Capítulo XI: Augsvert (III/III)
Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. Reino de Augsvert.
Soriana
Lars Percival se mostró muy amable y atento con Keysa y conmigo, nos alojó en una pequeña habitación del baluarte del pilar, donde un par de soldados femeninos nos prepararon baños con agua caliente, comida y agua.
Cada vez que uno de los soldados se topaba conmigo, los sorprendía mirándome de reojo. No podía discernir si la sorpresa se debía a que estaban frente a la antigua princesa desertora o por mi parecido con los alferis. Eran hombres y mujeres muy jóvenes, no sabían nada de mí, tal vez ni siquiera habían oído que alguna vez existió una princesa con cabello blanco y tez oscura.
Como fuera, luego de adecentarnos, le pedí a lars Percival que nos llevara al palacio Flotante. Antes envié un mensaje a Aren para que estuviera prevenido de nuestra llegada. El corazón me latía con violencia, el estómago se me había encogido, la poca comida que recién había ingerido comenzaba a revolverse y tenía la impresión de que en cualquier momento vomitaria.
—Estás muy fría —dijo Keysa mientras sujetaba mi mano—. ¿Tienes miedo?
Asentí, no tenía sentido mentir.
—Estoy segura de que todo saldrá bien. —Ella apoyó la cabeza en mi hombro—. Luego de que acabes con el Cuervo y el alma de tu madre sea libre, podrás seguir el camino que quieras.
—Sí —le dije como si aquello pudiera ser cierto luego de jurarle gefa grio a Caleb.
Miré a Keysa mientras acariciaba su cabello sedoso, mi pequeña niña había crecido y madurado mucho en las últimas lunaciones. No podía menos que sentirme orgullosa de ella, tanto que se me llenaron de lágrimas los ojos y tuve que hacer una esfuerzo para no derramar ninguna. Hubiera deseado no exponerla al peligro que suponía el futuro cercano. Peiné las hebras doradas con mis dedos, mientras recordaba todas las veces que ella tuvo que cuidarme en alguna de mis borracheras; cuando arruiné nuestra vida en Doromir y salimos huyendo; la vida colmada de penurias que le hice vivir en Northsevia. Yo había sido una compañera de mierda para ella y allí estaba mi pequeña hada, apoyándome y dándome ánimos. No merecía su amor, ni su compañía, mucho menos su gratitud.
Le tomé las manos y la miré a los ojos. El color dorado resplandecía como pequeños rayos de sol.
—Keysa, si algo sale mal, prométeme que te irás de Augsvert de inmediato y buscarás a Kalevi o a Nayla, la reina de las hadas de Skogarari.
—Nada va a salir mal, Soriana. No me hagas prometerte esto, por favor.
—Keysa, de todos los seres vivos que hay en este mundo, tú eres el que más me importa, promételo.
—De acuerdo, haré como dices.
Keysa me dedicó una pequeña sonrisa y luego besó mi mejilla. Asentí y nos levantamos para partir. Tomé mi espada y la sujeté en mi cinto, así como el pequeño bolsito con las lágrimas de la reina de las hadas, y salimos al patio de armas, donde Percival aguardaba con un par de hipogrifos que nos llevarían hasta Aaberg, la capital del reino.
El cielo nocturno apenas si era iluminado por los escasos rayos de la luna menguante. A medida que el hipogrifo batía las alas, la vibración me hacía temblar, aunque bien podría ser el miedo feroz que sentía de estar nuevamente en mi antiguo hogar, de enfrentarme a los recuerdos, a las consecuencias de mis actos.
En la lejanía empezaba a vislumbrar las altas torres terminadas en pico y rodeadas de nubes del palacio Flotante. Respiré profundo para tranquilizar mi corazón. Lars Percival hizo descender al hipogrifo a medida que nos acercábamos más a nuestro destino. Cuando finalmente aterrizó me sentí mareada.
—Alteza. —El capitán del ejército me ofreció su mano para ayudarme a descender de la montura. Internamente, lo agradecí, pues sentí el suelo moverse bajo mis pies, las náuseas me invadían de nuevo.
Una vez en el patio de armas me di cuenta de que una pequeña comitiva estaba frente a nosotras para recibirnos.
—¡Que las flores de Lys desciendan sobre vuestra cabeza, prima!
Englina la precedía. Cientos de recuerdos de nuestra infancia volvieron a mí: dos niñas que en algún momento fueron cercanas y que con el paso a la adolescencia dejaron que la rivalidad y los celos las separaran. Aunque también hubo aquella repentina y frágil cercanía que nos llevó a empatizar, propiciada por el terror de la muerte.
Luego todo se fue al carajo.
Hizo una casi imperceptible reverencia con su cabeza. Ella estaba prácticamente igual a como la recordaba: alta y esbelta. Llevaba el cabello rubio recogido en un elaborado peinado, ribeteado por una corona de hilos de oro y lapislázuli. Tal parecía que había una nueva reina en Augsvert. Vestía un voluminoso traje dorado que en nada se parecía a la antigua moda austera de cuando yo vivía en ese palacio.
Inspiré profundo para tranquilizar mis nervios, hice frente a ella una pronunciada reverencia y luego saludé al resto de los presentes. Aren estaba al lado de mi prima, mirándome con sus hermosos ojos verdes brillantes y una cálida sonrisa en los labios. Hubiera deseado correr hasta él y abrazarme a su cuello, sentir sus brazos rodeándome y su calor reconfortándome, eso me hubiera dado la fuerza necesaria para enfrentarme a todo.
A la izquierda de Englina estaban mi tía Engla y mis abuelos. A estos últimos me sorprendió mucho verlos. Ambos se acercaron un poco recelosos a mí, me sonrieron y luego me abrazaron. Sin duda, ese era el momento más raro que había vivido en los últimos años. No recordaba cuándo fue la última vez que los vi, mucho menos que los abracé. Mi madre los odiaba con fervor, entre ellos y yo nunca hubo una relación estrecha, así que no tenía muy claro cómo debía proceder.
—¡Mi pequeña niña! —dijo mi abuela separándose de mí y mirándome a la cara—, siempre supe que estabas viva y que algún día regresarías.
—¡Seline estaría orgullosa de ti! —dijo mi abuelo con una sonrisa satisfecha.
Que él pronunciara el nombre de mi madre me generó un rechazo instantáneo. Me aparté con suavidad de ellos y saludé con una reverencia a tía Engla, que llevaba otra corona un poco más discreta.
—¡Es sorprendente! —dijo mi tía, mirándome como si lo hiciera por primera vez —. ¡Nunca creí que...! ¡¿Dónde has estado todo este tiempo, pequeña?!
—Es una larga historia, tía.
—¡Sin duda ha de serlo! ¡Ha pasado tanto tiempo! ¡Estoy muy feliz de que hayas regresado!
Ella me abrazó en un gesto que parecía sincero. A tía Engla le costaba salir de su asombro, me miraba una y otra vez, como si tratara de discernir si lo que veía era real o no. Englina, en cambio, me observaba con ojos fríos y rostro inescrutable. Me pregunté qué estaría sintiendo la nueva reina de Augsvert al verme regresar. Sin duda, no eran cosas agradables.
—Imagino que estarás cansada —dijo Englina con un tono de voz modulado—, he mandado a preparar una habitación para ti. Espero puedas disculpar que no sea la antigua, esa está llena de polvo y descuidada, pues llevamos trece años creyendo que estabas muerta.
Y he ahí a mi verdadera prima. Tal vez había cosas que nunca cambiarían.
—No os preocupéis, Majestad —le contesté con suavidad—, la habitación que dispongáis para mí y para Keysa estará bien. —Las miradas cayeron sobre Keysa, que se mantenía a mi derecha—. Ella es mi protegida.
—Es tarde y ha sido una jornada larga —dijo Englina asintiendo a mis palabras pero sin darles mucha importancia—. Descansen esta noche y mañana nos reuniremos, tenemos muchas cosas de que hablar, prima.
—Gracias.
La reina, mi tía y mis abuelos se dieron la vuelta, estos últimos antes de marcharse me dedicaron sonrisas dulces como si fuéramos parientes acostumbrados a vernos y tratarnos con cariño o como si no hubiesen pasado más de diez años desde la última vez que nos vimos.
Aparte de Aren, no había nadie del Heimr recibiéndome, aquello se me hizo raro. ¿Acaso Englina les había ocultado mi regreso? Suspiré y seguí a los sirvientes que nos llevarían a los aposentos en los que Keysa y yo nos alojaríamos.
—Soriana.
Aren me esperaba adentro del castillo. De inmediato, lo que había anhelado sucedió, él me abrazó con fuerza, su olor me envolvió al igual que la tibieza que irradiaba su cuerpo.
—¿Estás bien?
Yo asentí un poco aturdida por su cercanía.
—¡Keysa, pequeña, te extrañé un montón!
Aren le dio un sonoro beso en la mejilla, a lo que Keysa respondió con leves carcajadas. Englina caminaba delante de nosotros, volteó apenas sobre su hombro, pero no se detuvo, luego de vernos continuó andando.
—¿Cómo tomó mi regreso? —pregunté señalando a mi prima con la cabeza mientras caminábamos—, me parece que no muy bien.
—Se siente amenazada.
—Es lógico, si fuera yo también me sentiría así.
—He hablado con ella —dijo Aren—. Debemos trabajar unidos para enfrentarnos a los alferis y al hechicero oscuro, ella está consciente de eso.
Asentí. Era muy propio de él creer en la buena voluntad de las personas, pero no era mi caso, sabía que debía cuidarme las espaldas de mi prima.
—Tenemos mucho de qué hablar, Aren. Sé quien es el hechicero oscuro.
—También sé quien es —me dijo él.
—¡Así que este es tu hogar! —dijo Keysa con una exclamación de admiración mientras movía la cabeza de un lado a otro—. Es muy elegante, más que el palacio del Amanecer en Doromir.
Monguito asomó la cabeza fuera de su escote, donde viajaba. También él observaba el recorrido con ojitos brillantes y asombrados. Yo, sin embargo, no sentía lo mismo. Los muebles, las alfombras, los jarrones, cada cosa en el palacio databa de la época de mi madre, pero estás habían perdido su brillo y esplendor. El palacio entero lucía opaco y decadente, un fantasma de glorias añejas. La nostalgia por el pasado me invadió al igual que la pena por el presente.
Nos detuvimos frente a la habitación que le habían asignado a Keysa. Saqué del bolsito que llevaba en la cintura una pluma negra y se la entregué.
—Duerme con ella —le susurré al momento de besarle la mejilla—, es para tu protección.
Ella pareció un poco desconcertada, pero no preguntó nada. Se despidió de Aren y entró sola en la recámara.
—Vendré dentro de un rato —me dijo Aren—, cuando te hayas instalado.
—No tengo nada que instalar —le contesté con una sonrisa y señalando la ausencia de equipaje a mi alrededor.
Aren sonrió.
—De acuerdo, iré a las cocinas y traeré bocadillos, tenemos mucho de qué hablar, Alteza.
Sonreí de nuevo, me hizo gracia que me llamara de esa forma, o tal vez fue el cariño que le imprimió a la palabra. Realmente me hizo sentir que volvía a ser la antigua princesa de Augsvert.
Cuando Aren me dio la espalda, entré en la habitación. Sin duda, no era la más lujosa del palacio Flotante: tenía pocos muebles y los que había eran modestos, además, carecía de antecámara. Pero aquello no me importaba, en mi vida de hechicera errante había dormido en muchas habitaciones, algunas lujosas como la que usé en Vindgarorg y otras tan humildes como un simple lecho hecho con pieles. De todas formas, la sencilla recámara en la que me encontraba cumplía a la perfección el recado que Englina quería darme: «no eres importante».
Me quité la espada y el bolso y los dejé en el armario. Me acerqué al amplio ventanal donde las colgaduras de antaño, azules con la flor de Lys bordada, el emblema de la casa Sorenssen, habían sido sustituidas por otras púrpuras con una mariposa de alas extendidas y sobre esta una corona, el emblema de la casa Nass, la casa de mi madre y de tía Engla. Descorrí las cortinas, abrí las puertas acristaladas y salí al balcón. La fría brisa nocturna alborotó mis cabellos trayendo consigo el aroma de las flores del jardín interior.
Llamaron a la puerta, cuando di la autorización, Aren entró con una bandeja de plata en sus manos llena de alimentos, una jarra y vasos.
—No te pregunté qué te apetecía, así que traje algunos dulces y ¿a qué no adivinas? ¡Había snigill de salmón!
Aren me mostró los rollitos de pescado envueltos en hojas de parra con una radiante sonrisa, mi estómago rugió de hambre.
Él dejó la bandeja sobre la pequeña mesita en el centro de la recámara, yo sonreí entusiasmada por comer los snigill de la cocina del palacio Flotante que tanto me gustaban y que tenía años sin probar.
Había estado muy tensa con el hecho de regresar a Augsvert y a pesar de la nostalgia que significaba volver a pisar mi tierra, la compañía de Aren lograba tranquilizarme y hacer más llevadera la ansiedad. Me senté a la mesa junto a él y tomé un bocadillo de pescado.
Cerré los ojos y dejé que los recuerdos me invadieran a medida que lo hacía el sabor delicado de los snigill en mi boca. Por un instante retrocedí en el tiempo, volví a ser la niña díscola de antes, escuché la voz de mi madre riñéndome mientras yo corría por las galerías del palacio.
Tragué, suspiré y me sobrepuse a los recuerdos como quien se aparta del rostro una cortina de telarañas.
—Entonces, ¿qué averiguaste sobre el hechicero oscuro? —le pregunté.
—Fui a la necrópolis y visité la tumba de tu madre —dijo Aren mirándome con algo de recelo—. Me di cuenta de que ella tiene dos brazaletes de gefa grio: uno corresponde al juramento que hicieron los miembros de la Asamblea el día de la masacre. Supuse que el otro tendría que ver con el que lleva el hechicero oscuro. Si era así, eso explicaría que él hubiera podido convocar el alma de Seline después de muerta.
Aren hizo una pausa y me observó, como no dije nada, él continuó con su explicación:
—Interrogué a lara Moira, después de todo, ella y la reina eran inseparables. La comandante me confesó que el otro brazalete correspondía al juramento que Dormund había hecho con la reina cuando él solicitó ayuda para escapar con Erika.
Parecía que las pistas que había seguido Aren también llevaban a Dormund. En ese momento me pregunté si había descubierto la verdadera identidad de él.
—Dormund chantajeó a la reina con un secreto. —En este punto Aren me miró fijamente.
—Conozco el secreto —le dije.
Él enarcó las cejas, sorprendido.
—Dormund es el hijo bastardo de mi padre y dama Dahlia.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde el día en que murió mi madre, leí sus diarios.
—¿Y por qué nunca sospechaste de Dormund? ¿Por qué nunca me dijiste?
Serví agua en una de las copas y bebí un trago antes de contestarle:
— No lo creí importante. Como todo el mundo, pensé que Dormund estaba muerto. Ni por error me imaginé que hubiese sobrevivido; sin embargo, los alferis me confesaron que quien los ayuda es él, se hace llamar el Cuervo. Al parecer logró sobrevivir al atentado y se refugió en Ausvenia. Les prometió ayudarlos a vengarse de Augsvert y para ello se convirtió en un hechicero oscuro. Atacarán en la próxima luna con un ejército de alferis resucitados.
—¡¿Qué?! ¡Esto es muy malo, Soriana! —Aren estaba bastante consternado—. No solo atacará con alferis.
—¿Qué quieres decir?
—Dormund es el karl de la liga de Heirr.
Venía sospechando de la liga de Heirr desde que descubrimos aquella tétrica cabaña en el paso de Geirs. Luego de lo ocurrido con las hadas de Skógarari, casi estuve segura de que algún cazador estaba implicado.
—Sí —continuó Aren—, tiene a su disposición todo un séquito de cazadores convertidos en morkenes.
Apoyé el codo en la mesa y sujeté mi cabeza con mi mano, cada vez las cosas se complicaban más.
—Solo tenemos una pequeña ventaja —dijo Aren—, Dormund no puede entrar en Augsvert.
Aren habló y yo subí el rostro para mirarlo, él lo había averiguado todo.
—¿También sabías eso? —me preguntó con un dejo de reproche, yo asentí—. Tenemos oportunidad de cazarlo afuera del domo.
—El domo —dije—, debo repararlo lo antes posible.
—Mañana se lo plantearé a Englina.
—No había nadie del Heimr aparte de ti recibiéndome.
—Englina prefirió mantener discreción. —Aren guardó silencio un breve instante antes de continuar—. Es posible que ellos quieran interrogarte sobre lo que pasó esa noche.
Era de suponer y yo ya lo había previsto. Quizá tendría que enfrentarme a toda la asamblea y responder por lo que había hecho aquella fatídica noche. Solo esperaba que antes de pagar por mis crímenes pudiera acabar con Dormund y liberar a mi madre.
Aren se levantó de su asiento y caminó hasta detenerse frente a mí, me tomó del mentón y levantó mi rostro para observarme.
—No tengas miedo, eres la legítima heredera del trono de Augsvert, no pueden condenarte.
No era necesario que ellos me condenaran, yo lo había hecho mucho tiempo atrás.
Él se inclinó sobre mí y me besó. Al principio fue un beso casto y suave, pero a medida que el tiempo se dilataba y el contacto se prolongaba, el beso crecía en intensidad, se volvía mas demandante.
Abrí mi boca y dejé que su lengua entrara, que acariciara la mía y me hiciera estremecer. Cuando me di cuenta estaba de pie, con mis manos recorriendo su espalda, mientras él profundizaba el beso y me acercaba más a él.
—Te extrañé mucho, Soriana —susurró contra mis labios en un momento en el que nos separamos un poco.
—También yo te extrañé.
Volví a besarlo, necesitaba sentir el contacto de su cuerpo contra el mío, imaginarme que si estábamos juntos nada malo podría pasar, como si el amor fuera un conjuro contra el destino aciago que veía cernirse sobre nosotros.
Las manos de él comenzaron a afanarse en los botones de mi vestido. La piel me ardía, las yemas de sus dedos me quemaban y, entonces, recordé a Englina.
—Aren —pronuncié su nombre entre jadeos—, no. Englina, estás comprometido con Englina.
Él acunó mi rostro con la palma de su mano y me miró con los ojos húmedos y brillantes.
—No, rompí el compromiso. Mi única obligación es con lo que siento por ti, mi reina.
Volvió a besarme, esta vez más hambriento y apasionado.
Tenía miedo, sentía vértigo y al mismo tiempo deseaba deshacerme en sus brazos, olvidarme por un instante de mí y por fin ser libre.
La boca de Aren comenzó a recorrer un camino que iba desde mi comisura y descendía por mi cuello, se perdía entre los bordes rígidos de mi vestido, que yacían abiertos, cuáles pétalos al calor del sol, dejando expuesto mi pecho debajo del corpiño.
Con dedos temblorosos inicié la labor de desabotonarle la chaqueta negra, la deslicé por sus brazos y quedó solo la camisa de seda blanca. Desaté la lazada y Aren pasó la prenda por encima de su cabeza. Entonces, me recreé con la visión de su piel del color de las avellanas tostadas, con el tacto de los músculos firmes de su torso bajo esa cubierta elástica. Pronto la simple visión fue insuficiente, las caricias no bastaban, tampoco los besos.
Aren.
¡Había estado enamorada de él durante tanto tiempo! El haber destrozado mi vida también arrastró al olvido el amor que sentía por él, lo adormeció en el mar melancólico en el cual había vivido los últimos años. Pero ahora lo recordaba, él estaba entre mis brazos, sus labios sobre los míos y la cercanía no era suficiente.
Volvió a asaltar mi boca, a morder mis labios. Me llevó con cuidado hacia atrás, hasta que mis piernas dieron con el borde de la cama y caí sobre ella boca arriba. Aren, de pie, me miraba con una sonrisa. Cuando se inclinó sobre mí, sentí todo mi cuerpo temblar.
—Eres el amor de mi vida, mi reina y mi soberana.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla, no sabía si era de tristeza, de felicidad o de miedo. Aren terminó de desabotonar la parte superior de mi vestido, depositó un beso en el borde del corpiño. Me quitó el vestido y luego el camisón. Quedé desnuda frente a él, por instinto me cubrí el pecho con los brazos.
Hacía mucho que no disfrutaba del sexo, la única persona con la que lo había hecho también fue la última que me forzó, pero Aren no era Gerald.
Con suavidad quitó las manos de mi pecho y volvió a besarme, pero esta vez lento, muy lento y tan dulce que sentí el corazón desfallecer. Me abracé a él y dejé que su calor me consolara, era como si todas mis heridas supuraran al mismo tiempo y los besos de Aren fueran un ungüento sanador, sus ojos traían la luz en medio de las sombras en la que estaba sumida mi alma, cada caricia hacía el dolor más dulce y lo terrible, soportable.
Volvimos a fundirnos en un beso profundo y apasionado mientras él se acomodaba en medio de mis piernas flexionadas, sentirlo dentro de mí fue más que una unión física. El calor abrasador que me embestía, que me hacía suspirar y ver las estrellas resplandecer, se unía a mi espíritu, encontraba por fin la paz y la aceptación en otra alma a la cual no le importaban mis tragedias, mucho menos mis defectos.
Éramos él y yo solamente, por primera vez latiendo juntos, gimiendo juntos, quemándonos juntos. El placer, el dolor, la tristeza, la paz, todo se fundía, igual que su sexo me penetraba con vehemencia haciéndome jadear.
Aren era el perdón, la reconciliación que los dioses me enviaban. No lo merecía y, sin embargo, ahí estaba, haciéndome feliz.
Deslicé mis manos por su espalda sudorosa, miré sus ojos que se habían vuelto llamas y lo besé en la boca depositando en su garganta mis gemidos, cuando me corrí. Él continuó un poco más hasta que el placer también lo alcanzó y, entonces, se derrumbó sobre mi pecho, mezclando con el mío, su sudor.
Así estuvimos hasta que sin darnos cuenta nos quedamos dormidos.
******
¡Ay, dioses! ¡No sé qué pasó! jajajja, bueno, nada, necesito leerlos y saber qué les pareció el capitulo.
¿Qué les pareció el regreso de Soriana? ¿Demasiado insípido? Englina no quiere que el Heimr se entere de que ella ha regresado, así que no podía ser de otra manera.
¿Y Aren y Soriana?
Nos leemos la semana que viene, besitos.
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