Capítulo 31

Narra Omnisciente

Anabella corrió por los pasillos con la carta en mano, se la mandaría de urgencia con un halcón mensajero.

-Anabella.

-Princesa... -Ana aprieta la carta en su pecho-. Permiso, Alteza...

-No dejaré que envíes esa carta -dice la mujer decidida.

-Idalia no puedo dejar que hagas esto. Tu odio hacia los Adrestianos va demasiado lejos.

-Mi odio no tiene nada que ver con esto. Ella es una ladrona y ahora está donde pertenece.

Anabella apenas podía reconocer a la mujer que había visto crecer, recordó lo alegre que era ella, lo buena... hasta la perdida de su madre.

-Esto que haces es una injusticia, sé que has sido tú. Vi al guardia con tu collar.

Idalia abre los ojos de par en par, se sorprende porque pensó que habían sido cuidadosos. Anabella se acerca a ella.

-No puedo dejar que hagas esto.

-¡Anabella! ¡Como princesa te prohíbo que mandes esa carta!

-Mi rey me ha encomendado la tarea de cuidar a todas las mujeres del castillo, esclavas o no. Tengo que ser justa aunque eso signifique faltar a una orden de la princesa. Las ordenes del rey van más allá que las tuyas y lo sabes bien.

Idalia aprieta los dientes junto a los puños, pensó en arrebatarle la carta a Anabella pero ella se echó a correr.

-¡Guardias, deténganla!

Unos guardias empezaron a perseguir a Anabella quien intentó acelerar los pasos a pesar de su edad y el vestido. Dobló en un pasillo y se escondió tras un armario.

-¡¿A dónde ha ido?! ¡No la veo!

-¡Encuéntrenla! ¡Ahora!

Ana observa a los lados, asegurándose de que el lugar estaba despejado y volvió a correr hasta salir del castillo. Fue hasta los encargados de los mensajes aéreos agitada.

-¡Pronto! ¡Envíen esta carta al príncipe!

Los encargados, al ver la desesperación de Anabella asintieron y de inmediato tomaron la carta y eligieron al halcón más rápido. Lo soltaron y este se fue volando, desapareciendo en el cielo.

-¡Ahí!

Los soldados agarran a Ana y la princesa se acerca a ella furiosa.

-¡Me has desobedecido!

-He obedecido a mi rey.

La furia de la princesa la hizo actuar de repente y abofeteó a la mujer.

-Enciérrenla. No quiero verla por aquí.

-S..Sí, princesa.

Los guardias hacen caminar a Anabella y se la llevan también a los calabozos. Idalia mira al cielo, preocupada por aquel halcón con la carta de Anabella. Frustrada lanzó un grito antes de entrar al castillo de nuevo.

El halcón vuela rápidamente hasta los guardias que esperaban por el príncipe y el rey en la entrada del castillo de la ciudad vecina.

-Mira, es un mensaje -avisa uno de los guardias poniendo su brazo para que el halcón se posara en él.

Agarró la carta y el otro guardia lo leyó mientras que él daba un premio al halcón.

-¿Han mandado al halcón más veloz por esto? -se molesta el guardia con la carta.

-¿Qué dice?

-Han encerrado a una esclava, no es nada más. Seguro ha hecho algo grave, ¿por qué lo mandan con urgencia?

-¿Dice cual es el nombre de la esclava? -preguntó el otro.

-Una tal... Zaria.

El guardia salta en su lugar haciendo que el halcón volara y fuera de regreso.

-¡Ella no es una esclava, idiota! ¡Es la mujer de nuestro príncipe! ¡Debemos avisarle!

El guardia corre hasta adentro del castillo con urgencia. Llega hasta la sala de reunión y mientras todos siguen hablando se acerca al príncipe quien lo mira confundido.

-Alteza, han encerrado a la señorita Zaria en los calabozos.

Alexander abre los ojos de par en par a la vez que se levanta de golpe, llamando la atención de todos.

-¿Pasa algo, hijo? -pregunta el rey.

-Padre, debo volver.

El rey, al ver la molestia y preocupación en los ojos de su hijo no duda en asentir. Él se disculpa con los demás y sale a paso rápido del salón.

-¿Quién ha mandado a hacer tal cosa? -pregunta al guardia que sostenía la carta en su mano.

-La princesa Idalia, Alteza.

Alex se detiene de golpe al escuchar eso, lo mira confundido pero sigue caminando.

-¿Por qué?

El guardia se toma un tiempo en responder para leer el resto de la carta.

-Dice que la han inculpado injustamente por robar el collar de la princesa.

-¿"Injustamente"? -murmura para sí mismo.

El príncipe llega hasta afuera y se acerca a Anthas, se sube de inmediato tomando las riendas y lo hace galopar de golpe.

Alex sabía que Zaria no sería capaz de robar, así que no entendía la acusación de su hermana. Hace que Anthas fuera lo más rápido que podía, tarda un poco pero finalmente llega al castillo.

-Príncipe... -los guardias lo reciben con reverencias nerviosas.

Él se baja del caballo con una mirada gélida que hacia temblar a los demás. Su postura intimidante los hacía temer demasiado, no eran capaces ni de acercarse. Todos le dieron paso hasta que entró a los calabozos, el guardia que dormía despierta cuando Alex llegó hasta él.

-P..Príncipe... ¿Q..Qué ha..hace aquí?

-Llévame con Zaria, ahora.

-P..Por supuesto, e..enseguida.

El guardia agarra las llaves y lo lleva por los calabozos vacíos.

-Príncipe... -Alex se detiene un segundo.

-¿Anabella? -se acerca a la celda donde ella estaba- ¿Tú por qué estás aquí?

-Desobedecí una orden directa... este es mi castigo.

Alex estaba más confundido que antes pero mira al carcelero.

-Libérala.

-S..Sí.

El carcelero en cuenta la llave y abre la puerta de la celda de Ana. Ella se inclina ante el príncipe.

-Gracias, príncipe...

Él apoya su mano en el hombro de ella haciendo que se enderezara.

-No tienes porqué -responde él.

Ellos vuelven a caminar hasta bajar a los calabozos más profundos. El carcelero se detiene en la habitación del fondo.

-Abre la puerta -le ordena Alex.

El carcelero prueba con distintas llaves pero por sus nervios fallaba en algunas. Alex perdió la paciencia y le arrebató las llaves.

-Apártate.

Encuentra la llave fácilmente y abre la puerta empujándola de un golpe. Su ceño se frunció al ver a Zaria en el suelo, con lágrimas y sus muñecas adoloridas al igual que su boca por el daño que le hacían las cadenas y la mordaza.

Alex se acerca a ella apresurado y se arrodilla en frente de Zaria. Ella levanta la mirada y conectan miradas, la suya se ilumina al verlo pero nuevas lágrimas aparecen en sus ojos. Aquello destruyó a Alex, su enojo aumentó.

-Quítale las cadenas -le habla al carcelero pero este actuaba un poco lento- ¡Ahora!

Asustó al hombre que agarró las llaves de la puerta y volvió a usarlas para quitarle las cadenas de Zaria, ella se dejó caer sobre el pecho de Alex quien le quitó la mordaza con una daga para hacerlo fácil y rápido.

-Alex... estás aquí... -murmura ella.

-Vine tan rápido como pude, ¿estás bien? -pregunta un poco más calmado.

-Ahora estoy mejor.

Zaria cierra los ojos, se sentía mas calmada con la presencia de Alex junto a ella. Alex la carga en brazos y la saca del calabozo.

-Alex, te juro que yo no he hecho nada. Jamás le robaría a alguien, menos a tu hermana... yo...

-Zaria, mi amor... -él apoya su mejilla sobre la cabeza de ella-. Lo sé, no tienes que intentar convencerme... creo en ti.

Zaria no pudo evitar soltar un sollozo. Le agradaba saber que él creía en ella, que a pesar de ser su propia hermana quien la había mandado a encerrar, él confiaba en ella no ha sido la culpable.

-Alexander.

Alex se detiene de golpe en su camino hasta su habitación.

-¿Qué crees que haces? ¿Liberas a una ladrona?

-Idalia.

Ella abre los ojos de par en par al ver la expresión sever y molesta que Alex mantenía al verla. Jamás la había mirado así y se sorprendió cuando reconoció el efecto que tenía en ella... ¿le temía a su hermano?

-Hablaremos más tarde. Pero te diré que... si vuelves a tocar o encerrar a mi mujer, no me importará que seas mi hermana.

-¿Cómo me hablas así a mí? ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Y todo por esa Adrestiana. Te está poniendo en mi contra, ¿no te das cuenta? Ella solo busca manipularte y...

-¡Idalia, cierra la maldita boca!

La mujer se sobresalta por como Alexander le había gritado, él la mira aún más molesto.

-¡No volverás a lastimar a mi mujer! ¡¿Está claro?!

Idalia aprieta los puños y baja la mirada para que Alex no viera la molestia y frustración en sus ojos. Él se da vuelta y vuelve a alejarse mientras Zaria solo se mantenía en silencio, ver a Alex tan molesto era nuevo para ella.

No sabía como reaccionar.

Pero eso no importaba ahora. Alexander la llevó hasta su habitación y la dejó en su cama. Se ocupó de ella hasta que llegó la doctora para atenderla.

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