel de cocina.

—Mierda —gruñe, recogiéndolo con los dedos—. ¿Crees?

—Bueno, sí, es la sensación que me da.

—¿Te busca?

—Así, así. —Hago una mueca, ni afirmo ni niego con la cabeza.

—¿Te ha dicho que eres muy madura para tu edad?

—No, qué va.

Dani me mira esperando que añada algo más.

—Pero me ha dicho que soy guapa e inteligente —les digo, soplándome las uñas teatralmente.

—Típico. —Gina rueda los ojos—. Que eres arte también, ¿no?

—Dale tiempo.

—Dale tiempo —repite, y sonríe conmigo.

Dani no lo hace. Se ha puesto tan serio que me obligo a seguir sonriendo, ni que sea solo con la boca. Se inclina hacia adelante, busca mi mirada.

—¿Pero te ha dicho o ha hecho algo más? —me pregunta.

—Una vez lo pillé mirándome las tetas —les digo, pellizcando el pecho de mi camiseta—. O mi ausencia de ellas.

Gina resopla. La conozco, y sé que está a punto de iniciar su discurso. Lo que no sé es si esta vez será para quejarse de mis complejos o de los hombres.

—A muchos tíos les molan las tetas pequeñas —la corta Dani.

—Pero no creo que sea el caso de este —le rebato.

No puedo evitar recordar el incidente en la cama, cuando me vio los pechos y decidió no tocármelos. Puede que no le guste en ese sentido.

—O sea, creo que le gusto —prosigo, balanceando el vaso vacío entre mis dedos—, es solo que... en fin, da igual, no sé explicarlo.

—¿Quién es?

—Es el novio de una amiga —improviso, sorprendida de usar precisamente esa palabra para referirme a mi madre.

—¿Pero tienen una relación abierta? —me pregunta Gina.

Ha de pensarse que ese tipo de relaciones son habituales porque ella la tiene con Dani. Pero no, no lo son, y menos en mi pueblo, en el que cualquiera puede ser una fresca solo por quedar con un amigo a espaldas de su novio.

—No, no creo que tengan una relación abierta —me rio, nerviosa.

—Pues qué cabrón, ¿no?

—A ver, tampoco exageres, que no pasó nada.

—O sea, que sí ha pasado algo —asume, perspicaz.

Gina tiene una especie de sexto sentido para estas cosas, no se le pasa una. Es una pérdida de tiempo que intente mentirle, me lo acabará sonsacando.

—Bueno, vale, sí —admito a regañadientes—. Nos besamos.

—¿Por eso nos mandaste el mensaje?

—No. Lo del beso fue mucho antes.

—¿Cuándo? —me pregunta Gina.

—¿Lo del mensaje fue por él? —me pregunta Dani.

—¿Has seguido viéndolo? —me pregunta Gina.

Jugueteando, rasgo el papel que tengo extendido sobre las piernas. No me veo capaz de alzar la mirada. Dejo los pedacitos en la caja de la pizza.

—¿Cuándo os besasteis? —insiste Gina.

—Bueno, en realidad lo besé yo. Creo.

—¿Crees? —Gina inspira profundamente por la nariz—. ¿Habías bebido?

Hago trizas el papel de cocina. Noto la garganta seca y las manos sudorosas. Cojo el vaso. Lo apuro hasta que cae una única gota del fondo.

—Lo besaste después de la fiesta, ¿verdad? —Otra vez su sexto sentido.

Asiento con la cabeza. Sonrío, intimidada por el interrogatorio.

—O sea, que estabas borracha y enfadada —continúa.

—Bueno, sí, ¿y qué? Me sentía mal por lo de Iván, ¿vale?

—Lo besaste por despecho —supone—. ¿Te lo correspondió ese tal...?

—Álex. —Me arrepiento al instante de haber dado su nombre real—. No, no me correspondió. Bueno, diría que no. Pero tampoco se apartó.

—Vamos, que no lo sabes.

—Oye, relájate un poco, ¿quieres? —exclamo con una risa ansiosa.

Su forma de mirarme me hace sentir asquerosamente disfuncional.

—Tú no tienes la culpa, ¿vale? —me dice.

—Bueno, sí, ya lo sé, claro, pero...

Gina me mira. Dani la mira a ella, pidiéndole que me tenga piedad.

—La verdad, no sé si me lo correspondió ni si le gusto —intento explicarme, alisando la servilleta, secándome las manos en ella—. Porque es un capullo, se ríe de mí y no me toma en serio. A lo mejor solo me vacila, ¿no?

—Creo que te entiendo —murmura, comprensiva.

Le sostengo la mirada por primera vez en mucho rato.

—Corrígeme si me equivoco —empieza, después de un suspiro—, pero me da la sensación de que es como cuando de pequeña te molaba ese tío mayor al que no sabías si también le gustabas o si te veía como a una hermana.

Su resumen tan acertado hace que sonría contra mi voluntad.

—Tengo razón, ¿verdad? —presume.

Mi cara se lo confirma.

—Entonces está claro que va a por ti. Te molesta para llamar tu atención, es su forma de tirarte de las coletas, metafóricamente hablando —me explica.

—O literalmente, si por él fuera —bromeo.

—¿Entonces te gusta? —me pregunta Dani sin reírme el chiste.

Quiero negarlo. Pero sé que se me notará si miento.

—Para mí que te está manipulando con su rollo paternalista —sigue Gina, salvándome—. Te ha dado señales, supongo, sino no estarías contándonos esto. Vamos, que ya me lo imagino: el típico cabrón aprovechado que te vio vulnerable y... —Se calla al ver que me afecta—. En fin, ¿le contaste lo de Iván?

—Sí —admito, con la sensación de que no debí hacerlo.

—Ahí está.

—A lo mejor no es tan mal tío —lo defiende Dani.

—No todos son como tú —contesta ella.

—Igual estás sobreanalizándolo —insiste él.

Gina levanta un dedo para hacerlo callar.

—Deja que lo adivine, ¿verdad que va de maduro? —me pregunta, tomando una actitud detectivesca con la que pretende animarme.

—Bueno, no es muy maduro, pero me trata como si yo lo fuera menos.

Me observa adueñándose de un silencio dramático.

—¿Como a una niña? —me pregunta entonces.

Niego con la cabeza y me río.

—Algo así —respondo.

—Vaya pedófilo.

—Pues sí, un poco —le doy la razón sin tomármela en serio.

Dani y Gina se observan como si tuvieran una conversación telepática. Me siento un poco desubicada, no sé si debería empezar a preocuparme.

—Bueno, a ver, no creo que sea pedófilo —me corrijo.

—¿Pero...?

—Pero... ¿quizá le gustan mis tetas pequeñas? —bromeo.

—Tú no tienes las...

—¡Pedóooofilo! —lo interrumpe Gina, gritando con las manos en cono.

—Espera, espera. —Dani hace una T con las manos—. ¿Ahora los hombres que prefieren los pechos pequeños son pedófilos? —la cuestiona, ofendido.

—Bueno, ¿qué quieres que te diga? Si a ese tío le gusta Laia por ser pequeña o por su cara de niña inocente, sí —responde Gina sin un atisbo de duda, regañándolo—. Sería distinto si le gustara toda ella, con sus cosas buenas y sus cosas malas, no solo por lo que la hace parecer una niña.

Puede que no sea su intención, pero suena como si dijera que no puedo gustar por lo que parezco, sino que debería gustar a pesar de ello.

—¿Hola? A mí no me importa —intervengo, saludando para hacerme notar.

Gina alza las cejas, retándome a que continúe.

—Las tías como yo lo tenemos más fácil gracias a que hay tíos con sus gustos —me explico sin agachar la mirada.

Asiente con gravedad. Prefiero no saber qué piensa de mí.

—¿Tu amiga tiene tu edad? —me pregunta de repente.

—No, tiene la de él. ¿Por?

—Me preocupaba que también se estuviera aprovechando de ella.

—Gina, no se ha aprovechado de mí —le recuerdo.

—Te besó cuando estabas borracha y despechada.

Resoplo con una risita de hartazgo.

—Por dios, te he dicho que...

—¿Qué? ¿Que lo besaste tú? —me corta, y me parece que esto le afecta más a ella que a mí—. Tía, me parece muy fuerte que encima vayas a defenderlo.

—¡Joder, no iba a defenderlo! —exclamo.

Tiene el ceño fruncido de esa forma que anuncia que está a punto de darme una de sus charlas. Le aparto la mirada, no necesito sus sermones.

—Sabes que me preocupo por ti, ¿no? —me recuerda.

—Oh, estoy segura de que sí.

—Laia...

Niego con la cabeza.

—No te preocupes. Olvidaos lo que he dicho. De verdad, no será nada.

—¿Segura?

—Sí.

—Porque tiene treinta y pico —comienza.

—En serio, no le des más vueltas.

—Y tú dieciocho —prosigue.

—Déjalo ya.

—Tía, no sé, me preocupa. —Se frota los dedos limpios con la servilleta, la tercera o la cuarta vez que lo hace—. Ya sabes lo que pienso.

Aprieto los labios sin tener idea de cómo tranquilizarla.

—¿Se lo contarás a tu amiga? —interviene Dani.

—¡Claro que no! —le espeto—. ¿Estás loco?

—¿Y qué harás?

Para mi sorpresa, no soy capaz ni de intentar mentirle.

—No lo sé —murmuro.

—¿En serio? —me regaña Gina—. ¿Piensas seguirle el rollo o qué?

—Joder, tampoco he dicho eso.

—Te gusta, ¿no? —dice Dani, y esta vez no es una pregunta.

—Bueno, creo que no, no lo sé. —Una sonrisa me traiciona al aparecer en mi rostro—. Digamos que me llama la atención. O sea, es guapo, pero...

—Te atrae —termina por mí.

Si Dani insiste tanto ha de ser solo por curiosidad morbosa.

—Sí, supongo que sí. —Se me escapa una risita por los nervios, comienzo a arrepentirme de haber sacado el tema—. Mira, no sé, tiene algo.

—Claro, ¿y sabes qué es? —pregunta Gina retóricamente, inclinándose para rellenarme el vaso de Coca-Cola—. Kilometraje. Tía, piénsalo, te saca muchos años. Habrá estado con otras como tú. Tiene más experiencia. Seguro que sabe qué decir y cómo decirlo para tenerte donde quiere. Hay hombres así.

Con solo mi cara pongo en duda todo su discurso.

—Hazme caso —dice, dándome una palmada en la rodilla—. Primero se aprovecha de ti y ahora juega contigo.

Puede que tenga razón. Lo único que me inclina a pensar lo contrario es que Álex no muestra tanto interés por mí como yo por él.

—Laia, tía, no te juzgo, si es tan guapo como dices es normal que te atraiga. —Gina me pone ahora la mano en el hombro, conciliadora—. Pero de verdad, piénsalo, ¿qué puede ver un hombre de su edad en una chica de la tuya?

A mí se me ocurren cientos de motivos por los que se fijaría en Gina.

—Pues no me parece tan raro —me defiende Dani.

—¿Porque es monísima?

—Por ejemplo. Sí —le concede.

—Ya lo pillo, solo quiere follarme —resumo.

Gina me reprende con una mirada. Por supuesto, ya me ha dado la charla sobre la objetificación. Varias veces. Si no vuelve a la carga con el mismo tema debe de ser porque por fin ha asumido que no puede cambiarme. Para mí el sexo tiene que ser así, no conozco otra manera de disfrutarlo.

—¿Y qué quieres tú? —me pregunta Dani—. I mean... ¿te interesa?

—Bueno, no sé, puede.

Gina se palmea los muslos, irritada.

—Es que es guapísimo —me explico, dirigiéndome a ella.

Niega con la cabeza con incredulidad, fuera de sí.

—Tengo curiosidad por cómo es que me folle un papito —le digo, por acabar de hacerla enfadar.

—¿Aunque sea el novio de tu amiga?

—Bah, no es tan amiga mía —respondo, haciendo un gesto de desprecio con la mano—, estamos peleadas.

—¿Entonces es por venganza o qué?

Hasta este momento he intentado ignorar esa posibilidad. Pensar que puede tratarse de venganza da vida a un monstruo que escarba bajo mi piel.

Comienza a picarme la costra de la rodilla.

—¿Laia? —Gina me saca de mi cabeza.

—¿Qué? —me quejo, innecesariamente agresiva.

—Sabes que un tío así te haría daño, ¿no?

—Pero ni que fuera a tener una relación —me rio indignada.

—¿Tendrías sexo y ya?

—Pues a lo mejor —dudo, con un nudo en la garganta—. O sea, sí.

—¿Tendrías sexo una sola vez, sin repetir?

—Pues claro.

Dani y Gina se miran en silencio. Es obvio lo que están pensando, que con Iván también iba a ser solo sexo y acabé medio enamorada.

—Igualmente no he dicho que vaya a follármelo —aclaro.

—Haz lo que quieras —concluye Gina, alisando la tira de papel encima de nosotros tres—. Si crees que es buena idea, allá tú.

Hay burla en su voz, como si me estuviera recriminando todas y cada una de las malas decisiones que he tomado en la vida, la mayoría relacionadas con hombres. Pienso en cómo imponerme diciéndole lo que opino sobre ella y sobre su visión del feminismo —porque con Gina siempre se trata de eso—, segura de que debe haber una contestación que la obligue replantear su perspectiva.

Pero no la encuentro.

—Allá yo —exclamo, sintiéndome muy torpe y muy estúpida—. No sé ni para qué os cuento nada.

—¿Porque necesitas ayuda? —se ofende, subiendo el tono.

En realidad solo quería que me escucharan para reírnos juntos de algo que, se supone, no tenía ninguna importancia.

—Vamos a cenar, ¿queréis? —nos tranquiliza Dani, acercándonos la caja de pizza.

—Se me ha quitado el hambre —me quejo.

Aun así, agarro una porción para mordisquearla con desgana.

—Vaya dos... —murmura.

—Tú cállate —gruñe Gina.

—¿También la vas a tomar con él? —le suelto, encarándome con ella.

—Se te da genial defender a los hombres. —Gina niega con una sonrisita que me pone de los nervios—. Tía, no te haces ningún favor como mujer.

Conociéndola, seguro que no se refiere a mí, sino a la mujer como concepto. Habla de que no le hago ningún favor al resto de ellas, y no me importa. Tengo suficientes problemas como para preocuparme también por los de las demás.

—¿De qué coño hablas ahora? —gruño.

—Pues que ese tío podría ser un pedófilo y te da igual.

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