10. Me ofrezco a ti (parte II)
Gary detuvo el movimiento de la hoja apresada entre sus dedos. Elevó la mirada hacia su hijo y observó con un ceño fruncido la alicaída posición de sus hombros, la oscuridad en su voz junto a la repentina incapacidad de mirarlo a los ojos.
—Ser piadoso no es lo mismo que ser un cobarde.
—No estaba siendo piadoso. Me congelé. Como siempre.
Disfrutaba de la lucha, ya fuera con una espada, los puños o los dientes. Sin embargo, a la hora de quitar una vida... Recordaba cada vez lo vulnerable que se había sentido en aquella cabaña, con los enemigos a punto de devorarlo. Ese niño asustado insistía en seguir escalando fuera de su abismo oscuro. Se enroscaba alrededor de su cuello hasta ahogarlo; retorcía sus piernas hasta que tropezaba y caía, incapaz de avanzar.
—Él intentó matar a mi mujer... a mis hijos, y no pude clavar una espada. No sé qué decían los ancianos cuando nací, o qué espera Eelil de mí, pero se han equivocado de chico. Hasta tardé más en convertirme por primera vez que la mayoría. Jules, por ejemplo, ni siquiera llegó a cumplir el año antes de hacerlo.
Gary suspiró.
—Desde luego, la auto compasión no ayuda a nadie a ser un gran guerrero. —Bajó la mano con fuerza sobre su cabeza y le alborotó el pelo hasta que terminó apartándolo de un golpe—. Creo que tienes un futuro brillante, como el de tus hermanos. Matar no es un rito para la madurez, James. Si de mí dependiera, ninguno de vosotros os implicaríais en cosas así. Mi mayor deseo es que sigáis sin conocer la violencia a gran escala que yo pude esquivar.
—La única forma de evitar eso es renunciar a la magia y a nuestros dioses. Y ellos no nos dejarán ir. Los humanos son una casualidad, todos lo sabemos.
—Puede que tu primera transformación haya tardado en llegar, pero llegó. Como llegará lo demás. Ansiar la muerte es para idiotas. Tus aptitudes son indudables. No desesperes.
—Me ofendería que mi padre dijera otra cosa.
—No tengo razones para mentir. —Gary suspiró—. Tampoco debes sentirte mal por Nina. ¿Te molesta que ella pueda defenderse sola?
—Claro que no. Me enorgullece —replicó como si fuera obvio.
—Por supuesto. Tampoco creo que intentes competir con ella. Nos llamamos compañeros de vida por una razón. Un compañero es alguien que te apoya, que complementa tus falencias. No tienes que demostrarle nada. Herirás a ambos en el intento: tú en el esfuerzo y ella por verte así. Además, puede que ese tipo de reacciones sea innato en ella.
James alzó la cabeza de golpe, intrigado por su tono. Miró a su padre asombrado.
—¡Sabes lo que es!
—No, no realmente. Tengo muchas sospechas, algunas más convincentes que otras y que prefiero no nombrar. —Gary alzó la mirada hacia él—. He contactado con tu abuelo. Llegará pronto. Es más sabio y mucho más viejo que yo o que Andreus. Sabrá lo que es.
El muchacho se vio sonriendo sin poder evitarlo. Lo cierto era que no conocía a sus abuelos. No en persona, al menos. Había hablado con ellos a menudo a través de espejos, y a veces se presentaban durante las festividades; entonces James los veía en los bordes del claro del santuario, salvo que él estaba en una pequeña porción de Nueva Inglaterra y ellos en los bosques nevados de otro mundo.
Ambos habían sido llamados a Azzhack para resolver los conflictos en su clan. Hacía ya dos décadas que no pisaban el mundo santuario; sin embargo, en el mundo de los dhem apenas habían trascurrido unos años.
—Y cuando él deba regresar, iremos con él. —Sonrió al ver que la oscuridad desaparecía de la expresión de su hijo con rapidez—. Es hora de ir a casa.
—¿De verdad? ¿Y el instituto?
—¿Qué prefieres? ¿El instituto o el rito de iniciación? El instituto puedes terminarlo en cualquier momento, si así lo deseas (aunque no le digas a tu madre que he dicho eso). El rito debes pasarlo cuanto antes. Además, no os iba a dar tiempo a terminar este curso.
James intentó fingir que no se estaba emocionando pese a que su garganta estaba seca, sus ojos muy abiertos y apenas podía estarse quieto.
—Eelil no me ha dado permiso.
—Eelil dijo que no podías tocar a tu compañera hasta pasar el rito. La has tocado y has dejado cachorros dentro de ella. Aun no os ha fulminado a ninguno de los dos. Asumiré que no tiene problema con ello.
—¿Seguirás machacándome con eso? Hasta Nina lo lleva bien.
—Porque te ama. Si no fueras mi hijo te arrancaría la cabeza. —Gary se encogió de hombros y James le hizo una mueca—. Hazle una ofrenda a Aennai mientras le echo un vistazo a todo lo que has traído.
—¿Lo que dijo Meriv es cierto? ¿Crees que habrá una guerra? —le preguntó el muchacho, vacilante cuando su padre depositó un pequeño cuchillo ceremonial en su mano, no mucho mayor que un abrecartas. Desperdigadas por la hoja fina había runas de guerra.
Gary sacó algo de su bolsillo y James miró interrogante la caja de plástico llena de pastillas que depositó sobre el altar.
—Están transformando a tanta gente en esclavos de la luna con esto. No lo dije el otro día porque no conviene que sepan que somos conscientes de ello.
—Pero si nuestro veneno solo se transmite con una mordida...
—Algunos no tenían marcas de mordida. Nate descubrió esto en la casa de una de las víctimas. Huélelo.
Obediente, abrió la caja. De inmediato el indudable olor a fármacos inundó su nariz, mezclado con algo más ácido y lobuno. Pero no era solo eso.
—Huele a vyre.
—Sí. Ahí han mezclado veneno vyre y aryon. Es la razón por la que tu hermano no lograba dominar a los esclavos, y seguramente también el motivo por el que enloquecían con tanta rapidez. Se supone que el ritual de la mordida es imprescindible para la transformación.
»Eso debería ser imposible, apenas hay registros de híbridos entre nuestras razas. No sé a lo que nos estamos enfrentando. ¿Ciencia y magia? Tal vez algún vyre ha capturado a uno de los nuestros. O uno de los nuestros ha capturado a un vyre. Sea como sea, esto no es normal. Y está la cosa que apareció la otra noche. Sterling no sabe lo bastante, pero cuando lo interrogué dijo que Meriv mencionaba una y otra vez a un ''poderoso aliado que haría que todo volviera a su cauce''. Ese tipo parecía bastante poderoso.
—¿Aun no se sabe quién o qué era?
—No... —Gary lo miró con atención—. Sin embargo, su olor me recuerda a alguien. A Nina. Y un poco a su hermano. Además, ella fue la única que entendió lo que dijo. La única que no sucumbió.
James tragó saliva. No había prestado atención a eso. En aquel momento solo pudo preocuparse por su compañera frente a un monstruo sin que pudiera alcanzarla.
—Sterling se acercó antes a Nina en el baile. Le dijo que pretendían devorarla —susurró.
—Ese niño... Sí. Sea lo que sea, ella está metida en esto. Tal vez sea la razón por la que Eelil no quería que la tocaras antes de tiempo. Vamos, no pongas esa cara. No importa lo que pase. Somos una familia. Lo resolveremos juntos... A poder ser con más eficacia. —Gary esbozó una sonrisa que Nina catalogaría de inmediato como marca Aryon—. Ahora, hazle una ofrenda a la voraz. Saciemos su sed de sangre antes de que la dirija a nosotros. Sé generoso.
Cabizbajo, James caminó hacia la estatua de Aennai. Sabía que lo correcto era dirigirle algunas palabras en voz alta, aun así no lo hizo. Llevó el cuchillo a la palma de una mano e hizo un corte profundo.
La sangre manó, tan plateada como la hoja que sostenía. Eso era lo que marcaba a su familia como distinta, más allá de los ojos. Lo que tenían en común con las familias principales de los vyre y los dragones. Había sangre de luna corriendo en sus venas. Un poderoso líquido vital plateado, no rojo. El aliento de Eelil.
Bañó a Aennai con ella. Primero se la untó en los labios con delicadeza, como si las yemas de sus dedos fueran un pincel y su sangre la más extravagante tinta. Volvió a abrir el corte y extendió la mano sobre su rostro, la deslizó por su cuello hasta llegar al valle en su escote. Apretó el puño, antes de volver a abrirlo, para que el abundante flujo discurriera entre sus pechos como las atentas caricias de una mano masculina. Volvió a abrir el corte y se inclinó hacia ella para alcanzar las cuatro enormes alas que enmarcaban su cuerpo pese a estar plegadas.
Volvió a hacerlo una y otra, y otra vez. Quería verla bañada en plata. No podía pensar en nada más.
Gary tiró con brusquedad de su camisa, lanzándolo al suelo.
—No dejes que te devore.
James parpadeó. Alzó la mirada hacia su padre como si no estuviera seguro de lo que pasaba. Después lo miró avergonzado. Gary se echó a reír.
—La llaman la voraz por una buena razón.
El muchacho miró a la estatua. Ya no estaba dormida. Ni parecía de piedra. Aennai desplegó las cuatro alas, como si se desperezara mientras hilos de sangre de luna se deslizaban por sus plumas y le cubría el resto de la piel, bañada por el resplandor de las flores del santuario.
Vio como se lamía los labios. Sus ojos, de un dorado vibrante con pupilas alargadas y felinas, se clavaron en él. Entonces alzó una mano y flexionó un dedo, llamándolo.
Al ver que iba ir hacia ella, Gary pateó a su hijo.
—Despierta —le espetó, a la vez que aquellos labios femeninos se curvaban en una sonrisa pecaminosa—. Si le dejas hará que te cortes las venas por ella. Se convierte en tu mayor tentación hasta que deseas darle tu alma.
James le frunció el ceño a la diosa que se apartaba un mechón de pelo del rostro con una expresión burlona. Era rojizo. Oscuro como un manto de sangre. Los ojos dorados se volvieron verdes, las pupilas se arredondearon. El rostro y el cuerpo los conocía muy bien. Apartó la mirada.
—Sí, ya lo veo —dijo, luchando contra el deseo de acercarse.
Aennai extendió el brazo que sostenía su arma-alma y uso una de las puntas para alzarle la barbilla y obligarlo a mirarla. Le sonrió una última vez desde el rostro de su compañera. Después plegó las alas en la espalda, atrajo su arma hacia sí misma y volvió a parecer de piedra poco a poco, hasta que sus ojos, dorados una vez más, se apagaron.
—Creo que le has caído bien. No suele moverse tanto. —Gary le tendió una mano para ayudarlo a levantarse. Se echó a reír al ver sus mejillas rojas—. No te preocupes, a todos nos pasa la primera vez.
—Que sus alas fueran de color dorado es una buena señal, ¿verdad?
—No realmente. A la gente le gusta decir que sus alas se vuelven rojas cuando tiene sed de sangre porque es más teatral, pero la verdad es que solo enrojecen cuando está enfadada. Y si se vuelven negras... Bueno, mejor no pensemos en cosas así.
James volvió a mirar a la estatua, con la que su sangre empezaba a fundirse. Aennai era hija de Ikra y Aëll. Lo lógico sería que, pese a ser la única diosa de la guerra, no fuera venerada entre los dhem, pero era una de sus diosas más queridas, incluso si les disgustaba que al final hubiera elegido a su padre.
—Me iré a dormir. Creo que estarás en buenas manos —le dijo Gary, justo cuando él notó a su compañera acercarse.
—¿Papá?
—¿Sí?
—Me esforzaré. Pasaré el rito. Haré que os sintáis orgullosos de mí.
Gary sonrió.
—No tendrás que esforzarte mucho para eso.
El Alpha recogió los libros desperdigados sobre el altar, y cuando se cruzó con la chica al ir de salida, le alborotó el pelo hasta que se quejó y huyó de él.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó Nina, mirando alrededor. Terminó por contestarse a sí misma tras fijarse en la estatua ensangrentada y en el cuchillo que él aferraba—. Supongo que es una suerte que haya traído esto. Pareces un fantasma.
Mostró la copa de mousse que sostenía en una mano, oculta por la manta gruesa en la que se envolvía. Aunque James no llegó a verla mientras trataba de recomponerse con rapidez, como tampoco vio el hambre con el que lo miraba, pero lo sintió. Con un escalofrío arañando su espalda, James depositó el cuchillo a los pies de Aennai y se volteó para enfrentarse a ella.
—¿Asaltando la nevera en plena madrugada, Nils?
—Karen no me ha dejado probar una gota de azúcar en todo el día. Y me ha quitado el café —se defendió, echando los hombros hacia atrás y alzando la nariz.
Riéndose con una suavidad que ocultaba la tensión en su cuerpo, James se acercó al altar en el que ella se había apoyado. Apoyó una mano a cada lado de su cuerpo, aprisionándola contra el altar, para después aceptar la cuchara que le ofrecía. Empezó a sentirse mejor al instante en que la plasta blanda y dulzona descendió por su garganta, acelerando aun más su regeneración.
Le dio un beso en la frente.
—Te he despertado, ¿verdad? Lo siento.
—Noté algo extraño. De repente te sentías muy mal... —Lo miró con curiosidad mal disimulada—, luego te pusiste caliente.
James se mordió la cara interna de la mejilla, y decidió hablarle de la charla que había mantenido un momento antes.
—Gary tiene razón. En todo —añadió en tono de regañina. Y él se sintió incluso más estúpido—. ¿Así que pronto se desvelará la incógnita?
Frunció el ceño, disgustada con la idea de tener una relación con aquel ser oscuro.
—Ojalá.
—¿Y por qué estabas excitado? O mejor dicho, estás.
James suspiró. Lo llamaba chihuahua, pero era ella quien nunca soltaba el hueso.
—Es una provocadora. —Señaló con la cabeza a la estatua de la diosa de la guerra empapada—. Hasta tomó tu apariencia.
Había esperado sorpresa de su parte, sin embargo, al ver cómo le fruncía el ceño a la estatua y una bola de celos explotaba entre las runas, no pudo contenerse: se echó a reír con fuerza.
—No podría negarme si quisiera tenerme, ¿sabes? —le pinchó en tono juguetón—. Si los dioses te quieren, los dioses te tienen.
—Pues olvídate de mí —espetó. Y su rostro se sumió en la más pura indignación cuando sus carcajadas cobraron fuerza—. ¡No te burles! ¡O tendrás que conformarte con manosear estatuas a partir de ahora! ¡Oye!
—Y yo que pensaba que verte celosa era lo más aterrador del mundo. ¿Qué me he estado per...? —Su voz se apagó al sentir una lengua sobre sus labios, llevándose una mancha de chocolate —. ¿Te ha afectado?
Había estado tan inmerso en su propia ola de placer que se olvidó de una cosa: también la arrollaría a ella. Los labios entreabiertos apenas podían ocultar la rápida respiración que agitaba su pecho. El verde de sus ojos, más brillantes que nunca, lucía más oscuro que de costumbre. Lo miraba como si quisiera seducirle. Como si pretendiera enredarlo en el más pecaminoso de los hechizos. James inspiró con lentitud. ¿Lo había ido a buscar por eso?
—Hmm... —La sentó sobre el altar, sonriendo cuando dio un respingo por el pellizco frío de la piedra. Todo lo contrario a las manos que deslizaba hacia abajo, por su cuello, la curva de sus pechos, las costillas... Le separó las piernas y de pronto la posición fue mucho más íntima. La miró desde arriba—. ¿Qué es eso? ¿Primero Aennai intenta devorarme y ahora te toca a ti? ¿Quieres destrozarme?
Inhaló con fuerza, absorbiendo el aire inundado de feromonas que lo ahogaba como una soga a un condenado. Salvo que James estaba encantado de morir y ansiaba caer al infierno lleno de llamas que existía entre sus piernas, porque no había nada celestial ni puro en todo lo que quería hacerle.
—Ah, si pareces muy contento con la idea de verte seducido por ella —farfulló la chica. Le regaló un ceño muy fruncido y se mantuvo firme pese a los labios masculinos que descendían por su garganta.
Al menos en apariencia. La annyel, runa traicionera, le informaba de cuan placenteramente recibía sus caricias. De lo agradable que era el calor húmedo de su lengua trazando dibujos sin forma, de lo pesados que iban sintiéndose sus pechos a cada suave apretón de sus dientes.
—¿Quieres continuar lo que empezamos en el instituto, Nils?
Ella tragó saliva. La tensión entre ambos había sido evidente desde el momento en que bajó las escaleras horas antes, para diversión disimulada de los demás. El arrebato pasional en un pasillo poco transitado del instituto no los pilló por sorpresa... No estaba segura de hasta donde habrían si un profesor no les hubiera espantado hacia el gimnasio.
Deseó durante un momento seguir de esa forma. Con un hermoso vestido, un bonito maquillaje y unos tacones de vértigo. Pero había descendido a la tierra de los mundanos en cuanto se adentró en la habitación. El vestido fue sustituido por una sudadera vieja y masculina. Las perfectas ondas de su pelo fueron destrozadas en un moño alto. El maquillaje desapareció bajo sus manos impacientes y mucho jabón.
—Depende de en quien estés pensando —replicó con voz afilada. James sonrió contra su piel.
—Los mortales somos débiles ante los dioses.
—Te romperé la copa en la cabeza.
—Y ante pelirrojas de escándalo —añadió entre risas.
Nina tiró de su pelo para que alejara la cabeza de allí y lo miró enfadada, aunque no le duró demasiado. Se arrebujó en la sudadera, abrazándose a sí misma. Como si unos brazos cruzados fueran a detenerlo.
—Come. Por muy Aryon que seas la pérdida de sangre hará que te sientas mal.
—Me siento mejor que nunca.
—He dicho que comas.
Los ojos plateados chispearon con maldad; aferró las manos a sus caderas.
—Podría untarlo en tu cuerpo y comerlo a lametazos.
—Podrías, pero no te lo mereces.
Aun así, ella se llevó una cucharada a la boca y luego envolvió los brazos alrededor de su cuello para besarle con pura posesión femenina. James se dejó hacer encantado, al menos hasta que una mano bajar más y más, rozando en caricias nada accidentales la lanza dura oculta por la tela de sus pantalones... y que estaba deseando hundir en ella.
James soltó un gruñido suave que se arrastró a lo largo del santuario como el eco de un animal peligroso reptando desde las profundidades de una cueva. Era una invitación a que entrara en su jaula. Era un aviso de lo que pasaría si se atrevía.
Podía contenerse cuando era él quien la tocaba: estaba más atento a su necesidad que a la propia. Al revés, sin embargo... Se obligó a separar las manos de ella, situándolas a sus flancos, aferradas con tanta fuerza a la piedra del altar que las uñas animales empezaban a surgir.
—Nils... —murmuró, tanto en advertencia como en necesidad. Su voz, más grave y gutural, la tomó por sorpresa, y él siseó cuando clavó las uñas—. Empiezo a tener hambre de otro tipo de dulce. Y sé dónde encontrarlo. Llevo tiempo deseando probarlo otra vez, así que deberías parar. Intento ser bueno. Ayúdame a ser bueno.
Se había hecho una promesa. Una promesa que cada día le costaba cumplir. Solo volvería a estar en su interior cuando ella fuera hacia él.
—¿Y si no quiero que seas bueno? —Agarró las manos que se aferraban al altar y las llevó bajo su ropa, con el cuerpo tembloroso por el solo roce de esos dedos contra su piel—. Quiero al lobo feroz.
James cerró los ojos y contó en silencio, suplicando cordura a la madre loba, pero cuando volvió a abrirlos la expresión femenina no había cambiado. Entre la adorable rojez que adornaba su rostro había algo más intenso. Una chispa insolente en el fondo de su mirada, esperando la más mínima brisa para convertirse en un incendio que arrasaría todo a su paso.
Tiró de su ropa hacia arriba con lentitud, disfrutando de cada centímetro de piel que iba exponiendo y con la boca tan seca como la de un miserable que ha cruzado el desierto, hasta que solo quedaron sus braguitas. Al igual que ella, él lo sentía como una novedad.
Los recuerdos de aquella noche juntos eran vagos. La primera vez que dos compañeros yacían lo que primaba era el instinto. La búsqueda inmediata de placer acompañada de la annyel. No había disfrutado tanto como había soñado hacer. Y estaba más que dispuesto a enmendar ese error.
—¿Aun quieres al lobo? —preguntó en voz baja. Trazó el contorno de un pecho con los dedos, subiendo hasta pellizcar las cimas erizadas con una dureza que le arrancó un jadeo.
—¿Cuando no lo he querido? —Le dedicó una sonrisa torcida, aprisionándolo con ambas piernas. Ya no tenía nada que temer.
Con una expresión ilegible en el rostro, James presionó un dedo contra su frente, hasta que la espalda femenina tocó la piedra. Después, bajo aquella mirada atentísima, extendió un brazo para agarrar la copa con el postre.
Sonrió mientras se llevaba una cucharada a la boca, dejando que se diera cuenta de lo que pensaba hacer. Como no se movió, él arrojó un aliento frío y lleno de magia sobre la cuchara limpia y la llevó a su piel, contemplando con tanto disfrute como malevolencia la forma en que su cuerpo se arqueaba, como sus labios se abrían para dejar escapar los pequeños sonidos de placer que resonaban claros en la quietud.
Arrastró el metal escarchado por los labios hinchados por los besos, descendió por sus pechos y torturó las aureolas rosadas hasta que se endurecieron más. Pero aun no tenía ganas de aliviarla.
—Me espera una larga ducha después de esto —murmuró Nina cuando empezó a untarla. Apenas la estaba tocando, pero las palabras salieron entre jadeos expectantes.
—No te preocupes: pienso lamer hasta la última gota.
Aunque no de inmediato. Cuando terminó y dejó la copa a un lado, James se inclinó hacia ella. Disfrutó del fuego en su piel, puro y abrasador, de la ferocidad de una tormenta de verano, brutal y sobrecogedora, de la nota de flores luminiscentes en la oscuridad; un sol vivaz y rojo. Aquel olor era su recuerdo más temprano. El hilo que lo había llevado hasta ella. Ese recuerdo estaría grabado hasta el fin de sus días en su mente.
—Fuego y chocolate —murmuró con una sonrisa temblando en sus labios.
Tomó otra bocanada de su olor, disfrutando hasta sin ponerle las manos encima... Hasta que decidió que el pedazo de tela sobrante le molestaba y deslizó las braguitas azules por sus piernas. Nina tragó saliva.
—Empezaré a pensar que es este lugar.
—Alabados sean los dioses —replicó él en tono burlón.
Se arrodilló frente a ella y cualquier réplica mordaz que pensara hacer murió cuando él trazó un recorrido de besos por sus piernas. Sus temblores aumentaban conforme ascendía. Cuando llegó a las rodillas, las manos finas se aferraron a la piedra y cuando llegó a los muslos, los dedos de los pies ya se le habían encogido, expectantes. Cada atroz latido en su pecho parecía cronometrar la tortura.
Latido. Beso. Latido. Beso. Latido. Beso.
«Me pregunto si esto es hacer trampa», pensó James, justo antes de aumentar la temperatura de su lengua. Dejó de importarle cuando un largo gemido acompañó la primera caricia. Sonrió al sentir los pequeños tirones en su pelo, pensado de forma oscura que tenían razón: alguien devoraría a Nina, pero ese placer era solo suyo.
Bebió de ella mientras sus manos vagaban con crueldad. Bebió de ella mientras se retorcía bajo sus ataques. Y cuando estalló en su boca, gritando su nombre de una forma que entró por sus oídos y viajó con rapidez hacia el sur, no estaba ni un poco satisfecho.
Aunque puede que sí petulante, y embriagado por el ataque sensorial al que había sido sometido. Dio un pequeño mordisco al cielo entre sus piernas, después se incorporó. No sonrió. No hacía falta: el brillo triunfal en sus ojos mientras contemplaba su cuerpo desmadejado lo decía todo.
A veces se sorprendía cuando la miraba. Su cuerpo, un hermoso valle curvilíneo y suave, ya era el de un mujer. Una mujer que podía volverlo loco. Cada centímetro de ella parecía creado para dejarlo de rodillas. La acarició de forma distraída. La piel cremosa ahora llevaba siempre una veladura de oro por el resplandor que la envolvía.
—Me parece —empezó Nina con voz lánguida, como si sintiera aun el cálido arrastre entre sus pliegues hinchados. Su cuerpo por completo se ruborizó bajo la mirada masculina y casi se encogió ante la posesión en ella. No era su James de siempre, sino un amante que sabía complacerla hasta convertirla en una muñeca perezosa y bien amada—, que también quiero hacerte esto.
Le tocó a él tragar saliva. Se inclinó para devorar gran parte del chocolate antes de ascender a sus labios, tratando de dominarse a si mismo. Dejó que probara su propio sabor mezclado con otro tipo de dulzura.
—Hoy no. Pero lo recordaré. —Alzó una ceja al ver que enrojecía más, como si de pronto se hubiera dado cuenta de lo que había dicho—. No le des esperanzas a este inocente corazón mío si no piensas cumplir tus palabras.
—¿Quién dice que no las voy a cumplir? —Arrugó la nariz, testaruda, pero su voz temblorosa arruinó el efecto—. También quiero verte así.
—¿Pretendes doblegarme, Nils?
Ella lo pensó durante un momento, y una descarga de placer la estremeció de los pies a la cabeza al imaginarlo jadeante y sudoroso por obra suya. Una vez, asumía que para torturarla, James le había dejado ver como se tocaba a sí mismo cuando cometió la estupidez de hablarle de uno de sus libros. La imagen nunca se le había ido de la cabeza. Lo cierto era que la idea de tener a un lobo feroz vulnerable y a su merced no sonaba mal.
Se lamió el labio inferior.
—Puedo intentarlo, al menos.
—Cuéntamelo —pidió, trasladando su atención a los desatendidos pechos, acunándolos con sus manos en un toque más duro de lo habitual, arañando sin piedad con los dientes.
—¡Como si fuera a hacer eso!
—¡Mi pobre e inocente corazón!
—¡Eres imposible!
James soltó una carcajada, pero no la presionó. Tenía mejores cosas con las que entretenerse, como la suavidad en su boca. Tal vez había prometido comportarse, pero sus pechos no habían escapado nunca de su atención. Ahora ya no tenía un molesto sujetador de por medio. Casi se había olvidado de lo que hablaban cuando oyó su voz.
—Te desnudaría primero. Poco a poco, entre besos —susurró y él la complació dejando que se incorporara para sacarle la camisa, dejando que despertara un millar de sensaciones con la suavidad de aquellos labios deslizándose sobre sus músculos—. Te empujaría contra ese sillón que tienes en la habitación, el que está cerca de la ventana. El que... el de esa vez. No... No bajaría de inmediato. Me sentaría a horcajadas sobre ti, y nos besaríamos, hasta que te pusieras impaciente.
Tiró de la cinturilla de sus pantalones con cuidado, deslizándolo por los muslos hasta que cayó convertido en un charco alrededor de sus pies. James lo pateó lejos. Se mostró orgulloso frente a ella, puesto que no llevaba nada más debajo, con cada parte de su cuerpo tensándose en una espera tan agónica por el placer que no se vio capaz de sonreír, de disfrutar de la forma en que lo devoraba con la mirada.
—Entonces sí me arrodillaría frente a ti. Te besaría las piernas fuertes, como tú haces conmigo, sin prisa para llegar hasta arriba. Empezaría con las manos, con suavidad, porque sé que te quejarías, pero incluso así no iría más rápido.
—Nils... —murmuró con la voz tirante al sentir que hacía justo eso, bombeándolo de arriba abajo con suavidad y firmeza. Lo rastrilló con las uñas, bailando sobre la línea de lo delicado y lo cruel, ronroneando sin darse cuenta al notarlo hincharse más en su mano.
—Entonces lamería, desde la base hasta la glande, quizá usando un poco de diente...
—¡Joder, Nina! —Tan pronto como se recuperó del ataque húmedo y repentino de la lengua que había ascendido hasta enroscarse alrededor de la punta, enrolló los dedos en su pelo y tiró hacia abajo para que lo mirara—. Te dije que hoy no. Quieta.
—Y te impacientarías. Pondrías esa carita... sí, justo esa, una súplica y una advertencia. Un vas a acabar conmigo y un voy a acabar contigo. Entonces me apiadaría y me atrevería a tomarte en la boca. Con miedo, porque no estoy segura de que quepa, eres grande y grueso, pero aun así lo intentaría, tan fondo como fuera capaz. Chuparía con todas mis fuerzas, hasta el inevitable final...
Se abalanzó sobre ella, en un beso tan voraz como si ya se moviera en su interior, gruñendo cada vez que movía esa mano maliciosa. Quería que se detuviera, pero también la quería justo allí.
—¿Qué parte de quieta no has entendido? —Arrastró las manos por sus piernas, apretando mientras arañaba con los dientes por todas partes. Incluso allí, aprisionándola contra la piedra y casi echado sobre ella, se había negado a soltarlo. Se alzó entonces, con una ceja arqueada—. Si crees por un solo momento que vas a salirte con la tuya, estás equivocada.
Su miembro dio una sacudida al ver su sonrisa perezosa mezclarse con el rubor. Lo miró de arriba abajo, luciendo algo sorprendida por su propia desfachatez. Lo sentía caliente, muy caliente. Como solo podía ponerse el cuerpo de un hombre lobo.
—No puedo evitarlo. Eres tan hermoso que solo quiero tocarte.
Además estaban las sombras. Aterciopeladas y oscuras de pura lujuria. Reptaban de él a ella, envolviéndolos como cadenas pesadas de fuego negro. Hacía rato que los remilgos la habían abandonado. Solo podía pensar en él, duro y rápido dentro de ella. Quería dejarse caer en sus brazos y olvidar todo lo demás.
—Debería ser yo quien diga eso —replicó James... cuando pudo hacerlo. Porque se lo había imaginado a la perfección. Cada una de sus palabras hundiéndose en su cerebro, disponiéndose a convertirse en la canción de fondo de su subconsciente, que acecharía asaltándolo por momentos hasta que se hiciera realidad. Se frotó el rostro—. Maldita sea. A partir de ahora no puedes leer novelas cuestionables antes de irte a dormir. Está decidido. Mira esa boca indecente.
Y tentadora. Volvió a buscar sus labios.
«Y seguro que también es culpa tuya, la has infectado a través de mí», pensó, sin mirar a la estatua de Aennai, que en aquel momento tendría una visión estupenda de su trasero. El mismo en el que su compañera aferró las manos, reclamando su atención.
—James, ¿puedes jugar después? Tendrás mi cuerpo en cualquier momento. Pero te necesito dentro. Ahora.
—¿Estás segura? —se obligó a preguntar. Le acarició el rostro con el dorso de los dedos. Incluso si tenía que clavarse las garras a si mismo, se alejaría si ella lo pedía—. ¿Estás segura de quererlo? ¿Nosotros así... tan pronto?
Ella lo miró con fijeza, preguntándose si lo decía en serio. Al ver que sí, se echó a reír. Entonces lo miró con dulzura.
—Eres mi compañero. ¿Te parece que no lo quiero?
Su sonrisa fue tan brillante que ella se quedó en blanco. James la miró esperanzado, mientras se conducía a su interior, abriéndose paso con lentitud entre cada contracción de la tierna humedad que lo envolvía..
—¿Dejarás de renegar de mí y de la annyel —preguntó con una pizca de recelo. Empezó a moverse, con mucha, mucha suavidad. Si ella pretendía torturarle en un futuro, él también iba a tomar su pedazo de carne. La mirada que le dirigió fue fulminante, sabedora.
Nina alzó una mano para acariciar su runa, deslizando la punta de un dedo por cada uno de los trazos vertiginosos, como si evocara una canción que hablaba de ambos. Después deslizó la mano hasta su rostro. Quizá Karen tenía razón. Quizá sí podría haberlo estado castigando a través de la runa. Y mientras estaba allí, sintiéndolo anhelante y su interior, supo que era el momento de parar. Ya tenían bastantes problemas.
—No voy a disculparme. Tenía mis razones —le advirtió—. En mi lugar también habrías dudado. Pero sí. No soporto ver como se resiente. Además, esa cara de chihuahua desconsolado es criminal.
Una embestida fuerte y certera que arqueó el cuerpo femenino. James la miró con cara de pocos amigos y la diversión desbordó desde los ojos verdes hasta sus labios, hasta que su risa inundó el aire sagrado del santuario.
Con aquella mirada ambiciosa en los ojos plateados, se abalanzó sobre ella, amándola, torturándola hasta que las risas se convirtieron en gemidos enloquecidos. Siguió haciéndolo hasta que la cordura se le escurrió de entre los dedos y sus uñas crearon una obra de arte en su espalda.
Hasta que las runas se unieron para convertirlos en uno.
Hasta que fueron fuego y nada más.
__________
Pecadores. Ahre.
¡Nos vemos la próxima semana!
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