Capítulo XI: Augsvert (I/III)

I

Soriana

—Habéis dicho muchas tonterías, pero no lo que deseo saber. Cumple vuestra promesa. ¡Decidme el nombre verdadero del Cuervo!

Caleb me contempló como si quisiera leerme el alma. Tuve dudas de que cumpliera el trato, tal vez debí valerme de sus supersticiones y fingir que sí era el príncipe Alberic y obligarlo a hacer todo lo que yo quisiera. Cuando iba a recular sobre mi estrategia, él habló:

—El nombre del Cuervo es Dormund Hallvar.

Las rodillas me flaquearon, me tambaleé y tuve que sujetarme de la pared. ¿Dormund? ¿Había escuchado mal? No podía ser, él estaba muerto desde hacía trece años. No. Era imposible.

—No puede ser —negué en voz muy baja.

—¿Lo conocéis? —Caleb frunció el ceño y me miró con desconfianza.

¿Conocerlo? Dormund era mi medio hermano, el legítimo heredero al trono de Augsvert. Era absurdo que, de estar vivo, quisiera llevar su propio reino a la ruina en lugar de hacerse con el trono. Pero luego recordé el motivo por el cual Dormund jamás podría reclamar la corona de Augsvert y entonces todas las piezas del extraño rompecabezas encajaron. En medio de esta impactante revelación, un rayo de esperanza lo iluminó todo: Si él había sobrevivido, tal vez Erika también.

—¿Dónde lo puedo encontrar? ¿El Cuervo dónde está?

Por el pasillo comenzaron a escucharse el resonar metálico de pasos. Caleb giró la cabeza hacia atrás.

—¡Maldita sea! —dijo—, debe ser Athelswitta.

—Decidme, ¿dónde lo encuentro? —le pregunté con premura.

—Tenemos que escondernos, si Atthelswitta descubre que te ayudaba a escapar...

Caleb me tomó del brazo y tiró de él en su dirección para que me escondiera, pero yo me rehusé.

—No. El Cuervo, decidme.

—¡No lo sé! —los ojos grises me miraron desesperados—, él es el que viene hasta acá. ¡Vamos, avanzad!

—Al menos decidme cuando piensa atacar Augsvert.

Caleb giró el rostro hacia el pasillo por donde se acercaban los pasos y luego hacia mí, indeciso. Quería que lo siguiera, pero no iba a hacerlo hasta que él me contestara. Volví a preguntarle y él, sin más opciones, respondió.

—En unos días, al inicio de la nueva lunación.

Los pasos cada vez se escuchaban más cerca. Caleb tiró otra vez de mi brazo y esta vez sí lo seguí deprisa, de regreso a mi celda.

Si tal vez lograra encontrar la forma de hallar al Cuervo antes de que él atacara Augsvert, podría evitar un enfrentamiento con los alferis y quizás también podría averiguar si Erika había sobrevivido como él.

Mi madre, Erika, Dormund. ¿Cómo era posible que todo estuviera relacionado?

Los pasos cada vez resonaban más cercanos y no eran los de una sola persona, sino los de varias.

—Caleb —dije y lo sujeté del brazo cubierto por muñequeras de cuero ennegrecido—, voy a cumplir mi promesa, pero necesito que el día en que ataquen Augsvert me ayudes a atrapar al Cuervo.

Sus ojos grises tenían una expresión desesperada, asintió rápido y volvió a tirar de mí para apresurar el paso. Me hubiera gustado tener más tiempo y poder enfrentarme al hechicero oscuro en la misma Ausvenia.

«¡Maldita Athelswitta entrometida!» pensé.

Se escuchaban voces airadas afuera de la celda, reconocí las de Caleb y Athelswitta, discutían. Muy arriba, en una de las paredes del calabozo, entre esta y el techo, se encontraba una claraboya por donde se colaba algo de luz, por allí comenzaría nuestro escape.

Caleb había vuelto a atar las manos de Keysa y las mías con ethel y abandonó el calabozo antes de que su compañera de armas pudiera sorprenderlo con nosotras.

—Keysa —dije—, cuando te desate, ¿crees que puedes hacer magia?

Ella me miró con sus grandes ojos dorados asustados.

—Supongo que sí. ¿Qué quieres que haga?

—Que detengas a los soldados que entraran para llevarnos.

Tan pronto como terminé de hablar, la pesada reja se abrió y Athelswitta entró portando en una de sus manos una lámpara de aceite que alumbró el interior. La mujer estaba cubierta por su armadura plateada y en la mano traía un rollo de ethel.

—Koma Assa aldregui —murmuré.

—¿Suficiente cómodos vuestros aposentos? —se burló ella sin haber escuchado la invocación a mi espada.

—¿No comprendo por qué nos tenéis aquí?

—Porque no confío en vos. A pesar de lo que diga Caleb, estoy segura de que no sois quien decís ser. Pero no os aflijáis, no he venido por vos.

Ella hizo una señal con su cabeza y dos alferis hombres entraron, ambos se dirigieron a Keysa.

—¡Ariana! —gritó ella.

—¡¿Qué pretendéis?! ¡¿A dónde la lleváis?!

Athelswitta no contestó, los dos hombres comenzaron a arrastrar a Keysa fuera del calabozo mientras ella gritaba e intentaba zafarse del agarre.

—¡Soltadme, soltadme!

Los soldados la sacaron de la celda, lo último que vi antes de que se cerrara la reja y el calabozo se sumiera en la oscuridad, fue la sonrisa cínica de Athelswitta.

Se la llevaban, podía escuchar como arrastraban a Keysa sobre el suelo de piedra y también sus gritos. Maldita Assa aldregui, ¿por qué se demoraba tanto?

Un estruendo sacudió la celda cuando la pared con la claraboya se derrumbó parcialmente, la espada matafantasmas por fin había aparecido. Sentirla en mis manos fue, como siempre, glorioso. Las ataduras de ethel se volvieron cenizas en mis muñecas. Lancé la runa de Aohr hacia la reja de la entrada y esta voló en pedazos.

En el pasillo, los captores de Keysa no habían avanzado tanto cuando se giraron hacia mí para ver lo que ocurría.

—¡¿Qué carajos?! —exclamó Athelswitta, furiosa.

La mujer se encaminó hacia mí empuñando su enorme espada. No tenía tiempo de enfrentarme a ella en un cansado duelo de acero, debía rescatar a Keysa e ir a Augsvert lo más pronto posible. Encendí mi savje que brillo en un rojo tan oscuro que me costó diferenciarlo del negro y dibujé la runa de erghion. Cuando la mujer vio el símbolo flotando frente a mí, se detuvo un instante, sorprendida. Agité la mano y la runa se convirtió en una larga lengua de energía roja que se enrolló alrededor de su cuerpo, apresándola.

—¡Maldita! Lo sabía, lo sabía, eres una sorcerina. ¡Matad al hada! —gritó a sus compañeros.

La sangre se me congeló en las venas cuando escuché su orden. Si lanzaba otra runa lastimaría a Keysa y si no actuaba rápido ellos la matarían. Con una sacudida de mi mano atraje hacia mí a la alferi.

—¡Háganle algo a Keysa y ella muere! —grité, cerré los dedos y Athelswitta gimió del dolor cuando la lengua de erghion se apretó más alrededor de su cuerpo—. ¡Suéltenla!

—¡No! —gritó Athelswitta.

Entonces yo azoté a mi prisionera contra la pared de piedra un par de veces.

—¡Ahora! —exigí.

Los dos guardias se miraron indecisos y luego a su capitana que flotaba frente a ellos semiinconsciente y con el rostro ensangrentado. Finalmente, soltaron a Keysa y la arrojaron hacia mí.

—¿Estás bien? —le pregunté mientras rompía sus ataduras con mi espada.

Ella asintió. Sin perder más tiempo apresé también al par de soldados con la runa de erghion.

Keysa y yo corrimos hacia la salida. No habíamos avanzado mucho cuando varios alferis vestidos con armaduras plateados nos cerraron el paso.

—Maldita sea —mascullé entre dientes.

Antes de que yo empleara mi savje, el grupo de los soldados levitó en el aire, se dispersó y cada uno de los soldados fue a estrellarse con fuerza contra las paredes y el suelo del pasillo. Al voltear, Keysa jadeaba a mi lado, brillaba con un resplandor dorado intenso. No podía creer que tuviera tanto poder y al parecer ella misma tampoco lo hacía, porque me miró con sus ojos rasgados muy abiertos y perplejos.

—¡Bien hecho! —le dije y tiré de su mano para pasar por encima de los cuerpos inconscientes de los soldados antes de que llegaran sus refuerzos.

Corrimos muy rápido y ascendimos por las escaleras de piedra para llegar al patio de armas del fuerte. Estaba lista para encontrarme un pequeño batallón esperando por nosotras afuera. En mi mano sentía el peso de Assa aldregui y el intenso cosquilleo que empuñarla me generaba. No quería tomar la vida de ningún alferi, en realidad no deseaba luchar con ninguno de ellos, pero estaba consciente de que no tenía muchas opciones si deseaba escapar.

A medida que más avanzábamos, el aire menos viciado del exterior llenaba el angosto pasillo, así como también voces y el resonar de pasos.

—¿Estás lista Keysa?

Sujeté más fuerte su mano cuando ella asintió. Apreté la empuñadura de hueso, el calor de la energía de la espada y esa dicotomía que era la necesidad de sentir corriendo por mi savje la energía oscura y al mismo tiempo el miedo que ella me daba se hizo presente. No quería y al mismo tiempo lo anhelaba.

Corrimos por el estrecho pasillo y terminamos de subir las escaleras que nos llevarían al exterior. Levanté la espada y me puse en guardia, lista para enfrentarme a los alferis que nos estarían acechando afuera, pero no esperaba lo que encontré en el patio de armas.

—Rápido, no hay mucho tiempo.

Caleb tenía en su mano las riendas de un hipogrifo. Contrario a lo que creía, no había soldados aguardando, solo él con el medio de nuestro escape.

—Caleb —dije mirándolo a los ojos.

—Cumple tu promesa —respondió él—, si no lo haces, juro que no voy a descansar hasta encontrarte y entonces te asesinaré de la manera más lenta y dolorosa que existe.

—Voy a cumplirla —afirmé y el brazalete escarlata brilló en mi mano.

Keysa subió al hipogrifo y yo lo hice detrás de ella, sujeté las riendas y le di la orden al hipogrifo para que se elevara. En un instante sus enormes alas barrieron el aire y ascendimos hacia la oscuridad nocturna.

—Soriana. —Keysa se abrazó a mi espalda.

Encendí una luminaria que arrojó un resplandor sanguinolento sobre nosotras, iluminando el cielo en el cual menguaba la luna. Recordé lo que me dijo Caleb antes, que el hechicero oscuro atacaría Augsvert en la siguiente lunación. Para ese momento faltaban algunos pocos días.

—¿A dónde iremos ahora?

El corazón retumbó en mi pecho y sentí un escalofrío recorrer mi columna.

—Iremos a Augsvert —le dije.

***

Las inmensas alas grises del hipogrifo se agitaban en el aire llevándonos a nuestro destino, que para mí era más aciago que la misma muerte. No quería regresar a Augsvert, de haber existido alguna forma de evitarlo, habría apelado a ella.

Enfrentarme a mi pasado, a todos los errores que cometí y que terminaron no solo destruyendo mi vida, sino también la de mi madre era horrible. Seguía siendo la misma cobarde de siempre, la misma niña de quince años incapaz de hacerle frente a lo que se esperaba de ella.

En poco tiempo aparecieron, semejantes a pequeñas luciérnagas flotando en la oscuridad, las luces del reino. A medida que avanzábamos se hacían más grandes, delineando las formas de las torres picudas y los arcos riveteados de lapislázuli y oro. Y así como se alzaban las majestuosas torres del palacio flotante y los edificios de la Ciudadela, también se incrementaban los latidos de mi corazón y mi ansiedad. Sentí ganas de tomar las riendas y girar al hipogrifo en sentido contrario, abandonarlo todo como hice antes y esconderme para siempre.

¿Pero qué sentido tenía hacer algo como eso cuando de quien siempre había huido era de mí misma?

¿Cómo podía escapar de quien yo era?

¿Cómo podía olvidar mi pasado si era ese el que determinaba mi presente y moldea mi futuro?

—¿Es Augsvert?—preguntó Keysa.

Frente a nosotras se erguía el enorme pilar hecho de heidrsand de la frontera norte. A partir de este se desplegaba el domo para unirse con el siguiente pilar, cuál telaraña gigante, aunque fracturada en varios sitios.

—Sí, este es mi reino.

Sujeté las riendas con fuerza y arrié el hipogrifo, el aleteo se incrementó y en poco tiempo descendíamos frente al torreón del puesto de control fronterizo a un lado del pilar del oeste.

—¿Nos disfrazaremos de nuevo? —preguntó Keysa a mis espaldas mientras nos deteníamos.

—No —le contesté bajando de la montura—. Ya no es necesario continuar disfrazándonos.

El momento de enfrentarme a mí misma había llegado y ya no valían máscaras que ocultaran quien realmente era yo o quién había sido.

Durante mi exilio me esforcé en no darle cabida a la curiosidad de saber qué pensaba mi pueblo de mí. No había reflexionado sobre como me recordarían, porque me había convencido de que mi lugar en la historia de Augsvert era uno de los más nefastos: la princesa que mató a la reina; o la princesa loca que abrió el domo y precipitó la tragedia que acabó con la reina Seline; o la princesa cobarde que huyó, incapaz de enfrentar las consecuencias de sus actos.

También existía la posibilidad de ya no ser recordada y que los soldados que custodiaban el pilar ni siquiera supieran de mí.

—Vamos —le dije a Keysa.

Ambas avanzamos hasta detenernos frente a la entrada del pilar. Estaba consciente de que nuestra apariencia no era la mejor, teníamos varios días sin asearnos, nuestras ropas estaban sucias y desgarradas, aun así debía presentarme con mi verdadera identidad.

—¡Identificaos, extranjeros! —gritó un soldado del otro lado del rastrillo que impedía el paso a través del pilar

—Soy la princesa Soriana Sorenssen de la casa Sorenssen, legítima heredera del trono de Augsvert —dije con toda la calma de la que era capaz mientras me quitaba la capucha—. ¡Abrid la puerta!

Pude ver los ojos del soldado achicarse mientras me contemplaba con creciente desconfianza: primero mi cabello blanco, luego mi rostro de piel oscura y finalmente se detuvo en mis ojos cristalinos iguales a los de los alferis.

—¡Enemigo! —gritó el soldado del otro lado y yo maldije en mis adentros.

—¡¿Es que acaso no escuchasteis?!! ¡¡Soy la princesa Soriana Sorenssen!!

El soldado gritó de nuevo alertando a sus compañeros en el puesto fronterizo. Cuando me miró otra vez, pude ver que era muy joven y allí entendí que tal vez ni siquiera sabía que hubo una vez una princesa de tez oscura y rasgos de alferi.

El aire a nuestro alrededor cambió ligeramente, se volvió más denso y como si miles de chispas a punto de estallar lo llenaran.

—¡Soriana! —me alertó Keysa.

Apenas si tuve tiempo de crear una barrera cuando algunas runas y decenas de flechas se precipitaron desde lo alto del adarve hacia nosotras. En definitiva, esos soldados no me reconocían, estaban convencidos de que yo era una alferi.

—¡Os digo que soy vuestra soberana! ¡Llamad al oficial a cargo!

Continuaron arrojando flechas que impactaban contra la barrera que nos cubría a Keysa y a mí.

En ese instante sentí como el aire a nuestro alrededor cambió, se volvió más denso, como si cientos de chispas estuvieran a punto de prender.

—¡Maldita sea! —grité—. ¡¿Acaso no habéis escuchado?! ¡Os he dicho que soy la princesa Soriana Sorenssen! ¡Buscad a vuestro oficial al mando!

El muchacho volvió a contemplarme, esta vez con algo de confusión. Sin duda se daba cuenta de que un alferi jamás podría haber creado una barrera como la que yo había hecho.

Al cabo de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, el ataque cesó y otro instante después, un hombre con tupida barba y profundos ojos negros enmarcados por unas cejas espesas apareció frente al rastrillo que impedía la entrada al pilar. Supuse que ese sería el oficial al mando.

El oficial y el soldado intercambiaron algunas palabras, luego el recién llegado se dirigió a nosotras.

—Decidme forastera, ¿quién decís que sois? Desaced la barrera para poder observaros. No os atacaré, os doy mi palabra.

Deshice el Hjálmar gylltir y el oficial creó una luminaria de Lys plateada que atravesó los barrotes y se detuvo sobre nuestras cabezas. No podía ver la expresión del hombre, ya que ahora había quedado a contra luz, pero escuché con bastante claridad su exclamación de asombro.

—¡Princesa Soriana! ¡¿En verdad sois vos?!

—Soy la hija de la reina Seline y el rey Sorien II de la casa Sorenssen —dije—. Hace trece años abandoné Augsvert, cuando mi madre falleció en un ataque de los alferis al segundo pilar del norte.

—¡Princesa, soy Percival Abramsen!

—Percival.

Él era el hermano menor de lara Moira, aquel capitán que salvó mi vida en el atentado de Los Tres picos y luego quien me llevó con mi madre la fatídica noche en que ella murió. Él debía conocer toda la verdad de lo que ocurrió durante ese ataque de los alferis. Pero no era momento de dejarme vencer por la vergüenza de mi pasado, debía continuar adelante.

—¡Abrid las puertas! —gritó Percival.

El rastrillo de hierro se elevó, sujeté la mano de Keysa con fuerza y entré al pilar que custodiaba la frontera de mi nación.

Cuando estuve frente a Percival este puso la rodilla derecha en tierra y agachó la cabeza frente a mí. Los soldados que lo acompañaban lo imitaron, aunque desconcertados.

—¡Que las flores de Lys desciendan sobre vuestra cabeza! ¡Bienvenida a Augsvert, Alteza!


***Ja, ja, ja, se viene lo bueno!!! Soriana regresó a Augsvert.

¿Saben? Es muy, muy probable que el próximo domingo no haya capitulo nuevo.  Esto porque estamos en la recta final y quiero escribir todo lo que falta y comenzar a subir cuando tenga todo escrito para evitar errorres o que se me olvide algo. Trataré de tardarme lo menos posible, a lo sumo solo faltaré el próximo domingo.

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