Capítulo XV: Eran uno (II/III)

Soriana

Sobre mi cabeza se extendía un cielo bermellón sin sol, luna o estrellas. Alrededor el paisaje era agreste, una especie de desierto árido de rocas rojizas, en extremo calientes y arenosas. No tenía idea de dónde estaba, mucho menos cómo había llegado allí.

Di un paso y el metal de la armadura resonó, fue entonces cuando recordé la batalla contra los alferis y a Dormund.

—Aren, ¿dónde está, Aren? ¿Cómo llegué aquí?

Mis palabras las arrastró la brisa al igual que la arena que se levantaba del suelo. Lo último que recordaba era el domo resquebrajándose y las ondas de energía oscura de Dormund impactando contra él. ¿Era víctima de un hechizo de magia oscura que me había llevado a otro lugar? ¿Podría eso, tan siquiera, ser posible? No sabía de ningún sorcere de Lys o Morkes con el poder suficiente de viajar a través del tiempo o el espacio. ¿Sería Dormund el primero?

En aquel paraje desierto el calor y la sed eran asfixiantes. Intentaba reconocer algo del lugar en el que me encontraba, pero por más que caminaba, nada cambiaba y el ambiente seguía siendo desconocido. Sentía que no avanzaba y daba pasos en el mismo lugar mientras mis ropas debajo del metal y el cuero se empapaban de sudor.

—¡Maldita sea! ¡¿Qué es esto?!

Llevaba un buen rato andando sin rumbo y sin entender mi situación por más vueltas que le daba al asunto. No podía continuar caminando con esa armadura que me cocinaba lentamente, así que me deshice de las partes de metal y las aventé a cualquier sitio. Ni siquiera mantuve el peto que, al quitármelo, dejó al descubierto el medallón del dios Eris. Había olvidado que lo llevaba.

Se pudiera creer que sin el peso de la armadura estaría más fresca, sin embargo, no fue así. La intensidad del calor continuaba igual, era tal que me costaba trabajo respirar, todo era caliente: el aire, la arena bajo mis pies y, seguro, el cielo rojo era de ese color porque se consumía al calor de llamas invisibles.

Me doblé sobre mi cintura, extenuada y sedienta. Al llevar los ojos a mi pecho, vi el medallón que colgaba y brillaba de una forma extraña. Su fulgor no provenía de la pulitura del metal, eran las pequeñas gemas de ópalo de fuego las que resplandecían como si tuvieran una pequeña flama ardiendo dentro.

Me quité el collar para examinarlo mejor, sin embargo, en ese lugar desconocido no existía una fuente de luz con la cual hacerlo, la oscuridad no era como la noche, pero la claridad tampoco era la del día.

Encendí una luminaria de Lys y esta arrojó una luz dorada sobre el collar. En efecto, lo que brillaba eran las gemas de ópalo de fuego. No le di mayor importancia, volví a ponérmelo y continué mi travesía agotadora y desconocida.

No obstante, Assa aldregui en mi cinto comenzó a brillar y a resonar con un eco metálico.

—Y ahora, ¿qué significa esto? —le pregunté a la espada como si pudiera contestarme—. ¿También tú te comportarás de forma extraña?

Estaba desconcertada. Assa aldregui se había vuelto como aquella vez en Skógarari, cuando tuve la visión de Erin. También resonó y brilló de esa forma en la sala secreta de la biblioteca. En ambas oportunidades tuvo que ver con el dios Erin: primero una visión y luego el encuentro con su estatua. ¿Que volviera a ponerse de esa manera, quería decir que estaba dentro de otra visión? Eso explicaría por qué era tan raro todo. Si era así, no serviría de nada razonar, decidí dejarme llevar por la espada y la gema.

Desenvainé a Assa aldregui y la usé como una especie de brújula apuntando en círculo. Hacia donde la espada resonó más, hacia allá dirigí mis pasos. Más valía que la maldita visión o lo que fuera terminara pronto o moriría de sed.

Avanzaba siempre siguiendo el resonar y el brillo deslumbrante de Assa aldregui y el medallón. De pronto, ambos se intensificaron al punto de que la gema me dirigió al noroeste, al igual que la espada, que parecía querer salirse de mi mano. La solté y esta flotó, tuve que apurarme para no perderla de vista cuando decidió emprender un camino desconocido.

Pero por más que andaba, nada cambiaba en el paisaje, no sabía a donde querían llevarme, hasta qué frente a mí apareció un árbol enorme.

Era solo tronco y ramas de color gris, tan claro y brillante como la plata. No tenía ni una sola hoja y, sin embargo, no parecía muerto. Sus ramas se perdían en las alturas, tal si fueran capaces de tocar el cielo, y las raíces gruesas sobresalían del suelo desértico. Al fijarme mejor en él, noté miles de luces que flotaban por sus ramas y se dirigían al inmenso tronco y de ahí a las raíces, esa era la causa de su brillo.

Un escalofrío me recorrió cuando entendí qué era lo que veía.

—No estoy en una visión —susurré para mí, un tanto descorazonada—, estoy muerta. Ese es el Björkan, cuyas raíces descienden al geirsgarg y las luces han de ser las decenas de almas que buscan su camino.

El árbol de la vida con las almas de los muertos transitando a través de él estaba frente a mí. Maldita sea, Dormund me había matado y ya no podría librar a mi madre de su condena, permanecería en el geirsgarg hasta que la rueda de la reencarnación tomara mi alma y yo pudiera volver al mundo, pero para cuando eso ocurriera ya sería muy tarde, podía ocurrir en uno pocos años o en miles de ellos.

Assa aldregui continuó su trayectoria y se clavó en el tronco del árbol. Quizás al ser la espada de un dios, era reclamada por estos. No me importaba perder el arma legendaria que me había acompañado los últimos diez años, sino el hecho de que yo no debía estar allí, tenía que volver a la batalla, vencer a Dormund y liberar a mi madre. Pero ¿cómo podría conseguir algo así?

A menos que lograra entrar al Björkan y que este tomara mi alma y me devolviera la vida. En ese momento me di cuenta de que Assa aldregui podía conseguir ese milagro, no obstante la espada se hallaba clavada en el tronco del árbol y este, poco a poco, la englobaba hasta que finalmente la hoja de acero desapareció entre los pliegues plateados del árbol de la vida.

—¡Maldita sea! ¡Esto no puede estar pasando!

Angustiada y con la cabeza dándome vueltas sin saber cómo proceder, me dejé caer en el suelo arenoso y caliente.

—¡Dioses, alguno de ustedes, oídme! ¡Lys, Olhoinna, Saagah, o tú, Morkes, nigromante dios de la muerte, ayúdame! ¡Os entregaré mi alma, os dedicaré mi vida si me permitís volver! ¡Os la entregaré a cualquiera que escuche mi súplica!

Me llevé las manos a la cabeza y enterré esta entre mis rodillas, las lágrimas desesperadas fluían como un río por mi cara. Necesitaba que alguien oyera mi oración, quien fuera no importaba.

De pronto, el medallón en mi pecho enloqueció, se movía y brillab, parecía, que emitía una especie de nota musical, de tono agudo, pero muy baja y casi inaudible, similar a la que había brotado antes de él y la espada. Tal vez era el sonido producido por el desenfrenado movimiento del objeto.

También aumentó su temperatura al punto de que me empezó a quemar el pecho como si fuera un trozo de metal acabado de salir de la forja. Me quité el collar y las manos se me chamuscaron. Lo arrojé al suelo, no obstante, este no se quedó ahí, sino que, igual a como hizo Assa aldregui, flotó en dirección al tronco del árbol. Levanté el rostro para ver a dónde se dirigía el medallón cuando vi una silueta enorme y negra avanzar hacia mí.

Tenía cabello negro y este se agitaba alrededor de su cabeza como una oscura tela de araña sacudida por un viento imperceptible. La túnica negra lo cubría por completo, solo dejaba al descubierto los pies morenos descalzos cada vez que la figura daba un paso. Levantó el rostro, en este solo eran visibles unos ojos que parecían hechos de fuego, los ojos de Morkes me hicieron estremecer. Ofrecí mi vida a cambio de regresar y él fue el único dios que acudió al llamado.

Temblando, lo observé caminar hacia mí, dispuesto a reclamar mi alma. Yo era una morkenes, en realidad, mi alma le pertenecía desde el instante en el que hice mi primer hechizo oscuro. El dios avanzaba, pero sus pasos no lo acercaban, se mantenía en el mismo lugar.

No obstante, en un parpadeo lo tuve a un palmo de mí. Tan cerca su aura arrolladora que mirarlo a la cara era difícil, los ojos de fuego parecían querer tornarme en cenizas. El temblor de mi cuerpo aumentó, los latidos de mi corazón se dispararon y más cuando él extendió su mano hacia la mía que agarraba el medallón.

Con la otra mano, Morkes me apretó el cuello, mis pies se elevaron varios palmos del suelo.

—¡¿Qué es?! —preguntó con una voz ronca y amenazadora mientras me mostraba el medallón.

¿Estaba muerta? Si ese era el caso, ¿podría Morkes volver a matarme? Tal vez no le haría nada a mi cuerpo que ya no existía, pero el dios nigromante poseía el poder de deshacer mi alma. Sentía que se me iba la vida a medida que él apretaba los dedos. Empecé a golpear el pétreo antebrazo mientras mi visión se tornaba oscura. Antes de que perdiera el conocimiento, Morkes me soltó.

¡¿Quién eres?! —Morkes sacó de entre su túnica mi antigua espada—. ¡¿Qué es esto que ha ido a llamarme a mi palacio en el Geirsgarg?!

—Soy Soriana Sorensen y esa es Assa aldregui, la antigua espada del dios Erin, el dios escindido.

—¿Erin?

Asentí. Creí que Morkes acudía por la súplica que había hecho, pero no era así. Assa aldregui había ido a buscarlo. El medallón brilló, la luz se tornó enceguecedora y solo menguó cuando Morkes se hizo con él.

—Antes hubo un dios llamado Erin, ese es su medallón y esa su espada.

Morkes achicó los ojos, quizá no me creía.

—Las almas han sido juzgadas, ¿dónde está vuestro juicio?

Tragué, asustada. Las llamas de sus ojos se agitaban. No entendía lo que decía, no sabía de juicio, mucho menos por qué el maldito medallón y la espada infame me llevaron con él.

—No, no, no lo sé.

Morkes enfureció. Desenvainó su espada «Skin svart» y la levantó dispuesto a abrirme con ella a la mitad. Cerré los ojos, el «clank» del choque de los metales me hizo abrirlos de nuevo. Assa aldregui flotaba frente a mí, enzarzada con la hoja negra de la espada de Morkes. Me asombré al notar que el dios tenía problemas para hacerla retroceder.

—¡¿Dónde está vuestro juicio?! —repitió el dios, muy enojado y sin dejar de arremeter contra Assa aldregui—. ¡No pertenecéis al geirsgarg!

—No, no, no sé de juicio, pero conozco vuestra historia, la que ya no recordáis.

Su cólera aumentó, al igual que su poder. Assa aldregui retrocedió al punto de tener ambas espadas tan cerca que podía sentir el calor que emanaba del choque. De nuevo, creí que estaba perdida, cuando un inmenso destello brotó de ambas espadas, todo a nuestro alrededor se volvió luz resplandeciente.


***Perdoncito por la tardanza. ¿Qué les pareció el capitulo? ¿Mucho fume? 

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