Vago Ciego.

La victima número veintiséis, fue Aizawa Shouta. Un joven de cabellera negra, con ojos del mismo color y unas marcadas ojeras.

Un 26 de Agosto, el amor fue borrado de sus ojos. 

🌙

Aizawa era un hombre con altas expectativas.

Por lo que, para él, creer que su amorío con Toshinori sería para siempre, no era difícil. 

Tenía la vaga idea de que el rubio, era para él. Era exclusivamente su media naranja, su otra mitad; el opuesto con el que estaba destinado a pasar cada día de su fortuita vida. 

Aunque jamás diría esto abiertamente. Expresarse cariñoso y con tierno amor, era regularmente complicado para él. 

No sabía decir directamente ❝ Te amo ❞, no conocía las muestras de afecto. Era como un gato negro, inexperto y cargado de mala suerte. 

Siempre fue de esta forma, acercarse a una persona e intentar ser social, conllevaba a un intenso estrés en su pecho. No podía simplemente evitar sentir desconfianza en las personas, considerándolas hipócritas sin dudar.

Él era como un gato, incapaz de sobrevivir por sí solo.  

❝Todo el mundo necesita amigos, nadie puede vivir feliz en soledad❞.

Debido a esto, conocer a Hizashi Yamada —su actual mejor amigo—, fue un verdadero alivio. Pese a todos los defectos molestos que pudiese tener el rubio, Aizawa lo aceptaba sin vacilar; para el desaliñado, Hizashi era un autentico ser incapaz de quebrarlo.

Vagamente, con su pequeña y negrita alma, comenzó a tomar cariño en este crudo mundo. Empezó a entregarse al campo de batalla, se dejó guiar por su intenso sentir. 

Por su desafortunada curiosidad.

Allí es donde su paradero se dio a notar, topando su perezosa persona con Toshinori Yagi. Un chico que desprendía luminosidad, poseedor de ilimitada felicidad, con una increíble personalidad que lo hacía —inconscientemente— dudar.

Yagi parecía sacado de cuento. Siendo caballeroso cuando debía, valiente a la hora de tomar aventuras y confiable en momentos dubitativos y tristes.

Gracias a estos dos personajes en su vida, ésta se tiñó de fortuna y satisfacción. Conocerlos en preparatoria fue lo mejor que le hubiera pasado.

Y sin saberlo, confió plenamente en la humanidad.

Todo cambió cuando se convirtieron en adultos, las obligaciones eran estresantes y el trabajo era naturalmente duro. Sin percatarse, se alejaron.

Sin advertencia, se enamoró de aquel rubio resplandeciente con millones de virtudes incapaz de contarlas todas.

Consumir café era más dañino para él, pasando profundas noches de insomnio. Donde sólo las tazas abundaban, la comida sobraba y los deseos de dormir se evaporaban.

Sólo eran él y sus pensamientos.

Como aquella noche.

A pesar de ser correspondido, de que su amor floreció de la noche a la mañana, un simple 2 de Agosto; no podía deducir los motivos de sus lágrimas en aquel momento, tampoco se percataba de la cantidad de cafeína consumida, sólo quería desvanecer esa angustia en su pecho.

Parecía tan real e ilusorio a la vez, que temía profundamente lo hipócrita que podía llegar a ser su relación. Los besos dados cada mísero día de Agosto, lo corrompían débilmente. Las muestras de cariño obsequiadas por el rubio, le encantaban dolorosamente. Y las lágrimas frágiles que soltaba, las odiaba.

No le gustaba sentirse así, de aquella manera: titubeante de su propio sentimiento. La experiencia era agridulce, volviéndose adicto de ello; de los labios dulces del rubio y las lágrimas saladas que bajaban de su propio rostro.

Las tazas de café no bastaban, el edulcorante en él no podía rellenar el vacío que le causaba la ausencia de Yagi ese 26 de Agosto. 

Salió de su casa en dirección al hogar de su novio. Sus pasos eran temblorosos y los deseos de verlo se acumulaban egoístas en su corazón. Los ojos de éste, poblados de ojeras opacas y bolsas negras, sólo recibía miradas expectantes de la comunidad. Aizawa sabía que estaba desaliñado y que visitar de esta forma a Toshinori, era una verdadera locura.

La noche es obscura y tenebrosa, pero admitía que contemplar la blanquecina luna, era suficiente para sentirse seguro de su temeroso caminar. Sin embargo, observar las llenas calles de gente, lo juzgaban cruelmente.

— Él fue profesor de la niña muerta.

Podía escuchar los murmullos despiadados de la sociedad, éstos llegaban a sus oídos, apoderándose injustamente de su alborotada mente. El frío inhumano de la ciudad recorría todo su ser, provocando escalofríos en su delgado cuerpo. 

— Él la mató.

Y no se equivocaban, pero esa declaración de una persona totalmente ajena a su descuidada vida, le dolía. Simplemente era incapaz de aceptar sus errores, olvidando estos, hundiéndose en su propio bienestar.

Él sabía que con su indiferente pensar, mató a Asui Tsuyu. Con su ignorancia, con su falta de dedicación a esa chica a la que consideraba su hija y su apática preocupación por ella.

La culpa innecesaria lo carcomía.

Corrió, sabiendo que aquello no es algo que haría un ser vago como él. Pero, quería borrarlo, extinguir todo ese pecado con un honesto abrazo que sólo Toshinori podría otorgarle.

En el momento en que, llegó a la grande casa que poseía su novio, sentía la mismísima salvación en el fondo de su corazón. Con una tenue e indescriptible sonrisa se acercó a la edificación, sus pasos se volvieron tranquilos y serenos, todo su cuerpo cantaba victoria.

Entonces, ocurrió lo inevitable. Las suaves carcajadas se sumergieron en sus sordos oídos, la felicidad ajena se desbordaba frente a sus narices.

Sólo tuvo un leve pensamiento: mirar lo que ocurría. Examinar el rostro de la mujer frente a su novio, fue terriblemente riguroso. Cada mínimo detalle de aquella femenina era meramente sencillo y a la vez, hermoso; tanto su cabellera verdosa ligeramente peinada, como su deslumbrante sonrisa. 

Esa fémina era todo lo que Aizawa jamás podría ser. Entusiasta; sus pupilas poseían a un autentico brillo que simplemente fascinaba. Hermosa; no necesitaba maquillaje en su rostro, cada diminuta facción de la chica era magnífica. Cariñosa; las manos de esta se posaban delicadamente en las mejillas de Yagi, acariciando la morena piel perteneciente al rubio.

Su mente se puso en blanco, el armonioso ambiente en esa casa lo destrozaba. Las lágrimas que con tanto esfuerzo trató de aguantar, caían agobiadas.

Las expectativas que alguna vez tuvo, se desplomaron injustas en el suelo. Todo el amor inexperto que le brindó a Toshinori, jamás importó.

❝Los gatos negros están cargados de mala suerte, ellos habitan en soledad. El amor hacia ellos es totalmente falso, y la hipocresía en los actos de los humanos, los deterioran.❞

Como si la pálida luna se pusiese en su contra, sus inestables actos se evocaron en su mente. Todos los errores que cometió en esa temporada de Agosto, era rememorado por su inestable ser.

Él abandonó a Tsuyu; su alma negra sólo quebró a la pequeña niña, que aún tenía una vida por vivir.

Él no acompañó en los momentos duros a su mejor amigo, Hizashi; su frío ideal sólo pensaba en la debilidad que podría conllevar en su amigo, al tenerlo allí. Logrando sólo destrozar aún más el eufórico corazón que poseía el rubio.

Él ni siquiera se molestó en visitar a Nemuri; la apreciaba y mucho, pero temeroso de lo que pudiese hacer directamente, jamás se atrevió a dar un solo paso en aquel horroroso hospital.

Trajo mal augurio a las personas las cuales estimó, y querer borrar su pecado, sólo entregó más dolor en la sangrienta cicatriz de su corazón.

Él merecía eso y más; volver a ver era nada para el moreno, todo estaba poblado de falsedad y él, aún con sus expertos ojos, no pudo verlo. 

El amor que él consideraba hermoso y verdadero, resultó ser hipócrita y cegador.

— Te mereces la pureza en sí, Toshinori.

Fue el vago susurro que escapó de sus labios, antes de la intensa acción provocada por el revoloteo en sus emociones; con pesar, llegó a su casa, sacando de un cajón un afilado cuchillo.

Comprendía la locura que iba a ser, lo entendía. Pero no le importaba, anhelaba sufrir; pagar por sus actos y sólo sollozar por el ardor de la herida.

Sin vacilar, clavó el cuchillo en aquellos morenos ojos, soltando un grito desgarrador. Para después, liberar una sarcástica risa, buscando centrarse en su sonora carcajada y no en el dolor que implicaba deshacerse de su vista.

— Aunque sea ahora no sufriré insomnio.

Un 26 de Agosto, simplemente abandonó todo rastro de visión. Borró su culpa con propio dolor, logró eliminar el amor cegador que poseía en su cicatrizado corazón. 

Sin embargo, él lo sabía; provocó demasiados malestares con su insignificante presencia: alejó y confundió a su mejor alumna, desplazó y demostró indiferencia en el pesar de su mejor amigo, y botó como basura a una accidentada amiga.

Era en definitiva, peor que un inocente gato negro juzgado por la sociedad.

Él era el mal augurio en sí, la inexperiencia que contenía corrompió a la gente que quería y las consecuencias eran estas: la muerte, el desamor y la pérdida de vista.

Él ahora era un Vago Ciego que sufrió un amorío hipócrita, borrado con el tiempo.

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