Amelia miró las vacaciones con horror. No quería tener una semana de vacaciones. Aunque los demás parecían ilusionados, ella no lo estaba. Iba a sentirse sola, deprimida y no tenía amigos en su ciudad. Sin embargo, en contra de su voluntad terminó saliendo a vacaciones y no pudo evitarlo. Su miedo a las vacaciones era irracional.

Tuvo que afrontarlas. Pasar los siete días de vacaciones y no hubo un revés para ello.

Pero cuando regresó de esa semana, sintió un alivio. A la vez se sintió nerviosa de volver a ver a Santiago y a sus amigos. Esperaba no ponerse como idiota. Terminó llegando tarde a clase, y notó que su amigo no le había guardado puesto. Sintió enojo con él por un momento, pero por alguna razón se sintió aliviada de sentarse lejos de él. Fue raro. Así que se sentó en otro lado. Revisó el salón y notó que Santiago no había llegado.

Cuando éste llegó, el puesto al lado de Amelia era el único que quedaba vacío. El salón estaba a reventar. Santiago buscó casi con desesperación otro sitio para sentarse, pero al no encontrar uno terminó sentado a su lado. Se quiso morir de la emoción y de la vergüenza a la vez. Incluso su rodilla chocó con la de él una vez. No dejaba de mover la rodilla, pareciendo nervioso.

Fue agradable estar así de cerca.