Confrontación

Bruno Madrigal daba vueltas en el sillón de la sala. Eran las cuatro de la tarde y estaba ahí, solo. Tenía el celular en la mano, debatiendo consigo mismo la cuestión de llamar o no a Camilo Romeroll. Mentalmente, vislumbraba la irritada mirada del joven al empujarlo después de aquél beso. Cuando lo pensaba, le parecía que podía sentir la humedad de esos delgados labios, impregnada en los suyos. Pero también recordaba sus palabras.

Eres mucho peor de lo que me han dicho. Así que sí le hablaron mal de él. Seguramente esa basura de chicos con los que ahora andaba o tal vez la santurrona de Mirabel. Lo peor es que era verdad.

No, lo peor es que no había señales de Gabriel.

Desde la noche anterior, cuando el chico moreno literalmente se desvaneció al chocar contra él, no lo había visto más. En un principio, Gabriel sólo se dejaba ver de noche, poco a poco, fue apareciendo en distintas horas del día hasta llegar al punto de estar visible casi todo el tiempo. Pero ahora nada. Simplemente se lo había tragado la tierra. Sin embargo, evitaba pensar en ello. De nada le serviría darle vueltas al asunto. Sólo conseguiría mortificarse pues la idea de no volver a ver más a su amante predilecto, lo afligía. Más aún, lo destrozaba.

A pesar de no poder tocarlo, de no poder decirle todo lo que sentía por él y de no poder buscar una vida a su lado; el tener a aquél joven, ya fallecido, deambulando en su casa; resultaba una experiencia hermosa y peligrosa a la vez. Muchas veces se dejó llevar por la idea de tenerlo ahí, y pasaba gran parte del tiempo conversando y recordando todo lo vivido. Siempre terminaba olvidando que estaba muerto.

Intentó invocarlo casi toda la mañana. Hablándole como siempre lo hacía o provocándolo para aparecer pero nada servía. No quedaba más que aceptar que Gabriel no quería volver a verle, después de insultarlo de aquella forma.

Sin embargo no se sentía del todo arrepentido. Porque Camilo representaba una realidad y Gabriel una fantasía. Si perdía la noción de eso, quién sabe dónde terminaría.

Así que ahora estaba solo. Qué vacio era el tiempo cuando se encontraba así. Desde hacía dos semanas, cuando los chicos entraron a su vida, no tenía tiempo de pensar en la soledad. Y ahora la soledad lo estaba quemando por dentro ¡Y tan sólo había pasado un día!

Pero él no se daría por vencido. No, señor. Tomó su resolución, después de todo, era él quién decidiría el rumbo de su vida. Marcó sin pensarlo más el número de Camilo.

Él no le respondió. Pero ya se esperaba eso. Recordó que la noche anterior, le dijo que Dolores lo llevaría con él a la Feria del Libro. Ella también habló de eso en sus citas, por ello tenía claro en dónde se realizaría esa exposición.

Cogió las llaves del Sentra y salió sin más preámbulo.

* * *

- Por favor no me causes problemas -dijo Dolores Romeroll a su hermano menor. Estaban en el pasillo, entre las paredes falsas que dividían las salas de presentación. Ella se asomaba continuamente al interior de la sala en la que se llevaría a cabo la presentación de uno de sus libros más importantes.

- No lo digas como si me causara demasiada emoción estar aquí -dijo su hermano, sin despegar la mirada de Instagram. Las personas pasaban del staff de un lado a otro. Los autores y editores estaban especialmente irritables-. Qué aburrido.

- No tienes que estar aquí si no quieres, puedes ir a dar una vuelta por la feria -le dijo su hermana sin alterarse, al tiempo que sacaba el iPhone y respondía un correo electrónico.

- Sí, que emoción... -respondió Camilo en un tono más bajo, casi para sí mismo.

Ella lo miró por primera vez en toda la mañana.

- Tengo que irme. Haz lo que quieras, sólo no te alejes demasiado. Te envío un mensaje si no te veo -después de decir eso, desapareció en el interior de la sala.

La presentación del libro comenzó. Ahora que medio mundo estaba en la sala de conferencia, sólo ocasionalmente pasaba alguien por el pasillo. A Camilo le dolía un poco la cabeza. No bebió demasiado la noche anterior como para provocarle resaca, pero no concilió el sueño demasiado bien. Pasó la mitad de la noche, insultándose a sí mismo por haber confiado en Bruno, maldiciendo al profesor por haberle engañado y reprendiéndose a sí mismo por dejarse humillar de tal forma. Que un hombre lo besara en los labios era lo equivalente a un golpe en los bajos.

Llegó otro mensaje más de Ana, su ex novia. Aunque tenían poco tiempo de haber terminado, se podría decir que aún tenía una buena relación con ella. Después de todo, soportó la mitad de su adolescencia, junto con todos sus molestos cambios, al lado de la chica.

El mensaje decía: "Me perdí de Motley Cure, pero viene U2 a finales de Septiembre. Sí que estaré ahí."

No se sentía con demasiado humor para recordar el concierto de la noche anterior, pero de igual manera respondió: '¡Cierto! Será dos días después de tu cumpleaños. Como me encantaría felicitarte personalmente."

Suspiró y poco tiempo después escuchó unos pasos apresurados por el pasillo. No le importó, puesto que supuso que era algún otro ratón de biblioteca. Es por eso que cuando esa persona se acercó y se detuvo justo frente a él, se vio obligado a levantar la mirada. Bruno Madrigal.

* * *


Bruno pudo ver que Camilo casi se va de espaldas. Entre asustado y sorprendido, Camilo giró hacía todas partes cerciorándose de que no hubiera nadie cerca, entonces se puso de pie, quedando frente a él. Se veía sumamente decidido a enfrentarlo.

- ¿Qué hace usted aquí? -preguntó con aire apático- ¿Acaso ya se olvidó de lo que hizo anoche?

- No lo he olvidado, de eso es que quiero hablarte -le respondió, adoptando una apariencia lo suficientemente segura.

- No tenemos nada que hablar ¡Podría denunciarlo! -Camilo observaba con nerviosismo aquél pasillo, esperaba que nadie lo viera ahí hablando de algo tan vergonzoso.

- ¿Y por qué no lo hiciste? -Bruno procuraba no dejar salir ninguna especie de emoción por su voz. Aún así, ésta pregunta hizo aparecer un centello furioso en los verdes ojos de Camilo.

- No crea que no soy capaz de hacerlo -ese era el punto final a la conversación. Camilo quiso rodear el cuerpo de Bruno para irse de ahí, pero el mayor lo tomó por la muñeca. Aunque era un agarre firme, estaba exento de violencia- Suéltame, ahora.

Bruno entrecerró los ojos, notoriamente molesto y dejó el brazo de Camilo en libertad. El chico se masajeó la muñeca que Bruno había aprisionado, sin bajar la mirada ante su vecino.

- No te comportes como un niño pequeño. Al menos escucha lo que tengo que decir -dijo Bruno, provocando que se acrecentara todavía más la molestia de Camilo, al escucharlo hablar a como si él fuera el causante del problema.

- No puedes hablarme así. Tú eres quien se embriagó anoche y no fue capaz de controlarse -dijo Camilo.

- No estaba ebrio -terció Bruno, midiendo con cautela el tono de sus palabras-. Tú mismo viste que sólo tomé un par de cervezas. No creas que esto es algo provocado por el alcohol. Sinceramente, hace tiempo que quería hacerlo.

Camilo permaneció con una expresión estupefacta al escuchar aquellas palabras. Se retiró un par de pasos, de manera que sus pantorrillas chocaron con el filo de la silla en la que estaba sentado minutos antes.

- Eso es peor -declaró Camilo, completamente asqueado-. ¿Acaso acostumbras estás cosas? Usted es mi vecino, profesor de la escuela a la que asisto y el novio de mi hermana. No creí que fueras tan pervertido.

El semblante de Bruno se endureció. Sin embargo, dio un hondo respiro para controlar sus emociones y así hablar con total normalidad.

- No hables como si me conocieras.

- ¡No me quedan muchas ganas de conocerlo!

- Tú pudiste haber impedido eso. También estabas en todo tu derecho de rechazarme en ese instante. Pero no lo hiciste. Creo que por la misma razón por la que me invitaste a mí al concierto y no a otro chico de su edad.

- Asume demasiado -sentenció Camilo, con insolencia.

En ese instante, se escuchó un sonido proveniente del móvil de Camilo. El menor lo sacó, sin importarle lo grosero que se vería al leer un mensaje mientras mantenía una conversación con alguien más. Era un mensaje de Ana. Debido a la proximidad, también Bruno fue capaz de ver el mensaje.

En el celular se leía: " Me encantaría ¡Tengo tantas ganas de verte! Te extraño mucho."

Bruno sabía que se trataba de la ex novia de Camilo. Aunque jamás le dijo su nombre, le confirmó que era con ella con quién siempre mantenía conversaciones por teléfono. Se vio presa de los celos. Tenía que actuar, a como diera lugar.

Cogió el confundido rostro de Camilo entre sus manos y volvió a besarlo. El chico se quedó congelado, sin saber qué debía hacer. Soltó el teléfono que cayó, primeramente en su pie y después en el suelo. Sólo atinó a colocar sus manos en las muñecas de Bruno, que estaban tan cerca de su rostro. En lugar de retirarlas, las oprimió fuertemente.

Bruno acariciaba los labios de Camilo con suavidad, saboreándolos con ternura. Y cuando menos lo esperó, él mismo Camilo llevó tímidamente su lengua al encuentro de la suya. Bruno sintió una corriente eléctrica recorrer todo su cuerpo. Y debido a la emoción de aquél beso, terminó haciendo a Camilo sentarse de nuevo en la silla, al tiempo que él se inclinaba lo necesario para seguir unido a él. Contra toda lógica, ambos se dejaron envolver por la intensidad del momento.

Poco tiempo después, Bruno terminó el beso, pero no cambió su postura, pues permaneció ahí, con la frente pegada a la de Camilo, intentando verle a los ojos. No le fue posible por qué el chico, tenía sus mirada baja, evidentemente contrariado.

- ¿Por qué me respondiste el beso? -preguntó Bruno.

Pero Camilo solo bajó más la cabeza y eludió la interrogante de Bruno, dejando a sus pensamientos aparecer en voz alta.

- Dolores va a odiarme cuando se entere de lo que estoy haciendo.

Bruno se sorprendió de las palabras de Camilo. De manera que no estaba molesto con él, sino consigo mismo. Se enterneció un poco al pensar que su rechazo no se debía a que le desagradara la idea, sino a la culpabilidad que le provocaría la latente traición hacia su hermana. Lo miró con dulzura y levantó el rostro del menor, empujando suavemente el mentón del muchacho.

- No te preocupes por eso. Realmente no hay nada entre ella y yo. Ni siquiera la he besado.

Los ojos de Camilo se encontraron con los de Bruno. El chico no le creía completamente. Veía a su hermana bastante contenta después de salir con él, por lo que resultaba difícil creer en las palabras del Madrigal.

- Usted le gusta en serio -dijo Camilo con una dulce voz baja y temerosa.

Bruno sonrió. Continuaban en aquella posición tan comprometedora.

- Si lo prefieres, hablaré con ella mañana mismo. Le diré que no podremos seguir saliendo más.

Camilo se ruborizó y echó la cabeza hacia atrás, para ver mejor al profesor pero sin apartarse demasiado.

- N-no he dicho que acepto lo que ha hecho. Yo...

En ese momento la puerta de la sala de conferencias se abrió y de ella salió Dolores. Tenía su teléfono en la mano y escribía en él con gran rapidez. Por el rabillo del ojo, pudo ver a Camilo hablando con otra persona, pero no prestó la suficiente atención en su momento y habló sin levantar la vista.

- ¿Has visto mi agenda, Camilo?

Entonces le dirigió la mirada a su hermano y pudo verlo sentado en la silla, con la cabeza gacha y ambas manos, sujetando el teléfono sobre el regazo. Junto a él, estaba Bruno de pie contemplándola con una sonrisa, que aunque era nerviosa, ella confundió con alegría. No se percató de lo rápido que ellos se incorporaron.

- Profesor Madrigal ¿Qué hace aquí? -ella guardó su móvil de inmediato. Se acercó a ellos mostrando una complacida sonrisa.

- Bueno, has hablado tanto de la Feria del Libro que tuve que venir -mintió.

Ella le sonrió. Camilo no dejaba de ver el rostro iluminado de su hermana, que había cambiado con tan sólo ver a Bruno ahí. Él no podía ser tan cruel como para borrar esa sonrisa de la persona que más quería. Cogió la agenda que estaba olvidada en la silla de junto y se la extendió a su hermana. Interrumpió en la conversación abruptamente.

- Aquí está. Tómala.

Dolores tomó el cuaderno. Por un momento logró olvidarse de ella pues fue tanta la impresión de ver al Madrigal que ni siquiera notó la entristecida expresión en el rostro de Camilo.

- Bruno... Ahora estoy ocupada aquí pero ¿podrías....?

- Claro que puedo llevar a Camilo a casa. No hay problema -le interrumpió Bruno con una amable sonrisa. Sabía que Dolores quería salir con él o al menos invitarlo a quedarse pero necesitaba pensar un poco las cosas. Además, notó lo decaído que lucía Camilo con la aparición de su hermana-. De hecho nos íbamos ya.

Dolores era demasiado prudente como para insistir. No se atrevió a intentar cambiar los planes que Bruno tenía, pero le pareció un poco extraño. Miró a su hermano con cierto desconcierto.

- ¿De verdad, Camilo? -preguntó.

Camilo dio un brinco al escuchar su nombre. Se volvió a su hermana y trató de esbozar una sonrisa natural. Aunque ni él mismo se tragaba la falsedad de aquella mueca.

- Claro. La verdad ya me dio hambre y esto está de lo más aburrido. Te veo en la casa ¿Sí?

Ella asintió sonriéndole con ternura. Después de pedirle a su hermano que no abusara de la amabilidad de Bruno, se despidió de ellos con un ademán y volvió a la conferencia.

Una vez que Dolores se fue, la pesada mirada de Bruno cayó sobre Camilo, que no se atrevía a mirarle, consiente de lo coloradas que estaban sus mejillas. Bruno sonrió.

- Mañana mismo hablo con ella.

Camilo, con ese sonrojo difícil de controlar, clavó una severa mirada en él y pronunció las siguientes palabras:

- ¡Más le vale! ¡Y quiero una hamburguesa doble!

* * *

El Sentra de Bruno se detuvo frente al micrófono del auto servicio. Camilo esperaba entrar al restaurante pero tuvo que conformarse con llevar la comida a casa. Después de todo, sería raro entrar al establecimiento con un hombre mayor.

- Adelante, pide lo que quieras -le instó Bruno, señalando con un gesto el menú del drive trhu.

- ¿Qué pedirá usted? -preguntó Camilo, golpeando suavemente el mentón con su dedo mientras observaba sus opciones.

- No quiero nada -suspiró el mayor-. Sólo pide lo que quieras. No importa.

Camilo le dedicó una mirada desconfiada. Entonces, se decidió a cobrarle por ponerlo en aquella posición. Se levantó del asiento y se inclinó, aun sobre él, para alcanzar la ventanilla del auto hacer llegar su voz al micrófono. Bruno se quedó con los ojos abiertos cómo platos al ver al chico sobre él probablemente inconsciente de lo hermoso que se veía así.

- Deme una hamburguesa doble con salsa BBQ, un refresco grande, papas crisscut, tres porciones de queso y un helado de vainilla... ¡Grande! Inclúyame una rebanada de pay de manzana, por favor.

Bruno abrió sus ojos sopesando todo el dinero que tendría que pagar por eso, mientras, Camilo, le daba una pícara y traviesa sonrisa que abarcaba la mitad de su rostro.

- Sí que tienes apetito... -le dijo con una ceja inclinada.

Camilo asintió y retomó su posición en el asiento del copiloto.

- Bueno, usted invita ¿No es así? -dijo el menor. Al ver a Bruno mover la cabeza en señal de afirmación, Camilo pensó en lo agradable que es aquello. No era alguien interesado en las cosas materiales pero la idea de que un hombre como él le invitará no era precisamente desagradable. Se preguntó qué más seria capaz de hacer Bruno por él.

Bruno avanzó hacia la ventanilla. Recogió el pedido y pagó lo equivalente a su comida de tres días, por aquel montón de grasa. Se lo entregó a Camilo, que saboreaba su hamburguesa con el solo olor que inundaba el auto.

Gabu nunca comería una de esas cosas, pensó Bruno. Se sorprendió pensando en él. Algo imperdonable, pensó después, son personas muy diferentes. No tengo por qué compararlos. Afortunadamente, Camilo iba inmerso en sus propios pensamientos, mientras él conducía por la avenida.

Aunque Camilo, se veía mucho más preocupado.

- Usted ¿está buscando tener sexo conmigo? -preguntó el chico seriamente, sin tener el valor de mirarlo a la cara. No estaba en lo absoluto sonrojado, más bien se veía asustado.

Bruno tragó saliva al escucharlo. Sintió como su sangre bajó agresivamente hasta sus pies. Se orilló junto al estacionamiento de una mueblería y aparcó el auto. Ciertamente se sentía incapaz de conducir por la impresión de aquella pregunta tan extraña. Se aclaró la garganta y se volvió hacia Camilo, que lo observaba confundido.

- No seas ridículo ¡No estoy pensando en nada de eso! -sentenció Bruno.

- Entonces que es lo que quiere de mí -preguntó Camilo, oprimiendo la bolsa de papel en la que llevaba su comida.

Bruno se apartó el negro mechón de su frente. Mantenía los ojos cerrados.

- Solo quiero que no me odies por haberte besado -abrió los ojos y los dirigió a los de Camilo-. Y que no te molestes si vuelvo a hacerlo... Porque lo haré.

El rostro del menor se tornó rojizo, pero sólo asintió pesadamente y permaneció en silencio, devolviendo su mirada al frente de la avenida. Bruno sonrió y continuó su trayecto.

Llegaron a la casa de los hermanos Romeroll al poco tiempo. Camilo bajó del auto con su bolsa de comida. Caminó hacia su casa seguido por Bruno. En realidad, Camilo tenía la esperanza de que Bruno lo dejara solo pero ahora lo seguía así que no tuvo más opción que pasar de largo hasta el jardín del patio trasero. Allí se encontraban la mesa de picnic que su hermana Dolores había conseguido.

- ¿Realmente no comerás nada? -preguntó Camilo, al tiempo que le ofrecía asiento.

- No, yo estoy bien. No te preocupes -respondió tomando asiento frente a él.

Bruno hizo danzar los dedos sobre sus nudillos y observó con atención a Camilo. El chico se sentía algo intimidado por él pero en cuanto vio su hamburguesa sobre la mesa, supo que su hambre podía más que nada. La tomó y se la llevó a la boca para darle un gran mordisco.

- Esto está buenísimo. Gracias por invitarmela -dijo el chico, a penas logrando que algo se entendiera dado que hablaba al mismo tiempo que intentaba masticar.

A Bruno le pareció en encantador.

- No es nada, aunque si yo hubiera elegido te habría llevado a otra parte. Algo mucho mejor.

- ¿A uno de esos lugares a los que has llevado a Dolores?

Bruno se sintió prácticamente acorralado pero sonrió galantemente y respondió.

- Sí, si tú quisieras.

Camilo lo observó por unos instantes antes de darle otro bocado a su hamburguesa. No lograba entender a aquel hombre frente a él. Era uno en la escuela, otro cuando estaba con su hermana y uno diferente en un concierto pero de alguna forma para Camilo era el mismo hombre de atrayentes ojos verdes que confundían sus pensamientos.

Camilo nunca antes se había sentido atraído por un hombre. Tenía sólo dieciséis años. Ana había sido su primera novia, la primera chica a la que besó y no había llegado más allá de eso. Realmente solo había seguido el camino que se suponía que debía seguir pero por alguna razón, la idea que de su profesor se interesará en él causaba un torbellino de pensamiento que nublaban sus ideas.

Todo habría sido más sencillo si no supiera que Dolores estaba interesada en él. ¿Qué probabilidad había de qué él y su hermana compartieran el mismo interés romántico? El temor al rechazo de Dolores le asustaba.

Y aún así su profesor le fascinaba.

Camilo apoyaba su rostro en su mano mientras observaba a su vecino y llevaba una de las papas a si boca.

- Señor Madrigal ¿Yo de verdad le intereso?

Bruno lo observó por algunos instantes.

- Cada vez que me llamas "Señor Madrigal" siento que tuviera cincuenta años. Por favor solo dime Bruno

Camilo esbozó una sonrisa. Bruno notó un brillo encantador adornando las pupilas del menor. La calma con la que el joven agitaba la pajilla en el vaso de refresco y el aura armoniosa que lo envolvía, hacía crecer en Bruno la necesidad de conocerlo más cada vez.

- Lo siento.

- Y sí me interesas -dijo Bruno, inclinandose un poco al frente. Sus ojos veían directamente a los de Camilo.

Camilo no dijo nada más. Terminó su comida en silencio. Bruno se limitó a acompañarlo mientras tanto. A pesar de todo el silencio entre los dos fuera de ser incómodo era algo agradable. Calma es la palabra que Bruno podría usar para describir ese momento. Y la calma no era algo que abundara demasiado en su vida, por eso aquello fue realmente especial.






* * *


Al día siguiente, Bruno no se encontró con Camilo en la escuela, ni una sola vez. Tenía la sensación de que su vecino le estaba evitado. Lo mejor era no presionarlo. Y si Camilo no quería verle más, por lo menos tenía la conciencia tranquila, tras haberse disculpado. Él daba la clase de química a los alumnos de cuarto grado, cuando su móvil vibró.

Tomó el teléfono por debajo del escritorio, pues el tenía la estricta política de no permitir los móviles en clase. Comprobó, con alegría, que era una notificación de whatsapp de Camilo:

"Se lo dices hoy ¡No lo olvides!"

Guardó su teléfono y continuó trabajando como de costumbre.

Al llegar a casa, lo primero que hizo fue recoger el correo. Nada más que cuentas por pagar. En ese instante, el Civic de la casa continua, entró a la calle. Bruno supo que ese era el momento. Sin importar que fuera el indicado o no, haría lo que tenía que hacer. No tenía nada que perder, puesto que no logró sentir nada más que una tenue atracción por Dolores.

Tal como lo esperaba, ella se bajó del auto, vistiendo un hermoso traje en tonos cálidos con un rojo predominante. Al verlo, le saludó con una alegre sonrisa.

- Buen día, profesor -dijo la chica al acercarse. Llevaba entre sus brazos la agenda y algunos cuadernos más-. ¿Le gustó la Feria?

- Desde luego. Entiendo por qué te llevó tanto tiempo preparar a tu gente.

- La próxima semana tendré trabajo de nuevo -dijo cerrando sus ojos, adoptando la apariencia de una adolescente, claramente insinuando que estaba dispuesta a una invitación a lo largo de la semana.

Pero Bruno no quiso darle vueltas al asunto.

- Me alegro. Dolores, tengo algo que decirte -no le dio tiempo a la joven de preguntar de qué se trataba, pues continuó hablando, frente a la curiosa mirada de ella-. Hemos salido tres veces y ha sido bueno, pero no podremos hacerlo más. Comencé una relación con otra persona, y quiero algo de seriedad ¿comprendes?

Ella no hacía más que mirarlo. Fue un pequeño golpe a su ego, pero era una mujer adulta y realmente no conocía a ese hombre, como para sentirse enamorada de verdad. Así que agradeció que tuviera la consideración de decírselo de frente. Le sonrió.

- No se hable más. Fue agradable y espero que seas feliz con esa persona -le guiñó un ojo a Bruno y comenzó a caminar en reversa-. Ella es una chica con suerte.

Bruno asintió sonriendo. De igual manera, caminó al interior de su casa. Una vez ahí, sacó su teléfono celular y escribió un mensaje para Camilo.

"Está hecho."

A tan solo unos segundos de haber enviado el mensaje, su móvil vibró otra vez.

"Lo vi por la ventana. Gracias," fue lo que leyó en la pantalla.

Arrojó el celular en un sillón y se recostó en el otro. Pasó un buen rato así, con una sonrisa en los labios mientras pensaba en Camilo.


* * *

Pasaron cuatro días. Nada había cambiado, aparentemente. Bruno seguía saludando a Dolores cuando se encontraba con ella y a veces hablaban un poco. Ella se preguntaba quién sería la chica con la que ahora salía pues nunca veía a otra mujer en su casa, ni a él salir demasiado.

Ahora, cada vez que Bruno y Camilo se encontraban en los pasillos de la escuela, Camilo también le seguía con la mirada hasta perderlo. En casa, seguían hablando sobre la cerca que dividía sus jardines durante algunos minutos. Pero se veían por las tardes. Regularmente, Camilo brincaba la barda del patio trasero para llegar a casa de Bruno. No había necesidad de ello pues estaba solo la mayoría del tiempo, pero todavía sentía algo de culpa por arrebatarle el novio a su propia hermana.

Casi siempre estaban en el jardín trasero, hablando sobre montones de cosas. Y Bruno cumplió su palabra. Regularmente, robaba algunos besos de los labios de Çamilo. Al principio, Camilo se incomodaba pero conforme pasó el tiempo, aprendió a disfrutar de ellos con plenitud. Incluso olvidó el miedo a que les descubrieran.

Pero Bruno aún se sentía solo. Especialmente por la noche. Cuando la ciudad entera estaba durmiendo y la casa estaba a oscuras, pensaba, como todos, en los paradigmas de la vida en relación a la muerte. Entonces venían los recuerdos de Gabriel. Si una vez le resultó difícil superar la perdida, ésta vez era imposible.

Pensaba en él cuando estaba a solas. Sobre todo antes de dormir. Se sentía asqueroso. Gabriel había vuelto de la muerte para verlo y él no hizo más que lastimarlo otra vez. Intentó negarse a sí mismo lo culpable que se sentía pero conforme avanzaban las noches, ese sentimiento se volvió más potente. También estaba furioso con él, puesto que fue él mismo quién provocó que sus instintos se apoderan de él y ahora no era capaz de perdonarle. Suponía que le había puesto una espacie de prueba que claramente no aprobó. Como castigo, lo había perdido para siempre.

- Estúpido. Tú eres quien dijo que siempre volvería a mí. Mentiste -dijo aquella noche, mientras estaba envuelto por las sábanas de su cama.

Deseó con todas su fuerzas que Gabriel apareciera una vez más.

- Yo no miento, pero es obvio que no me querías contigo -escuchó la voz de Gabriel que venía del lado contiguo de la cama. El lado en el que siempre dormía cuando se quedaba con Bruno, por las noches.

El corazón de Bruno latió con fuerza al escucharle, se volvió a él con una sensata sonrisa y se alegró al comprobar que Gabriel estaba ahí.

- Estás loco ¡Jamás pensaría algo así! -exclamó Bruno

- Aún así, estás con ese chico -protestó, Gabriel.

Bruno lo escuchó, pero estaba demasiado feliz por la aparición de Gabriel que no tenía ganas de discutir con él.

- Aunque estés molesto, me alegra que volvieras.

Arrancó una sonrisa de Gabriel, que lo miraba de forma cariñosa.

- Nunca me fui, sólo no podías verme -pero volvió a tomar una actitud seria, de inmediato-. Te he visto con ese chico. No soy tonto, sé perfectamente lo que pasa. Incluso mejor que tú.

Bruno cruzó los brazos detrás de su nuca, usándolos como almohadas. Volvió el rostro hacía el techo y se mantuvo pensativo por algunos instantes.

- Estabas pero no podía verte -repitió-. Ciertamente es complicado.

Gabriel se levantó de un brincó y se sentó sobre la cama, lanzándole a Bruno una enardecida mirada y bajo ésta, apretaba los dientes con fuerza. Como era de esperarse, la temperatura descendió hasta dejar el cuarto helando. Bruno notó una nubecilla de vapor blanco salir de su boca al respirar.

- ¡Estás ignorando lo que te digo! Siempre haces eso -gritó Gabriel, pero extrañamente, se alcanzaba a ver una tenue capa de vapor, salir de sus labios-. Cuando las cosas no te convienen, cambias el tema. Pero ésta vez no ¡No te lo permito! Respóndeme ¿Por qué sales con ese niñito? ¿Por qué diablos estas intentando reemplazarme sólo así? ¿Tan poco te importé?

Bruno lo observaba en silencio. Dejó salir un suspiro por el cual apelaba a la paciencia. Se sentó sobre la cama, igual que Gabriel, y lo miró a los ojos. El chico, dejó atrás su semblante irritado y se dispuso a escucharlo.

- No estoy reemplazándote. Él y tú, son personas muy diferentes. No hay punto de comparación.

Gabriel se encogió en hombros. Lejos de tranquilizarse, tras aquella respuesta, experimentó un dolor en el pecho.

- Entonces ¿Sólo estás olvidándome?

A Bruno le molestó aquella suposición. Tuvo tantas ganas de ignorar la regla de "no tocar" y sembrarle un buen beso en los labios para que no olvidara con quién hablaba, pero ese tipo de medidas ya no le estaban permitidas. Ahora, había reglas en el juego.

- ¡Idiota! -dijo Bruno- ¡No digas cosas tan estúpidas como esa!

Pero al final Bruno se dejó llevar por sus impulsos. Se abalanzó a Gabriel, con la intención de tomarlo por los hombros, pero éste desapareció a centímetros de que cumpliera su objetivo, provocando que Bruno casi cayera de frente, sobre la cama. Gabriel apareció a su espalda, de pie.

- Tu lujuria, cálmala con tu perrito -le dijo Gabriel, dejando adivinar en su voz, más celos que ira-. A mí no tienes por qué tocarme.

Bruno le sonrió. A pesar de todo, Gabu seguía siendo el mismo celoso de años atrás. Un poco más tranquilo, volvió a acostarse en la cama. Gabriel lo veía con las mejillas infladas, como un niño pequeño, al no recibir respuesta alguna por su comentario.

- Ya entiendo... Gabriel -dijo Bruno en un tono travieso- ¿Extrañas que te haga el amor?

Pero al responder, Gabriel ya había vuelto a recostarse en la cama, junto a Bruno.

- No seas estúpido ¿Cómo podría extrañar algo como eso? -respondió, con la intensión de bajar la ardiente egolatría de Bruno.

Pero Bruno dejó escapar una risilla. Esperaba una respuesta como aquella.

- En serio ¿No extrañas las sensaciones físicas? El frio, el calor. Lo que sientes al tocar el césped, la arena. Incluso estás sábanas. Dudo que puedas sentirla después de perder tu cuerpo ¿o sí?

Gabriel intentó recordar todas esas sensaciones, pero había pasado tanto tiempo, que por más que indagó en sus recuerdos, no encontró nada meramente parecido. Sólo había imágenes, sentimientos, sabores y, aunque no quisiera admitirlo, los toques y caricias de Bruno. De ahí en más, todo había quedado en el olvido. Gabriel sabía que esas eran las sensaciones que se tenían al estar vivo, pero que se quedaban atrás en la muerte. Todo, menos Bruno.

- ¿Sabes que extraño? -preguntó Gabriel. Para entonces, ambos tenían la mirada en el techo, como si pudieran ver las estrellas a través de él.

- Dime.

- Escuchar cómo intentabas acallar tus gritos al venirte -Gabriel esbozó una sonrisa y se volvió para ver el rostro de Bruno. Le complació ver cómo el mayor, abría los ojos por completo y en sus mejillas aparecía un leve rubor.

- ¿Por qué dices esas cosas?

Gabriel comenzó a reír ampliamente.

- Te hice sonrojar -Gabriel cantó su victoria-. A pesar de que esas eran tus intenciones conmigo.

Bruno le sonrió. Sus miradas se encontraron. Gabriel se dio cuenta de que aunque no recordaba lo que se sentía cuando te encajaban una aguja en el hombro, todavía podía sentir aquel dolor en el pecho. Dolor que apareció al ver a Bruno sonreírle así, y saber que ni aquellas muestras de cariño, ni él, volverían a pertenecerle.

- ¿Dejaste de amarme? -preguntó Gabriel.

Pero el semblante de Bruno se tornó inexpresivo. Gabriel esperaba un rotundo "no", algo que le hiciera recobrar las esperanzas, pero a cambió de eso, recibió una elusiva y fría respuesta.

- Ya no pienses en esas cosas -respondió Bruno.

Cabizbajo, Gabriel se sentó una vez más en la cama. Pensó que ya no tenía razones para dormir al lado de ese hombre, o al menos contemplarlo dormir, si había dejado de amarle. Pero se sorprendió al sentir a Bruno, adoptando la misma postura a su lado. Él sonreía y sus ojos recorrían el rostro de Gabriel con un profundo afecto.

- No me preguntes cosas que sabes que son imposibles -solicitó Bruno, con una delicada sonrisa-. Yo jamás dejaría de amarte.

Aquella incapacidad de tocarse, se había convertido en una maldición. Ambos hombres, estaban atrapados en una atracción magnética, y lo único que podían hacer era mirarse mutuamente.

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