4. Presagio de sangre
«Lo miraba desde su trono oscuro, imponente e inexpresiva. El pelo liso y negro, como el más profundo abismo, se agitaba con suavidad aunque no hubiera rastro de la más leve brisa. Las enormes alas de cuervo, majestuosas, seductoras e iridiscentes, enmarcaban el cuerpo femenino.
James permaneció con una rodilla hincada en el suelo y el rostro bajo de forma respetuosa. Solo sus manos se mantenían extendidas hacia la diosa y en ellas reposaba una espada vibrante de poder y sangre; un tributo. El susurro de su falda fue la única evidencia de que caminaba hacia él.
Eelil tomó la espada y la examinó bajo la luz; la hoja ensangrentada bañó su rostro taciturno en rojos y platas. Sus dedos, largos y en apariencia demasiado delicados, se envolvían con firmeza en torno a la empuñadura.
Hilos de sombras la rodearon en volutas violentas, llenos de poder, palpitando con la misma cólera que la oscuridad que lo devoraba desde dentro.
Ella dirigió el filo a su garganta y presionó contra la carne. Cuando una pequeña línea apareció, James se obligó a sostenerle la mirada, pese a que el poder devastador que desprendía naturalmente lo empujaba a encogerse. Gruñó, negándose a someterse, no sin luchar. Solo quería destruir. Debía destruirlo todo.
Eelil sonrió, convirtiéndose en una criatura demasiado hermosa como para que soportara mirarla. Hacerlo dolía, como lava sobre los ojos y la sangre hirviéndole bajo la piel. Los mortales no debían estar en presencia de los dioses. No si querían seguir respirando.
Cuando agachó frente a él y untó un dedo en la sangre que se deslizaba por el cuello masculino, la miró anhelante pese al dolor, fascinado por su iris plateado coloreándose en rojo cuando se llevó aquel dedo a los labios. Sus colmillos se asomaron antes de que sacara la lengua para probar el líquido vital.
James se debatió, convulsionándose. Un gritó lo desgarró desde dentro y su mente se nubló, dividida entre sus órdenes, perdida mientras todo lo que él era se reducía a un rincón aislado.
Mientras la cordura lo abandonaba, se preguntó si encontraría la muerte en el palacio de la noche escondido entre las nubes, cuyas paredes traslúcidas cuajadas de estrellas reflejaban el cielo nocturno iluminado por un pulso de niebla fosforescente, la más impresionante aurora boreal que había visto en su vida...»
James se sentó de golpe en la cama, jadeante y sudoroso, con el corazón latiéndole con tanta fuerza que dolía. Miró alrededor, necesitando comprobar que el sueño había llegado a su fin, que estaba en la seguridad de su habitación y no en un mundo donde su raza había nacido, pero en el que jamás había estado, no de verdad.
Se calmó en el instante en que vio a la chica que se había ido lejos de él durante la noche. Volvió a echarse, le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo más cerca, concentrándose en su olor mientras luchaba para liberarse de los apretados amarres de la pesadilla. Fuera, el cielo parecía congelado en el momento de transición entre la noche y el día; la luz grisácea se filtraba con lentitud entre la oscuridad, atravesando la habitación a través del hueco entre las cortinas en un fino hilo de luz. James apretó más a su compañera, un faro cegador a su lado que mantenía todo en su sitio y que ayudó a calmar los temblores, haciéndole entrar en calor y diluyendo la ira asfixiante que le había embargado.
No era la primera vez que soñaba con Eelil. La había visto entre los bordes de la inconsciencia desde que era un niño; una sombra en las esquinas de sus sueños. Lo había considerado un honor hasta que se apropió de su mente dos años atrás, llevándolo a su hogar y cárcel, que se revelaba cada noche en los cielos brillantes de Azzhack, emergiendo entre las nubes solo cuando la luz de la luna atravesaba sus paredes de cristal. Siempre estaba arrodillado ante ella, sintiendo el peso de esos ojos asombrosos, plateados en ocasiones, otras de un azul medianoche que rozaba el negro, ribeteado siempre por un anillo de rojo con chispas amarillentas alrededor de las pupilas.
Su mirada taladraba los más diminutos rincones de su alma, y la exploración dejaba un reguero de palabras silenciosas, huellas inconexas de impresiones e imágenes. Rostros familiares y desconocidos; de órdenes y deseos. Solo una cosa primaba por encima de todo lo demás: la insistencia sobre su pareja.
Como se asemejaba a tratar de darle coherencia a una alucinación, James tuvo que pedir ayuda para averiguar qué quería, pues Eelil solo se presenta ante los Aryon para darles su regalo o una advertencia. La mayor parte de las veces se trata de un aviso. Y debían acudir a los Illarghir si faltaba claridad.
No le había gustado descubrir que quería que se abstuviera de tocar a su compañera hasta superar una de las pruebas más importantes de la manada. Un rito para el que todos los jóvenes se entrenaban desde niños, ansiando iniciarse en el camino de los guerreros.
E incluso así, James estuvo dispuesto a cumplir con los deseos de su diosa, llegando al punto de avisar a su pareja. Dos años atrás tuvo que decirle a Nina que tenían que tomarse las cosas con calma y ella fue comprensiva. Después de todo solo debían esperar un año más para el rito... pecó de ingenuo.
Para empezar no sabía lo duro que resultaba alejarse de un compañero de vida hasta entonces, porque desde el momento en que la encontró jamás estuvieron separados mucho tiempo; sin embargo, luchar contra sus instintos no era, ni de cerca, tan malo como lo que al final había ocurrido: cada vez que había sido demasiado y se rindió, listo para tocar a su pareja, había terminado en brazos de otra mujer como si alguien más controlara su cuerpo. Entonces sí discutieron y no fue bonito; ni siquiera podía defenderse. Encima la ceremonia había sido aplazada.
Con un brillo taciturno en los ojos, James arrastró los dedos dentro de la camisa holgada, rozándole las costillas con los nudillos antes de inclinarse para hundir el rostro en el hueco de su cuello y llenarlo de besos; le aliviaba tenerla allí y que por una vez el sueño no fuera sobre ella. Tuvo que darle muchos besos antes de que un gruñido saliera de sus labios y empezara a removerse.
—¿Qué hora es?
—Las cinco. Y tengo entrenamiento —respondió tras echar un vistazo al reloj sobre la mesita de noche—. ¿Vienes conmigo o debo pedirle a alguien que te lleve?
Era una vaga y sus actividades relacionadas con el deporte se limitaban a las clases de educación física e ir a animarlo en sus partidos, pero a veces se dejaba caer por la piscina del instituto para nadar junto a Vincent. Ella tardó un momento en asimilar la pregunta y decidirse.
—Iré contigo. —Su voz fue un gimoteo de gatito que lo hizo sonreír mientras se agitaba sin abrir los ojos. James la estrechó aun más y pasó una pierna por encima de su cintura, aprisionándola en un abrazo de oso. Después de aquel sueño lo único que quería era aferrarse a la calidez y suavidad de su compañera—. Vas a llegar tarde.
—Me da igual, solo un poco más.
Dejó las manos vagar por su cuerpo al notar que empezaba a quedarse dormida otra vez, acunada por el calor de sus brazos, y se echó a reír cuando abrió los ojos alerta. Sin poder resistirse, se movió para aprisionar su cuerpo contra el colchón y besarla, amando su reacción adormilada y los seguidos toques tentativos que se intensificaban a medida que se animaba. James apretó entre los dedos uno de los pezones erectos que tensaban la tela de su pijama y después bajó la cabeza para atraparlo entre los dientes y lamerlo, sin atreverse a tocarla directamente en la piel. No tenía tanto control. Lo había agotado reprimiendo gran parte de los impulsos sexuales hacia su compañera durante los últimos años.
Nina esbozó un sonido que iba a galope entre el deseo, la satisfacción y la cautela. Cuando hundió una mano en su pelo, James esperaba que lo apartara, pero ella se limitó a entrelazar los dedos entre los alborotados mechones oscuros.
—¿Fue un mal sueño? —preguntó un momento después.
—Más o menos. —Se concentró en seguir acariciándola antes de que lo apartara. No era una sorpresa que lo descubriera.
Durante un momento solo se escucharon los jadeos femeninos y el crujido de las sábanas arrugadas por sus manos mientras trataba de contenerse, aunque su cuerpo la traicionara arqueándose en búsqueda de más contacto. Nina se esforzó en encontrar las palabras.
—¿Eelil? —James no necesitaba ver su sonrisa para notar la amargura en ella—. ¿Te ha dicho otra vez que no debes tocarme?
James pegó un último mordisco y se incorporó para mirarla con una ceja arqueada. Ella idolatraba a sus dioses por crecer en la manada, cuyo culto estaba centrado en la madre loba, pero en los dos últimos años se había distanciado, confusa y molesta. Sabía que estaba dirigiendo a su diosa parte del enfado que sentía hacia él debido a sus reiteradas metidas de pata.
—Nunca me ha dicho que no debo tocarte, solo que debía esperar para tocarte de forma íntima... —replicó con lentitud. La sonrisa de Nina se volvió seca, con una oscuridad que antes no se encontraba en ella. Se removió nervioso—. No te enfades.
—¿Y si te lo vuelve a decir? Eres un Aryon. En teoría, esto no debería estar pasando. ¿No te van a castigar por ponerme una marca de posesión? Estoy segura de que hará algo.
Cuando ella clavó los ojos verdes en él, bastante más espabilados y con un brillo espectral en la oscuridad de la habitación, James supo que si decía algo equivocado la haría echar a correr otra vez. Se inclinó con lentitud para depositar un beso en su frente, en la nariz pecosa, en las mejillas y finalmente en los labios.
—No me lo va a decir. —La arrastró a su regazo y Nina soltó un suave suspiro al sentarse a horcajadas sobre él, sobre su dura erección; escondió el rostro en su cuello haciéndolo sonreír pese a todo—. Eres la poseedora de mi runa. Tendría sus motivos antes, ahora ni siquiera Eelil haría algo tan cruel como separarme de ti.
Ninguno de los dos lo soportaría.
Aunque Nina no parecía convencida, dejó que la besara, que la meciera en sus brazos y la mimara a gusto, luchando contra el recelo y el temor.
—Se siente raro... —murmuró con los ojos cerrados. Hasta el roce de las pestañas parecía quemar sobre su piel encendida. Le avergonzaba la constante fricción de la erección masculina y su intimidad, separadas solo por la ropa interior, pero no quería moverse de allí. No tenía fuerzas. Y el placer que emanaba de su runa a la de él y al revés, como un cable lleno de electricidad, era adictivo. La forma en que le devoraba la boca era tan íntima y devastadora como la primera vez en que yacieron juntos—. Tú y yo de esta forma.
—Es lo mismo que antes. Aunque creo que saber lo que intentas decir.
La posesividad ligada a la runa era inevitable. Por su condición de Dhemaryon estaba más exaltada en James, pero ella tampoco se quedaba atrás. La diferencia era que en lugar de explotar como él, el estilo de Nina era más sutil, más propicio a volverlo loco hasta que dejara de hacer lo que le molestaba. Ambos se veían empujados a marcar el territorio; él sin cortarse en absoluto. Ahora, nadie podía negar que se pertenecieran, siquiera ella al rechazar la runa.
—No. —Nina le apartó cuando intentó sacarle la camisa. Su mirada lo decía todo.
—Lo sé —murmuró James, sereno pese a que el olor de su excitación despertaba la bestia en su interior. Se había ganado su desconfianza—. Sé que no volveré a estar dentro de ti hasta que tú decidas. —Le mordió una mejilla antes de dedicarle la sonrisa traviesa que hacía su corazón desbocarse, divertido al fijarse en el desastre mañanero de su pelo—. Por supuesto, te daré muchos incentivos para que decidas rápido.
La joven tragó saliva y sacudió la cabeza para que las ondas enmarañadas ocultaran las mejillas de igual color rojizo.
—Cierra el pico, James. No soy tan blanda.
—Deja que te haga una demostración y verás —dijo con alegría, sin impedirle levantarse y salir de la cama.
Nina titubeó un momento, con los ojos verdes brillando hambrientos mientras intercalaba miradas de la cama al baño. Llegó a dar unos pasos titubeantes e inconscientes hacia él, pero terminó por escabullirse al ver que se incorporaba.
Cuando James salió tras su turno de usar el baño, con una toalla alrededor de la cintura y otra para secarse el pelo después de una ducha fría por el calentón, la encontró sentada en el suelo dentro del clóset, rebuscando entre los cajones. Los ojos de James destellaron y ella alzó la mirada hacia él al instante, desconfiada.
—¿Intentas acabar conmigo? —preguntó con un mohín. Solo llevaba un bikini encima, uno que sería demasiado diminuto y tentador para su gusto de no ser porque solía usarlo en la mansión y allí nadie la tocaría; Darren y su cámara eran los únicos peligros—. No me dirás que piensas usar eso en el instituto ¿verdad? Y te queda pequeño.
—No me queda pequeño —farfulló ruborizada. Siguió revolviendo en el cajón tratando de ignorarlo y él se relamió ante la magnífica visión de su trasero que tenía desde allí. Tendría que tomarse otra ducha fría.
—Soy tu novio, se supone que ahora puedo quejarme un poquito mientras me ignoras. Y sí, has crecido ahí otra vez. —Cuando ella lo miró, él señaló la zona de los pechos y pese a la poca gracia que le hacía el conjunto, James disfrutó ver como lo rehuía avergonzada, tapándose, mientras la runa pulsaba con un placer mal disimulado.
—¿Eso es un poquito? Voy a estar con mi hermano, más segura imposible... ¿Dónde demonios se supone que está mi ropa? El jueves tampoco la encontré. —Revolvió un poco más en el rincón del armario donde había empezado a acumular cosas por la cantidad de tiempo que pasaba allí, pero terminó rindiéndose.
—No lo sé. La habrán puesto a lavar.
—¿Toda ella? No ensucié tanto. —Suspiró—. Voy a cogerle algo a Karen.
James la miró frunciendo el ceño, no porque le molestara que fuera a rebuscar en un armario ajeno, irrumpiendo en la habitación de sus padres sin preocuparse por si estaban o no durmiendo, sino porque el físico de su madre y el de ella distaban bastante. Karen era bajita y Nina, en cambio, ya había llegado al metro setenta de altura y seguía creciendo, como él.
En los últimos años había visto su cuerpo desarrollarse hasta convertirse en un valle lleno de curvas vertiginosas y atributos generosos que eran su más extraordinario sueño y a su vez su pesadilla cuando acaparaba la atención; en contraste estaba su rostro de facciones finas y dulces: ojos grandes, labios carnosos y rojizos, una nariz redondeada, ligeramente puntiaguda salpicada de pecas claras, y un pelo lleno de ondas en las que adoraba hundir las manos; todas de varios tonos de rojo, uno profundo como la sangre y otro más vibrante, como un rubí atravesado por el sol; entre ellos se encontraban todos los tonos intermedios.
James estaba seguro de que ni siquiera se daba cuenta, y temía tener algo de culpa, dado que había empezado a retraerse cuando se distanciaron. No se veía, no de la misma forma en que los demás la veían a ella. Para él era una diosa enviada a la tierra para encarnar todos sus deseos; una diosa tímida (y ciega).
Frunció el ceño, intentando mirarla con ojo imparcial, sin el filtro de adoración al ser su pareja. Quizá Darren sí que tenía razón. Destacaba demasiado. No era, ni de cerca, corriente.
—¡Al fin! Empezaba a creer que tendría que ir sin bragas —dijo triunfante al alzar un trozo de tela triangular—. ¿Por qué me estás mirando así?
—Nada, solo pensaba en lo impresionante que es mi chica —respondió risueño. Como ella siguió mirándolo pesa a que el rubor desplegaba las alas por toda su piel, James se encogió de hombros—. Puede que también me estuviera preguntando de qué raza desciendes.
Se lamió el labio inferior, repasando todo lo que sabía de ella y comparándolo con lo que conocía del resto de criaturas de los tres mundos. La belleza no era un buen indicador; todos eran hijos de dioses, aunque siempre había individuos que destacaban más que otros, la belleza física era una norma. Los únicos que salían en desventaja eran los humanos, sobre todo los humanos sin magia que eran la mayoría en aquel mundo y todo por renunciar a sus dioses e irse al Exilio.
—No me lo termino de creer. —Nina se miró las manos ausente, como si esperase ver sus venas encendiéndose en dorado—. Lo que debería hacer es ir al médico. Ver cosas seguro que es algo neurológico, como un tumor.
—No bromees con esas cosas —murmuró. Convertirla en mujer lobo aplacaría cualquier enfermedad humana, pero estando ella embarazada no podía inyectarle tal cantidad de veneno puro, su cuerpo no lo soportaría—. Además ¿cómo explicas la tormenta de ayer y la forma en que repeliste a Andreus?
La única cosa que le hacía gracia de todo el asunto, era que sus poderes parecían estar conectados con tormentas llena de truenos cuando ella les tenía pánico.
Nina se mordió el labio inferior.
—Solo esperemos antes de... no quiero sacar conclusiones precipitadas, ni estar aterrada. O peor, tener esperanzas —murmuró. Se levantó con rapidez y fue a guardar la braga en su mochila, junto al sujetador que había llevado el día anterior para poder cambiarse en el instituto. Después se puso la camisa con la que había dormido—. Voy a cogerle algo a tu madre. Te veo abajo.
Cuando James se reunió con ella ya estaba cambiada y sentada en la isla de la cocina.
—Bueno ¿qué clase de milagro es ese? ¿Vas a desayunar sin que nadie te esté molestando? —preguntó al ver que comía. Era un tema de discusión habitual entre ambos. Uno en sobre el que debía insistir en su actual estado; el hambre exagerada de un embarazo sobrenatural parecía jugar a su favor.
—Marc me lo pidió, debía hacerlo.
—¿Por qué cuando él te pide las cosas sí lo haces?
—Porque él me alimenta y es el amor de mi vida.
James dirigió una mirada a Marc, el hombre rubio y grande que encajaría mejor en un ejército que en un delantal en la cocina. De todos sus rivales, él era, con toda seguridad, el más peligroso. A veces se planteaba aprender a cocinar dulces solo para luchar en igualdad de condiciones. Rodó los ojos cuando el rubio le sonrió con petulancia, incluso mientras se sonrojaba como una quinceañera.
—¿Los demás ya están despiertos? —le preguntó al ver la cantidad de comida ya hecha cuando a esas horas la mansión aun estaba desperezándose.
—Sí. Anoche detectaron el olor de un Esclavo de la Luna. —El rostro de Marc expresó la misma incredulidad que el de James.
—¿Y por qué nadie me avisó?
—Tenías cosas más importantes que atender. —Marc le dio una elocuente mirada a Nina, demasiado ocupada haciéndole muecas al envase de la leche para prestarles atención—. Aun lo están buscando.
—¿Y encima no lo han encontrado? ¿Quién encabeza la búsqueda?
—Yo misma. —Karen se arrastró dentro de la cocina manchando todo el suelo con tierra. Lucía desarreglada, con la ropa arrugada y tenía ramitas enredadas en su pelo castaño. Una espada fina colgaba de su cintura—. ¿Tienes algo a decir, James?
Él sacudió la cabeza con rapidez.
—No, nada. —Su madre era la mejor rastreadora de la manada y le había enseñado todo lo que sabía a sus hijos, por eso el mayor de ellos recorría Estados Unidos en aquel momento, cazando esas criaturas sin supervisión de alguien mayor. James ansiaba conseguir el permiso para ayudarlo—. Pero ¿cómo es posible que no lo hayas encontrado?
—Es como si se hubiera esfumado en el aire. Y ha llegado tan lejos como para recorrer el pueblo. —Karen se dejó caer en una silla con rostro cansado. Hacía tiempo que no iba de caza.
—¿Ha muerto alguien? —preguntó Nina, prestando atención al fin. Karen sacudió la cabeza.
—No que sepamos. El sol ya ha salido, así que estará en forma humana. Si hubiera matado antes de eso alguien habría alertado a la policía por el barullo y no hemos oído nada por la radio local.
—Ayer no era luna llena, así que tampoco es que se haya visto forzado a cambiar. Debe estar bastante avanzando —murmuró James—. ¿Quieres ayuda? No me importa faltar a clase —dio un respingo al mirar a Nina—. Tendrías que quedarte aquí, claro. No estaría tranquilo si estás donde no puedo verte y sin protección con uno de ellos rondando.
Los Esclavos de la Luna eran criaturas imprevisibles después de todo, la consecuencia de una conversión fallida. Los humanos, con magia o no, resultaban ser los receptores más aptos para la toxina que los Dhem producían naturalmente.
La de los dragones es mortal, pero la de un Dhemaryon o un Dhemvyre posee la capacidad de conversión a nivel molecular... siempre y cuando se inyecte una cantidad suficiente de veneno. Una dosis menor es eliminada del organismo, sin embargo, las partes del cuerpo ya afectadas no regresan a un punto anterior, lo que da lugar a una criatura deforme y terrorífica que recuerda a los hombres lobo monstruosos que Hollywood hizo famosos, aunque lo peor de los Esclavos no era su aspecto, sino su locura. No podían cambiar a voluntad como los lobos nacidos o conversos.
Al principio la transformación solo ocurre bajo la luz de una luna llena. A medida que el tiempo avanza sin que la conversión completa llegue, los Esclavos empiezan a degenerar, y conforme se adentran en esa profunda espiral de demencia, una consecuencia de la lucha entre ambas naturalezas, hasta convertirse en lunáticos, los cambios incontrolables se vuelven más espontáneos e imprevisibles, sin importar donde estén o la ausencia de una luna.
La atención de James se desvió a Nina. No sabía bien cómo iba a reaccionar al riesgo de convertirse en una de esas criaturas. Fuera un Prodigio o no, su cuerpo era humano. Para que soportara un embarazo sobrenatural tendría que empezar a morderla.
Los lobos pueden segregar dos tipos de veneno. El que expelen de forma natural con el agente transformador en ella para un humano e hiriente para sus enemigos, y la otra que es el resultado de filtrar esa toxina. Los mayores siempre le repetían que la clave para distinguirlas estaba en la textura. Si era espesa y aceitosa, la convertiría; si era líquida y dulce, estaba libre de impurezas y solo fortalecería su cuerpo.
James debía aprender a producir esa ponzoña si quería ser él quien la mordiera, preparando su cuerpo para soportar a los niños demonio en su interior. Y una vez empezara a morderla, tendría que hacerlo a diario hasta después de que diera a luz. Si pasaba más de dos días sin hacerlo, las impurezas germinarían, la toxina cambiaría y ella se convertiría en una esclava de la luna por la escasa cantidad de veneno en sus venas. Y no podían permitir que eso ocurriera, porque se verían obligados a convertirla del todo y eso sí que su cuerpo no soportaría. No, la mordería un poco cada día, y cuando los niños nacieran, la convertiría.
—¿Es necesario? Es de día. Y no es como si yo estuviera en la lista de objetivos —dijo la chica, sin protestar por su arranque protector porque era consciente del peligro. Los Esclavos de la Luna tendían a verse atraídos a otros hombres lobo para cazarlos, aunque solo buscaban pelea si encontraban a un solitario—. Preferiría no perder clase. Mi padre está algo atento a mí estos días.
Nina se mordió el labio inferior. No pretendía contarle que al final sí estaba saliendo con James.
—Os vais los dos a clase. Esto no es tan importante como para usarlo de excusa —espetó Karen.
James le puso ojitos.
—Venga, má, por favor. Podría usarlo como entrenamiento.
—Te vas a clase. —Karen se mantuvo firme—. Si de milagro no lo hemos encontrado para cuando salgas, puedes unirte a la búsqueda.
—No hagas cosas innecesarias—le dijo Nina. Arrugó la nariz por el olor de la leche, sintiendo ganas de vomitar—. Está mala.
Mientras ella se levantaba —con una mano cubriéndose la boca— para tirar el envase sin que nadie se lo impidiera, pese a que sabían que la leche estaba bien, Karen intercambió una mirada con James. Él se encogió, cuanto antes se presentaran los síntomas, antes descubriría el embarazo. Viendo la forma en que había actuado el día anterior, temía demasiado su reacción como para decírselo él mismo.
Curiosa por el silencio en la cocina, Nina terminó de tomarse el vaso con zumo fresco que Marc se había apresurado en ofrecerle, y después se volteó hacia James.
—¿Nos vamos? Yo conduzco.
Nina se cambió con rapidez al llegar al gimnasio, para después dirigirse a la piscina aun con las mejillas rojas por la despedida de James, que no parecía tener intención alguna de contenerse. El temor a las represalias de las chicas que perseguían a James y conformaban un club Anti-Nina era acallado por la satisfacción. Se sentía feliz pese a los misteriosos poderes que podían cambiarle la vida. Era más fácil centrarse en la emoción de un romance.
Sonrió al distinguir a su hermano entre los madrugadores, incluidas un par de chicas que parecían haber ido allí para verlo, sin aparentes ganas de meterse y mojarse el pelo; se limitaban a lucir estupendas en bikini. Recogió su toalla del lugar donde él siempre la dejaba y se acercó a la piscina para sentarse en el borde e introducir las piernas en el agua, esperando que regresara desde el otro lado. No tardó demasiado.
—¿Qué clase de milagro es este? No deben ser ni las siete. —Vince alzó una ceja a su bikini tras quitarse las gafas de natación. Después tiró de un mechón de su pelo—. Te falta el gorrito.
Se fijó en la runa con el mismo ceño fruncido que le había dedicado el fin de semana. La había regañado bastante por el ''tatuaje'' en un lugar tan llamativo.
—James tenía entrenamiento. Y oyéndote cualquiera pensaría que soy un oso —murmuró Nina con una mueca. La sonrisa de Vincent destelló.
—Ah, ¿no lo eres?
Nina movió el pie para salpicarle. En venganza, Vince le hizo cosquillas y le rodeó el tobillo con la mano para retenerla.
—Y yo que me levanté temprano solo para decirte en persona que he empezado a salir con él.
Su hermano le sonrió divertido.
—Bueno, gracias por decirme lo que todos ya sabían. Por cierto... creo que deberías tomarte las cosas con calma —murmuró. Nina lo miró sin comprender—. Tienes suerte de que nuestros padres no fueran a tu habitación después de todo el alboroto que armasteis más temprano. . Me hago una idea de lo que ocurría —hizo una mueca—, ypor eso decidí no acercarme, aunque no entiendo quien tiene ganas a esas horas;deberías ser más cuidadosa. Ya hacen la vista gorda dejando que James duermacontigo o que vayas a su casa.
Nina frunció el ceño.
—Ayer dormí en casa de James —dijo confusa. Suspiró al pensar en su mascota. Tendía a atacar a su almohada o sus peluches si se quedaba demasiado tiempo sin verla—. Se me hizo tarde. Acabo de venir de allí.
Y los nervios consiguieron agotarla.
—Entonces fue el espíritu santo. Supongo que tendré que tener una charla acerca de eso con él. Amenazarlo y esas cosas. —Vince sonrió de forma peligrosa (o al menos lo intentó. La sola idea de su pacifista Vince enfrentándose a James era graciosa), después posó ambas manos en su cintura y tiró de ella hacia el agua.
—¡Conseguirás que me maten! —espetó Nina al salir. Señaló con un amago en los ojos a las chicas sentadas junto a las gradas—. Me miran como si fueran a ahogarme.
Él se encogió de hombros.
—Porque les has quitado la oportunidad de traerme la toalla. ¿Una carrera?
La chica se echó a reír por lo bajo. Su hermano era bastante popular entre las chicas y era normal verlas revolotear a su alrededor, aunque no lo había visto con nadie durante los dos últimos años. Su ex novia se encargó de romperle el corazón antes de irse a la universidad y Nina odiaba a Ashley por eso.
Lo siguió con cierta parsimonia, deseando haber estirado. Nadaba bien, pero no lo suficiente como para ganar a su hermano (también conocido como el capitán del equipo de natación). Si lo alcanzó fue porque Vince se lo permitió. Su padre les había enseñado a nadar a ambos y, en cierta forma, Nina disfrutaba de que compartieran eso. Después fue por libre, dejando que él entrenara sin tener que estar pendiente de ella.
Mientras nadaba con movimientos cada vez más perezosos, adormilada por la calidez del agua, repasó todos los sucesos del día anterior, sin poder decidirse sobre qué le perturbaba más, si la posibilidad de no ser del todo humana o el salir con James. Se acordó de pronto de que iba a toparse con el borde de la piscina en algún momento cuando la extensión de baldosas estuvo demasiado cerca. No chocó contra ellas, sino contra un pecho fornido. Emergió sintiendo manos grandes y firmes en los hombros, y su corazón se aceleró mientras boqueaba al ver a quien era.
En aquella esquina de la piscina, lejos del alcance de la luminosidad que aportaba la claraboya y pasando desapercibido para todos, distinguió a Sterling; las sombras cincelaban su rostro anguloso, volviendo sus facciones más duras y peligrosas. No solo las sombras naturales, sino también las que, en teoría, eran productos de la magia; se enroscaban por todo él como una segunda piel. Sus ojos azules, normalmente oscuros como los últimos vestigios del crepúsculo, brillaban de forma sobrenatural; Nina miró nerviosa a su alrededor, sin embargo, era la única que lo veía. Su hermano buceaba y las chicas estaban demasiado ocupadas babeando por sus abdominales.
—Lo siento —murmuró, reculando con rapidez. Sterling no dijo nada, se limitó a observar cómo se alejaba.
Nina se hundió en el agua, retrocediendo de espaldas para escapar de la penetrante mirada azulina aunque sin querer perderle de vista y sintiéndose muy vulnerable por la forma en que iba vestida. De todos los lobos de su edad, Sterling era el único junto al cual no sabía comportarse. Saber que él tenía un límite de tolerancia hacia los humanos tampoco la animaba a acercarse, por si su altura y que pareciera un armario no fuera intimidación suficiente. Su amistad con James era lo único que solía mantener su boca cerrada.
Lo miró fascinada desde una distancia segura, observando lo que podría ser tanto un efecto de la luz al rebotar contra las gotas de agua que lamían su piel pálida, como su nuevo y extraño talento. El fulgor se mezclaba con las sombras en un equilibrio extraño.
Cuando él le gruñó, un sonido gutural que hizo su pecho vibrar, Nina se alejó en dirección a su hermano con rapidez, preguntándose qué hacía Sterling allí en lugar de estar entrenando junto a los demás; también estaba en el equipo de fútbol americano. Se preguntó qué pensaría él de que llevara la marca de James. Qué pensarían todos los que compartían su opinión sobre los humanos.
Se quedó en la piscina durante la siguiente hora y regresó junto a Vincent al instituto en un momento de tanta normalidad que se encontró observándolo curiosa.
A lo largo de los años había deseado compartir el secreto con él. Algo en lo más profundo de si misma, por muy absurdo que fuera, le decía que él la entendería, que no saldría corriendo. Sin embargo, se negaba a llevar a su amable y cariñoso Vince a aquel mundo donde no pertenecía. donde su vida sería amenazada. Un mundo en el que hasta el día anterior pensaba ser una intrusa.
Dudó por un instante, mirándolo recelosa. Compartía demasiados rasgos con sus padres y con él como para plantearse con seriedad que era adoptada. Eran hermanos, lo sabía. ¿Y si lo mismo que le ocurría también lo afectaba a él?
—Vince... ¿tú me ocultas algo? —Se mordió el labio inferior cuando él arqueó una ceja de esa forma tan perfecta que había aprendido a imitar—. Algo del tipo que no podrías contar a nadie.
—Si ocultara algo que nadie puede saber, tampoco te lo diría ¿no crees?
—Se supone que soy tu hermana querida, deberías decir lo contrario. —Lo miró ansiosa—. Sabes que puedes contarme cualquier cosa ¿verdad?
—Claro que sí. —Le alborotó el pelo húmedo antes de que entraran al edificio, sin extrañarse por sus preguntas—. ¿Estás preparada?
—¿Preparada para el qué? —Hizo una mueca mientras se acomodaba el pelo—. ¿Crees que seguirán murmurando hoy también?
—Bueno, sí, seguro. Y lo harán más cuando se enteren de que sí estáis saliendo, pero no me refería a eso. El baile de invierno está al caer. Las demás candidatas están haciendo campaña para conseguir votos y no te veo hacer lo mismo. ¿Ya tienes el vestido?
Nina palideció.
—No me lo recuerdes. ¡Y me niego a hacer nada! Esto es un maldito fraude.
Aquel año, por alguna razón inexplicable, había salido nominada. Avril lo negaba, pero Nina estaba segura de que era culpa suya. No podía decir que era una desconocida en el instituto. Era la mejor amiga de James Aryon y se codeaba con la élite del lugar por ello, sin embargo, no sentía que sobresaliera por si misma.
—Karen se está encargando de mi vestido —añadió huraña, tanto por el baile como por las miradas de los demás sobre ella y que Karen se negara a revelar nada sobre el vestido.
—Al menos ahora ya no tienes que preocuparte por el acompañante.
Nina asintió. Había acudido a cada baile junto a James. No importaba que él fuera coronado rey: siempre volvía con ella. Para el cercano baile de invierno había decidido que debía expandir sus horizontes y pasar de él. Se detuvo en seco.
—¡Oh, no! ¡Mierda! —exclamó, agarrándose a Vincent—. ¡Paul me invitó y yo acepté!
—¿Tú qué?
Y al oír la voz de James, Nina supo que estaba en un lío.
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Subiré la segunda parte del capítulo el martes 14/08.
Como siempre, si tienen algo que decir no se corten. ^^
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