Capítulo XII: Represalia III/III

II

Soriana

Aren y yo caminábamos por las galerías del palacio, custodiados por al menos ocho soldados de la guardia azul. Íbamos lado a lado y de vez en cuando nos mirábamos. En los ojos verdes de él todavía había confusión y sorpresa por lo que estaba sucediendo.

Por mi parte, me sentía culpable. Me había comportado como una perfecta inútil. Debería haber logrado poner a la Asamblea a mi favor, pero en lugar de eso me había quedado sin palabras, arrasada por el peso de mis errores, por el dolor y la culpa. No lograba superar mi pasado, la herida de antaño continuaba fresca, sangraba y cuando lo hacía me aplastaba. ¿Cómo podía separarme de mis sentimientos y hacer frente a la situación?

A mi mente vino la imagen de mi madre, férrea frente a la Asamblea, vengándose de los traidores que habían atentado contra mí y buscaban destronarnos. Ella había logrado imponerse ante todos. Si tan solo yo fuera más como ella. En aquella época la creí un monstruo desalmado, ahora me daba cuenta de lo valiente y fuerte que tuvo que ser para superar con éxito tantas adversidades. Si yo tuviera al menos una décima parte de todo su valor.

Aren volvió a mirarme y en medio de la ansiedad que denotaban sus facciones, sonrió. En ese momento agradecí que él estuviera a mi lado. Cruzamos uno de los recodos y salimos a la galería que bordeaba el jardín interior y el salón del Fuego.

La luz del atardecer cubría de dorado los arbustos en flor, la brisa otoñal soplaba presagiando tempestad, los pasillos se sentían fríos y lúgubres. El metal de las armaduras de nuestros custodios resonaban con cada paso; sin embargo, abruptamente el ruido cesó, algo sucedía: un intercambio de palabras. Intenté mirar a través de las espaldas de los guardias. Adelante habían llegado más soldados y parecían intercambiar palabras con los que nos trasladaban.

De pronto sonaron las espadas al ser desenvainadas y luego el choque del acero, los soldados a nuestro alrededor se pusieron en guardia.

—Koma Assa aldregui —susurré.

Aren me empujó con su hombro a un lado, apartándome de uno de los soldados, que al moverse para evitar la estocada de su atacante, me dejaba a mí expuesta.

Nuestros custodios se enfrentaban a otros soldados que también portaban la capa azul de la guardia real. No entendía muy bien qué ocurría y no sabía si debía tomar partido por algún bando, lo mejor era aprovechar la distracción y escapar. Varios de nuestros custodios optaron por emplear runas de combate. Aren y yo, sin poder usar magia debido al ethel, teníamos que esquivar los ataques y movernos con rapidez.

—¡Sin runas! —gritó uno de los atacantes recién llegados—, no podemos arriesgarnos a lastimar a la princesa.

En ese instante, tres de los guardias que nos llevaban prisioneros nos rodearon con las espadas en alto. Mientras el resto de sus compañeros combatían, estos no nos dejarían escapar y tampoco que los otros soldados se nos acercaran.

—¿Quiénes son, Aren? —pregunté.

Todo lo que podía distinguir era el brillo del metal negro de las armaduras y el refulgir plateado de las espadas que se enfrentaban. Soldados de la misma guardia luchando unos contra otros.

Antes de que él pudiera contestar, el inconfundible zumbido de Assa aldregui, me puso en alerta. Tomé la espada en el aire y yo también me puse en guardia.

—¡Apartaos, no deseo lastimaros! —les ordené a los soldados que nos rodeaban.

Ninguno obedeció, por el contrario, dos de ellos me atacaron. Tuve que levantar muy rápido la espada para bloquear la estocada. Uno de los guardias lanzó la runa de erghion, una lengua azulada de energía resplandeció en el aire y buscó apresarme. Blandí mi espada y la runa se deshizo cuando el acero de Assa aldregui la impactó antes de que se pudiera enrollar alrededor de mi cuerpo.

—¡Proteged a Su Alteza! —gritó la voz femenina de una de las soldados desde el otro lado del enfrentamiento.

Varias runas estallaron al mismo tiempo. Aren se arrojó sobre mí y me apartó evitando que me lastimaran. Algunas impactaron en las columnas cilíndricas y una nube de polvo y humo se esparció a nuestros alrededor.

—¿Estás bien, Soriana? —me preguntó Aren.

—Sí —le respondí poniéndome de pie.

Varios soldados yacían en el suelo y tres se acercaban a nosotros. Levanté la espada de nuevo para defendernos, pero antes de que pudiera hacer cualquier movimiento, Aren me detuvo cerrando los dedos alrededor de mi muñeca.

—¡No, aguarda! —dijo.

—Alteza, ¿os encontráis bien? —dijo una de las soldados.

El humo y el polvo no me permitieron distinguir su cara hasta que se acercó lo suficiente, entonces un nudo se me formó en la garganta.

—¡Lara Moira! —exclamé casi sin aliento.

Ella asintió, sus ojos oscuros estaban llenos de muchas emociones y me era difícil saber cuál predominaba.

—¡Debemos irnos pronto! —apremió ella, sobreponiéndose a la sorpresa del encuentro.

Moira se colocó delante de nosotros, abriendo la marcha, mientras los dos soldados supervivientes la cerraban por detrás.

Estaba abrumada. Había pensado mucho en ella, en como sería tenerla frente a mí, en lo que le diría cuando la viera y ahora que finalmente ocurría, yo todo lo que deseaba era llorar. Lara Moira era el recordatorio de mi peor error, de la herida abierta, sangrante y dolorosa. ¿Cuánto sufrimiento le había causado también a ella? Me sentía muy culpable y avergonzada.

Aren me tomó de la muñeca y me arrastró para que corriera junto a él, de esa forma salí del bucle tortuoso que eran mis pensamientos. Lo miré y me di cuenta de que el ethel continuaba rodeándole el cuello, así que tomé la espada y corté el collar.

—Gracias —susurró él.

Corrimos a través de los corredores del palacio en sentido contrario y llegamos al jardín interior. El presagio de tormenta que antes vislumbré se había desatado, una lluvia torrencial inundaba y caía sobre tres hipogrifos montados por soldados de la guardia azul. Tal parecía que la comandante de la guardia real lo había preparado todo, quizás porque conocía los planes de mi prima.

—Vamos, Alteza —gritó Moira.

Aren sujetó mi mano, juntos corrimos detrás de ella hacia los animales, mojándonos con la lluvia y atravesando los charcos. De pronto, mi prima, acompañada de varios soldados, salió de una de las esquinas.

—¡Deteneos! —ordenó—. ¡Lara Moira, esto es una insurrección imperdonable, es traición!

Moira giró y la observó un instante antes de lanzar la runa de Ahor. El hechizo se estrelló en el dintel de uno de los arcos de medio punto y este se derrumbó frente a mi prima y su pequeño destacamento. Me angustié al ver el resultado.

—¡¿Qué habéis hecho?! —le grité. Intenté correr hacia allá para socorrer a Englina, pero Aren lo impidió sujetándome de la cintura.

—Ella no tendría compasión con nosotros, Soriana.

Mientras Moira corría hacia una de las monturas, yo miraba el pequeño derrumbe. Era cierto que Englina me había mandado a apresar, que me odiaba, siempre lo había hecho, pero yo no le guardaba rencor y no quería verla lastimada.

—Aren, no podemos dejarla así.

—Estará bien, Soriana, mira.

Aren señaló a un lado del derrumbe, allí las piedras flotaban cubiertas de savje. Del otro lado se afanaban en moverlas con magia.

—¡No tenemos tiempo, debemos irnos! —gritó Moira.

La comandante nos esperaba al lado de uno de los hipogrifos, el soldado que la acompañaba ya había montado. De entre los arbustos salió corriendo una figura delgada que reconocí de inmediato: Keysa.

—¡¿Acaso no te dije que te fueras?! —le grité, enojada de que me hubiera desobedecido.

La lluvia caía torrencial en el jardín y tanto ella como yo estábamos empapadas.

—No podía irme sin saber que estarías bien.

—Eres una tonta.

Los ojos de Keysa dejaron de mirarme y enfocaron un punto por encima de mi hombro, muy rápido ella se puso delante de mí. Mi cuerpo actuó más rápido que mi pensamiento. Me di la vuelta, tomé a Keysa de la cintura y la giré de tal manera que intercambiamos posición. Un dolor agudo me atravesó el pecho, bajé los ojos y vi como sobresalía la punta de una hoja de acero que me atravesaba desde la espalda. Englina había lanzado su espada desde la distancia impregnada en su savje.

Los gritos resonaron en el jardín, más altos que el sonido de la lluvia torrencial y el graznido inquieto de los hipogrifos. Lo último que vi antes de perder la conciencia fueron los ojos dorados de Keysa mirándome con espanto.


***Es un capítulo corto, juro que pensé que era más largo, pido perdón por eso. Cada vez estamos más cerca del final.

La mayoría de mis novelas tienen Play list y me gustaría también hacerle una a esta, por eso quería preguntarles ¿hay alguna canción que les recuerde a esta novela? Yo tengo varias, una de ellas es Chandelier de Sia, siempre pienso en Soriana cuando la escucho, también In The end de Linkin Park. Bueno, si tienen alguna me encantaría que me lo comentaran, besitos y nos leemos el otro domingo.

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