Vacía Promesa.

La octava victima, fue Iida Tenya. Un chico inteligente, muy apegado a las reglas. De cabellera azul, y ojos del mismo color.

El 8 de Agosto, su promesa rompió.

🌙

Estaba completamente seguro, de qué, estaba sufriendo un ataque de nervios. El pánico en su interior, ese amargo sabor en su boca, no hacía más que preocuparle.

Hace más de una semana que, no tenía noticias de Uraraka.

Misteriosamente, un primero de Agosto simplemente dejo de asistir a clases. Nadie tenía noticias sobre ella, nadie se había molestado en llamar a su casa.

Iida no quería parecer pesado, por eso dejó pasar todo. Pero, la preocupación e inquietud era más grande que sus propias leyes.

Él abandonó el salón de clases, dispuesto a ir a buscar a Ochako. 

A paso apresurado —más bien, corriendo— se dirigió al hogar de la chica. Era su obligación, después de todo. Su más importante deber.

Tocó la puerta. Una, dos, tres veces. Su paciencia no era mucha, tenía un límite.

Sus golpes pasaron a ser más fuertes, queriendo destrozar esa puerta para lograr pasar. Después de mucho tiempo, la castaña lo recibió.

Las pupilas de Iida se contraían, su asombro era demasiado. 

La mujer frente a él, no era Uraraka Ochako.

Sólo era una mujer castaña, con unos ojos tan opacos como la noche, debajo de éstos, su piel estaba irritada; roja, igual que la sangre.

Su cabellera despeinada, y su pijama sucio. Su piel pálida, un escalofrío recorrió su espalda.

'Ella no es Uraraka'.

No estaba la sonrisa tan deslumbrante que poseía la chica. El ánimo tampoco.

Frente a él, sólo estaba un espectro.

— Oh, Iida. ¿Eres tú, qué sucede?— su voz sonaba quebrada, dándole motivos a Tenya para llorar.—, ¿no deberías estar en la escuela?

Cerró sus ojos, el estado en el que estaba Ochako le ponía los pelos de punta. Le desagradaba. Prefirió no verla, así conservaría su calmada actitud.

— Eso debería decir yo, sabes...— suspiró, Ochako lo observó confundida.— Me tenías preocupado.

Sorprendida, sonrió. Aunque, a ojos del de lentes sólo era una mueca.

— ¿Quieres pasear? — Preguntó Tenya. Mirando con pena a la castaña. Ésta, asintió.

Entró a su casa y se cambió. No tardó mucho, cómo usualmente lo hacía.

Cómo lo hacía, cuando salía con Izuku Midoriya.

Ese nombre le repugnaba, ese chico entró sin previo aviso a la vida de Uraraka. Confundiéndole por completo, alejándola de sus brazos.

Llevándola a un mundo, donde no podría protegerla.

Y la consecuencia, fue esto.

Sintió desvanecer, cuando Uraraka salió de su hogar. Su mirada llena de tristeza, ahora estaba acompañada de una mueca. Tratando de parecer feliz, para él. Buscando fingir todo lo que le pasaba.

Comenzaron a caminar en un silencio, bastante ¿incómodo?.

 Tenya sumergido en sus pensamientos, mataba de una y mil maneras a Izuku. Mientras que, Uraraka también pensaba en Midoriya, incapaz de olvidar la escena anterior; sobre el beso de ambos muchachos.

Los pensamientos de ambos se disiparon, al ver la escena frente a sus ojos. Una extraña mujer, recitando canciones, mientras reía sola.

Iida abrió los ojos con sorpresa, al reconocer la escena que tenía enfrente.

Ésta misma escena, había sucedido hace diez años atrás. Cuando él tenía apenas cinco.

Recordaba qué, ese día — curiosamente, también era un ocho de Agosto—, se había perdido en el bosque. Jugaba a las escondidas con su hermano, Tensei. Se adentro a éste lugar. Y bueno, él simplemente no memorizó el camino de vuelta.

Después de mucho caminar, había llegado a un río. El agua parecía tan pura, que no pudo evitar beber un poco. Frente a este río, una niña cantaba. Riendo cada dos por tres, cosa que extrañó al menor.

Su cabellera era corta, su pelo llegaba hasta arriba de los hombros. Sus mejillas eran rellenitas, pintadas con un suave rubor. Y sus ojos, cafés. Despertándolo con su mirar.

Ese día, Tensei murió en sus manos. Inevitablemente, salvó a una niña. Al parecer, ésta recolectaba frutos, cuando un animal salvaje apareció.

Y su buen hermano, hizo de héroe. Rescatándola de todo peligro.

Entonces, como si una simple amnesia lo hubiese atrapado. Recordó todos los momentos, que tuvo con la castaña. Todos esos recuerdos que accidentalmente había olvidado.

En su memoria, rememoró ese ocho de agosto; teñido de oscuridad y luz, valentía y amor. Las últimas palabras que su hermano le dirigió antes de evaporarse, refrescaron su mente.

Cuídala, Tenya.

En sus brazos, fue confiado la pureza en persona. La amabilidad que se materializó, convirtiéndose en una persona.

Lo prometo.

Observó el estado en el qué, estaba la niña —ya convertida en mujer— a su lado. Esa opacidad en sus pupilas, el contraste que emanaba su alma. 

Él rompió su promesa.

No pudo cuidar lo que era lo más importante para él.

La promesa llena de sentimientos, impuestos en ella; amor, valentía, lealtad. Fue sólo rota, con un sentimiento de vacío. El vacío en el alma de la mujer.

Frustrado, acelerado, con millones de sentimientos encima. Trató de avivar el fuego que quemaba el corazón ya roto de la chica.

Pero, él no era agua. Él no era salvación.

Sólo podía admirarla. Admirar, el por qué había aceptado salir junto a él, mientras el llanto quería salir de su garganta.

Tomó la mano desprevenida de la castaña, y la guío a aquel abismo lleno de salvación. El parque, lleno de flores azules.

Azules, como las lágrimas que, inevitablemente, Uraraka comenzó a soltar. Cayó al suelo, de rodillas, escondiendo su cabeza con sus brazos.

Sin consuelo, Midoriya se posó en los pensamientos de la chica. La forma más cruel, de rechazar a una persona. Rechazarla, sin necesidad de confesarse.

Tenya no aguantó el sólo mirar, como la chica se desahogaba. Se sentó entre las flores, tomó una pequeña flor blanca que había sobrevivido, de todo el calvario de flores azules. 

Era una flor de magnolia, única en su especie. 

Con suavidad, colocó dicha flor en la cabeza de la pequeña. Sin que ésta, lo notará. Abrazó, utilizó su grande cuerpo para ocultar el llanto de su compañera.

Después de todo, él seguía siendo su confidente. La persona que estará allí para ella.

Pocos minutos después, la chica cayó rendida ante el sueño. Mostrando la parte frágil que puede tener un ser humano.

El color volvía a ella, al parecer, tuvo noches en vela. Una melancolía se apodero de el chico.

Parecía que fuese ayer, los momentos en el que jugaban a la rayuela o a las escondidas. Esos momentos en los que, la sonrisa de Ochako aún perduraba.

Esos momentos en los que, su corazón no estaba roto.

Uraraka comenzó a murmurar, cómo cuando era niña. Eran esos hábitos que jamás se irían, como el de Tenya; el mover las manos para entenderse, ya era algo típico de él.

— Midoriya— el de anteojos entrecerró sus ojos.—, no te vayas.

Y es que, esa pureza había sido dañada. Y él, no podría hacer nada. No protegió la única cosa que le importaba en este mundo.

Y él también, lloró en compañía de todas esas flores azules, que buscaban confort. Consuelo, alivio, tranquilidad.

Ese 8 de Agosto, el joven entendió que no podría construir un corazón ya roto. Ya había sido quemado, y él no podía avivar ese fuego.

Ese 8 de Agosto, lloró en compañía de aquellas rosas azules. Su promesa se había roto. Pasó a ser, una vacía promesa.















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