Pecado Indomable.
La victima número catorce, fue Nemuri Kayama. Una mujer de cabellera negro liso, con ojos azules y cuerpo esbelto.
Un 14 de Agosto, aceptó su sanción.
🌙
Nemuri canturreaba divertida, admirando la juventud de sus alumnos. Las cartas de amor que caían en los casilleros, las miradas deslumbrantes que se lanzaban y aquellos roces suaves tan intencionados.
Ese era su pasatiempo favorito, contemplar el amor tan inocente y puro de sus alumnos.
Seguía queriendo apreciar esto. Giró su cabeza hacía la derecha, sólo para qué un sollozo la alertará.
A su lado, una niña de cabellera celestina lloraba tranquilamente. La niña salió de manera civilizada del salón, en dirección al sanitario.
Kayama apenada, se cruzó de brazos. Encontrando otra característica importante, de la juventud. Aparte del amor y la amistad.
También estaban los corazones rotos.
Suspiró con simpleza, todo ese tema del dolor por amor, le carcomía la mente. No le gustaba pensar demasiado sobre ello, sólo la deprimía.
Se retiró, dispuesta a tomar una buena bebida energizante. Quería recuperar los ánimos, pasar la mañana con alegría y diversión.
Llegó a la sala de maestros, donde ella siempre guardaba sus bebidas. Saludó a Aizawa, que se encontraba allí, levemente sonrojado.
Lo saludó, aunque no pasó desapercibido aquel notorio sonrojo. Algún día, lo chantajearía.
Emprendió camino, consumiendo el producto. Cerró sus ojos, tratando de olvidar aquel tema del dolor que sólo le ponía los pelos de punta.
Porque, aquello no era solo un tema de juventud. Inclusive los adultos, pasaban por ese tipo de etapa. Algunos lo superaban, otros simplemente no.
Esperaba que, Hizashi nunca abriera los ojos.
Sólo para darse cuenta del terrible monstruo disfrazada de mujer, que se encontraba a su lado. La encantadora musa que estaba junto a él, pero por dentro, solo una basura más del montón.
Observó al rubio por la ventana, tarareando melodías en ingles. A su lado, estaba Shota, que hace unos minutos, estaba en la sala.
Sonrió con pena y melancolía, esa bonita escena era mucho más pura que la juventud de hoy en día.
El rubio acariciaba la cabeza del pelinegro, ganándose miradas de molestia y bastante regaños. Pero, lo que Yamada más amaba era peinar aquella descontrolada cabellera.
Aún, sabiendo que, Aizawa lo odiaba. Sin embargo, cuándo estas caricias se hacían frecuentes, éste ya no protestaba. Ni siquiera, se alejaba.
Le gustaba sentirse como gatito.
Con empatía, quiso llorar. No solo por ver a su novio con otro, si no, por ver la felicidad que abarcaban sus ojos.
Y se sintió realmente cruel. El peso de la culpabilidad cayó bajo sus hombros, impidiéndole no odiarse a sí misma.
Más, ella fue la culpable de la separación de éstos dos.
Amaba tanto al rubio, que por simple capricho buscó arruinar la vida de éste. Es decir, lo engaño cruelmente.
Lo hizo comer la manzana que lamentablemente, estaba prohibida.
Los recuerdos de aquella noche, llenas de inexperiencia se introdujeron en su cabeza. Las indomables charlas que tuvieron, los consejos que siempre le daba al hombre para concretar su amor; y que ahora ella impedía.
Todo se fue por la borda.
Era una completa hipócrita. Se aprovechó de la amabilidad e inocencia de su amigo, y la convirtió en su mayor pecado.
Siguió caminando, tratando de abrir su mente. Olvidar aquellos recuerdos que sólo la estaba atormentando.
Su respiración no se igualaba, se aceleró. Había perdido la serenidad que trató de conseguir.
No pudo concentrarse en sus clases, revivía todo en su cabeza, una y otra vez. Estaba sufriendo, era como una enfermedad que se propagaba por todo su cuerpo.
Sin embargo, aquella enfermedad llamada veneno, no tenía antídoto. Ella merecía tal castigo, merecía observar el llanto de su novio por la persona que amaba.
Merecía contemplar, su amor ya perdido. Las increíbles ganas que poseía el chico, las sonrisas tan falsas, que solía dar cuando veía a Aizawa, junto a su pareja.
Y ella, también sufría.
Su capricho había arruinado la vida de Hizashi.
Salió de la institución, despidiéndose de sus compañeros. El estrés de tener toda el día su cerebro pensando, la agotaba.
— Te espero en casa— le saludó a Yamada. Éste, simplemente sonrió, en modo de aceptación.
Se subió a su auto. Era amarillento, con una preciosa gama de amarillos—cortesía de Yamada—. Rió nostálgica, al apreciar su extraño auto.
Éste tenía unos grandes parlantes. Más, Midnight—como la llamaba él— no solía usarlos. Simple desinterés, hacía la música.
Suspiró, tratando de modular su respiración. Acarició su vientre, sabiendo que, debía tener sumo cuidado y precaución.
Nada debía pasarle a ella, ni al bebe en su interior.
Ando como normalmente lo hacía, a una velocidad normal. Ni muy lento, ni muy rápido. Estaba tranquila, observando con paz, las calles y los semáforos.
Esta tranquilidad no duró.
Los recuerdos volvieron a ella, su mente comenzó a trabajar el doble y sus cambios en el manejo, eran muy bruscos.
Recordó la noche del crimen, donde arruino el amor de su compañero, amigo, y ahora novio.
Estaban en la fiesta de graduación, al fin habían terminado la preparatoria y ya eran adultos. Nunca faltaba el idiota, amante de la diversión, que siempre traía alcohol.
Sin dudarlo, tomó y tomó. Aizawa cayó rendido en la segunda copa, al parecer su organismo era muy sencible. Mientras que, Hizashi y Nemuri competían sobre quién tomaba más.
Terminó en un empate, ya que, ambos lo olvidaron.
Se pusieron a conversar de la vida, del amor, de qué sería de su amistad. Todo normal. Más, Hizashi después de eso, olvidó absolutamente todo. No recordaba nada.
Mientras que, Midnight seguía sombría.
Se dio cuenta de los roces tan intencionados que le daba su amigo, ella no logró reprimir su deseo. Con desesperación, capturó sus labios. Anhelando que, por esa noche solo fueran suyos.
La pasión hizo su aparición, y ninguno pudo contenerse. Ninguno era consciente de sus acciones.
Y esa noche hicieron un pecado indomable.
La chica se había acostado con su amigo. Y peor aún, se había aprovechado de su borrachera. Ella era consciente que, la mente del rubio vagaba por otro lado. Y que su cuerpo seguía allí.
Pero, no la detuvo.
Y ahora, debía responsabilizarse. Había creado un fruto en su interior, sembrado solo por una persona.
La depresión comenzó a invadirla. Los deseos de llorar se presentaron, y las ganas de sollozar no se hicieron esperar.
No era consciente de nada en ese momento, bajó su vista. Acarició su vientre, en busca de consuelo.
Y cerró sus ojos, aceptando el castigo que se había ganado.
Ese día, la mujer cerró sus ojos. Recibiendo la condena que merecía por sus acciones, por haber caído en la tentación.
Ese 14 de Agosto, se lamentó de haber cometido ese Pecado Indomable.
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