Sonriente Máscara.
La víctima número veintisiete, fue Himiko Toga. Una niña dulce con encantadoras coletas rubias y portadora de unos espeluznantes dientes filosos.
Un 27 de Agosto, el subrepticio dolor que poseía fue más fuerte que el amor que los unía.
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Himiko era especial, única en su clase. Tenía creatividad en cada uno de sus poros, y siempre gozaba de una inusual amabilidad para todo aquel que detonaba aflicción.
Para ella, conocer a Dabi—el chico más visiblemente lindo con el que se había topado—fue una de las mejores cosas que pudo realizar—involuntariamente— en toda su vida. Aun recordaba ese 7 de Agosto como si fuese ayer: ella con el pelo alborotado, mejillas encendidas y sus pupilas a punto de explotar; y luego estaba él, acompañado de excitantes quemaduras, sintiendo como el divino sol empezaba a iluminarlo.
Desde ese entonces, se encontraba perdidamente atraída por Dabi. Además de ser un joven bastante afable, poseía todo aquello que buscaba en un muchacho; sinceridad y desconsuelo.
Porque Toga era una fiel creyente de que, el amor está constituido de destrozos; y dos almas rotas pueden juntas repararse.
Sin importar que tanta confianza hayan construido, era inmensamente imposible para la adolescente, contar la horrorosa verdad detrás de las turbias lágrimas expulsadas en su rosada almohada.
Ella nunca se lo diría, de ningún modo admitiría que la deslumbrante sonrisa que lo mantiene vivo; era sólo una vil máscara que la refugiaba de su propio pasado.
Toga estaba arruinada, pero jamás lo reconocería.
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Ese día, volverían a reencontrarse con el muchacho de quemaduras, en aquel magistral lugar donde se conocieron por primera vez. No mentiría acerca de lo emocionada que estaba, incluso comenzó a charlar con su vecina Camie, sobre la ansiedad que sentía por volver a verlo.
— ¿Se lo dirás, Himiko?— pronunció, interrumpiendo el parloteo adolescente de la rubia, sobre lo asombroso que era Dabi— ¿Confesarás tus sentimientos?
— ¿Sentimientos? ¿De qué rayos estás hablando?— contestó, levemente aturdida—Él no me gus...— no terminó de hablar, cuando estresantes recuerdos inundan su memoria logrando que un temblor recurriese todo su inestable cuerpo.
Camie notó esto, contemplándola con una mirada preocupada:— ¿Estás bien?
Sus dorados ojos se nublaron, sintiendo las calientes lágrimas aproximándose:— Sí, estoy bien. Él no me gusta, y nunca me gustará.
La conversación finalizó, Himiko no podría emitir palabra y la morena no conseguiría retomar la charla, por lo que se despidieron con una señal de mano, teniendo Camie Utsushimi un mal presentimiento sobre esta noche.
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Llegando la medianoche, la tierna rubia inició su caminata hacia el lugar acordado. Llevando su ropa usual; un cómodo uniforme de marinero y unos largos calcetines hasta las rodillas. Sus características mejillas sonrosadas eran iluminadas por el frágil alumbrar de las desoladas calles.
Siente que el camino no puede volverse más largo, cuando lo divisa en la tenebrosa oscuridad... Él está allí; con sus encantadoras quemaduras y aquellos atrayentes iris turquesas. La euforia la invade a flor de piel y es sumergida en un abundante placer.
Dabi la mira, considerándose el hombre más afortunado del mundo por conseguir una mujer tan hermosa como ella. Un brillo inefable se apodera de sus fascinantes ojos.
El chaval sabe que está siendo estúpido al mostrar una inverosímil sonrisa, que seguramente espantaría a la encantadora princesa que se encuentra enfrente de él.
— Al fin llegas, ¿sabes que tardaste demasiado? No fuiste puntual, pequeña loca.
Sin percibir siquiera, lo que una pequeña mueca en él, había desencadenado en ella.
— ¡L-Lo siento! Me retrasé.
Ha tartamudeado, se ha dejado llevar por la vergüenza y se mostró sumisa.Así no es ella, ¿dónde ha quedado la característica burla en su hablar? Mira sus diminutos zapatos, apreciándose más chiquita que nunca.
— Himiko, ¿sucede algo? Sueles ser más... Segura.
Sus pupilas se dilatan, porque esa sencilla palabra ha logrado que un voluble miedo la abrumase.
"No te preocupes, cariño.
Todo va estar bien, voy a hacerte sentir segura en todo."
Sacude su cabeza, apartando aquel cruel pensamiento que habitaba en ella. Comprende que Dabi sólo quería saber que estaba mal en ella, porqué de repente, se encontraba tan dócil.
— Estoy bien... Todo está bien, no te preocupes— responde un tanto perdida. Culpando a Camie por la actitud que estaba tomando con su amigo.
— Como digas — suspira, tratando de creer en cada una de sus frecuentes palabras—. Hay algo que debo decirte, Himiko.
— ¿De qué trata? ¿Pasó algo?
Involuntariamente, el moreno sujetó las débiles manos de la tierna niña, sosteniendo la fragilidad en persona.
— Eres especial para mí. Así que, por favor, déjame hacer esto— recitó, tal cual había practicado todo el maldito día. Ella estaba conmocionada, sintiendo el infernal fuego en las manos de Dabi. Entonces, él lleva todo al límite; ha imaginado un final feliz en Agosto, desde que la conoció, comenzó a pensar que vive en un goloso paraíso cuando la despreciable realidad estaba a la vuelta de la esquina.
Seguramente, Dabi jamás se hubiese imaginado el terrible error que cometía al besar unos contaminados labios como los de Toga.
Probablemente en ese momento, descifró que el sol no salía de noche. Y que, decidió tocar sin piedad, una cicatriz que aun no terminaba de cerrar.
Las pupilas de ella se dilataron, su respiración comenzó a agitarse y un pánico la penetró.
— ¡No me toques!— vocifera completamente aterrorizada, separándose bruscamente de él, cayendo violentamente hacia la acera. El dolor físico que siente por la caída no se compara con el temor agobiante que oprime su corazón.
Ella está, estaba y estará rota toda su vida.
Y ni siquiera un alma plenamente destrozada como la de Dabi, podría repararla.
— Aléjate— empieza a balbucear reiteradas veces, despedazando las pobretonas ilusiones que sostenía el joven—, aléjate, aléjate, aléjate, aléjate.
— ¿Himiko?
— ¡Que te alejes, por favor!— exclama aterrorizada, mientras tiembla como si hubiese visto a un fantasma. Él obedece, viendo cómo el acendrado rostro de la chica de sus sueños, se había desfigurado por su error.
El chico de cabellos negros está pasmado, sucumbiendo a la inevitable responsabilidad de qué él había extinguido la atractiva luz de Himiko— había matado con un sólo acto una preciosa amistad que, sin querer, se convirtió en amor.
— Y-Yo...—tartamudea insípida, percatándose de que, por culpa de sus desastrosos recuerdos, estropeó un hermoso acto de amor—Lo lamento, realmente lo siento, Dabi.
Huyó. Escapó, justo como lo hizo toda su vida. Evadió sus problemas y sólo pensó en salvarse a si misma.
Llegó a su casa, no se detuvo ni siquiera a saludar al asco que tenía de madre, y corrió al baño, ansiando dejar todo su pesar en aquellas cuatros paredes repletas de pulcritud.
— ¿Por qué tuve que hacer eso? ¿Por qué me descontrolé justo en ese momento?— las abrasadoras lágrimas caen sin cesar, mientras tirita exageradamente—. Ahora no querrá verme más, pensará que realmente estoy loca y no deseará mantener contacto alguno conmigo. ¡Soy una estúpida!
Agobiada de sentimientos descontrolados, grita desgarrando a su paso sus cuerdas vocales, importándole muy poco las quejas de su progenitora.
— ¿Por qué yo? ¿Por qué yo tengo que tener esta mala suerte? ¿Por qué mierda me hiciste pasar por eso, mamá?
Percibe dificultad para respirar, palpando el vivo tormento del pasado, donde fue crudamente usada.
Quiere matar el recuerdo, anhela asesinar triunfante aquello que la destrozó sin una pizca de misericordia.
— Quiero matarte.
Vocaliza repleta de un furioso odio, contemplando el verdadero causante de todo su mal: su miserable existencia. No había otro responsable más que ella misma.
Sabe que está yendo demasiado lejos, cruzando un punto del que no hay vuelta; es consciente de que, eso no la ayudará de nada, sólo hará un daño físico y su dolor era emocional.
Pero lo quiere hacer, desea callar el ruido que está rematando sus oídos.
Aspira conseguir la prueba palpable de que ella no es una dulce muñeca.
Entonces, lo hace rápidamente, apreciando la encendida sangre resbalar delicadamente por sus brazos. Decorando de un sutil, pero apasionante rubí todo el suelo.
Oh, ya no es una muñeca. No está hecha de plástico, posee sangre viva regulando por todo su cuerpo. Es humana.
Sus segundos de deleite son disfrutados por su insólita risa, está olvidando poco a poco su calvario; está ingresando a un paraíso pacífico donde el estrés no existe y el mal tampoco.
De repente, el cansancio empieza a invadirla. Sus largas pestañas se entrecierran y ve como toda su vida pasa rápidamente: los momentos dulces y los momentos agridulces aparecen frente a ella, luego las personas que alumbraron su eterna oscuridad comienzan a brotar; está Camie, junto con su sedoso cabello con olor a pasas de uva, a su lado está Dabi, acompañado de una sonrisa cegadora y un inusual brillo en sus turquesas ojos.
— Tenías razón, Camie. Dabi, me gustaba mucho.
Las muñecas no respiran.
Y Himiko Toga tampoco lo hacía.
Un 27 de Agosto, su pasado la agobió de tal manera que, la deslumbrante sonrisa que iluminaba el mundo de Dabi, fue extinguida por completo.
Toga nunca lo supo, jamás se percató de que, las muñecas carecen de sentimientos... Y ella, era una cascada desbordante de sentimientos adolescentes.
Ese 27 de Agosto, la Sonriente Máscara que ella poseía, desapareció.
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