Voces


Gabriel veía desde la ventana de la casa, como Bruno pasaba la tarde al lado de Camilo, sentados en la escalinata del porche trasero, hablando de toda clase de cosas.  Aunque podía acercarse, no quería hacerlo. No hacía falta pues desde donde estaba podía escuchar todo a la perfección ya que cada palabra sonaba en su interior, como si no existiesen barreras para el sonido.  Además resultaba doloroso.

Hasta ahora, no había conseguido que Bruno se apartara de Camilo, pero sólo porque no lo estaba intentando realmente. De alguna manera, esperaba abrirle los ojos a Bruno por las buenas.

— Pero no te lo he cedido —susurró Gabriel, sin perder de vista al chico castaño que reía abiertamente del otro lado de la ventana.

— ¡Esa profesora es todo un caso! No sabía que fuera tan rara —decía Camilo 

— Y no te has enterado de las locuras que hizo en la reunión de navidad de la escuela.

— ¡Cuéntame!

— Quizás,  cuando esté seguro de que podrás soportarlo.

— ¿Sabes? —dijo Camilo, apoyando sus codos sobre sus rodillas—. Hasta que te conocí, no había pensado en un profesor como una persona. Creía que ellos se encerraban en el armario de la sala de maestros después de clases, para esperar al día siguiente.

— Te confieso que tenemos un catre allí —bromeó Bruno.

— Es por eso que siempre llegan temprano —convino Camilo. En ese momento, el joven levantó la mirada y pudo ver a la silueta de una persona en la ventana de la casa. Recordó que antes también le había visto, pero Bruno le negó que se encontrara alguien más en casa—. ¿Quién está adentro?

Bruno miró sobre sus hombros, pero no pudo ver a nadie. A pesar de ello,  sabía perfectamente que se trataba de Gabriel. Le  dio una sonrisa condescendiente, al chico que no dejaba de moverse intentando ver de nuevo aquella sombra.

— ¿Has pensado en la posibilidad de que sean fantasmas lo que vez?

Camilo encontró sus verdes ojos con los de él, creyendo que Bruno se burlaba de su cordura. Aún así le respondió con un humor alegre.

— ¡Estoy hablando en serio!

— También yo —dijo él— ¿No crees que sería posible?

— Quisiera pero por más que he intentado convencerme a mí mismo, no termino por creerlo. Es decir, nunca he visto nada sobre natural, jamás. Pienso que si ese tipo de cosas existieran, ya habría alguna prueba sería de ello, sin embargo solo existen videos alterados y fotografías falsas. Así que no creo en los fantasmas.

— ¿Qué crees que pase después de la muerte?

Por alguna razón, Bruno se sentía interesado por el tema. Tenía la curiosidad de saber qué pensaría Camilo si le contara de Gabriel.

El chico se lo pensó un poco antes de contestar.

— Supongo que sólo dejas de existir y ya —hubo unos instantes de silencio entre ambos, antes de que Camilo continuara—. No sé cómo podría existir algo más. ¿Qué crees tú que pase?

Bruno cerró los ojos y sonrió amargamente.

— No importa lo que piense sobre la muerte. Sé que me llevaré una gran sorpresa cuando ese día llegue.

— ¡Qué perezoso eres! No quieres pensar en una respuesta —exclamó Camilo, quitándole toda la seriedad al tema, cosa que hizo reír a Bruno.

Simplemente, Bruno no tenía tiempo para aburrirse cuando se encontraba en compañía de su joven vecino. Pasaban casi todas las tardes juntos, hablando sobre cientos de cosas, pero nunca en silencio. No podía mantener callado a ese alegre chiquillo, pero eso le gustaba. Camilo era un medio de escape a su desordenada vida. Incluso se sorprendía pensando en él el resto del día y esperando ansiosamente su próximo encuentro.

— ¿A quién llamas perezoso?  —preguntó Bruno, con una sonrisa.

— A ti —respondió Camilo guiñando un ojo.

— Mira quién lo dice.

— Lo eres ¡Lo eres! ¡Lo eres!  ¡Lo eres! –repetía Camilo entre risas.

Y a Bruno sólo se le ocurrió una manera de silenciarlo. Se acercó sin ningún preámbulo, hasta unir sus labios con los de Camilo. Al parecer, éste último ya lo esperaba pues respondió aquella caricia con increíble rapidez. Bruno recibió la cálida humedad que le brindaban los labios de Camilo, y jugueteó con ellos aprisindolos entre los suyos, incontables ocasiones. De pronto, se habían olvidado de todo. Cosa que también solía pasar, pero cuando Camilo usó su lengua para acariciar con ella los labios de Bruno, el profesor sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo entero. Buscó a tientas la mano  de Camilo, y al encontrarla, la oprimió con fuerza. Entonces recostó al chico en el suelo y continuó besándolo.

Nunca antes habían estado en una posición como aquella. Era nuevo para ambos, el dejarse llevar de tal forma. Aunque Camilo se sentía nervioso, estaba hechizado por los calientes besos de Bruno. Temía romper con ese agradable ambiente. Notó como su propia respiración se fue volviendo cada vez más pesada. Pero la sensación más intensa, era la que había en su pecho. Se estaba enamorando perdidamente.

Se escuchó un estruendoso sonido que hizo que ambos se sobresaltaran. Era el sonido de un cristal al romperse con violencia, como si una pelota lo hubiera atravesado con fuerza.  Al incorporarse, se dieron cuenta que no había sido otro que el de la ventana en la que Camilo había visto a alguien.

— ¡No me vas a decir que eso es una coincidencia! —dijo Camilo casi histérico— ¿Por qué me ocultas que hay alguien allí?

Bruno casi no lo escuchaba. Estaba más interesado en saber cómo es que Gabriel había hecho aquello. ¿Tenía la capacidad de manipular las cosas materiales? Por una fracción de segundo, temió al pensar en esa posibilidad, pero se sintió ridículo. Gabriel nunca le haría daño.

— No te oculto nada. Realmente no hay nadie en mi casa —se volvió para mirarlo a los ojos, ojos que lo veían con un destello de desconfianza— ¿Quieres pasar para comprobarlo?

Camilo no pudo evitar ruborizarse. Desde la noche del concierto, no había estado a solas con Bruno en el interior de la casa. Si se ponía a pensar en el rumbo que llevaban las cosas, se le antojaba peligroso.  Aun sentía a Bruno sobre él, besándolo apasionadamente cómo lo había hecho unos instantes antes.  ¿Qué pasaría si le diera la oportunidad de ir más allá? Definitivamente no estaba listo. Negó energéticamente con la cabeza.

— N-no. Lo siento, tengo que irme —dijo antes de salir casi corriendo, sin esperar a que Bruno se despidiera de él.

Pero Bruno apenas reparó en el consternado muchacho, pues mantenía la vista fija en la ventana. Su ceño estaba fruncido y los puños apretados de tal forma que las venas sobresalían de la pálida piel del dorso. Entró a la casa, y buscó con la mirada pero no pudo ver a Gabriel por ninguna parte.

— ¿Por qué has hecho eso? —preguntó llenando la sala con el sonido de su voz.

— Porque quise —obtuvo como respuesta.

La voz provenía de uno de los sillones negros. Gabriel estaba ahí, tumbada de una forma tan relajada e insulsa, a los ojos de Bruno; con los brazos cruzados detrás de su nuca.

— ¿Tienes idea de cuánto me costará eso?

Pero Gabriel afiló su mirada y casi de inmediato se sentó sobre el sillón adoptando una posición desafiante.

— ¿Cuánto dinero crees que me he traído aquí? —Cuestionó con sarcasmo—.  No te preocupes por estupideces como esa. Al final todo va a quedarse atrás.

Bruno crispó los labios. Se levantó las mangas de la camisa, acomodándolas sobre los codos.

— Aunque digas cosas como esa, no reduce lo idiota que te vez haciendo éste tipo de berrinches. Creí que ya había quedado más que claro lo de Camilo —decía mientras se dirigía al armario y sacaba de él una escoba y un recogedor.

— Yo decidiré eso —refunfuñó Gabriel.

Bruno recogía los vidrios grandes con las manos, y barría cuidadosamente los más pequeños. Gabriel lo miraba por el rabillo del ojo. No se animaba a hacerle frente por temor a parecer arrepentido de sus actos. Jamás dejó su orgullo de lado.

— No sé a dónde quieres llegar con todo esto —comentó Bruno. Pero al ver que no recibía respuesta, continuó hablando—. ¿Qué es exactamente lo que buscas? ¿Por qué estás aquí? ¡Es tan confuso todo este asunto de la muerte!

— ¿Cómo puede resultarte confuso, idiota? La muerte es un estado absoluto. No hace falta ser muy listo para entender eso.

Bruno se levantó, dejando el recogedor lleno de cristales rotos junto a la escoba. Rodeó el sillón para ver a Gabriel a la cara.

— ¿Y cómo es que puedo verte?  Si realmente estás muerto y eso es un estado absoluto, entonces es posible que no seas más que una alucinación. Un simple juego de mi mente. ¿Cómo saberlo?

— ¿Qué?

— Dame una prueba. Si realmente eres un fantasma, o lo que sea, pruébamelo. Debe ser fácil para ti. Sólo quiero saber con qué estoy tratando. Un fantasma o un boleto directo al hospital mental.

Gabriel evocó una sonrisa amarga.  Negó con la cabeza, como si dudara de las palabras de Bruno.

— No voy  a darte ninguna prueba sólo porque tu noviecito te las ha pedido. Di lo que quieras, pero sabes bien cual es la verdad —Gabriel volvió a recostarse en el sillón, con los ojos cerrados; cortando la conversación.

Bruno lo observó por un largo rato sin decir nada más.  Pensaba en él y pensaba en Camilol. Ambos eran muy diferentes. Camilo era alegre, espontáneo y había llegado a encontrar cierta ternura en su carácter. Mientras Gabriel era arrogante, misterioso e inteligente. Y cuando se lo pensaba, era esa malicia, esa esencia demoníaca la culpable de que se enamorara de él como lo hizo. Gabriel nunca dejó de llamarlo “idiota”, “bastardo” o “infeliz”, pero  cuando se rascaba un poco a la concha que lo cubría, el “idiota” se convertía en “amor” y el “bastardo” en “cielo”. Al pensar en ello, no pudo reprimir una sonrisa.  Encontraba irónico como le había hecho perder la cabeza un chico tan diferente, a las dulces señoritas que intentaron atraparlo,  que en el fondo (muy en el fondo) era igual de sensible y cariñoso.

Ni siquiera la muerte había logrado cambiar a Gabriel Luna. Y sus sentimientos hacía él, tampoco, aunque se cansara de intentarlo.

*  *  *

Bruno se encontraba en la sala de maestros. Como en todo martes, la profesora Isabela estaba también ahí. Mientras ella trabajaba intensamente revisando las tareas que le habían entregado sus alumnos de la clase pasada; él simplemente pasaba el tiempo en nada. Aunque en su escritorio había también una pila de papeles con fórmulas químicas escritas, no les prestaba la más mínima atención.

En ese instante una chica abrió la puerta de la sala, sin siquiera tocar. Mirabel, su ex alumna, entró a la sala. Pero lo que llamó la atención de Bruno es que Camilo entró justo detrás de ella. Al parecer, habían llegado juntos. Al pasar frente  él, Mirabel se detuvo para saludarle educadamente con un simple “Buenos días” pero Camilo demostró más timidez, quizá temiendo a revelar la clandestina relación con Bruno por medio de sus ojos, por lo que sólo asintió  y siguió los pasos de la chica.

— Profesora Isabela—dijo Mirabel, deteniéndose frente al escritorio de Isabela—. Es sobre el trabajo de equipo que nos ha pedido. A Camilo y a mí nos ha tocado la Reina Elizabeth de Inglaterra. ¿Podemos usar algunos poemas en el ensayo? Sólo como una referencia literaria.

Bruno tomó uno de los trabajos que tenía sobre el escritorio y fingió leerlo. Espiaba, por encima del papel, a la pareja de jóvenes que hablaba con Isabela. Mirabel llevaba suelta su corta melena castaña, una sencilla blusa en color salmón y un par de jeans. Ella tenía un cuerpo delgado y esbelto, pero parecía no saberlo, pues lo escondía detrás de aquella blusa holgada.

Aunque la verdad ella no le importaba demasiado. Estudiaba más a Camilo. Él muchacho parecía más nervioso por la presencia de Bruno que de Mirabel. Al parecer no era consiente de los celos que estaba sembrando en Bruno, paseando por la escuela con esa chiquilla.

Isabela y los chicos, es decir Mirabel, hablaron por unos minutos. Luego, salieron despidiéndose de Bruno  de la misma manera en que lo habían saludado. Él sólo asintió forzosamente. Espero sólo un par de segundos después de que los chicos salieron, para levantarse de su silla y salir del aula. Se quedó de pie a mitad del pasillo, con los brazos cruzados, viendo como ellos se alejaban caminando uno al lado del otro y hablando tan animadamente.

*  *  *

 

Bruno llegó a casa encontrándola sola en su totalidad. No se veía a Gabriel por ningún lugar. No creía que el joven hubiera decidido desaparecer de nuevo, pues la noche anterior esperó junto a él hasta que Bruno se quedó dormido, como lo hacía siempre. Quizás estaba dedicándose a cosas de fantasmas.

Subió a su habitación para ponerse algo más cómodo, encendió la pantalla y se recostó para relajarse un poco, pero se quedó dormido sin darse cuenta.

Despertó cerca de las seis de la tarde. Sentía el cuerpo adolorido, cómo si hubiera pasado más de un día tumbado en la cama. Apagó el televisor que transmitía un programa de bajo presupuesto. Se dirigió al baño para lavarse la cara y justo después de hacerlo, le llegó el sonido de alguien riendo a carcajadas en el piso inferior.

Bajó, siguiendo el curioso sonido. Se encontró con que éste provenía del estudio en el que preparaba sus clases. Al entrar, vio a Gabriel sentado en el escritorio con un libro abierto sobre la superficie. El chico ni se dio cuenta cuando Bruno entró, pues estaba inmerso en la lectura. El mayor sonrió conmovido. En vida, Gabriel había visitado miles de veces ese estudio, y pasaba las horas leyendo en silencio. A veces por tanto tiempo que Bruno se olvidaba de que estaba ahí. Hoy, Bruno tenía la misma expresión en el rostro: vivía a través de los libros. Podía sentirlo todo como si le sucediera a él mismo, por ello las alegres risas de Gabriel resonaban en toda la casa.

Entonces, Bruno reparó en el libro que Gabriel leía. Era un libro japonés llamado “El Momento de los Tulipanes”  el cual leía cuando se separaron. Y nunca terminó de leerlo, pues su muerte se atravesó. Pero Bruno se inquietó al verlo, pues tenía conocimiento de todo aquello, por lo que en los últimos años, no había siquiera tocado ese libro que yacía en el estante en el que el propio Gabriel lo dejó la última vez. No se explicaba cómo el libro había llegado al  escritorio a menos que Gabu lo hubiese tomada.

"Quiere decir que sí puede manejar materiales, pensó Bruno. Nunca antes lo había visto hacerlo. Bueno, hasta el incidente con el cristal."

Pero ahora algo le parecía diferente, pues no era un impulso de ira, sino una acción completamente consciente.

— ¿Desde hace cuanto tiempo estás aquí? —preguntó Bruno. Pero naturalmente, Gabriel no lo escuchó. Así que se vio obligado a atravesar su mano entre la mirada del joven y el libro. Por fin, atrajo su atención y repitió la pregunta— ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

— Hace mucho.

— Mientes. Desde que llegué estoy buscándote.

A Gabriel le alegró escuchar eso, pero lógicamente no lo demostró.

— Pues quizá no quiera estar todo el tiempo en esta casa.

Bruno le miró un poco incrédulo, pero decidió aclarar sus dudas sobre el libro.

— ¿Cómo obtuviste el libro?

Y el rostro de Gabriel se iluminó, como si esperara a que Bruno trajera a colación el tema.

— ¡No puedo creer que me haya olvidado de él! Está increíble. Justo ahora estoy leyendo como la protagonista decide alejarse de su idiota, pero siempre lo encuentra en todas partes ¡Y el mapache! ¡Oh, jodido mapache! Voy a morirme de risa si sigue haciendo estupideces… Bueno, más muerto.

— ¿No se suponía que la muerte es un estado absoluto?  —se burló Bruno, usando las palabras de Gabriel.

— Qué gracioso —dijo Gabriel fingiendo molestarse, pero lo cierto es que sus ojos demostraban la complicidad que siempre había existido entre ellos. Permanecieron mirándose uno al otro con un cariño leído entre líneas, hasta que el sonido de una risa femenina distrajo a Bruno.

La voz parecía provenir desde el exterior de la casa. Bruno se giró por instinto en dirección al pasillo que conducía a la puerta trasera. Gabriel también la escuchó, pero con la claridad con la que escuchaba todo. Infló un poco las mejillas al descifrar de lo que se trataba ese sonido. Cuando Bruno volvió su atención al interior del estudio, Gabriel había desaparecido.

Bruno caminó hasta el escritorio y echó un vistazo al libro sobre éste. Una alucinación, no había podido hacer aquello. Pero nada le aseguraba que el libro no fuera parte de ésta jugarreta de su mente. Iba a tomarlo para comprobar que estaba realmente ahí, y de ser así, regresarlo a su estante. Pero prefirió no hacerlo. Igual que antes, el libro se quedaría justo dónde Gabriel lo había dejado, aunque nunca más pudiera usar el escritorio otra vez.

Volvió a escuchar la voz de una chica joven charlando y pudo percibir también, los acordes de una guitarra. Fue ahí cuando comprendió. Temió un poco a la posibilidad de que estuviera en lo cierto, por lo que se apresuró a salir al jardín trasero. Ya una vez ahí, no tuvo duda. Se quedó de pie en el porche, desde dónde pudo apreciar perfectamente lo que sucedía.

En la casa de junto, es decir, la de Camilo, estaban dos jóvenes a la sombra del árbol del patio. Era Camilo y la odiosa de Mirabel. Camilo estaba tocando la guitarra y cantando (para acabarla de jóder), sentado en el césped y junto a él, la chica guardaba algunos libros en su mochila, mientras contemplaba a Camilo con una melosa mirada. 

Y Camilo parecía un ser de otro mundo cuando se quedaba inmerso en la música, observando con verdadera devoción a la guitarra mientras sus largos y delgados dedos formaban acordes presionando las cuerdas. Y su voz era simplemente hermosa. Escucharlo era algo asombroso… por eso Mirabel estaba perdida mirándolo como si quisiera arrancarle la guitarra y comérselo a besos.

Camilo, entonces, terminó la canción.

— Tocas excelente —dijo Mirabel, apartando un mechón de su rostro.

— Gracias —respondió Camilo tomando su celular y deteniendo la grabadora de voz.

— ¿Te grabas mientras cantas? —cuestionó la chica con su coqueta sonrisa.

— Mientras toco, para saber qué tan afinado ando.

— Pues me pareció perfecto. Tú eres en verdad talentoso -luego ella observó la hora en su celular— Es hora de irme.

Camilo se puso de pie, dejando la guitarra recargada en el árbol y le ofreció la mano a Mirabel para ayudarla a levantarse. Ella se despidió de él con un simple ademán y unas cuantas palabras  que Bruno no pudo escuchar y después salió por el pasillo del patio. Bruno pudo verla, puesto que ambos pasillos estaban divididos solo por la baja cerca que Camilo saltaba con suma facilidad.

La chiquilla estaba tan feliz que ni se percató de su presencia pero Camilo lo vio casi al instante. Lo saludó alegremente y brincó la valla para llegar hasta él. Bruno no pasó por alto la felicidad que se veía en su rostro, algo que lo hizo sonreír sin saber exactamente por qué. Sin embargo no pudo contener esa parte de él que estaba llena de celos.

— Dijiste que no sabías tocar la guitarra —fue lo primero que dijo Bruno, en un tono acusador.

— No, tú me preguntaste si tocaba y te he dicho que no porque prefiero no hacerlo, pero sí sé —respondió Camilo un poco extrañado del tono con el que me hablaba el mayor.

Bruno adoptó una expresión un poco recelosa.

— ¿Qué canción estabas tocando?

— More than words —respondió Camilo, pero justo después de hacerlo, se dio cuenta del peso de sus palabras. Lo viera por dónde lo viera, le había cantado una canción romántica a otra persona. Se sintió un poco incómodo, pero Bruno no dijo nada únicamente lo miró fijamente y eso causó en él un extraño impulso de justificarse—. Isabella nos encargó un trabajo en equipo. Ella vino a estudiar pero le comenté sobre la música y me pidió que tocara algo… no terminamos el proyecto así que mañana por la tarde iré a su casa —esto último lo dijo como una confesión.

— ¿A qué hora? —le cuestionó Bruno con frialdad, cómo si estuviera en posición de exigir esa información.

— A las seis.

— Yo iré por ti.

Ya se las cobraría después con Isabella, pero ahora Bruno tenía que concentrarse en proteger a Camilo de cualquier cosa que quisiera apartarlo de él. Sentía los ardientes celos quemándole la garganta y la boca del estómago. Mismos celos que reprimía pues temía demostrar su verdadera naturaleza ante Camilo.

Camilo, cabizbajo, asintió guardado la sensación de que algo había hecho mal. Jamás había visto esa mirada en los ojos de Bruno y no tenía idea de cómo actuar ante ella. Bruno se dió cuenta de esto, por lo que se suavizó un poco y alborotó con la mano los cobrizos cabellos del menor. Camilo pudo ver una sonrisa en el rostro de Bruno y se sintió lo suficientemente bien para sonreírle también. De pronto el chico se abalanzó a él y lo abrazó, oprimiendo la cara contra el pecho del mayor. Bruno sintió su celoso corazón ablandarse y sin dudarlo un momento, correspondió aquella dulce muestra de afecto.

*  *  *

 

Era su deber, como profesor, vigilar la conducta de sus muchachos en el área de estudio. Por eso, Bruno observaba en silencio de pie en el pasillo principal a la hora de entrada, para que ninguno pasara por alto. Sin embargo, estaba concentrado sólo en uno de sus estudiantes: Mirabel. La joven no se apartaba de la puerta principal, viendo periódicamente al exterior. Se veía bastante ansiosa, cosa que no le agradaba para nada a Bruno.

De pronto, los ojos de Mirabel se iluminaron y esbozó una alegre sonrisa. Con toda la discreción posible (que no fue suficiente para ocultarse de los ojos de Bruno) ella desabrochó un botón más a su blusa, pronunciando su escote. Por supuesto que su esfuerzo no cambió mucho las cosas, puesto que ella seguía viéndose demasiado discreta, pero la intención asqueó a Bruno.

Camilo apareció. Él se veía tan bien como siempre, con esa bella sonrisa que deslumbraba a quien lo mirase. Bruno decidió no perder de vista, ni un solo segundo, la dirección de los ojos de Camilo. El joven hablaba animadamente con la chica, pero era inevitable que un adolescente siguiera sus impulsos. En cierto momento, la mirada de Camilo fue a dar al escote de Mirabel. Bruno chasqueó los labios al verlo. Tan sólo unos segundos después, Camilo se despidió de ella para continuar su camino.

Ésta vez, Bruno no se preocupó por Camili, sino que se concentró en Mirabel. Al parecer, la chica se sentía victoriosa, pues su sonrisa la delataba. Ella también continuó, pero por el pasillo en el que Bruno se encontraba. Él tenía la mirada severamente clavada en la chica. Al pasar junto a él, Mirabel lo saludó amablemente.

— Buenos días, profesor Madrigal.

— Señorita Mirabel —su voz sonó más venenosa de lo que esperaba— Cierre ese botón de su blusa. Esto es una escuela. Sus padres piensan que tienen a una joven decente como hija, pero en lugar de eso me encuentro con esto —al decir esta última palabra, sus ojos recorrieron a la chica de pies a cabeza, como si se tratara de algo repulsivo.

Mirabel se puso tan roja como un tomate, y se apresuró a abotonar la blusa con torpeza. Las lágrimas no tardaron en aparecer y ni siquiera tuvo el valor de ver nuevamente a su profesor. Lo único que quería era desaparecer. Sin decir más, salió corriendo y llorando. A pesa de todo era solo una adolescente y estaba lo bastante avergonzada por ese hecho como para contarle a alguien lo que había sucedido.

Bruno no se arrepentía, sino que se alegraba de no contenerse. Esa chiquilla le había causado ya demasiados disgustos y él que no fuera consciente de ello, no cambiaba las cosas.

*  *  *

Camilo estaba recostado en la sala, con su guitarra en los brazos y el bajo eléctrico en el sillón. Eran ya las diez de la noche, cuando Dolores entró por la puerta, luciendo bastante cansada. Dejó su bolso en el perchero y se dejó caer en unos de los tres sillones.

— Hola, hermanita —le saludó Camilo.

— Hola —respondió ella con una agotada voz.

— ¿Qué tal tu día?

— Bueno, estoy aquí ¿No es así? —contestó con una suerte de sonrisa— ¿Qué haces tú?

— Sólo afino los instrumentos —dio un respingo al recordar algo— por cierto, hoy estuve tocando un poco ¿Quieres escuchar?

Dolores asintió, mirándolo con ternura.

Camilo no perdió tiempo. Cogió su teléfono y lo conectó al Bluetooth de la bocina y reprodujo la canción que había tocado para Mirabel. La tranquila canción comenzó a escucharse mejor de lo que Camilo esperaba. Dolores incluso pareció más relajada al oírla. Parecía perfecta pero, casi al final, un ruido en el fondo llamó la atención de Camilo.

— ¡Es genial! Aunque no te guste la guitarra, tienes mucho talento para ella —comentó Dolores.

— ¿Escuchaste algo extraño? —preguntó Camilo al tiempo que se ponía de cuclillas frente al modular.

— Para nada.

Camilo subió el volumen mucho más de lo que a Dolores le hubiera agradado pues el mero sonido de la estática aturdía su oído. Aún así reprodujo nuevamente la canción, pero ésta vez comenzó casi al final. Se escuchaba a gran volumen, Dolores se cubrió las orejas e hizo un gesto de desagrado. Entonces se escuchó con claridad una tenue voz en el fondo.

Camilo se sobre saltó y Dolores solamente se admiró del bueno oído de su hermano para captarlo la primera vez, pues con todo el volumen, era apenas audible.

— ¿Escuchaste? —Camilo detuvo la música— Es la voz de un hombre diciendo “Él es mío”.

— ¿A qué se refiere?

— No tengo idea —el rostro pensativo de Camilo, seguía clavado en la bocina.

Dolores arqueó ambas cejas ligeramente.

— Quizás alguien que gritaba a lo lejos.

— Lo habríamos escuchado en ese momento. Además, ésto parece como si estuviera susurrando.

Hubo un corto silencio entre los dos. Camilo buscaba alguna explicación, pero cuando la encontraba, su propia lógica lo hacía olvidarla. Dolores simplemente veía a su hermano, esperando que dijera algo más.

— Camilo ¿Vas a decirme que ahora crees en fantasmas?

Camili la miró a los ojos. Negó con la cabeza, pero no se le escapó el hecho de que era la segunda persona que le hacía esa pregunta en el transcurso de la semana. No estaba seguro de lo que fuera o a quién estaba diciéndole eso esa extraña voz, pero un escalofrío recorrió su cuerpo y, por primera vez, temió a lo que desconocía. ¿Sería esa la prueba que había pedido?

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