9. Los gigantes de piedra

Nina podría haberse quedado allí el resto del día, contemplando el camino nevado destrozado por las llantas, pero Jules se revolvió en sus brazos para lamerle la barbilla y el hombre a su lado le zarandeó el hombro con suavidad. Lo miró ausente. Conocía a cada dhem de su ciudad y la vecina, Greenstone. Aquel hombre alto no era de la manada local.

—¿Estás bien? —le preguntó—. ¿Quieres que atrapemos a ese chico?

Las luces y las sombras giraban en torno a él, más nítidas que nunca, mostrando en aquel momento una preocupación genuina.

—No hace falta. —Fue Nate quien contestó por ella. Salió al porche junto a su gemelo y se dirigió a la chica. Posó las manos en sus hombros—. Es su hermano. Nos encargaremos nosotros. Pasad: mi padre os espera en el salón.

Nina apretó a Jules contra sí, agradeciendo en silencio no tener que responder. Se concentró en los desconocidos, mirándoles con recelo sin poder evitarlo. Sabía que varios habían estado en la casa dos días atrás, lo que no entendía era porqué seguían allí.

Se alejó despacio del agradable pilar de calor que era Nate a su espalda, para ir a buscar la maleta abandonaba junto al balancín y arrastrarla al interior de la casa, queriendo huir tanto del frío como de la mirada curiosa de los cazadores mientras su mente zumbaba. Iba por las escaleras cuando los gemelos la alcanzaron.

Darren le arrebató la maleta y Nina pasó a sujetar a Jules con un solo brazo cuando él extendió la mano libre hacia ella para entrelazar sus dedos. Nate pasó un brazo por su cintura y se mantuvo cerca, dándole pequeñas caricias en las mejillas. El menor de los hermanos contribuyó frotando la cabecita contra ella. Ella no se quejó. Había crecido entre lobos, entendía su necesidad de tocar a otros miembros de la manada para ofrecer consuelo. Y para ellos eso era justo lo que era: una de los suyos.

Lo agradeció, porque era lo único que le impedía echarse a llorar con fuerza.

—¿Estás bien? —le preguntó Nate—. Vince parecía algo enfadado. ¿Cómo llevas lo demás? Si quieres que apaleemos a James solo tienes que pedirlo.

Nina suspiró, mirando el suelo con remordimiento.

—Como para no estarlo. Lo ataqué sin querer. —Estaba lejos de tener el control sobre aquel poder misterioso. Y lo temía. ¿Cómo no hacerlo cuando había matado a alguien con él? No parecía distinguir entre inocentes y villanos—. Si antes desconfiaba de lo que sois, con esto lo he confirmado.

—¿Vas a contarle todo entonces?

—O podrías borrarle la memoria —sugirió Darren—. Los illarghi lo harían.

—Prefiero borrarle la memoria —admitió Nina—. Sé que no es decisión mía, pero no lo quiero en este mundo. Se merece algo mejor que esto, no os ofendáis. A veces puede ser muy... peligroso. —Y ella no dejaba de conseguir recordatorios de ello.

—Un día tendrás que decirle adiós si eliges ese camino —le advirtió Nate—. Tu hermano es fuerte y te ama. Vino aquí dándote la oportunidad de contarle todo.

—¿Crees que no quiero? —Nina le frunció el ceño—. Es egoísta. Además, nos tendremos que despedir en algún momento. —Incluso si le llevaba la contraria a James por pura cabezonería, era consciente de que no podía escapar: tarde o temprano sería convertida.

Sacudió la cabeza.

—¿Qué hago? ¿Me lo llevo a Azzhack? Ni siquiera yo quiero ir. Ahora mismo me da miedo el solo pensar en ello. —Se sentía como una mosca diminuta zozobrando con torpeza entre titanes, esperando que en cualquier momento una mano gigante la aplastara—. Y se supone que yo... Se supone que soy la compañera de vida de James, que no debería temer a la manada. No sé si dar otra vez cosas por sentado.

No los miró. No se atrevió a hacerlo. Les oyó tomar una gran bocanada de aire al unísono y tensarse, llevando los hombros hacia atrás. No había que ser un genio para darse cuenta de que atacarla a ella era lo mismo que agredirlos a ellos.

—Vamos, Pecas. —Darren le dio un empujoncito con los hombros—. No lo estarás diciendo en serio ¿verdad? Somos una familia.

—Darren, calla —espetó Nate, ceñudo—. Ha sido atacada en nuestra ciudad. En nuestro jardín. Tiene todo el derecho a estar asustada.

Su mano grande aplastó los mechones rojizos de la chica cuando le palmeó la cabeza. Nina cerró los ojos vidriosos. Vince también hacía eso.

—Vamos a descubrir lo que está pasando y vamos a arreglarlo. Te lo prometo.

Ella asintió en silencio, pero en el fondo de si misma no lo creyó. Recordó sus sueños. Recordó el campo de batalla, la cabaña impregnada de muerte, y no se permitió olvidar que en su mundo estaba condenada a ser una presa.

—Ponte algo más abrigado que eso —le dijo Nate cuando llegaron a la habitación de James.

Nina miró de él a la cama donde había pensado hibernar durante el resto del día. Suspiró, volviéndose hacia el lobo con una expresión cautelosa.

—¿Por qué?

—Vamos a reunirnos hoy en el bosque. Está nevado, anochecerá y hará incluso más frío. Ahora tienes que cuidarte más que nunca.

—¿En el bosque?

—En el santuario —especificó él y Nina dio un respingo.

El santuario enclaustrado en medio del bosque solo era necesario en dos ocasiones: durante las festividades de los dhemaryon, cuando los límites entre los mundos se difuminaban y a las cuales nunca se le había permitido asistir, o bien cuando iban a tratar asuntos serios de la manada. Asuntos que precisaban de la mirada vigilante de la madre loba sin mancillar el santuario privado de los Aryon.

—No creo que sea necesaria —murmuró. Su voz sonó inquieta, como el veloz corretear de un conejito asustado atravesando la pradera—. No tiene que ver conmigo—. En realidad, debería salir ahora mismo tras mi hermano.

Aunque no lo haría. Dudaba que Vince quisiera verla en aquel momento: estaría aterrado. Y con razón. Cuando fuera a buscarlo debía tener una solución a aquel embrollo.

—Tiene todo que ver contigo —replicó Darren, recuperando su atención—. Más allá de lo que ha estado pasando en otras regiones, tú has sido atacada tres veces bajo nuestras narices. Y eres una Aryon. —Miró a Jules, que había saltado de los brazos de la chica a la cama—. No, cachorro, tú te quedas. ¿No tienes deberes?

Nina apenas pudo pensar con los estridentes aullidos de protesta del menor de los Aryon. Más allá de Sterling, no tenía nada que aportar. Bastó que un destello viniera a su mente, de Karen limpiando una espada en la biblioteca, para que se estremeciera.

—¡Sándwich de gemelo! —exclamó Darren de pronto, para acto seguido abrazarla. La chica parpadeó cuando el otro hermano se unió de inmediato y se vio envuelta por músculos suaves y muy cálidos.

—Darren, ¿qué haces? —siseó, ruborizándose con rapidez, más divertida que enfadada. Distraída, aunque fuera un instante, como si no estuviera a punto de dirigirse a la boca del lobo.

—Era obvio que necesitabas un achuchón, Pecas —respondió él con la voz sonando ahogada al hundir el rostro en su pelo—. Y los achuchones de gemelos son lo mejor. Sobre todo si están buenos. Ahora, sonríe para la cámara.

Nina, de hecho, sonrió mientras él alzaba el móvil y ambos estampaban un beso en cada una de sus mejillas. ¿Cómo podía no hacerlo? ¿Cómo podía no quererlos y confiarles su vida?

Alzó una mano para tirarle de una mejilla a Darren, con una expresión tan exasperada como tolerante por el familiar acoso. Años atrás el mayor de todos los hermanos le había regalado una cámara, dando inicio a una pasión; desde ese día Nina se convirtió en su víctima favorita. No era raro verla huir de él ni a James patalear porque hacía con sus fotos lo que quería.

Después se giró hacia Nate y se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla.

—Gracias por salvarme la vida el otro día. —Se puso de puntillas otra vez y le dio dos besos más. Después, divertida, lo miró y dijo de lo más resuelta—: Si no te cortas ese pelo y esa barba, Karen lo hará por ti.

Nate esbozó una sonrisa alegre, de esas que se asomaban en pocas ocasiones, con los ojos plateados brillando con cierta travesura, haciendo a la chica sentirse mucho mejor. A un foráneo le sería difícil distinguirlo de su gemelo, después de todo eran como dos gotas de agua, y el mayor de ellos tendía a colaborar con la treta al vestirse de forma similar y usar el mismo corte de pelo por insistencia de Darren.

En aquel momento llevaba el pelo de ébano más largo que durante el verano, lo bastante para poder atarlo en una pequeña coleta al inicio de la nuca. Una barba de varios días le adornaba el rostro, como una versión oscura de Kurt Cobain; una mucho más musculosa y salida del más pecaminoso infierno.

—Me ha dado un ultimátum —confesó él. Había una chispa de rebeldía en sus ojos—. Si en las próximas doce horas no me he adecentado, me atará a la silla y me rapará hasta la última hebra de pelo con Ar'vhel.

—Si ella no lo hace, lo haré yo —espetó Darren, dándole una mirada que pendía entre la diversión y el disgusto—. Es como si me malograras a mí.

Nina no prestó atención a los sonidos de forcejeo cuando se alejó de ellos, envuelta en una fingida calma. Aquello era familiar, cosas que le arrancaban una sonrisa, porque era la versión bípeda de dos cachorros de lobo jugando entre sí. Salvo, por supuesto, que el único cachorro de la casa era Jules, en su tierno y diminuto tamaño, aunque el puesto pronto le sería arrebatado.

James los esperaba cerca de la linde. Había un gesto ausente en su rostro mientras miraba al bosque con los brazos cruzados, inmóvil mientras los copos de nieve lo cubrían como si fuera un ángel oscuro olvidado en el jardín hasta que un alma incauta lo descubriera para quedarse prendada de su belleza.

Nina ladeó la cabeza como un pajarillo curioso. No era fácil conseguir que se ensimismara, como tampoco lo era sacarlo de allí cuando se metía en lo más profundo de sí mismo; no necesitaba ninguna runa para saber eso. Se acercó de forma ruidosa, con las botas hundiéndose bajo unos considerables centímetros de nieve, todo lo contrario a sus acompañantes.

Arrebujándose más en su abrigo, forzó su cuerpo adolorido a moverse más rápido y llegar hasta su compañero. Depositó un beso en su hombro tras rodearle la cintura con los brazos y cuando se giró hacia ella, clavó los ojos en él con la inquietud bailoteando en las profundidades verdes, junto a una pregunta silenciosa.

La expresión adusta de James se suavizó. Se volteó hacia ella por completo antes de ahogarla en un abrazo de oso.

—Me dijeron lo de Vince. Lo siento mucho. Si se lo quieres contar te apoyaremos. Y si no, también —le prometió James. Ella no necesitaba preguntar el cómo. Solo los Aryon y sus compañeros podían hablar mentalmente con otros lobos en forma humana.

—Después pensaré sobre eso. De todas formas ¿qué me dice que no hablará con mis padres y me empezará a odiar como ellos?

Los labios femeninos se curvaron en una mueca. Había tenido tiempo para pensar sobre los Sparks mientras se cambiaba. Recordó —tan triste que ni siquiera tuvo fuerzas para sorprenderse— el día en que Corinne la había atacado. La facilidad con la que su madre se había dejado convencer de que aquellos gruñidos horribles eran solo los efectos de una película de terror reproduciéndose de fondo. Recordó el titubeo en su voz, la urgencia. Amelia había intuido que algo ocurría, algo peligroso y aun así se fue. Si su propia madre la había abandonado a su suerte de esa forma ¿por qué esperar que Vince actuara de forma diferente?

«Es lo mejor —pensó, aguantándose las ganas de llorar al recordar el miedo pulsando en las sombras que rodearon a su hermano—. Sin mi alrededor serán solo unos humanos corrientes, con vidas humanas corrientes».

—Podemos hablar de esto después. Hay que ponerse en marcha. —James miró a sus hermanos—. Mamá ya debe estar allí. Nuestro padre irá en un momento con los demás.

—No estoy segura de querer ir —murmuró Nina cuando tiró de ella hacia los árboles. Se había puesto ropa abrigada, además de unas botas de nieve que había secuestrado del armario de Karen y que le iban pequeñas, pero se preguntaba si no debería haberse puesto una armadura.

—Si por mi fuera no irías, solo que estás metida hasta el cuello. Eres testigo. —Le dio una sonrisa que no le llegó a los ojos—. En cuanto acabe esto podrás dedicarte a estar tranquila. Quizá hasta a soñar con esa corona.

Nina parpadeó.

—No estarás pensando que iré a ese estúpido baile ¿verdad?

—Claro que sí. Tienes que recoger la corona conmigo, solecito.

Nina le habría contestado de no ser porque habían llegado a un claro —el mismo en el que se había topado con el esclavo de la luna— y ellos empezaron a desnudarse. Como la habían pillado desprevenida, se turbó durante un momento, con el rostro tan rojo como si cada gota de sangre se hubiera acumulado allí. Oyó sus risitas bajas: se sabían hermosos e impresionantes. Fue todo lo que necesitó para volver a sí e ignorar su garganta seca. Clavó la mirada con dignidad en un punto más allá de las ramas blanquecinas que la rodeaban. Después extendió los brazos para que los exhibicionistas depositaran las ropas livianas sobre sus manos y se resignó a esperar... sin mucho resultado.

Su mirada había empezado a deslizarse a su novio, atraída sin remedio, hasta quedarse allí cuando el aire empezó a vibrar a su alrededor. Admiró su cuerpo por unos instantes, como si no pudiera ver a los otros dos, como si no tuviera cosas más importantes de las que preocuparse aparte de sus mejillas encendidas.

James alzó la mirada hacia ella con ojos oscurecidos, ya medio animales: no le era fácil ignorar las feromonas de lujuria que desprendía con su verdadera naturaleza arañando tan cerca de la superficie. Y ella era como una pequeña bomba aromática; siempre lo había sido, ahora lo era incluso más. Hasta sus hermanos tragaron saliva para después mirarla interesados. James no podía culparlos. Con una pequeña sonrisa en los labios, se acercó para depositar un beso en los de ella. Nina parpadeó y cuando volvió a separar los párpados, su novio ya no era solo su novio.

Aunque llevaba años contemplando aquel espectáculo, seguía quitándole el aliento. Siempre le aseguraban que no dolía, que solo los esclavos de la luna sufrían con el cambio, pero siempre terminaba con el cuerpo encogido al ver su otra naturaleza pujar para salir. Los huesos elevaban la piel en pequeñas montañas mientras mutaban a su forma animal, la piel se oscurecía y pronto empezaba a llenarse de pelo, cubriendo el caparazón mientras arrastraba una nube de magia, casi siempre del mismo color que el pelo del dhemaryon.

La mayoría de ellos alcanzaban los dos metros. Los Aryon, sin embargo, podían fácilmente sobrepasar esa altura. Y en las grandes historias siempre estaban los berseck, los Aryon bendecidos por Eelil, que entregaban su cordura a cambio de poder y podían ser tan grandes como un dragón adulto.

Hacía algún tiempo desde la última vez en que vio a James en su forma lobuna y él se las había arreglado para crecer aun más, alcanzando al fin la altura de sus hermanos.

Cuando se acercó a ella, no se negó el placer de hundir las manos en su pelaje. Era brillante, grueso y espeso, aunque no escondía la musculatura bajo él. Y como en todos los dhemaryon, cada punta de cada filamento parecía deshacerse en el aire, como si pretendieran ocultarse en una capa de niebla. El pelaje de la familia Aryon era de lo más sigiloso, negro como la noche más oscura y seductora. Salvo por el toque de plata que envolvía sus uñas del mismo color.

Nina recordaba lo orgulloso que había estado James cuando su cuerpo desarrolló magia suficiente para adquirir aquel aspecto sinuoso. Cuando al fin logró expulsarla de su cuerpo a voluntad y sus garras ganaron aquel envoltorio etéreo de plata, ella fue la única capaz de estar a su alrededor. ¿Cómo hartarse de verlo tan feliz? Sacudió la cabeza. Imposible.

—No pongas esa cara presuntuosa —murmuró la chica al ver el brillo divertido e inteligente en aquellos ojos animales. Él sabía que le quitaba el aliento.

Chistando, Nina guardó sus ropas en la mochila que se había avispado de traer y se la echó sobre el hombro; cuando él se agachó hasta quedar acostado sobre la nieve, trepó sobre su lomo para acomodarse sin temor. No era la primera vez en que hacía aquello. De niños ambos habían montado sobre la espalda de Gary, hasta que James fue lo bastante mayor para llevarla él mismo.

Al sentir las pequeñas manos femeninas enredarse en su pelaje, James se elevó. Dio unos pasos para probar su agarre, sin darse cuenta de que la magia que ascendía por sus patas creaba más capas de escarcha en el suelo. Al sentirla firme, empezó a trotar seguido por sus hermanos. Solos no tardarían más que un minuto en llegar al santuario, incluso en forma bípeda, pero con Nina sobre su espalda era imposible. Si imaginársela cayendo desde esa altura ya lo asustaba antes, en aquel momento lo que sentía era terror.

Avanzaron a un trote que era casi un paseo para ellos, aunque constante. Por ser el mayor y el sucesor, era Nate quien debería haber encabezado la marcha. En aquel momento avanzaba al flanco de James; Darren al otro lado. El menor iba en el medio por acarrear consigo las cargas más preciadas. Que pequeñita les parecía allí, acurrucada sobre el cuerpo enorme de su compañero, con la maraña de ondas rojizas mezclándose con el negro como una herida abierta.

Nina solo se incorporó al notar que reducían la marcha hasta finalmente detenerse en un claro penumbroso, con el día a punto de dar su adiós definitivo. Se bajó con cuidado del cuerpo lobuno, estiró los músculos agarrotados, notando más que nunca los golpes, y sacudió parte de la nieve que se esforzaba en empaparla. Después sacó la ropa de los chicos de la mochila, abrazándose a ellas en busca de calor, a la espera. Sin importar la nieve o el correr del viento, ella había estado calentita al hundirse en el pelaje oscuro.

Apenas registró que más gente se acercaba sobre dos piernas, porque se esforzó en mantener la mirada mientras ellos volvían a su forma habitual. Darren soltó una carcajada.

—No importa que pongas cara de dura, pecas —le dijo al acercarse para rescatar su ropa, caminando de una forma que hacía imposible apartar la mirada de la extensión de músculos duros moldeando su metro noventa de altura—. Con ese sonrojo adorable se estropea todo. Y no culpes al frío.

—¿Sabes qué más se estropea? —preguntó ella. Cuando él enarcó una ceja, ella señaló hacia abajo sin mirar—. Esa cosa. Y no culpes al frío.

Petulante como siempre, Darren se encogió de hombros, pero antes de que pudiera hacer algún comentario vanagloriándose de la generosidad de sus atributos, ella le arrojó sus ropas a la cara.

—Estúpidos Aryon —murmuró por lo bajo, ignorando sus carcajadas para darle la ropa a los otros. Después se giró hacia los recién llegados, acercándose a sus amigas—. Al menos fingid que no estáis mirando.

—Siempre me han gustado las cosas bonitas. —Avril suspiró, para después sonreír cuando su novio le dio un pellizco en el trasero antes de irse con James.

Nina siempre había pensado que, de ser James el heredero, Dean sería su elección como beta. No solo era su mejor amigo, también era el hijo del beta de Gary. Quizá el único que servía para ello. El gemelo de Dean, Derek, solo se preocupaba por pasarla bien y Chanel estaba demasiado ocupada odiando a todo el mundo.

—¿Cómo estás? —le preguntó Avril con una sonrisa apenada en el rostro—. Sabemos todo lo que ocurrió, por supuesto. Y sentimos no haberte contado... bueno, eso. Nos obligó a prometerle que íbamos a mantenernos al margen.

Nina se cubrió el vientre con ambas manos.

—Pues no habría estado mal un par de señales —farfulló, aunque no podía enfadarse.

Se relajó cuando la chica envolvió los brazos en torno a ella, un abrazo al que luego Chanel se sumó a regañadientes.

—Llama y nos tendrás aquí —prometió Avril.

—Me niego a cambiar pañales —espetó Chanel.

—Oh, Nel, no estropees el momento de hermandad...

Nina se permitió sonreír durante los instantes en que permanecieron abrazadas, susurrando tonterías entre sí. Seguía teniendo un hogar en la manada. Cuando se separaron y tomó la mano que James le tendía, casi se sentía preparada para enfrentarse a lo que les esperaba. Casi.

Toda la charla fue disminuyendo hasta desaparecer a medida que avanzaban. Los árboles iban cambiando, como si a cada paso que dieran se adentraran en otro bosque. Los troncos se ensanchaban de forma descomunal, las raíces se retorcían de tal manera que tan pronto tenían que pasar sobre ellas saltando, como podían avanzar a través de la bóveda nudosa que creaban sobre sus cabezas. Eran altos, tan antiguos que al instante se instauraba un aire de respeto, de cierta solemnidad.

Todo era obra del santuario, por supuesto. No era, ni por asomo, como el de la mansión. Si alzaba los ojos hacia los dioses de piedra, ellos le devolverían la mirada.

La primera vez en que James la llevó allí, lo primero que notó fue el sonido. Un susurro grave y profundo, lento y pesado como la voz de la tierra, moviéndose bajo los pies en una música primitiva. Después vino el brillo, destellos que moteaban las hojas de los árboles, convirtiéndolos en pequeñas joyas de plata, multiplicándose hasta deslumbrar. Entonces emergieron en el claro, como si entraran en otro mundo vistiendo el modesto disfraz de hormigas diminutas aventurándose entre gigantes.

Bastaba con verlos para dudar de que estuvieran hechos de piedra. La lunetriti, extraída de lo más profundo de los valles Kharuen, era una piedra oscura como la noche y jaspeada en plata, como si constelaciones enteras surcaran su superficie. Moldeada por los devotos cinceles de los artistas hasta convertirse en un cascarón de dioses, ella cambiaba. Enrojecía, como si la sangre fluyera bajo cada capa rocosa, como si la ropa fuera de tela, cuero y metal, como si los dioses realmente estuvieran allí, hechos de carne y hueso.

A veces estaban quietos, tan inmutables como la fuerza terrenal de la piedra de la que habían surgido, entonces tomaban el aliento, una respiración profunda que se expandía por el claro y calaba hasta el alma mientras las hojas de los árboles cantaban como el tañido de miles de diminutas campanas, y la niebla se rizaba en el suelo, alejándose en volutas suaves.

Se movían despacio, como quien se libera de un hechizo de sueño eterno. Alguno se rascaba la nariz, otro se inclinaba hacia su vecino, como si pretendiera contarle un chismorreo; se alisaban la ropa, ocultaban un mechón de pelo tras la oreja, jugaban con sus armas-alma entre los dedos hasta provocar un pequeño vendaval. A veces se sentaban, inclinándose relajados en sus tronos, disponiéndose a echarse una siestecita. La mayor parte del tiempo solo estaban allí de pie, inmóviles, con la mirada clavada en el frente, en algo más allá de los mortales, como un recuerdo constante de lo que eran.

Nina había recorrido el claro diez veces sin que su boca se dispusiera a cerrarse, rozando las tarimas negras y centelleantes con los dedos, recorriendo los símbolos de cada dios labrada en ellas, así como los animales sagrados de cada uno que hacían de esquinas y parecían igual de vivos. Y habría dado otras diez vueltas más si James no se lo hubiera impedido.

Hasta que él la llamó no se dio cuenta de lo tarde que era o que los pies le ardían, hinchados por la desacostumbrada caminata. Se había visto seducida por ellos, por lo que representaban; incluso cuando pensaba que eran la representación de algo más peligroso y grande que ella; no podía evitar sentirse atraída.

Aquel tipo de santuario era común tanto en el mundo de los dhem como en Ambryse, donde reinaban los svhaell, y quizá una de las pocas cosas en que coincidían era sobre ello. Sobre los dioses espiándolos a través de sus compinches de piedra, dando su opinión a través de las llamas plateadas que ardían dentro de la cavidad cóncava excavada en el podio a los pies de las estatuas y lo que en teoría los atraía hacia allí, a los asuntos mortales.

El asombro de Nina no fue diferente en aquella ocasión. Se empapó con la visión de los dioses, incluso si sabía que aquellos no eran sus verdaderos rostros. Aunque, bien pensado, sí que podrían serlo. No eran dados a mantenerse alejados de sus creaciones.

Vio a Tarennys, el dios rey de la creación, jugando con su martillo, aburrido. Lo giraba rápido, provocando un pequeño vendaval que agitaba los árboles como si se dispusiera a arrancarlos de la tierra, hasta que Haggt, el dios del conocimiento, se inclinó hacia él. Vio a Aennai, la diosa de la guerra, durmiendo con las cuatro alas extendidas rozando el suelo, y con Tahek, el dios fénix, subido a su regazo. Sus padres, Aell e Ikra, gesticulaban hacia el otro mientras ella permanecía en medio, ajena a todo. Vio a Eelil, también dormida en su trono. Su suave respiración provocaba un silbido, como el aire corriendo entre las puntas escarpadas de la montaña que encerraba el santuario entre sus faldas y el bosque.

Y no prestó atención a ninguno de los otros cinco dioses principales, porque a los pies de Eelil había miembros de la manada.

Nina tragó saliva. Katya y Ellery dibujaban algo en el suelo con sal de la Costa Perlada, a juzgar por el brillo de polvillo iridiscente; dos medias lunas que miraban hacia adentro, con las puntas sobreponiéndose. En el hueco entre ellas había alguien hecho un ovillo. Más allá de las mujeres estaba Andreus, avivando el fuego del podio de Eelil. Situada en una de las escaleras laterales para acceder a este, estaba Karen, con Ar'vhel en manos, hablando con su beta. No muy lejos de ellas Sterling aguardaba junto a sus padres, sus hermanos y un cazador que reconoció como Rahel.

—Estúpido. Bufón idiota —oyó a alguien murmurar, pero no se molestó en averiguar quién.

Siguieron avanzando. La maleza dio paso a adoquines de un blanco tan puro como la capa de nieve que los cubría, interrumpidos solo por trechos de hierba escarchada que albergaban grandes cuencos de piedra. Nina había disfrutado a menudo de días de verano a su sombra, echada en el suelo junto a James mientras él le contaba historias sobre un mundo que solo conocía a través de los libros; soñando con que, quizá un día, podría ver llamas en ellos al asistir a las fiestas de los dhem, cuando los bordes entre los mundos se difuminaban y la primera línea de árboles alrededor del santuario parecía ser tragada por el bosque nevado que rodeaba Lun'naure, la ciudad de las auroras. Esos días eran lo más parecido a su hogar que los dhem tenían en el mundo santuario.

Aquel día unas cuantas antorchas estaban encendidas, aportando la luz que el final del día les robaba.

—Pensé que estaba muerto —susurró Nina cuando se acercaron más y pudo ver a la persona tirada en el suelo, en el centro de la runa que preparaban las illarghir. Apartó la mirada con delicadeza.

El hombre mayor y desnudo, que debía rondar los cincuenta, era la persona tras la máscara del monstruo del bosque. La persona que pudo haberla matado. Los mordiscos y arañazos gigantes que le marcaban la piel blanquecina no dejaban lugar a duda.

«Al menos él tiene excusa», pensó al mirar a Sterling. Sus dos atacantes estaban allí. Casi esperaba ver a Corinne.

—Debería. No sé en qué piensan mis padres —murmuró James—. Ninguno de los dos debería seguir respirando.

Su expresión era de granito y sus ojos ilegibles, sin embargo, Nina se estremeció bajo la primera oleada de la sed de sangre. Era como ser encerrada en una burbuja sin oxígeno, con la gravedad tratando de aplastarla, mientras todos sus instintos, cada nervio del cuerpo, estaban concentrados en huir. No debería afectarle —todos los que no eran un Aryon se habían arrodillado al instante en sumisión, sin poder evitarlo—, pero al estar tan cerca y tocándolo la golpeó con fuerza; los ojos verdes se humedecieron; se echó a temblar.

—Tranquilo —le dijo, acariciándole con torpeza.

—Lo siento —murmuró James al ver que le hacía daño. La atrajo más cerca de sí, pasándole un brazo por los hombros. Se concentró en su olor, sin dejar de mirar a Sterling—. No lo había visto hasta ahora.

Aunque parecía haberse calmado —al menos su sed de sangre había remitido, permitiendo a los demás respirar—, Nina sabía que estaba lejos de sentirse tranquilo. Bajo el fuego de la ira había uno que quemaba con mucha más fuerza: el de la traición. La daga oculta empuñada por una mano amiga.

James no saldría de allí hasta obtener justicia. Y solo había una forma de conseguirla.

__________

¡Hola! Antes que nada, siento el retraso. Este capítulo es incluso más nuevo que otras cosas que han salido hasta ahora, y necesitaba pensar bien en cómo manejarlo. El capítulo es largo, casi 11 mil palabras, así que me vi en la necesidad de partirlo en dos. Aun no decido si subir la segunda parte el viernes o bien el domingo para retomar un calendario más o menos fijo de publicación.¿Qué opináis? Aunque siento que esta es una pregunta muy boba XD

A todo el que le interese, estoy subiendo otra historia. Paso a recordar también que tenemos grupo de facebook (basta poner ''dhemaryon'' en el buscador), y también instagram. ¡Buscadme como vanessasimmonswriter! 

P.d1: Este capítulo no tiene canción. No me he molestado en ponerla porque... bueno, no estoy segura de si las escucháis. ¿Lo hacéis?

P.d 2: si sois habituales en historias de fantasía y hombres lobo necesito pedir un favor. Esta novela es algo a lo que dedico mucho esfuerzo, sobre todo en la mitología que llevo años construyendo. Hace un mes me topé con una chica que encendió todas mis alarmas y la he estado vigilando desde entonces. Esta semana, hace solo unos días, la vi subir una sinopsis que cualquiera de vosotros reconocería como algo ''inspirado'' en esta novela. No tengo mil ojos, así que cualquier cosa que veáis por el estilo no paséis de largo. Avisadme.  Y me disculpo por la petición tan extraña :C

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top