3. Prodigio (parte II)



Nina deseó de pronto no haber acelerado el paso, porque Andreus se cernió sobre ella tan pronto como se adentró en el salón. Se detuvo rígida, aunque sin retroceder. Lo cierto era que aquel hombre la ponía un poco nerviosa. Sus antiguos compañeros y hermanos Illarghir habían sido condenados a muerte por incentivar ideas racistas contra los humanos. Había asistido junto a James a la ejecución, la única humana del grupo, y recordaba su mirada azulina desde el otro lado del claro, penetrante y pensativa. Por lo que hicieron sus compañeros se había vuelto recelosa hacia él.

Andreus acercó un dedo rociado en plata a su frente, frío como un témpano de hielo y tan cargado de magia que la parte más primitiva de su cerebro le gritó en advertencia. Ninguno de los dos esperó lo que sucedió a continuación. En cuanto rozó su piel hubo un estallido de luz que los lanzó a ambos hacia atrás. Nina apenas trastabilló, cayendo en brazos de James. Andreus, en cambio, terminó encajado contra la chimenea. El consejero se levantó con rapidez tras unos segundos de aturdimiento, en medio de una nube de polvo resultante de los trozos de piedra que había destruido con su impacto y el olor a quemado. No había fuego, pero el frente de la túnica del Illarghir estaba chamuscada y su piel enrojecida.

—Sí... sospecho que es magia —dijo en tono socarrón, quitándose la túnica para revelar el conjunto sencillo compuesto de una camisa y un pantalón suelto de lino que llevaba debajo. Sin la capucha puesta se podía apreciar las líneas que creaban florituras en su rostro de facciones delicadas, ascendiendo hasta el pelo rubio pálido.

—Pero yo soy humana y los humanos no hacen magia —susurró Nina, sintiendo la mirada expectante y asombrada de aquellos a los que también consideraba su familia sobre ella. Y no sabía interpretar lo que venía de James—, ¿verdad?

Buscó la respuesta en los seres sobrenaturales que la rodeaban y estos le devolvieron miradas ausentes, porque tampoco estaban seguros de lo que acababa de pasar.

—Prodigio... —La voz femenina vino del fondo, de una Illarghir. Nina buscó a Ellery con la mirada. Sabía que era ella y no Katya, la tercera y última consejera, porque Ellery rebosaba toda la autoridad que le faltaba a su hermana gemela.

La mujer avanzó más cerca, luciendo tan impresionante como siempre, con su corto pelo achocolatado atado en una trenza y unos ojos azulados desafiantes. Le caía bien a Nina, pese a que la animadversión que ella y Karen se profesaban la obligaba a elegir bando, y siempre apoyaría a la mujer que era como su segunda madre. Karen nunca se lo había confirmado, pero por la forma en que Gary actuaba como si quisiera huir cada vez que ambas se enfrentaban, sospechaba que él y Ellery habían tenido un idilio antes de que se conocieran.

—Los lobos no hacemos eso, así que no puede ser por... —Ellery se detuvo al ver la mirada de advertencia que James le lanzó—... nosotros. Tiene que salir de ti, así que hay magia en tu interior.

—Pero soy humana. Una de los huecos —insistió Nina con cierta amargura.

—No te refieras a ti misma de esa forma. Y sí, lo eres, huelo humanidad en ti... y algo de lobo —respondió echando un vistazo a la runa—. No olvides que los humanos que migraron a este mundo desde Ambryse poseían magia antes de renunciar a ella e irse al Exilio. Todos tenéis ese centro hueco de magia. A veces algunos conseguís llenarlo... aunque sea un poquito. Esos casos tienen siempre un denominador común: un antepasado sobrenatural en algún punto del linaje. A veces el fruto del mestizaje hereda los poderes, otras son los descendientes quienes despiertan ese poder a lo largo de los siglos. A esos se le llaman Prodigios.

Nina frunció el ceño mientras se apartaba de James, demasiado aturdida como para recordar lo poco que sabía de esas criaturas peculiares que no encajaban en ningún mundo, ya fuera aquel en el que habitaban, el Santuario; en Azzhack, el mundo de los Dhem o en Ambryse, el mundo creado por Äell, el dios del Orden.

Algo en su interior quería negarlo con vehemencia. «¡No soy ningún Prodigio!», quería gritarles, pero ya no era solo un ''defecto'' en los ojos. Andreus había sido repelido con solo tocarla. Se removió nerviosa, inconsciente de como las lámparas empezaban a parpadear y los chispazos de electricidad se hacían visibles, casi tan potentes como los truenos y relámpagos que quebraban el cielo nocturno de forma amenazante, surgidos de la nada. Tembló, tanto por el ensordecedor sonido como por sus pensamientos.

Cuando alzó los ojos lista para decir que se confundían, tuvo que volver a cerrarlos. Mareada por el estallido de luces y sombras a su alrededor (mucho más de lo que había sentido hasta entonces), necesitó apoyarse en el respaldo del sillón que la flanqueaba para no terminar en el suelo. Aunque aquellas sombras no eran del todo malas. Las saboreó con todos los sentidos. La densidad de su tacto, el fulgor oscuro y brillante en su vórtice, el susurro de su revoloteo mientras saltaban entre los presentes como un animal salvaje, su olor intenso que penetraba bajo la piel como una enfermedad, el inusual sabor picante, excitado... Después las observó con más detalle, con un sexto sentido que no sabía que poseía. Ahora que era consciente de que quizá fuera el origen de la locura, se obligó a examinarlas pese al dolor que se hizo evidente en la contracción de su rostro y en el temblor de su cuerpo, y descubrió matices que antes no podía apreciar.

No se había equivocado, lo que recubría su papilas gustativas y reptaba por su piel como una serpiente siseante era excitación. La miraban expectantes, fascinados por el enigma y eso se mezclaba con la amarga preocupación que exudaba su familia; bajo todo eso escuchó murmullos de algo más oscuro. Se había equivocado al pensar de forma precipitada que la oscuridad equivalía a algo malo, cuando parecía englobar un mundo más profundo y rico por explorar.

Sintió una mano sobre el agarre apretado que había hecho sobre una muñeca, y la extraña visión empezó a menguar con mucha más rapidez que en anteriores ocasiones, pero aun no había desaparecido del todo cuando trasladó los ojos llenos de lágrimas a James y se quedó sin aliento. Era muy brillante.

—¿Estás bien? —preguntó él en un tono contenido. Sus dientes estaban apretados. Había sentido el dolor lacerante a través de la runa. Un agonía física y emocional.

Nina cerró los ojos, disfrutando del cálido toque de sus dedos sobre las mejillas. Aunque había huido de él de una u otra manera a lo largo del día, en aquel momento dio un paso adelante y hundió el rostro en su pecho, dejando una vez más que James tomara la posición protectora que a veces la sacaba de quicio.

—Dejó de doler cuando me tocaste —respondió con sinceridad. Y los musculosos brazos masculinos la envolvieron, creando la barrera más poderosa.

James apoyó el mentón sobre su cabeza, sintiendo los temblores que aún le recorrían el cuerpo y la salobre humedad de sus lágrimas por los últimos vestigios del dolor. Sus ojos habían abandonado la plata para colorearse de un negro tan intenso como la tinta y había un brillo letal en ellos.

—Increíble —oyó que su padre murmuraba al acercarse a los enormes ventanales cuando las lámparas perdieron la batalla y toda la mansión se sumergió en sombras. Los relámpagos crearon formas abstractas sobre ellos, haciendo que los ojos plateados de los Aryon lucieran blancos, como un cristal besado por la luz.

James no necesitaba moverse para ver la sinfonía violenta que se gestaba en las alturas. Mientras los truenos las sacudían, decenas de estriaciones doradas y rojizas se extendieron tras las nubes. Las suaves brisas otoñales se convirtieron en potentes ráfagas que azotaron las ventanas, como si se dispusieran a romperlas. Asombrado, James apenas notó a su hermano pequeño pasar como una exhalación a su lado para irse con los demás. Como Darren estaba más cerca, fue a sus brazos donde se arrojó asustado.

Después de unos minutos eternos, unas pocas lámparas volvieron a iluminarse progresivamente a medida que la repentina tormenta eléctrica remitía... y Nina se calmaba en sus brazos.

La acarició con suavidad, esperando que se recompusiera del todo mientras los demás se alejaban de las ventanas hacia la penumbra del salón, tratando de desprenderse del hechizo que acababan de presenciar. Durante un momento solo se escuchó los golpeteos de la lluvia debilitada contra la ventana.

Gary carraspeó.

—¿Alguna idea sobre el origen de lo que acabamos de ver? —preguntó, tratando de sonar animado para romper la tensa calma.

Dhemaryon no —dijo Andreus, seco—. Ni Dhemvyre.

Dado que eran sus enemigos acérrimos, los lobos sabían casi todos los secretos de las sanguijuelas con alas.

Dhemfogo, tal vez —sugirió Katya, la tercera Illarghir, cuya vocecilla aguda como el trino de un pájaro a menudo sorprendía a los que se habían olvidado de su presencia—. Están relacionados con los elementos más que ningún otro de los de nuestra especie... y esa luz que vimos en ella cuando Andreus la tocó podría ser el asomo del fuego empezando a recorrer sus venas.

James torció el gesto. Aunque esperaba que de ser un Prodigio Nina descendiera de un Dhem, no se la imaginaba como una lagartija gigante con alas. Vio que no era el único que pensaba lo mismo, todos clavaban miradas especulativas a la chica que permanecía oculta, como si no notara su escrutinio.

—O puede que de un brujo —aventuró Karen.

—O puede que las opciones estén más allá de los Dhem —repuso Andreus con un encogimiento de hombros al decir lo que nadie quería oír.

—No aventuremos cosas —dijo Gary—. ¿Estáis seguros de que es un Prodigio?

—Es la única opción sensata dada su humanidad —respondió el Illarghir—. Pero lo investigaremos, al igual que su árbol genealógico; tal vez ella o alguno de sus padres sea adoptado y se nos pasó por alto. Deberíamos analizar su sangre. Si se ha manifestado podremos encontrar una huella.

—Haré llegar un poco a Garrick —dijo el alpha, refiriéndose al cabecilla médico de la manada.

—¿Eso es todo? —preguntó James, perplejo al ver que se daban por satisfechos—. ¿No visteis que le duele? ¿No hay nada que se pueda hacer?

—¿Qué quieres que hagamos? —le preguntó su padre—. Si es un Prodigio y está despertando sus habilidades, el dolor es una consecuencia de ellas o producto de la transición. Hasta que sepamos si lo es realmente y, de serlo, de qué desciende, no hay nada que hacer. —Se centró en la chica—. ¿Todo esto te ha impedido seguir con tu vida, Nina?

La chica dio un paso atrás, alejándose de James mientras se frotaba los ojos enrojecidos. Miró a Gary.

—No, no de verdad. Las veces en que lo he visto han sido cortas y lo de la... luz bajo la piel, no es doloroso. —Solo la asustaba como el infierno—. Antes... antes lloré porque nunca lo había visto en tantas personas a la vez. Era abrumador.

Se estremeció al recordar la sensación de los hilos de sombras enredándose a su alrededor incluso si no la habían rozado. Se frotó los brazos con fuerza.

—¿Seguro que no toqué algo que no debía? —preguntó esperanzada.

—Ningún libro con tales efectos está donde puedas curiosear en ellos —replicó Ellery. Una sonrisa diminuta curvó sus labios al ver que la muchacha se ruborizaba. Lo cierto era que Nina había intentado más de una vez echarle mano a esos raros ejemplares cuando se despistaban, al igual que James, ambos con una curiosidad insaciable—. De momento no hay nada que hacer.

Nina terminó de limpiar el rastro de lágrimas con las mangas de la ropa, con un revoltijo tal de confusión y ansiedad que James no esperaba la pregunta que formuló a continuación.

—Vale ¿y cómo me quito esto? —Bajó el cuello de la sudadera tras apartarse el pelo con brusquedad—. Eso sí se puede resolver ¿verdad? No quiero llevar su marca.

Los demás se miraron sorprendidos mientras James la observaba con infinita tristeza. Resistió, sin embargo, porque no iba a dejarse doblegar solo por su tozudez. En el esquema de las cosas Nina había decidido que aquel era un problema menor, algo a lo que podía enfrentarse, así que no le sorprendía que se concentrara en ello.

—No hay... forma de quitarla, Nina —dijo Karen con lentitud, más consciente que los demás de la actitud que la chica había tomado—. Sois compañeros.

—No, no lo somos —espetó, justo antes de darse la vuelta para huir. 

Cuando salió de allí, Nina lo hizo sin un lugar en mente, pero no fue una sorpresa verse envuelta de pronto por el tenebroso abrazo de los árboles que rodeaban la mansión. Allí el único peligro era perderse o tropezar con alguna raíz escondida entre la hojarasca húmeda; dado que ambas cosas eran fáciles de solucionar y no temía a la noche, siguió avanzando bajo la llovizna cada vez más débil. Si se perdía solo tenía que seguir a alguno de los tantos lobos que pululaban por el bosque para encontrar a la mansión. Además, James había salido tras ella.

No tenía la capacidad de olerlo u oírlo; aquel era su hogar y podía ser muy silencioso cuando lo deseaba; solo sabía que estaba allí. Si antes tenía una habilidad especial para intuir cuando andaba cerca, la runa en su cuello había potenciado ese efecto. Era la fuerza de la electricidad durante una tormenta, la brisa penetrante de una noche despejada de verano, la dulzura del chocolate y la nata. Era el sol. El sol en su piel. Era fuego.

Nina sintió la tensión crecer desde dos frentes: la runa incandescente que palpitaba en su cuello y la líquida calidez en la parte más tierna de su cuerpo. Y cuando ambas fuerzas colisionaron... incluso allí, enfadada y temerosa, sentía el lánguido reptar de la necesidad apoderarse de ella, la cruda realidad con la que había crecido: que siempre querría más de él. Cuando James se acercó para agarrar una de sus manos, Nina se lo permitió, concentrándose solo en el consuelo de su compañía.

De pronto su mayor preocupación no era arruinar su amistad, sino el no ser tan humana como creía. Durante toda su vida se había sentido distinta, demasiado cercana al mundo sobrenatural, demasiado cómoda con cosas que harían a otros huir. Se había convencido de que eran sus ganas de estar con James, de ser lo bastante buena como para que nadie cuestionara su derecho a estar a su lado. Ahora todo se tambaleaba.

—¿Quieres parar?—espetó, deteniéndose de golpe después de varios minutos en silencio mientras él le dedicaba caricias nada distraídas, ambos ya empapados tras la larga caminata. Se envaró al sentir la amplitud del pecho masculino contra la espalda, pero se negó a moverse. En cambio, apoyó el cuerpo contra el árbol a su lado. Lidiar con la runa y una anormalidad era demasiado—. Vete, sé regresar. Nada de esto cambia que no quiera esta cosa. Y necesito estar un rato sola.

James frotó la nariz durante un instante contra su pelo, aspirando ese aroma que reconocería en cualquier lugar y que contenía una novedosa nota disonante: la presencia de las nuevas vidas en su interior, un almizcle fugaz que evocaba a ambos.

—¿Puedes dejar de llamarla «cosa», por favor?

—¿Prefieres imitación barata? —preguntó con falsa amabilidad.

—Las runas son algo sagrado, Nina.

—La Annyel, sí. Esto que me has puesto solo es una marca de posesión, no es... ni se compara —murmuró con amargura.

Inhaló cuando sus manos grandes se situaron sobre sus caderas y ascendieron, colándose bajo su ropa para acariciarle la piel con los pulgares. Cuando se volteó, Nina sintió que su corazón daba un vuelco al notar la intensidad en su rostro. Sus ojos eran dos lunas luminosas titilando en la oscuridad, tan cercanos, tan absurdamente claros y magnéticos, que las olas del deseo que habían empezado a sacudirla crecieron hasta convertirse en tsunami que amenazaba con tragarla, y ella no tenía muy claro si echar a correr o ahogarse, dejándose arrastrar hasta el fondo con el conocimiento de que cada corriente la arrastraría a sus brazos. No hizo más que mirarlo, ni siquiera reaccionó al duro pellizco de la madera húmeda contra la espalda, apenas amortiguado por la sudadera masculina que aun llevaba. Lo único que rompió su fascinada contemplación fue sentir como encajaba una rodilla entre sus piernas. Su siseo no se hizo esperar.

—Bueno —empezó James, con los labios torciéndose en una diversión que no llegaba a sus ojos. No había asomo de plata en ellos, solo un negro absoluto. Pero no era rabia esta vez lo que los oscurecía; en sus profundidades se apreciaba el crepitar de una llama poderosa—, como dije, voy a enamorarte.

Nina lo miró infeliz mientras él la acorralaba también con los brazos, situando cada mano a un lado de su cabeza, convertido en un pilar de calor que se oponía a la frescura de la noche y la lluvia.

—¿Por qué estás haciendo eso? ¿Es alguna clase de primitivo sentimiento masculino por haberme quitado la virginidad? ¿La runa hace eso?

—Bueno, no voy a negar que sí siento ese... primitivo sentimiento de un macho por su hembra. —Esta vez auténtica diversión brilló en sus ojos cuando ella echó humo por las orejas—. Era algo que llevaba bastante tiempo queriendo tomar... pero no, no es solo eso. Llevas mi marca, y yo la tuya. Eres mi compañera. Debemos estar juntos. No importa donde vayas, solo iré detrás.

Nina lo miró boquiabierta. ¿Que llevaba bastante tiempo queriendo tomar? ¿Cómo se atrevía? Alzó ambos brazos y los presionó contra el torso masculino, tratando de empujarlo. Él no cedió. Una de sus manos abandonó la rugosa superficie del árbol en busca de la suavidad de la piel de su compañera. Nina contuvo un jadeo al sentir su mano descender con lentitud, dejando una estela de electricidad. Estaba tan concentrada en esa mano que no vio el peligro acercarse desde arriba. El beso de James fue avasallador. Sus brazos abandonaron la postura defensiva para que pudiera aferrarse a él.

Decir que no lo deseaba sería una falacia, bastó un único roce para que sus convicciones se vinieran abajo y correspondiera a todos los toqueteos y provocaciones a los que había estado sometida durante todo el día. Apenas percibió la mano que se colaba bajo su falda como en tantas otras ocasiones para aferrarse a su trasero, o como la otra mano de James se alargaba, convirtiéndose en una garra inhumana de uñas mortales que se enterraron en el árbol con la misma pasión que él sentía, rozando la violencia por la necesidad brutal de adentrarse en ella. Eran jóvenes y su runa reciente; la ansía asfixiante que siempre había pendido entre ambos no era más que un suspiro, una fina llovizna, si se comparaba con la tormenta tropical que los envolvía en ese momento.

Nina rompió el beso cuando la rodilla que había situado entre sus muslos fue sustituida por una mano y esos dedos juguetones presionaron en precisas embestidas sobre la tela de sus braguitas.

—James —siseó en advertencia.

—Siento tu necesidad, Nina —replicó con una voz tan ronca que se asemejaba más al gruñido del animal que podía ser que al chico frente a ella—. Tan... tan lista para mí. ¿No sabes que estoy diseñado para satisfacer todo lo que quieras?

Nina se mordió el labio inferior. La noche que lo cambió todo sería un vívido recuerdo en su mente hasta el fin de sus días. Los ojos verdes se nublaron y su rostro enrojeció con más fuerza, todo su cuerpo luchaba contra la sensatez, deseando dejarse devorar por el lobo feroz. Atrapó su mano y trató de sacarla de su falda.

—No voy a caer en las trampas de James Aryon. Soy Rusia. Rusia en lo más crudo del invierno —farfulló, pero incluso mientras lo decía sus piernas flaquearon, las palabras sonaron titubeantes y sus ojos suplicaron por caricias más íntimas al notar el empuje de su potente erección contra el bajo vientre. Sintió el roce de sus labios, besos dulces a lo largo de su piel que contenían algo salvaje dentro de ellos, una promesa pasional que rozaba el dolor. La joven cerró los muslos para apretar y detener esa mano, notando los pezones arañar contra la tela del sujetador que de pronto parecía demasiado áspera.

—¿En serio? Siento a Rusia derretirse... Sí, caliente y tierna en mis brazos, la invasión marcha según lo previsto.

Nina no pudo responder, porque el siguiente punto de asalto fue su boca. Su beso fue duro, demandante y de pronto sintió aquella garra semianimal colarse bajo su falda para aferrarse a su trasero y elevarla, como si no pesara nada. Se estremeció, con un jadeo más fuerte que los demás ante el suave pinchazo de sus uñas y los arañazos que decorarían sus nalgas. Pero no sintió miedo, incluso si esa mutación era un reflejo de lo que él quería hacerle, porque James nunca la dañaría, no de esa forma. Así que cedió a sus demandas rodeándole la cintura con las piernas y elevando el rostro para que esa lengua malévola se adentrara y la hiciera aun más papilla. Un gemido escapó de sus labios cuando esa garra serpenteó por el resto de su cuerpo.

Un momento antes estaba negándose y al otro estaba allí, hipnotizada por los rayos oscuros de pura lujuria en sus ojos, consumida por las ansias que fluctuaban de su runa a la de ella, deseando que los roces tentativos de su mano fueran más firmes. Tenía los pechos tan hinchados que le dolían, y bastó un simple apretón por encima de la tela para que se estremeciera, agarrándose a él. James sonrió, sacando la mano de su camisa para permitir que reptara hacia atrás, enredándose entre los mechones rojizos. Tiró de ellos hacia abajo con dulzura antes de aferrarse a su nuca con cuidado para que sus uñas no la desgarraran, en un gesto de posesión absoluta por el cual pensó que ella le gritaría, pero se limitó a mirarlo con unos ojos verdes llenos de hambre.

—¿Te sientes conquistada? —ronroneó con malevolencia; sus dedos se colaron al fin en sus bragas y cuando introdujo uno en su interior sintiendo como sus músculos internos lo aprisionaban, supo lo cerca que estaba del abismo sin apenas ayuda.

—Muchísimo —murmuró Nina, que solo tenía una cosa en mente: su boca. Era pura sensualidad, la tentación convertida en arcos suaves y pecaminosos.

James le siguió el juego durante unos minutos mientras la torturaba más abajo, hasta detenerla con un mordisco en el labio inferior, sin sentirse para nada benevolente. Apretó el pequeño botón de placer con el pulgar y vio como sus ojos se nublaban ante el estallido de toda la tensión acumulada en su cuerpo durante días, contemplando como temblaba en sus brazos con una expresión tan concentrada e intensa que, de no ser la plata abrasadora de sus ojos, se confundiría con la ira.

Los labios de Nina se abrieron para soltar el fantasma de un gemido cuando él retiró los dedos de su interior y mientras los lamía sin dejar de mirarla, se sintió más femenina y vulnerable que nunca ante el macho orgulloso y dominante frente a ella.

—Soy tuyo ¿es que no lo ves? —James apoyó su frente contra la de ella. Lo único que clamaban sus instintos era desgarrar y morder. Separarle las piernas y reclamarla, hundiéndose con toda la furia que lo poseía, buscando su propia liberación; sin embargo, en aquel momento el animal en él solo haría que se enfadara más. Se obligó a despegar la mano de su cuello para hundirla en la madera antes de herirla en un descuido, luchando para recuperara su aspecto humano—. Deja que esto sea lo que está destinado a ser.

Nina no respondió, solo sus jadeos se sobrepusieron a los sonidos del bosque, al baile de las gotas de lluvia acumuladas dentro de las hojas cuando cedían ante su peso. James la observó con un estallido de cariño en el pecho. Siempre le había parecido una criatura que florecía bajo el manto dorado del sol, pero allí, bañada por la luz blanquecina de una luna que desafiaba las nubes de tormenta, y con las mejillas tan rojas como la sedosa melena en que hundía la mano, se convertía en un regalo, el más hermoso que podría desear. Y era suya.

Al ver como la lujuria era sustituida por un silencio ensimismado, James la depositó en el suelo y le recolocó la ropa para después volver a tomarla de la mano, listo para guiarla de vuelta. Desmenuzó con cuidado todo lo que le llegaba desde la runa más que despierta. Sintió los resquicios de la pasión como brasas calientes sobre todo su cuerpo, la confusión mezclada con el anhelo, la esperanza sitiada por el miedo y la pesada mano de la indecisión que lo mantenía en vilo. Sabía bien que antes de que pudieran avanzar tendría que ganarse su confianza, así que estaba dispuesto a contenerse incluso si dolía.

Faltaban solo unos metros para que cruzaran la linde cuando Nina se detuvo, abrazándose a si misma. James se volteó lleno de cautela y ella se esforzó en sostenerle la mirada. Los ojos verdes lucían más brillantes que nunca, enormes e ingenuos. La palidez de su piel era casi espectral en el ambiente nocturno, como si un resplandor la envolviera. Supo que había llegado a una conclusión.

—No puedo engañarte ¿verdad? No importa cuanto lo niegue, vas a saber lo mucho que quiero esto a través de la runa. También lo mucho que me aterra. —Nina inhaló con fuerza—. Entonces espero que prestes mucha atención a lo que sientes en ella ahora, porque es lo único que sé con seguridad. Me quedé junto a ti hace dos años, me quedé después de que el verano pasado me hicieras perseguir castillos en el aire. Y aquí estamos otra vez.

Era extraño. Podía estar a punto de descender al infierno o desplegar las alas para ascender a los cielos, pero solo sintió paz y un entusiasmo que hacía su corazón aquejarse a cada latido. Sin importar como terminara, Nina sabía que aquel sería el último salto al vacío. Tal vez terminara destrozada y olvidada en el fondo, aunque lo haría con la serena certeza de que sería el final.

—He llegado a la conclusión de que no importa lo que quiera. Con esa runa ambos vamos a sentir la necesidad de llegar al otro, y yo no puedo asimilar lo demás si gasto toda mi energía luchando contra lo que siento por ti. Si sale mal porque has hecho algo, se acabó. Te juro que me alejaré sin mirar atrás, pueda quitarme la runa o no. —Esbozó una sonrisa que mezclaba el amor, la esperanza... y un miedo que lo destrozó—. Siempre he estado enamorada de ti, James Aryon, Y te voy a entregar mi corazón por tercera y última vez. Hazme el favor de no pisotearlo, porque no habrá tiritas suficientes para mantenerlo de una pieza.

Él le acarició las mejillas con ambas manos y descendió hasta su cuello para acariciar sobre la runa, con la boca frunciéndose en un mohín extraño. Nina lo miró fascinada. Su pelo parecía estar hecho de la esencia misma de la noche, las líneas limpias de su rostro eran de una belleza tan absoluta y devastadora, sobrenatural, que resultaban casi austeras, crudas, pero eran sus ojos, unos discos imposibles de mercurio, lo que siempre la habían cautivado junto a la sonrisa más bonita del mundo. Nina se puso de puntillas para besarlo, hundiendo las manos entre los mechones de carbón mientras le lamía los labios, más tranquila ahora que tenía una especie de plan al que ceñirse y solo debía preocuparse por las lucecillas caóticas.

James sintió que una descarga lo recorría y cada nervio de su cuerpo se saturaba por un millar de sensaciones. La estrechó con fuerza. Era la primera vez en dos años que ella abría el contacto. No obstante, incluso en medio del placer la culpabilidad lo encerraba en una prisión de hierro pesado y candente a ras de piel. James sabía que le había hecho daño, pero no fue consciente de la profundidad de la herida hasta que el dolor brotó a borbotones en su voz, en la runa que los ataba. Apretó los labios contra los de ella. Había sido un bobo al pensar que una vez enlazados todo se solucionaría.  


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