Capítulo XIII: En los linderos del reino (I/III)
I
Keysa
Soriana me había dicho que me fuera, pero la expresión severa de su rostro y sus ojos tan serios me decían que algo malo sucedía, por lo tanto, no iba a dejarla.
Esperé a cierta distancia detrás de una de las gruesas columnas hasta que las puertas de la sala se cerraron, continué escondida, aguardando a que ella saliera. Augsvert no me gustaba, el ambiente era pesado y yo sabía que era cuestión de tiempo para que algo muy malo pasara.
En la cintura llevaba atada una pequeña bolsita que Soriana me había dado y me había pedido que no me quitara. Adentro estaban la pluma hechizada y las lágrimas que la reina de las hadas le había dado en Skógarari, también había una flor vesa.
El tiempo pasaba y nada sucedía. Algunos guardias de vez en cuando patrullaban los corredores y otros se acercaban hasta las altas puertas y hablaban con los que las vigilaban, sin embargo, más allá de eso, nada sucedía y yo empezaba a impacientarme. Miles de escenarios se paseaban por mi cabeza, desde situaciones irrelevantes hasta otras muy bizarras y peligrosas. ¿Por qué tardaban tanto? Recé a los dioses a los cuales solía nombrar Soriana, con la esperanza de que alguno de ellos acudiera en mi auxilio y nada malo estuviera ocurriendo adentro.
Desde el extremo opuesto de la galería se acercaba un soldado con armadura negra y una capa azul ultramarino ondeando a sus espaldas. Era un soldado cualquiera, igual a los que anteriormente habían hecho lo mismo y habían terminado intercambiando palabras con los que custodiaban las puertas. No obstante, este, en lugar de caminar hasta la sala, en el último momento giró su rostro y me miró. Él dirigió sus pasas hacia mi escondite.
No supe qué hacer. ¿Debía enfrentarlo? ¿Tal vez decirle la verdad, que era amiga de la princesa Soriana y que estaba esperando por ella? ¿O debía huir y, tal como había dicho Soriana, ponerme a resguardo?
—¿Sois Keysa? —preguntó y no me dio oportunidad de tomar ninguna decisión—. No tengáis miedo, estoy con Su Alteza. Debemos irnos.
—¿Debemos irnos? —pregunté en un susurro, emulando el tono de su voz, sin entender nada—. ¿Estáis con Su Alteza? ¿Con cuál Alteza?
Él sujetó mi muñeca con una mano enguantada brillando en morado. Traté de zafarme y huir, pero su savje era muy poderoso y no me lo permitió.
—Con Soriana. Lars Grissemberg nos ha avisado, le tenderán una trampa, debemos irnos.
Todo el aire de mis pulmones escapó en una exhalación de angustia. Miré en dirección a la sala, tenía que entrar allí, debía hacer algo para ayudar a Soriana.
—No os preocupéis. —volvió a hablar el soldado—. Lara Moira vendrá por ella. Vamos.
Al mirar más detenidamente su rostro, lo reconocí. Era aquel soldado que nos recibió en el domo cuando entramos en Augsvert, el que se presentó así mismo como Percival. En todo momento él nos trató con respeto y cada vez que se dirigió a Soriana lo hizo con reverencia. Un poco más tranquila, lo seguí a través de largos corredores adornados con tapices, heráldicas y luminarias de Lys doradas, hasta que salimos a un frondoso jardín donde caía una lluvia tempestuosa.
—¿Estáis seguro de que esa Moira ayudará a Soriana? —le pregunté.
El soldado no me contestó, solo asintió. En el cielo, tan negro debido al aguacero, no se distinguía nada, por eso me sorprendí cuando tres hipogrifos descendieron en medio del jardín. Casi de inmediato, Soriana apareció corriendo junto con tres soldados y Aren. Iba a ir con ella, pero Percival me sujetó del brazo. En ese instante varias runas de combate estallaron y parte del techo se derrumbó. Una mujer soldado dio una orden y Percival me arrastró fuera de los arbustos, sin embargo, logré zafarme y corrí hasta Soriana. Sus ojos grises me miraron con sorpresa y luego con enojo.
—¡¿Acaso no te dije que te fueras?! —me gritó.
—No podía irme sin saber que estarías bien —le contesté mientras la lluvia nos empapaba.
—¡Eres una tonta!
Desde el corredor que bordeaba el jardín, la reina Englina apareció con una espada en la mano, la cual se cubrió con su savje. La mujer miraba en nuestra dirección con odio, cuando levantó la espada yo supe lo que haría y rápidamente me coloqué delante de Soriana, a manera de escudo. Ella lanzó la espada y yo cerré los ojos esperando lo peor. Pero en un instante Soriana nos giró a ambas y después todo fue horror. En lugar de ser yo su escudo, fue ella quien acabó protegiéndome a mí y la espada de la reina se clavó en su espalda.
Ella se derrumbó en mis brazos. La sorpresa y el terror me invadieron y me paralizaron, no sabía qué hacer. Aren hizo aparecer una barrera que impidió que más espadas o runas nos alcanzaran. Él tomó a Soriana en sus brazos y la subió a uno de los hipogrifos mientras Percival me arrastraba hasta otro.
La lluvia continuaba cayendo inclemente y el viento helado hacía parecer las gotas alfileres punzantes. Cada vez que el hipogrifo batía las alas me resbalaba un poco, sin embargo, mi pensamiento estaba con ella. Las lágrimas corrían por mi cara y de nuevo suplicaba por ella ante dioses desconocidos: «que Soriana no muera», supliqué en mi interior.
No podía ver nada debido a la densa oscuridad de la tormenta, me desesperaba no saber si ella volaba a nuestro lado.
Poco a poco fueron apareciendo pequeñas luces a lo lejos, al tiempo que la tormenta quedaba atrás. Percibí olor a salitre, el mar debía estar cerca. Finalmente, el hipogrifo descendió y cuando lo hizo ya los otros dos estaban en tierra.
—¡¿Soriana, dónde está Soriana?! —grité.
El soldado que me acompañaba también bajó de la montura. Antes de que pudiera volver a sujetarme, corrí al interior de la casa.
Adentro estaba cálido y el olor a deliciosa comida llenaba los espacios como si ese fuese un verdadero hogar. Seguí las huellas de humedad en el suelo que ascendían por unas escaleras de madera. En una de las habitaciones había varias personas. Entré, me abrí paso hasta llegar frente al lecho. Soriana, muy pálida, estaba acostada allí, Aren y otra mujer anciana a quien nunca había visto se encontraban junto a ella.
—¿Ella, ella está muerta? —pregunté temblando, sin saber muy bien si quería conocer la respuesta.
Aren me miró con los ojos enrojecidos.
—No, pero está muy delicada.
El vestido claro que ella usaba se había llenado de sangre, tenía los ojos cerrados y los labios casi blancos. En ese momento fui muy consciente de que tal vez nunca más sus ojos volverían a mirarme.
La anciana encendió una savje enorme que la cubrió por completo.
—Esperen afuera —dijo la anciana y todos los que rodeaban la cama salieron.
—¿Va a morir? —le pregunté a Aren con un hilo de voz.
Él solo me abrazó muy fuerte y ya no me pude controlar más, empecé a llorar con la cabeza enterrada en su pecho.
—Ella se pondrá bien, ya verás.
Aren lo decía, mi corazón quería creer que era cierto y, sin embargo, yo dudaba. ¿Y si ella moría? ¿Cómo continuaría sin Soriana? No quería pensar en eso, pero no podía apartar el pensamiento de mi mente. Tenía lunaciones con presentimientos oscuros, sintiendo cómo el vello de mi cuerpo se erizaba de repente. Nunca se lo mencioné, pero la ansiedad me mataba, había tenido la seguridad de que algo terrible sucedería y en ese instante finalmente ocurría.
—Gracias, Moira —dijo Aren.
Me separé un poco de su abrazo, una mujer muy alta con ojos y cabellos negros estaba frente a él.
—No la protegí bien —respondió la mujer con tristeza.
—Hicisteis lo que pudisteis. Nos trajisteis hasta acá. Estoy seguro de que vuestra madre logrará sanarla.
—¡Por la corona de Erys, que así sea! —respondió Moira.
Aren deslizó una mano grande por mi cabeza y me acarició el pelo mientras él continuaba conversando con Moira.
—¿Estáis segura de que no nos hallarán aquí?
—Nadie conoce este lugar —le contestó Moira—, está muy aislado, en medio de las montañas de la costa. Luego de la muerte de mi padre, mi madre decidió retirarse aquí y dedicarse a la sanación, solo mi hermano Percival y yo sabemos de su existencia.
—Si Englina nos descubre, no va a perdonarnos.
—Somos traidores ahora —secundó la mujer con un suspiro—, pero no debéis preocuparos, nadie conoce la localización de este sitio, lars.
Los ojos oscuros de Moira se clavaron en mí. Algo en ella me daba miedo, tal vez era lo imponente de su estampa, la seriedad de su rostro o lo penetrante que era su mirada. Me abracé más a Aren y deseé con fervor que Soriana se recuperara pronto.
—Niña, debéis estar cansada, os llevaré a una habitación.
Ella me extendió la mano cubierta por un guantelete de cuero negro.
—No estoy cansada, me quedaré con Soriana.
—Mi madre está con ella, no os preocupéis.
—Tampoco vos debéis preocuparos por mí, estoy bien.
Ella miró a Aren, no supe qué le dijo él en silencio, pero Moira dejó de insistir.
—Muy bien, quedaos entonces aquí. Iré a buscar algo para que coman.
—Gracias, Moira.
Cuando la mujer se marchó, Aren me separó de su cuerpo y me giró para que lo mirara a la cara.
—Moira es una buena mujer, Keysa, puedes confiar en ella.
—Quiero ver a Soriana.
—Todavía no podemos entrar, sentémonos acá.
El corredor donde se encontraban los dormitorios era espacioso y se abría a una sala todavía más grande con amplios ventanales rematados en arcos de medio punto. A través de las cortinas blancas replegadas, penetraba una brisa fría cargada de salitre, la oscuridad nocturna afuera no permitía ver nada por más que me esforzaba.
Al cabo de lo que tardan en consumirse dos briznas de paja al fuego, dos sirvientas llegaron con jarras de vino, vasos y bollos calientes. Al sentir el aroma de la comida recién hecha fui consciente de que moría de hambre. Las mujeres dejaron las viandas en la mesa y se retiraron con una reverencia. Aren me miró con amabilidad.
—Adelante, come lo que quieras —dijo él.
—¿Tú no lo harás?
—No tengo hambre.
Me senté a la mesa y di gracias porque no había carnes entre los alimentos, solo vino de uvas y bollos hechos con verduras. Mientras yo comía, Aren se paseaba por el pasillo. De vez en cuando miraba hacia el dormitorio donde Soriana había sido llevada. Había transcurrido casi una sexta y todavía no sabíamos cómo se encontraba.
—¿Y si entramos? —pregunté levantándome de la mesa.
También yo estaba preocupada. ¿Por qué esa sanadora no salía y nos decía cómo estaba ella? La incertidumbre y la preocupación me mataban. El clima frío y sombrío tampoco ayudaba. Varias esferas de Lys danzaban en lo alto del techo, sacudidas por el viento.
—¡Lars Grissemberg!
Un soldado joven saludó a Aren en tanto avanzaba hacia nosotros por el corredor.
—¡Percival! —Aren lo abrazó con afecto cuando estuvo frente a él—. Lamento que hayas tenido que dejar tu puesto en el pilar del oeste.
—¿Por qué lo lamentas? ¡Era un puesto de mierda! —exclamó Percival con familiaridad y ambos se sentaron a la mesa, Aren sirvió vino en vasos—. El general Christensen me odia, me tiene castigado allí desde hace años. Me alegré cuando Moira me dijo que Soriana estaba viva y regresaba a Augsvert, no dudé ni un instante en ponerme de vuestro lado.
—Hubiera querido que no fuera así —dijo Aren llevando el vaso con vino a la boca—. Soriana no quiere luchar por el trono.
Percival enarcó las cejas, sorprendido y sonrió de lado. Era un hombre joven y ahora que sonreía podía apreciar que también apuesto. Tenía cierto parecido con la mujer soldado en el color oscuro de los ojos y el cabello, también en los rasgos fuertes y atractivos, pero él, a diferencia de ella, lucía más relajado y risueño.
—Será imposible que Su Alteza no lo haga después de lo que ha sucedido. La reina debe estar buscándonos, somos traidores. Cuando la princesa se recupere podremos tomar el palacio Flotante, más de la mitad de la guardia azul está con Moira y varias facciones del ejército negro nos apoyarán, muchos están descontentos con Christensen y con la dinastía Nass.
«Tomar el palacio Flotante», repetí en mi mente. Esta gente organizaba una rebelión y planeaba que Soriana fuera su bandera. ¿Aren estaba de acuerdo?, ¿lo había fraguado en secreto? Parecía que sí.
—Cuando le conté a Moira que Soriana estaba viva y que pensaba regresar a Augsvert, no lo hice con la intención de derrocar a Englina, eso no es lo que Soriana quiere —dijo Aren—. Tenemos que enfocarnos, Percival, prepararnos con todos esos hombres que dices que te apoyan y pelear contra los alferis y el Cuervo cuando el momento llegue.
—¿Es real lo del Cuervo?
—¡Claro que es real! —le contestó Aren.
—Los alferis tienen lunaciones sin atacar, muchos creen que se han rendido.
—No se han rendido, se preparan y nosotros debemos hacer lo mismo.
Aunque estuve toda la noche afuera del dormitorio donde se encontraban Soriana y la sanadora, no pude verla, tampoco nadie dijo cómo se encontraba. Moira, Percival y Aren se quedaron afuera, conversando sobre la situación política de Augsvert. Esa noche la pasamos en vela, aguardando noticias del estado de ella y si sobreviviría a la terrible herida que le había ocasionado la reina Englina.
***
*** Creo que varios capítulos atrás dije que quedaban 6 capitulos para el final, pues bien, esto se está alargando, je. No sé cuanto falta, quisiera sentarme y poder escribir corrido hasta llegar al final, pero no creo que sea posible, así que voy poco a poco.
Lo que sí les puedo decir es que se avecina una guerra, así que preparen las armadures, afilen las espadas y aquellos con magia refuercen su savje. Al final solo una raza ganará Augsvert. Nos leemos la semana que viene. (No me olvido de la ply list, en lo que la tenga lista les aviso por aquí y en FB)
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