Capítulo V: Enemigo (IV/IV)


IV

Soriana

Sujeté fuerte por la cintura a Ivanara mientras le apoyaba la espada en el cuello. Aren se puso frente a nosotras, su rostro lucía ansioso; los ojos verdes se fijaron en los míos, tal parecía que él pensaba que yo era capaz de cortarle el cuello a la cazadora.

—Ivanara, no pasará nada si colaboras —le dijo para tranquilizarla.

Ella arrojó al suelo la espada envainada que traía en la mano, que no era otra que Reisa vel, la espada de Aren. Después, muy lento, desenganchó de su cinturón un manojo de llaves y se lo ofreció también.

—No tienen mucho tiempo —dijo Ivanara—, he despejado la puerta oeste. La llave es la más grande.

Aren Frunció el ceño, estaba confundido. Yo tampoco esperaba que la cazadora nos ayudara, aunque si mal no recordaba, él en algún momento había dicho que ella era bastante honesta.

—Haces lo correcto, cazadora —le siseé contra el oído—. Investiga a tu líder, algo oculta. Hay criaturas mágicas en peligro. Aren, átala con el lazo del cautivo. Entenderás que así será menos sospechoso para ti, podrás decir que te sometimos. Después de todo, yo soy una hechicera oscura.

Empujé a Ivanara contra Aren para que él la amarrara mientras yo vigilaba la puerta. Volteé hacia ellos para ver cuanto le faltaba y noté como la cazadora lo miraba; detrás de todo ese odio aparente, tal vez había otra cosa.

—Apúrate Aren —lo apremié—, debemos marcharnos rápido.

—Lo siento —le susurró Aren antes de soltarla.

Ivanara no apartaba los ojos de él. Una punzada de rabia se alojó en mi pecho. ¿Por qué tenía que ser tan condescendiente con todo el mundo, incluyéndola a ella? Aren seguía siendo el mismo de siempre. 

***

La luz de las antorchas iluminaba el pasillo de piedra por el cual corríamos intentando no hacer ruido. Tal como había asegurado Ivanara, se hallaba despejado. Aren iba al frente con la espada desenvainada, mientras Keysa y yo lo seguíamos de cerca.

Teníamos que salir de allí lo más rápido posible. Si estaba en lo cierto con mis sospechas, el karl de la liga de Heirr y el hechicero oscuro eran la misma persona, y no tardaría en presentarse en Vergsvert ahora que Ivanara lo había alertado de nuestra presencia.

Subimos por unas escaleras y salimos al patio de armas. Del otro lado de donde nos encontrábamos, dos soldados patrullaban. Debíamos seguir recto, al frente estaba la puerta oeste que la cazadora nos había despejado. Anduvimos en absoluto sigilo a través del extremo sur oeste del patio de armas. De pronto Aren se detuvo y señaló con la cabeza a un lado. Era la entrada a los establos.

Él penetró primero, seguido por nosotras dos. Aren encendió una luminaria de Lys y enseguida vimos que allí no solamente había caballos. Sonreí, la suerte estaba de nuestro lado. Una docena de hipogrifos dormitaban amarrados a postes.

—Nunca me he subido a uno —gimoteó Keysa muy bajito detrás de mí, estaba asustada.

—No te preocupes, son muy dóciles.

Aren se adelantó y desató dos de los animales. Uno de ellos lanzó al aire un enorme chillido, empezó a dar coz en el suelo con sus garras delanteras, mientras yo ensillaba al otro que parecía menos arisco.

Ayudé a Keysa a subir al hipogrifo, de soslayo veía como Aren forcejeaba con el otro animal que no permitía que lo montara.

—Déjalo y desata otro —le sugerí.

Pero antes de que él pudiera hacer cualquier cosa, de afuera llegó el ruido de muchos pasos y algunas voces alteradas, nos habían descubierto. Desenvainé a Assa aldregui y empecé a cortar los amarres de cada uno de los hipogrifos al tiempo que les daba una palmada en los cuartos traseros y los azuzaba para que salieran del establo. Los animales emprendieron la huida en estampida. Afuera los soldados y cazadores gritaban desconcertados al ver a los hipogrifos sueltos, la mayoría alzando el vuelo. Aren subió al enorme hipogrifo que movía la cabeza, furioso, y batía las alas tratando de hacerlo caer.

Yo, muy rápido, subí al que montaba Keysa

—¡Sujétate! —le grité.

Agarré con fuerza las riendas y tiré de ellas. De inmediato, el hipogrifo echó a correr fuera de las caballerizas en pos de sus congéneres. Giré a ver si Aren lograba controlar al suyo. Él tenía las manos encendidas en su poder y susurraba, lo que imaginé, serían hechizos tranquilizadores.

Salimos al patio de armas que era un caos de soldados intentando sujetar a los hipogrifos decididos a irse. Sin embargo, algunos hombres nos vieron y corrían hacia nosotros. Las capas bermellón ondeando al viento me indicaron que eran cazadores.

Agité las riendas y el hipogrifo extendió las enormes alas. Al batirlas, el viento se desplazó en oleadas que hicieron tambalear a nuestros perseguidores. Detrás, el hipogrifo de Aren también iniciaba el vuelo.

El patio de armas se iluminó debido a que los cazadores encendieron su poder y empezaron a arrojar hacia nosotros runas de combate. Necesitaba crear una barrera antes de que ellos lograran derribarnos.

—¡Toma las riendas, Keysa!

—No, no sé —titubeó ella detrás de mí.

—¡Sí puedes, hazlo! Es igual a montar un caballo, confío en ti.

Keysa detrás de mí, sujetó las riendas mientras yo arrojaba hacia nuestros atacantes runas de Ahor. Si realizaba una barrera no podría atacar y Aren, que estaba solo detrás de nosotras, quedaría desprotegido.

Me dediqué entonces a lanzar runas y a esquivar aquellas que buscaban herirnos. Por fortuna, Aren aprovechó mi ataque y generó una barrera a su alrededor. Su hipogrifo se elevó por encima de nosotras.

Algunos cazadores habían logrado montar un par de hipogrifos y nos perseguían. Lancé la runa de Erghion al que estaba más próximo. La cinta de energía se enrolló alrededor del cuerpo del cazador. El hipogrifo, al no tener quien lo dirigiera, desvió su rumbo lejos de nosotros.

Solo quedaba uno detrás de nosotros.

Uno de los dos cazadores que lo montaba, lanzaba todos sus runas hacia mí y yo solo podía cubrirnos con el Hjálmar, estaba imposibilitada de atacar.

De pronto Aren apareció por uno de sus costados y le arrojó la runa de Ahor, el hipogrifo cayó desde lo alto.

Suspiré aliviada y le sonreí a Aren al ver que ya nadie más nos perseguía. Giré sobre la montura y tomé las riendas de manos de Keysa que estaba delante de mí. Las azoté de tal manera que el hipogrifo extendió las alas y empezó a batirlas con fuerza, en poco tiempo ganamos altura.

Ivanara había recibido órdenes de Ormrholm, lo cual quería decir que el líder de la liga ya sabía de nosotros, estaba segura de que en cualquier momento aparecería en su forma de hechicero oscuro, no teníamos tiempo que perder.

Aren volaba delante, con una enorme luminaria de Lys azulada alumbrándole el camino. Dirigía el hipogrifo a los enormes picos nevados de Ausvenia. Detrás de la cordillera se encontraba Augsvert y de este lado, a sus pies, la ciudad alferi.

En poco tiempo nos encontramos sobrevolando las laderas. El hipogrifo de Aren comenzó el descenso y yo le ordené al nuestro hacer lo mismo.

En el establo Aren había batallado para domar al hipogrifo y poder montarlo, pero para mi sorpresa, cuando Aren bajó de él, el animal estaba tan tranquilo como el nuestro.

—¡Eso estuvo cerca! —Aren se acercó a nosotras.

—Ese último cazador era muy bueno —dije—, varias veces estuvo a punto de darnos con sus runas. De no ser por ti... ¡Apareciste de la nada!

Aren rio complacido y le acarició el pico a la enorme bestia.

—Lograste domarlo muy rápido —lo halagué acercándome a él.

Aren amplió la sonrisa y le palmeó la cabeza al animal con cariño.

—En Augsvert tengo un hipogrifo muy parecido a este, es algo caprichoso. Para que se deje montar hay que lucir tranquilo y hablarle con cariño.

Yo asentí y me acerqué a ellos, también acaricié el cuello del animal y fijé los ojos en los otros verdes, era el momento de despedirnos.

—¿Estarás bien? —me preguntó él.

—No te preocupes, estaremos bien.

Él dio un paso al frente y me abrazó, sorprendiéndome. Sentí su aliento cosquillear en mi cuello.

—Quisiera que no tuviéramos que separarnos. Debes prometerme que tendrás mucho cuidado, Soriana.

—Lo tendré, te enviaré una flor Vesa cada día.

Él asintió, se separó un poco del abrazo y me besó en la boca. No había esperado que hiciera algo como eso y mucho menos delante de Keysa, me dio algo de vergüenza. Sin embargo, correspondí a sus labios, necesitaba sentir el calor de Aren reconfortándome. Lo que nos esperaba era incierto, ni siquiera sabía si podría volver a verlo. Lograba sentir en el beso, en el anhelo y la fuerza con la que me sujetaba, que él también padecía la misma incertidumbre.

Cuando nos separamos, nuestras miradas permanecieron un poco más enganchadas en la otra. Un suspiro terminó con el embrujo y Aren me soltó. Entonces miró a Keysa, extendió los brazos en su dirección para despedirse de ella.

Ambos se abrazaron y Keysa asentía a algo que él le decía. Se separaron entre tiernas sonrisas, aunque el rostro de ella estaba bañado en lágrimas.

Aren, finalmente, montó otra vez sobre el hipogrifo.

—Cuidaos Alteza —dijo mientras subía—, estaré esperando vuestro retorno, como siempre.

Yo sonreí con la nostalgia invadiendo cada pieza de mi ser. Hubiera preferido que permaneciéramos los tres juntos, pero era mi plan y estaba segura de que era lo mejor. Aren azotó las riendas y el animal se elevó en la oscuridad de la noche, pronto se volvió un punto lejano en el cielo.

***

¡Qué emoción! Pronto estaremos en Ausvenia, tierra de alferis.

Nos leemos el domingo de la semana que viene.

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