Ardiente Infierno.
La víctima número diecisiete de Agosto, fue Enji Todoroki. Un hombre fuerte, con mucho carácter y muy resentido.
Un 17 de Agosto, tanto orgullo terminó ahogándolo.
🌙
Caminaba a paso firme, por la acera de la ciudad. Ignorando todo pronostico de lluvia, la humedad del ambiente y el calor del día.
Estaba perdido en sus pensamientos. Pensando en su hijo, su trabajo y su esposa. En los últimos días, todo se descontroló.
Su ex-mujer había vuelto a la que era su casa, se instalo con suma comodidad, olvidando de quién era la propiedad. No lograba echarla, su propio hijo se ponía del lado de la mujer, y no podía correrlos a ambos.
Ese no era su estilo de solucionar las cosas.
No podía poner orden, nadie le hacía caso. Y eso lo frustraba. De un momento a otro, toda la paz que supo fabricar durante años, cambio en sólo un mes.
Inconscientemente, Shoto ocupó su lugar. Aislándolo, de lo que, se suponía que era su familia. Él fue corrido de aquella calidez que poseía su hogar.
Y no lograba entender, ¿qué fue lo que hizo mal?
Sólo quería ser feliz, que todos a su alrededor fuesen felices. Pero, no esperó que aquella felicidad aparecería, en el momento en que desaparezca.
Ya no paseaba por su casa. Le disgustaba ver cómo todo cambió desde su partida.
Le hacía sentir un ser despreciable.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la escena que, tomaba presencia frente a él.
Su hijo compartiendo besos con aquel que era el pupilo de su enemigo de la secundaria.
No mentiría, estaba bastante sorprendido. No se imaginaba una relación tan disconforme como aquella, una persona gélida con un individuo cálido. Era bastante extraño.
No le molestaba que, fuesen una pareja de hombres. Sabía que, este tipo de relación no era muy bien aceptada. La gente solía ser muy insoportable con aquello que desconocían.
Le temían a lo nuevo.
Y él temía lo que pudiese pasarle a su hijo.
Un terror bastante extraño, se apoderó de él. No quería siquiera imaginarse, lo que pasaría su hijo con esto; burlas, golpes, aislamiento. Y se preocupaba por él, aunque eso fuese muy hipócrita de su parte.
Torturando cada parte de su frágil cuerpo, durante años, sólo para que un día su hijo se rebelara en su contra. Lo odie y deteste su simple existencia.
No tenía ningún derecho a preocuparse por él.
Ningún tipo de bullyng se compararía a lo que como padre, él estaba educando. Su educación a base de golpes, era bastante crudo.
Nunca le demostró amor a Shoto, y eso le dolía.
Por cada beso dado por la pareja frente a él, era una punzada en su orgullosa alma. Recuerdos del pasado lo invadían.
El rostro de aquella persona que, logró que por primera vez, sintiera algo como amor, aparecía en su cabeza. Los mechones rubios que poseía esta, su sonrisa tan deslumbrante y cómo olvidar aquel carácter tan agradable.
Su peor enemigo que lo había dejado tontamente enamorado, Yagi Toshinori.
Recordaba aquellos momentos vagos, vividos juntos. Aquellos raros escenarios que él mismo fabricaba para recibir atención. Y también aquel dolor que sintió cuando lo encontró llorando de frustración, al no poder hacer nada por la muerte de su maestra.
También, rememoraba su egoísmo al tratar de obtener correspondencia. Lo estúpido que fue, al dejarlo ir, y no luchar por él.
Su mente estaba fresca. Recordó cuando quiso recibir atención por parte del rubio, e hizo tremenda estupidez.
Se casó con una mujer hermosa y millonaria, sólo para que Toshinori volviera a mirarlo. Volviera a mostrarle su preciosa sonrisa.
Pero, no. Fue duramente ignorado, como si su mera existencia nunca hubiese importado para Yagi.
Y ahora, estaba siendo testigo del amor de Shoto hacia Izuku. Que sólo le mostraba en la cara que, él era mucho mejor. Que había cumplido con sus sentimientos y no los dejó de lado.
El chico bicolor sonreía de una manera tan cálida que, Enji jamás logró hacer.
Se encontraba ocupado con el trabajo, metiéndose completamente en él, para no pensar de manera tan negativa hacia sí mismo. No quería aceptar que todos estaban mejor sin él.
Enji se sentía quemado, desgastado por dentro. No logró hacer nada bien para sí mismo, no estaba siendo feliz en el mundo que él mismo construyó.
Estaba al lado de una mujer que, no amaba. Tuvo varios hijos que no supo valorar, y sólo recibió desagrado de parte de ellos. Perdió a la única persona que lo hizo sentir verdaderamente humano.
Sembró mal, y cosechó algo podrido.
La lluvia no podía apagar el enojo que estaba sintiendo. La frustración en su ser.
Su vida se convirtió en un verdadero infierno.
Nadie se preocupaba por él, nadie buscaba entenderlo. Todos lo odiaban y lo juzgaban por sus acciones egoístas del pasado.
Estaba solo en aquel mundo.
Desvió la mirada de Shoto e Izuku, y otra cosa atrapó su atención.
El mundo no estaba de su lado ese día.
Una persona de cabellera rubia junto a una persona azabache caminaban por el lugar. Tomados de la mano, demostrando su afecto entre sí.
Era su antiguo amor, su enemigo tan apreciado, Toshinori disfrutaba ese momento de lluvia junto a Aizawa.
Su corazón se rompió sin desdén.
Y agradeció al cielo que, un diluvio se estaba largando. Así, sus lágrimas no fuesen vistas y se mezclaran con las gotas provenientes del cielo.
—¿Por qué no puedo ser feliz? Aunque sea un sólo momento...—murmuró inaudible, mostrarse débil, no era algo que hiciese con mucha frecuencia.
Pero, ese día, todo aquel orgullo lo ahogó. Sollozando por dentro, gritando de desesperación en su interior, y enfrascando todos sus sentimientos.
Sin querer, se convirtió en la viva imagen de su hijo. Frío e indiferente, con un fuego dentro de sí, quemando cada uno de sus sentimientos.
El único que perduró fue el dolor.
El dolor por no ser un buen padre, por ser un basura como esposo. Por ser un idiota como estudiante enamorado y un estúpido como humano.
Todo aquel dolor quedó dentro de sí, ardiendo en sus heridas. Sintiendo el ardor en su alma y su corazón.
Después de mucho tiempo, merecía lo que fabricó.
Odio, egoísmo y rencor.
Y...desamor.
Un 17 de Agosto, se ahogó en tanto infierno y su pesada alma, no logró sobrevivir al húmedo Agosto que, abría cada una de sus heridas.
Aquel ardor en su interior, se debían a las llamas del desamor y el dolor. Él estaba habitado por millones de arrepentimientos, que ardían como el mismo infierno. Sólo era un ardiente infierno.
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