7. El mordisco de la noche (parte II)

James la llevó a casa tan pronto como Garrick la curó y le vendó el tobillo, saliendo a hurtadillas antes de que la manada la rodeara para conocer el estado de los cachorros. El viaje en coche transcurrió en un silencio roto solo por el diluvio que cubría el pueblo aquella noche, y ni siquiera la calefacción en su máxima potencia lograba templar el ambiente. La annyel parecía más silenciosa que nunca.

Cuando llegaron allí aparcó frente a la casa y apagó el motor, para después voltearse hacia ella. Seguía abrazada a su mochila, mirando el cristal delantero emborronado por el agua; solo el labio inferior se movía, sobresaliendo entre temblores.

—¿Tan malo es? —preguntó finalmente. Nina ni siquiera parpadeó.

—¿Tener diecisiete años y estar embarazada? Para nada.

James suspiró. Pese a lo templado del ambiente, su voz había llenado el aire con diminutas esquirlas de hielo.

—No eres la única adolescente embarazada del mundo. Solo estás pensando en tus padres.

—¡Claro que estoy pensando en mis padres! —Lo miró con ojos llorosos, brillantes de frustración—. ¿Crees que van a reaccionar como Gary o Karen? ¿Que el resto del mundo va a mirar y decirme que es un honor? ¿Qué se supone que voy a hacer con mi vida ahora?

—Si estás esperando que me muestre triste o atormentado o lo que sea que hagan los demás en una situación así, olvídalo —espetó —. Me lo he callado durante todo este tiempo cuando quería gritarlo a los cuatro vientos. Estoy feliz. Eelil nos bendijo con nuestros primeros cachorros cuando ni siquiera lo estábamos intentando. ¿Tienes idea de durante cuantos siglos lo intentan los demás? No voy a renegar de ellos.

La piel de Nina pasó de la palidez nerviosa a un rojo tan incandescente como su ira en un parpadeo.

—¡Pues bien por ti, gran hombre lobo! ¡Yo soy humana, de un mundo humano, descendiente de humanos que renunciaron a la magia y a los que les importa un pepino los dioses! Hijos a esta edad no son algo que celebrar.

—Eres mi compañera, eso es lo único que importa. —Y que lo creyera de verdad solo la enfadó más—. Estaremos bien, haremos esto juntos.

—No creo que sea tan simple. Aun vamos al instituto. Nunca he cuidado de nadie. Yo solo... Siempre he hecho lo que esperaban de mí sin tener que preocuparme de nada más. Estoy aterrada. —Se mordió el labio inferior, negándose a mirarlo. Sus manos se unieron sobre su regazo y los dedos se le entrelazaron en contorsiones nerviosas—. Sé que no quieres oír eso, que los de tu especie y el control de natalidad son completos desconocidos, y que nacen tan pocos dhem que la idea del aborto os repugna, pero... Tal vez deberíamos considerarlo.

Se removió incómoda, porque no sabía si era capaz. Y no necesitaba mirar para visualizar su mirada de completo horror.

—No puedo creerme que lo estés considerando de verdad.

Ella se estremeció por el tono oscuro en su voz.

—Solo intento encontrar la mejor solución para nosotros.

—¿Solución? ¡No son un problema! —Al ver que saltaba asustada por su grito, se obligó a calmarse, atusándose el pelo con fuerza. Miró hacia el frente, con la voz tan contenida como cuando trataba de disimular su presencia en la oscuridad al acechar un animalillo que merodeaba entre brezales—. Mira, es tu cuerpo. No puedo obligarte a tenerlos. No diré una sola palabra si lo haces, pero no esperes que finja que me gusta.

Con la runa tampoco podría. Nina sintió en aquel momento la mezcla de tristeza, rabia y decepción que lo embargaba.

—Sé que somos jóvenes, y no hemos hecho nada por nosotros mismos, menos solos, pero mi familia... Toda la manada va a estar ahí para guiarnos, el dinero es la menor de nuestras preocupaciones. Te convertiré, así que cuando nuestros hijos crezcan aun tendremos toda la eternidad por delante, toda la eternidad para ser jóvenes y perseguir nuestros sueños. ¿Podrías al menos considerarlo? Por favor. Más allá de tus padres. Si no los quieres, que sea porque no los quieras de verdad, no por otros. Es lo único que te pido. Solo que lo pienses bien. Se merecen eso.

Nina no respondió enseguida y él se obligó a no ponerse a suplicar, a no presionarla. ¿Qué otra cosa podía hacer aparte de callarse y respetar su decisión incluso si eso le mataba por dentro?

—Sabes que me echará ¿verdad? Los embarazos adolescentes no entran en los planes de los Sparks. Renegará de mí. —O algo peor, pensó.

—Es un tonto si lo hace. No debes preocuparte, no estás sola en esto: eres mi compañera. Puede que los acontecimientos recientes te hagan dudar, pero siempre encontrarás abrigo en la casa de cualquier miembro de la manada. Y la mansión es tu hogar. Eelil sabe que eres como una hija para mis padres y que mis hermanos te quieren más que a mí.

Nina lo miró y, de pronto, se echó a reír con tanta fuerza que James pensó que había enloquecido.

—¿Nils?

—No vas a dejarme porque estoy embarazada ¿sabes cuántas veces me he preocupado por eso? —Siguió riéndose con fuerza hasta que, entre carcajada y carcajada, se echó a llorar.

James desabrochó sus cinturones para después atraerla a sus brazos y mecerla, destrozado en cada sollozo que empapaba el aire. Entendía su miedo a ser demasiado joven para ser madre, entendería su miedo a alojar bebés dhem en un cuerpo humano frágil, pero no al rechazo de sus padres. Al final del día, sin importar los problemas, en la manada cuidaban los unos de los otros. Algunos tendrían que recordar eso a la fuerza.

Puede que pasara una hora hasta que Nina dejó de llorar, arrullada por el calor de su cuerpo, reunió fuerzas para levantar la cabeza de su hombro y se sentó con la espalda recta.

—Necesito que me des un tiempo —le pidió—. Nada de llamadas, mensajes, o cosas mágicas. Nos veremos mañana en el instituto.

—Vendré a buscarte, como siempre. Y tendremos esa conversación pendiente sobre Sterling. Te quiero. Eres de los nuestros, recuerda eso. —Le regaló un besó lento, de esos cuyo calor traspasa el plano físico para fundirse con el alma de manera irremediable. Nina aun podía saborearlo cuando se internó bajo la lluvia.

Como no prestaba atención por donde iba, no se dio cuenta de que la puerta del garaje estaba levantada y la luz encendida hasta que su padre la llamó desde dentro.

Nina se detuvo. Roland Sparks alzó una ceja.

—¿Vas a quedarte parada bajo la lluvia como un espantapájaros? —Acostumbrada a obedecerlo, caminó hasta detenerse bajo la puerta, creando un pequeño charco en el umbral y esperando que no prestara demasiada atención a sus ojos. Los sentía hinchados como una pelota de béisbol y sus párpados pendían hacia abajo, necesitando cerrarse. Al menos la lluvia había disimulado el rastro de tierra en su ropa—. Creo que tienes algo que contarme.

Nina lo miró con pánico.

—Quedamos en que si empezabas a salir con él vendrías a decírmelo —continuó Roland; señaló hacia donde el coche de James había estado aparcado solo un momento antes, después estrechó los ojos hacia ella—. Besuquearte con tu novio frente a mi casa no es la forma más inteligente de ocultarlo. .

—No lo estaba ocultando, solo no te lo dije. Además, a mamá sí se lo conté. —Y podía decir muchas cosas de sus padres, pero eran un equipo—. Pensé que era innecesario.

—Dame la llave estriada.

Nina caminó hacia la caja de herramientas y sacó la llave que le pedía sin tener que buscar demasiado; era muy organizado. De niña, antes de que su padre la alejara, se había pasado horas allí junto a él y su hermano. Aquel porsche 911 de primera generación había sido un regalo de su abuelo a su hijo cuando se compró otro coche. Un Roland Sparks demasiado joven y temerario lo había estrellado una semana después. Salió con unos arañazos; el porsche quedó destrozado. Guardó la chatarra durante años y cuando sus hijos nacieron empezó a dedicar sus ratos libres a repararlo.

Se quedó allí quieta mientras él se inclinaba bajo la capota, con el pelo rubio ensombreciéndole el rostro y los hombros anchos pareciendo más grandes que nunca. Sabía que estaba rumiando acerca de su aspecto, también que no podría irse hasta que le diera permiso. Así que contó los segundos mientras tiritaba, tratando con dureza de no empezar a tirarse de los pelos.

—Supongo que no lo habéis dejado si lo estabas besando —dijo él al fin.

—Solo llevamos un mes juntos. —Y llevo a sus hijos en el vientre, pensó.

—Discutíais.

—Discrepábamos.

Nina podría haber jurado que hubo un asomo de sonrisa en su rostro, pero como sus sonrisas nunca preludiaban algo bueno, no quiso indagar demasiado.

—Muy bien... Rose ha tenido que irse más temprano por una urgencia familiar. Llama y pide dos pizzas, Amelia ya debería haber llegado para entonces. Y vete a ducharte, no quiero tener que ir al hospital porque has decidido dar paseos bajo la lluvia en pleno diciembre. Tienes un aspecto deplorable.

Nina no necesitó demasiado incentivo para irse de allí, directa a las escaleras que la llevarían al interior caliente de la casa. En modo automático, se dirigió a su cuarto tras coger el teléfono inalámbrico en el salón. Como estaba hablando cuando se cruzaron por el pasillo, Vince la siguió con Scooby trotando tras él.

—¿Estás bien? —le preguntó tan pronto como finalizó la llamada—. No me digas que sí, tienes la cara muy hinchada, además de que parece que te has estado revolcando en el barro.

Nina se lo quedó mirando, parada en medio de una alfombra blanquecina que un mes atrás había estado bañada en rojo. Después, miró alrededor. El resto de su habitación tampoco mostraba señal alguna de lo que había ocurrido allí. Era como si nada hubiera cambiado, pero la sencilla pregunta de donde encajaría una cuna en aquel lugar casi la destrozó. No. Todo había cambiado.

—Ahora no, Vince. Por favor —pidió con voz rota—. Necesito tomarme una ducha, después hablamos.

Recogió ropa limpia y se escondió dentro del baño, esperando lo suficiente para que Scooby entrara con ella. Lo acarició tras las orejas, recibió las caricias de rigor sobre su rostro y después se incorporó para empezar a desnudarse.

Temblaba como una hoja muerta durante una tormenta. El único toque de maquillaje en su rostro, que disfrazaba de negro sus pestañas cobrizas, había ido a parar en las mejillas, mezclándose con las lágrimas y la lluvia en una máscara tristona. Sus ojos estaban casi tan rojizos como la masa aplastada que se había vuelto su pelo. El cuerpo estaba marcado por todos los golpes de aquel día. Observó durante mucho tiempo ese reflejo, preguntándose cómo alguien así cuidaría de un niño.

«Uno no —se corrigió mientras entraba bajo la ducha al fin y el agua caliente le cocinaba la piel—. Los lobos vienen en camadas».

Tenía a pequeños James allí dentro. Y eso fue lo único más llevadero, porque de entre todo lo malo, la niña que había soñado con un futuro junto a él se había imaginado siendo la madre de sus hijos. Aunque en ese futuro ambos eran, al menos en parámetros humanos, adultos.

Salió de la ducha con ojos más hinchados, los ánimos por los suelos pero la mente más tranquila. No se sorprendió al ver que Vince seguía en su habitación, a la espera. Él la observó en silencio mientras se peinaba y hacía de todo para perder el tiempo, retrasando el momento de enfrentarlo.

Cuando se sentó a su lado en la cama lo hizo con un suspiro, alegrándose de no haberse puesto el calentito pijama rosado que usaba en invierno, y sí ropa de calle. Era lo más parecido a una armadura que tenía.

—La he cagado, Vince —susurró, Recogió a Scooby del suelo y lo apretó contra el pecho, buscando consuelo—. Es el fin del mundo.

O al menos de su organizado mundo. Bebés llorones y demandantes de atención no encajaban con ella estudiando medicina o literatura, siquiera diseño. Menos aun en sus dos últimos años del instituto.

Vince giró el cuerpo hacia ella, subiendo las piernas a la cama para darle toda su atención.

—¿Has desatado el apocalipsis zombie y medio planeta ya está infectado?

—Ojalá. —Acarició a Scooby, sin atreverse a mirarlo. Después, habló en un tono que no sobrepasaba un susurro—. Estoy embarazada.

Silencio. Nada salvo el empuje del viento contra su ventana, opresivo y asfixiante.

—Repite eso, creo que no lo entendí bien.

Ella solo lo miró, ausente y Vince dejó escapar todo el aire de golpe.

—¡Joder, Nina! —Se puso de pie y empezó a pasearse por la habitación, con una expresión de absoluta incredulidad—. ¿James es el padre? Sí, claro que lo es. Tu siempre esperas por él. ¡Siempre supe que se aprovecharía de ti!

—Bueno, fui yo quien le dejó entrar en mis bragas. Solo no esperaba tener tan mala suerte en la primera vez.

—¿La fiesta de Donny?

—Sí. No nos hemos acostado desde entonces. —Por una vez sus mejillas no enrojecieron.

—¿Y no se te ocurrió usar un condón, Nina? ¿O tomarte la píldora?

—La posibilidad de un... de esto, ni siquiera se me pasó por la mente.

Su hermano la miró aun más perplejo.

—Creo que necesitamos tener una charla de educación sexual.

Nina no se lo rebatió. No podía ponerse a hablar sobre la escasa fertilidad de los dhem o que eran inmunes a enfermedades sexuales y un montón de otras cosas. Su hermano llevó las manos a ese pelo del color del citrino más oscuro y rojizo, como si aquel problema reposara sobre sus hombros tanto como en los de ella.

—¿Ya se lo has dicho a James?

—Está encantado. Es idiota —añadió al ver que Vince la miraba alucinado—. Su familia también se lo ha tomado bien.

No se había enfrentado a ellos aquella noche, pero a lo largo del mes la habían tratado con más cuidado que nunca. Llegó a pensar que era por la herida que Corinne le había hecho; ahora conocía la verdadera razón.

—Al menos va a hacerse cargo. Me alegra que ellos lo acepten.

—Soy de los suyos —replicó. Y su hombro decidió empezar a doler justo en aquel momento, en consonancia con el tobillo. No era de los suyos para toda la manada.

Vince frunció el ceño y pareció querer decir algo, pero desistió en el último momento.

—Debes contárselo a papá y a mamá.

—Me echará de casa.

Sonrió con amargura al ver su expresión. En el fondo su hermano estaba de acuerdo con ella.

—No pienses en eso. —Vince se agachó frente a ella para acariciarle las mejillas con una sonrisa que esperaba que fuese alentadora. Ambos conocían bien al patriarca—. Él se enfadará al principio. Luego se le pasará.

—Solo necesito algo más de tiempo ¿vale? Se lo diré, en algún momento.

—Esto no va a esperar a que estés lista —espetó, rozando brevemente su vientre—. Dilo o se va a anunciar solo. Y si no es el tamaño de tu vientre, serán tus carreritas al baño para vomitar, esos desmayos y los mareos, como en toda esta semana. Nunca se me ocurrió pensar en un embarazo porque pensé que seguías siendo virgen. Sabes bien que cuanto más le mientas más va a enfadarse. Además, lo haces fatal. Supe que algo pasaba en cuanto te vi.

Aliviada porque Vince no pareciera enfadado con ella, ni decepcionado, Nina se deslizó hasta el suelo y lo abrazó, con Scooby entre ellos.

—Lo siento mucho.

—Calla. No es como si quisieras que esto ocurriera. A menos que vayas a por la solución, tendrás que contárselo.

—¿Solución a qué? —Ambos dieron un respingo al oír la tercera voz y miraron con cara de culpabilidad a Amelia, que estaba parada junto a la puerta aun con la ropa con la que había ido a trabajar, sintiéndose muy estúpidos por no haberla cerrado—. ¿Qué está pasando aquí?

—No es nada. Solo una charla emotiva de hermano a hermana. —Vince se puso de pie como si nada extraño ocurriera—. ¿Las pizzas ya han llegado? Me muero de hambre.

Nina también se levantó. No tenía hambre, pero los siguió al comedor con su mascota en brazos, agradeciendo que Vince distrajera a su madre, que solo volvió a mirarla cuando se sentaron en la mesa.

—¿No puedes soltar esa cosa siquiera para comer? —le espetó. Su hija no respondió, ni bajó a Scooby de su regazo; en aquel momento su mascota era su ancla, era como abrazar a James, una fuente indudable de fuerza.

—Pensé que había imaginado que estabas cojeando —le dijo su padre.

—Tropecé y me corté con un trozo de alambre, por eso estaba toda sucia. Es solo un arañazo.

Con la ayuda de Garrick en unos días estaría como nueva; la parte más dura sería lidiar con el veneno de las garras del lunático, aunque se sentía ya tan mal que ni siquiera le importaba. Se preguntó qué cara habría puesto su familia de llegar a ver la herida que Corinne le había hecho; había sido muy cuidadosa a su alrededor para no tener que responder preguntas difíciles.

Como su padre seguía mirándola, se sirvió un trozo de pizza y se obligó a comer, ignorando las sombras caóticas que lo rodeaban. No sabía si eran ellas, el veneno, los bebés en su vientre o el saber que su padre sospechaba lo que le causaba las náuseas.

—¿Estás bien? —le preguntó Vince en voz baja cuando los minutos se alargaron y ella palideció con ellos. Nina asintió.

—¿Por qué no tendría que estar bien? —preguntó Roland abandonando por completo la charla que había mantenido con su esposa para centrarse en sus hijos. Se acomodó en la silla, dejó los cubiertos y cruzó los brazos—. Vamos, empieza a hablar. Ya sea lo que le pasó a ese pie u otra cosa, estás escondiendo algo... Siéntate. Ahora. No vas a escaquearte.

Se sentó porque su hermano tiró de su mano y siguió sosteniéndola por debajo de la mesa, animándola a hablar. Scooby frotó su cabecita contra ella y después se lanzó a comerse el resto de su pizza como si nadie fuera a darse cuenta.

—Van a enterarse de todos modos —le susurró Vince.

Nina soltó su mano para abrazar a su mascota con fuerza, acorralada. Si había una persona que la asustara, ese era su padre. Intentó resistirse, ignorar el peso de su mirada sobre ella, sin embargo, la primera señal de derrumbe se evidenció en sus labios; el inferior sobresalió, tembloroso, después se frunció y se juntó a su hermano en una apretada línea. Sus hombros se estremecieron, el rostro se le arrugó en una mueca, los sollozos se atascaron en su garganta. Entonces salió la primera lágrima y con ella todo lo demás.

—Estoy embarazada.

Aunque lo había susurrado, eran dos palabras con poder. El silencio fue tal que Nina se sintió diminuta. Había vivido en aquella casa durante toda su vida; conocía cada recoveco, identificaba el cálido aroma amaderado que se apropiaba de la planta baja una vez encendida la chimenea como una señal de bienvenida, pero el que nunca había considerado su verdadero hogar lo parecía menos que nunca.

Durante un momento solo los disimulados intentos de Scooby para comerse el resto de la pizza se escucharon, junto a la música de fondo de las llamas al consumir la madera y la azotaina del viento tormentoso.

—¿De cuánto estás? —le preguntó su padre entonces, poniéndose de pie con el frío pragmatismo del abogado que era.

—Casi un mes.

Ella se centró en él. Su madre no iba a interceder: eran un equipo donde él llevaba la voz cantante. Se atrevió a elevar la mirada de a poco, y se estremeció. En aquellos ojos, del mismo verde que los suyos, se arremolinaban muchas emociones, y la repugnancia primaba por encima de cualquier otra cosa, calando tan hondo que Nina supo que jamás la olvidaría.

—Bien. Aun hay tiempo.

—Sí. Podemos enviarla con sus abuelos y luego darlo en adopción —dijo Amelia. Su expresión era extraña, con el mismo pánico que colmaba a su hija y algo más que no pudo identificar.

—No voy a hacer eso —murmuró Nina. Y hasta que pronunció esas palabras no se dio cuenta de la verdad en ellas. La idea se afianzó, tomando fuerza. Iba a tenerlos. Aunque todo fuera un desastre.

Empezó a ver borrones y la luz disminuyó en la habitación, como tragada por un agujero oscuro que insistía en arrastrarla a ella. Tragó saliva, parpadeando con fuerza para no hundirse. Fue el toque de Vince lo que la sostuvo en aquel momento.

—No, claro que no —coincidió su padre—: vas a abortar.

Nina se puso de pie tan rápido que casi tiró la silla; Scooby gruño en sus brazos mientras ella retrocedía con un nuevo pánico brotando en su rostro.

—No lo haré. No puedes obligarme.

Era la primera vez que se oponía de frente a una orden de su padre y por un momento ambos se congelaron. Roland la miró boquiabierto durante unos segundos, antes de empezar a enrojecer a tal velocidad que los demás temieron que fuera a darle un patatús. Se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en la mesa para dirigirle una fría mirada por encima de las copas, con esa actitud que conseguía intimidar aun más a un ya asustado receptor. Cuando habló, Nina casi esperó que le cayera espuma de la boca, como al lunático del bosque. Se dio cuenta de que su padre le parecía más peligroso, que sus garras eran más letales, y que el veneno que afilaba su lengua era fatal.

—Oh, claro que lo harás. Te llevaré a la clínica de un amigo y resolverá esto con discreción —espetó él—. No vas a avergonzar a nuestra familia pariendo a unos bastardos.

—Es su cuerpo, creo que tiene derecho a decidir —intervino Vincent, que lucia casi tan pálido como su madre y su hermana.

—Tú te callas —espetó Roland, sin apartar los ojos de su hija.

—No son bastardos. —Nina tragó saliva. Su voz fue un balbuceo apenas entendible—. Son mis hijos. Tus nietos. Sé que la he fastidiado, de verdad, pero no puedo hacer esto sola.

—Y no lo harás, porque te lo vas a sacar. Hasta febrero aun eres menor de edad, haces lo que yo digo.

Nina lo miró boquiabierta.

—¡No voy a abortar!¡No puedes obligarme! E incluso si lo haces, se lo diré a todos. —Lo miró suplicante. Ahora que la posibilidad era real la asustaba como el infierno—. Por favor, por favor, no me hagas eso.

Roland golpeó la mesa con tanta fuerza que todos saltaron y los cubiertos repiquetearon contra la madera. Scooby tembló en los brazos femeninos, amenazando con cambiar ante lo que empezaba a ver como una amenaza a la vida de su protegida.

—¿Hacer el qué? ¿Impedir que traigas esas cosas al mundo? ¿Esperas que sonría felizmente mientras aúllan por las noches?

Nina parpadeó al oír lo último. Lo miró con nuevos ojos, analizando su cuerpo tembloroso de ira, su expresión llena de odio y repugnancia, acorde a las sombras que lo rodeaban, cincelando su rostro hasta convertirlo en granito, junto al atisbo de un miedo primitivo, visceral. Y se dio cuenta de que él conocía el secreto.

—Lo sabes —susurró. Roland soltó un bufido, sin fingir que no lo entendía.

—Por desgracia. Se suponía que eso no iba a pasar hasta que estuvieras muy, muy lejos de mi casa. Muy lejos de todo lo que conocemos. Cuando ya no tuvieras nada que ver con esta familia —espetó—. Aun así te las arreglaste para abrirte de piernas estropeando todo. Pensé que te había criado mejor. Debías ir a la universidad. tener un futuro. Y no avergonzarnos. Ya tenía bastante con saber que eso —miró con absoluto desprecio a su vientre— iba a pasar, como para que ocurra ahora. Tenía la esperanza de llevar muchos años muerto para entonces.

Nina sintió los ojos picar, pero las lágrimas no acudieron. Solo podía quedarse allí parada. Durante toda su vida se había esforzado para complacerlo, para que estuviera tan orgulloso de ella como lo estaba de Vincent, que le dedicara una sola de esas sonrisas. Ahora podía ver que eso nunca había estado a su alcance. Y cuando su mirada se deslizó hasta Amelia Sparks, supo que era la misma razón por la que no había tenido una madre. Allí Vince era el único que parecía confuso, mirando a todos los presentes mientras trataba de descifrar los secretos escondidos en miradas coléricas.

—¿Es por eso? —preguntó en un susurro, queriendo asegurarse. Sentía la boca seca. Los ojos verdes estaban tan abiertos que empezaban a doler—. ¿Por eso me odias tanto?

—Es culpa tuya que estemos involucrados con... gente como esa. Sin tener a donde correr —escupió Roland, ponzoñoso—. Si quieres algo a esta familia vas a sacarte esa cosa y si eres sensata cortarás toda la relación. Puede que así te acepte.

Una parte de ella, la que siempre sería la niña en busca de su aprobación, quería agachar la cabeza y obedecerlo, aceptar con desesperación la minúscula oportunidad de que la quisiera. El resto de Nina luchó para liberarse de las ataduras. Imaginó a pequeños niños de pelo negro con unos imposibles ojos plateados creciendo en su vientre, y sacó fuerzas de ello. Había cosas más peligrosas que su padre ahí fuera, cosas que realmente podían matarla, cosas que casi lo lograron. Había sobrevivido a verdaderos ataques salvajes, uno en aquella misma casa, dos en aquel mismo día. Siempre salía adelante.

Aunque no sabía bien el qué, algo cambió dentro de ella en ese momento. Cuadró los hombros y le sostuvo la mirada por primera vez en su vida.

—Si sabes la verdad también deberías saber que nunca te permitirían hacerme eso. No puedes obligarme. No voy a abortar.

—Entonces vete de mi casa.

—¡Roland! —chilló Amelia.

—Vete a tu cuarto y no salgas —le dijo Vincent a Nina con voz aguda. Ella apenas lo notó. Mientras sus pies parecían echar raíces en el suelo, una sonrisa triste brotó en sus labios.

—No, ya no tiene habitación en esta casa —espetó Roland—. Es su decisión.

Era lo único que había inculcado bien a sus hijos y un lema por el cual la familia se regía: «Decide. Asume las consecuencias».

—Es tu hija, no puedes hacer esto. La gente... la gente hablará —le dijo Amelia. Posó una mano sobre el brazo de su marido, pero él se la quitó de encima con una sacudida.

—Decidió renunciar a nosotros y escogerlos a ellos. Si no cambia de idea ahora mismo que acepte lo que hay. No sabe anteponer a la familia.

Nina hizo una mueca. ¿Que no lo sabía? Anteponía a sus hijos.

Sin necesitar oír nada más, empujó la silla con la cara interior de las rodillas y se puso en marcha. Vince la alcanzó cuando cruzaba el salón en dirección a la salida, envolviendo una mano en torno a su brazo con firmeza.

—Espera, no hagas nada precipitado. Mañana ya tendrá la cabeza más fría. Sabes que él no va a coger tus cosas y echarlas a la calle para que todos los vecinos lo vean.

Ella lo miró con tristeza.

—Sabes que no es verdad. —Y había muchas cosas que Vincent no entendía.

—Vete a tu cuarto —le espetó Roland a Vincent, llegando como un vendaval—. Y tú, vete.

La voz de su padre era como el latigazo abrumador de un rayo: despiadado, poderoso. Nina era el árbol inocente en medio del bosque, recibiendo esa furia. El impacto la destrozó, sus hojas se incendiaron, temblaron y cayeron al vacío, convirtiéndose en cenizas antes de tocar al suelo, pero las raíces se mantuvieron tan profundas e inamovibles como aquello crecía en ella. Apretó los labios y alzó la barbilla; no iba a ceder.

—¡Es mi hermana! —exclamó Vince.

—Déjalo —le susurró Nina, soltándose con delicadeza. Lo único que le faltaba era que se enfadara también con él.

Sin perder más el tiempo, tomó uno de sus abrigos colgados en la entrada y se marchó de aquella casa. Solo se detuvo un momento para respirar hondo, absorbiendo el frescor helado de la noche y el olor sinuoso que presagiaba la misma lluvia fuerte que los truenos. Se estremeció, agradeciendo tener a Scooby consigo; sus rodillas habían empezado a temblar con fuerza, y sentía que iba a caerse ante el más diminuto paso.

Apretó al cachorro contra sí, acariciándolo sin que ninguna lágrima cayera de sus ojos pese a lo mucho que le ardían los pulmones. Bajo la fina piel de sus manos aun apreciaba cierto rastro de aquel poder misterioso. Uno que la identificaba como algo que pertenecía más al mundo de James que al humano, al mundo de los Flerys sin magia. No tenía elección. Necesitaba seguir adelante.

Deambuló por las calles durante unos minutos sin ningún pensamiento razonable pinchando la burbuja aturdida en la que se había metido; solo el temor a que las nubes se derrumbaran sobre su cabeza la mantuvo activa. Sin embargo, no era la inclemencia del tiempo lo que la hacía sentir tan abandonada.

Llegó de alguna manera a la parada de taxis cuando el primer asomo de la llovizna ya se había desatado. El conductor estuvo a punto de negarse a llevarla, pero algo en su expresión debió apiadarle, porque tras una serie de gruñidos cubrió el asiento trasero con su chubasquero y la llevó a la casa de los Aryon.

Fue un alivio, o habría tenido que picar en la puerta de cualquier otro lobo para que alguien fuera a buscarla. Scooby no pareció comprender su petición cuando intentó llamar a James a través de él. Si la runa funcionara bien...

Habiéndola sentido a unos kilómetros de la mansión, James estaba parado en el porche, listo para recibirla. Su cuerpo era tenso, pero sus brazos fueron dulces cuando cayó del taxi a ellos. Nina vio la comprensión en sus ojos, la tristeza y luego la furia. Fue lo único que necesitó para echarse a llorar con la cara enterrada en su pecho mientras el mundo se disolvía en agua alrededor de ambos.

Le oyó intercambiar algunas palabras con el taxista antes de guiarla adentro, y sintió la mirada de los Aryon sobre ella cuando cruzaron la entrada directa a las escaleras. No se atrevió a mirarlos, ni tampoco a los pocos visitantes que aun merodeaban por allí.

Apenas notó como James la manejaba como una muñequita para llevarla hasta su habitación. La desnudó y la metió en la ducha; el agua estaba tan caliente que sus dientes empezaron a castañear y volvió en sí.

—Deberías haber llamado. Habría ido a por ti.

—La pantalla de mi móvil no funciona bien, se rompió cuando me enfrenté a Sterling. Además, está en mi habitación, no me dio tiempo. Lo siento, no sabía adónde ir. El taxista fue muy amable al traerme. Pero no le he pagado, creo que se va a enfadar... —Se calló al darse cuenta de que estaba desvariando.

En silencio, James cerró la ducha para después secar su cuerpo con cuidado sin que ella dijera nada. Durante el poco tiempo de noviazgo que llevaban, Nina se había preguntado a menudo cuando sus manos volverían a estar sobre su cuerpo desnudo. No había imaginado que sería así.

De vuelta en la habitación, la enfundó en una de sus camisas y lo siguiente que supo fue que estaba sentada en su regazo, con sus brazos acunándola mientras la oscuridad los envolvía.

—Debí haber ido a buscarte tras notar tu sufrimiento. Imaginé que era por todo este asunto, pero me hiciste prometer que no miraría. No pensé que fueras a contarles hoy.

—No iba a hacerlo. Papá me forzó a decirlo. Él... James, él sabe lo que sois.

—Lo sabe desde hace años, Nils. ¿Cómo crees que puede trabajar con nosotros? Sabe de este mundo. Solo obligó a mis padres a prometerle que no te dirían nada para poder conservar cierta normalidad en vuestra casa. Amenazó con hacerte desaparecer del mapa si no accedían, y como había intentado huir con todos vosotros más de una vez...

—Ahora al menos lo entiendo. Me odia por esto. Quería obligarme a abortar.

Un gruñido nació en la garganta de James. Scooby lloriqueó, asustado.

—Me di cuenta de que no podría hacerlo cuando trató de obligarme. —Se acarició el vientre plano con tanto miedo que enseguida dejó de tocarlo—. No sé qué haré, pero voy a tenerlos.

Aliviado, James le dio un beso en la frente.

—Solo... gracias. Sé que no lo ves de la misma forma en que yo, así que gracias. Vamos, debes descansar. Has tenido un día muy movido.

Las protestas femeninas fueron débiles. Se dejó meter bajo las sábanas para después acurrucarse junto a él, en busca de su calor y consuelo. La marca pareció calentarse, resonando con su gemela, estrechando los hilos invisibles que las unían.

—Sé que estás asustada. Demonios, yo estoy asustado. Solo sé que podremos con esto. Eres una Aryon, eres parte de esta manada. Aunque ellos te abandonen siempre nos tendrás a nosotros. —Sus ojos se encontraron y él le sonrió con cariño—. Siempre me tendrás a mí, pase lo que pase. Aunque tenga que romperme una y otra vez, juro que voy a protegerte a ti y a nuestros cachorros.

—¿Realmente crees que estaremos bien?

—Estaremos juntos, es lo único que importa.

Con esa promesa calentándole el alma, y jurándose soñar con más ayeres y mañanas de los que su mente era capaz de concebir, Nina se apretó contra James, sin estar segura de nada que no fuera él y sus brazos alrededor de ella.

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¿Qué tal os ha ido la semana? ¡Espero que os haya gustado el capítulo! Como siempre, agradezco cada voto ¡y aun más los comentarios! 

Os recuerdo que la historia tiene un grupo en facebook, basta con poner ''Dhemaryon'' en el buscador y os saldrá. 

También tengo un perfil de instagram dedicado solo a mis historias, búscame como ''@vanessasimmonswriter''. Subo citas de la novela allí, y compartiré otras cosas. 

Nos vemos el próximo domingo ^^
 

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